El hallazgo de una tablilla que confirma la existencia del Templo de Salomón en el monte de la Mezquita de la Roca, y el nacimiento de una vaquilla roja, han movilizado a numerosos judíos ortodoxos que presionan al gobierno de Israel para que autorice el reinicio de la construcción del Templo en Jerusalén. ¿Es la señal que anuncian las profecías? ¿Nos hallamos en el principio del fin de los tiempos? Josep Guijarro
Al sur del barrio burgués de Rehavia, en Jerusalén, se ubica el Museo de Israel, un moderno edificio de color blanco, con forma de vasija, de dimensiones extraordinarias. En su interior se guardan celosamente los llamados manuscritos del Mar Muerto, una colección de evangelios apócrifos hallados fortuitamente en el desierto de Judea, en 1947, dentro de unas cuevas.
Con motivo de las celebraciones del 60 aniversario del Estado de Israel, se exponía durante tres meses el pergamino original del libro de Isaías, la profecía más antigua del Apocalipsis, escrita por un escriba de Judea alrededor del año 120 antes de nuestra era.
El rollo posee ocho metros de longitud y es el único que ha llegado entero hasta nuestros días. Desde 1967, ha permanecido guardado en una habitación oscura del Museo de Israel, a una temperatura constante, con objeto de asegurar su buena conservación. Ésta era, por tanto, una oportunidad única para contemplarlo.
A pesar de estar invitado por el gobierno, no se me permite obtener fotografías, ni de los manuscritos ni del edificio. “Por motivos de seguridad” –me dicen.
Atravieso una sólida puerta blindada y penetro en la “vasija cilíndrica”, concebida por el arquitecto Armand Bartos para que, en caso de un ataque nuclear, el tambor de cristales -también blindados- que conservan los manuscritos, quede protegido en un sótano, bajo tierra. Parece que todas las precauciones son pocas para preservar el texto que anuncia el terrible Apocalipsis: el Armagedón.
La batalla final
Con este nombre judíos y sionistas cristianos definen a la batalla final entre el bien y el mal, que viene precedida de la Segunda Venida del Mesías. En realidad, la palabra alude a un lugar concreto: el monte de Meguido (el prefijo Ar, en hebreo, equivale a monte). Éste se halla situado en el punto más alto del Valle de Jezreel. Salomón, le otorgó la misma importancia que a Jerusalén (Reyes 9:15) y Napoleón lo describió como el campo de batalla más natural de toda la faz de la tierra.
Con este nombre judíos y sionistas cristianos definen a la batalla final entre el bien y el mal, que viene precedida de la Segunda Venida del Mesías. En realidad, la palabra alude a un lugar concreto: el monte de Meguido (el prefijo Ar, en hebreo, equivale a monte). Éste se halla situado en el punto más alto del Valle de Jezreel. Salomón, le otorgó la misma importancia que a Jerusalén (Reyes 9:15) y Napoleón lo describió como el campo de batalla más natural de toda la faz de la tierra.
Durante más de dos milenios, los eruditos han examinado las claves que nos dejó Isaías para averiguar lo que podemos esperar para el futuro y se han preguntado si el “monte” donde comenzará el juicio final es un lugar físico o, sencillamente, se trata un término simbólico equivalente a la “Jerusalén celestial”.
En mi opinión, importa poco si la Biblia pronostica algo terrible para nuestro tiempo. Lo verdaderamente preocupante es que haya quien sí le concede una importancia extraordinaria y tiene suficiente poder para hacer que las profecías se cumplan.
Y, mientras observaba aquel valioso pergamino, repasé mentalmente las claves que anunciaban el fin de los tiempos y su conexión con el Monte del Templo, el lugar donde Yaveh le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac, la roca en torno a la cual Salomón hizo construir el Templo de los judíos y que, tras la constitución del estado de Israel, quedó bajo jurisdicción jordana.
