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martes, 25 de septiembre de 2018

Andrés Manuel, quien aún “no entra”, requiere de “una salida”

@maloguzmanveromar 25 sep 2018 07:56
 
  
 
Cumplir todas sus promesas le significará enfrentarse con una vorágine que afectará su propia presidencia, la gestión federal, la relación de México con el mundo y a una fracción de sus propios votantes
Cumplir todas sus promesas le significará enfrentarse con una vorágine que afectará su propia presidencia, la gestión federal, la relación de México con el mundo y a una fracción de sus propios votantes
Foto propiedad de: Intenet

“No sé querer a medias, ni a ratos. Si usted logra que yo le quiera, sepa que será para siempre, aunque no esté, aunque se vaya. En mi jardín pequeño de sueños y esperanzas, hay un rumor a invierno. Sin ti no tengo nada”. Mocedades
“Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar, indefectiblemente, te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas". Pablo Neruda

Las promesas y la terca realidad

Son muchas las razones por las cuales Andrés Manuel arrasó en las pasadas elecciones: la zozobra de las víctimas de una violencia rampante, una economía que no crece para todos, una soberbia inaudita ante los casos de corrupción y, claro está, sus promesas y su visión de país. Todo cupo; ya sea el acabar con la corrupción barriendo las escaleras de arriba para abajo, no usar el avión presidencial, otorgar becas a los “ninis”, doblar la pensión a los adultos mayores, cambiar el NAICM en Texcoco por el de Santa Lucía…
Sin embargo, la terca realidad con la que se enfrenta (cortesía de la vida misma, de la función propia de gobernar y de la administración que sale), lo están arrinconando a la encrucijada de lo que quiere, puede y debe cumplir. Lo anterior se complica con las variables de con quién y cómo llevarlo a cabo o, de plano, “zafarse”.

Tener palabra a su equipo y a sí mismo

El presidente electo es conocido por ser una persona de palabra —algunos dirían empecinado—, aunque a veces la misma pueda lastimarlo o hacerle perder tiempo como hemos visto en fechas recientes.
¿Es malo? Como todo en la vida, depende con quién, cómo y a qué hora. En estos momentos, AMLO se encuentra en una situación donde requiere sopesar y “dividir” sus promesas de campaña entre aquellas que cumplirá y las que no verán la luz del día.
Sin embargo, esa disyuntiva expone una moneda de dos caras. El no llevarlas a cabo afectará su relación con su equipo, con su partido, con no pocos votantes y consigo mismo. Algunos se sentirán traicionados, pues lo prometido va más allá de la campaña; cobija proyectos, ideas, sueños y, en algunos casos, hasta negocios de conocidos poco —o mucho— “conocidos” (de él no, claro está).
Desafortunadamente, cumplirlas le significará enfrentarse con una vorágine que afectará su propia presidencia, la gestión federal, la relación de México con el mundo y a una fracción de sus propios votantes que, más allá de las promesas, también quieren (al igual que quienes no votaron por él) que con sus decisiones les vaya bien a él como presidente, a ellos como electores y a México.

La ruta de “salida”

¿Qué hacer? Se requiere de un camino por donde transitar. Hasta ahora AMLO está estirando la liga, con probables consultas, con propuestas de unos y otros miembros de su equipo; consintiendo una incertidumbre que pone en ascuas a la inversión y siembra cierto grado de desconcierto. Ya se sufre un desgaste (tanto para el país como para él) que deja entrever un desatino cuando solo se es presidente electo y aún no se entra en funciones.
López Obrador ha demostrado que sabe pactar y obtener aliados insospechados. Cuando fue jefe de la CDMX consiguió que Carlos Slim se encariñara con el proyecto del Centro Histórico de la capital y, con ello, una buena parte de dicha zona se ha rejuvenecido, embellecido y se ha logrado que la gente vuelva a caminar por sus calles de forma relativamente segura.
Ahora, como presidente electo, es momento de que logre esos pactos con empresarios, con su propio equipo y con diversos actores de la sociedad. Claramente, el camino por donde transitar será un “quid quo pro”; esto es, una por otras.
Casos concretos:

¿El NAICM en Texcoco en lugar de Santa Lucía?

Va, pero en el momento en que Andrés Manuel se decante por seguir con la construcción el NAICM, los que ganan con ello (incluidos los que se han hecho de tierras aledañas y se volverán archimillonarios) deberán invertir —y fuerte— en otros proyectos enarbolados por Morena como son los programas de becas, de pensiones para adultos mayores y/o del primer empleo. En otras palabras, no pocos actores tendrían que abonar para la creación de un fideicomiso con el que financiar proyectos deseables —posibles y necesarios— que compensen “la merma” a la visión original que tiene López Obrador de país...

¿Tren Maya? 

Sí, pero financiado por los gobiernos de los estados donde transitará. A cambio, que la administración lopezobradorista mantenga el programa de Zonas Económicas Especiales en el sureste. No utilizar, entonces, el Fondo Turístico para financiar dicho tren. Mejor que se utilice para otros proyectos más apremiantes.

¿Reducción impositiva en las entidades que franja fronteriza norte del país? 

Adelante, mientras los gobiernos de esos estados y las empresas y negocios que se localizan ahí y se verán beneficiadas de esta medida, aporten considerablemente para el financiamiento a las políticas federales de asistencia a los migrantes y de combate al narcotráfico.

¿Viajar en avión presidencial? 

Que sea uno de los que tienen en el ejército, no el lujoso “Morelos”, y ese sí venderlo o volverlo un museo itinerante de la infamia y el