Un lugar sagrado
Puse rumbo a este lugar considerado como el Omphalos, el ombligo del mundo, la piedra en torno a la cual Dios creó la Tierra. Antes, me reuniría con mi guía oficial en la Ciudad Santa, Arie Belinko, frente a los restos de una iglesia teutónica, en el barrio judío de Jerusalén. Desde allí se disfruta de una magnífica panorámica del cementerio judío del Monte de los Olivos. La tradición rabínica sostiene que la Presencia Divina se asentó en este lugar tras la destrucción del Templo, y lo identifica como el sitio donde acontecerá la resurrección de los muertos el día del juicio final. Para ello, sin embargo, es preciso que el templo haya sido reconstruido para propiciar la segunda venida de Cristo.
Puse rumbo a este lugar considerado como el Omphalos, el ombligo del mundo, la piedra en torno a la cual Dios creó la Tierra. Antes, me reuniría con mi guía oficial en la Ciudad Santa, Arie Belinko, frente a los restos de una iglesia teutónica, en el barrio judío de Jerusalén. Desde allí se disfruta de una magnífica panorámica del cementerio judío del Monte de los Olivos. La tradición rabínica sostiene que la Presencia Divina se asentó en este lugar tras la destrucción del Templo, y lo identifica como el sitio donde acontecerá la resurrección de los muertos el día del juicio final. Para ello, sin embargo, es preciso que el templo haya sido reconstruido para propiciar la segunda venida de Cristo.
Juntos nos dirigimos a la denominada Explanada de las mezquitas. Se llama así porque en el año 685, el califa Abb-el-Malik ordenó erigir en el monte Moriah un conjunto religioso monumental integrado por diez mezquitas y santuarios. Las dos más conocidas son la mezquita octogonal de El Aqsa o Cúpula Negra, y la Cúpula de la Roca (Kubbat-el Sakhra) porque, precisamente allí se halla la piedra desnuda que, según la tradición es el lugar donde sonarán las trompetas del Juicio Final y estará el Trono de Dios.
Como es fácil suponer, este enclave sagrado es fuente de continuas tensiones entre religiones y políticos. Estamos frente al tercer lugar más sagrado del Islam. En esta roca –según los musulmanes- el Profeta Mahoma inició su viaje nocturno, (el mijray) y es donde el califa Omar rezó tras la conquista de Jerusalén.
Del primer templo de los judíos no queda nada. Fue destruido en el año 586 antes de Cristo por el rey babilónico Nabucodonosor II, pero los judíos que estaban exiliados en Babilonia regresaron a Jerusalén entre los años 404 y 385 antes de Cristo y, en tiempos de Herodes el Grande, iniciaron su reconstrucción. Sin ser tan ostentoso como el primero, contenía el suficiente oro como para despertar la codicia de los romanos, quienes lo destruyeron por segunda vez en el año 70 de nuestra era. Pero entre los tesoros que se llevaron a Roma no se figuraba el objeto más preciado de los judíos: El Arca de la Alianza, un misterioso objeto que contenía las tablas de la ley, el bastón de Aarón y la copa que contenía el maná que alimentó a los judíos en su éxodo por el desierto.
Del segundo templo aún hoy es visible parte del pavimento y el célebre Muro de las Lamentaciones, último residuo de la muralla exterior del templo en el que ahora me encontraba.
Como los turistas y devotos que se aproximan a este lugar sagrado, tuve que pasar por unos estrictos controles de seguridad y colocarme el kipá para acceder al muro occidental. Arie me explicó que los controles y el número de soldados había aumentado sensiblemente desde febrero de 2008. La razón residía en la construcción de un puente de acceso a la Explanada que, según los palestinos, pone en peligro pequeños restos del periodo Omeya e islámico e, incluso, la mismísima Cúpula de la Roca.
Destruir la mezquita
Aunque por la distancia entre la llamada puerta de los Magrebíes y la cúpula dorada parece que no exista riesgo aparente para los cimientos de la mezquita, se trata, en realidad, de no ceder un centímetro del terreno más disputado del planeta porque, la destrucción del domo de la roca, es la señal que marca la construcción del Tercer templo y la llegada del Mesías de los judíos. De hecho, esta construcción de belleza incomparable ha estado en el punto de mira de los judíos desde hace tiempo. Cuando los israelíes acababan de conquistar la Ciudad Vieja de Jerusalén, tras la Guerra de los Seis Días, el rabino jefe del ejército, Shlomo Goren, propuso al general Uzi Narkis colocar 100 Kilos de explosivo en la mezquita de Omar y hacerla saltar por los aires. Por fortuna, el militar hizo caso omiso de la recomendación. No siempre ha sido así. Los sectores ultraortodoxos han ido ganando terreno desde entonces y gozan hoy día del apoyo del poder. Un ejemplo de lo que digo tuvo lugar el 29 de septiembre de 2000. Mientras el primer ministro de Israel, Ehud Bharak, discutía los términos del acuerdo de paz con Yaser Arafat en Nueva York, Ariel Sharon, aprovechando la ausencia de ambos líderes políticos, capitaneó un grupo de rabinos hacia el Monte del Templo, provocando una nueva escalada de la violencia. Tres semanas más tarde, la policía israelí disuadía a un grupo de radicales judíos de entrar en la mezquita para ungir la piedra angular de su Tercer Templo.
Aunque por la distancia entre la llamada puerta de los Magrebíes y la cúpula dorada parece que no exista riesgo aparente para los cimientos de la mezquita, se trata, en realidad, de no ceder un centímetro del terreno más disputado del planeta porque, la destrucción del domo de la roca, es la señal que marca la construcción del Tercer templo y la llegada del Mesías de los judíos. De hecho, esta construcción de belleza incomparable ha estado en el punto de mira de los judíos desde hace tiempo. Cuando los israelíes acababan de conquistar la Ciudad Vieja de Jerusalén, tras la Guerra de los Seis Días, el rabino jefe del ejército, Shlomo Goren, propuso al general Uzi Narkis colocar 100 Kilos de explosivo en la mezquita de Omar y hacerla saltar por los aires. Por fortuna, el militar hizo caso omiso de la recomendación. No siempre ha sido así. Los sectores ultraortodoxos han ido ganando terreno desde entonces y gozan hoy día del apoyo del poder. Un ejemplo de lo que digo tuvo lugar el 29 de septiembre de 2000. Mientras el primer ministro de Israel, Ehud Bharak, discutía los términos del acuerdo de paz con Yaser Arafat en Nueva York, Ariel Sharon, aprovechando la ausencia de ambos líderes políticos, capitaneó un grupo de rabinos hacia el Monte del Templo, provocando una nueva escalada de la violencia. Tres semanas más tarde, la policía israelí disuadía a un grupo de radicales judíos de entrar en la mezquita para ungir la piedra angular de su Tercer Templo.
El Instituto del templo
Nos internamos por la pasarela de la discordia y empezamos a ascender camino de la explanada del monte Moriah. Mientras caminaba por ella disfruté de una panorámica elevada del muro occidental que mostraba entre las rendijas de la madera a cientos de personas, hombres a un lado y mujeres a otro, que oraban contra las piedras. Al final de la pasarela se hallaba el último control israelí, rodeado de abundante material antidisturbios.
Nos internamos por la pasarela de la discordia y empezamos a ascender camino de la explanada del monte Moriah. Mientras caminaba por ella disfruté de una panorámica elevada del muro occidental que mostraba entre las rendijas de la madera a cientos de personas, hombres a un lado y mujeres a otro, que oraban contra las piedras. Al final de la pasarela se hallaba el último control israelí, rodeado de abundante material antidisturbios.
Sigue leyendo hasta el final del reportaje: el Tercer templo de Jerusalén.
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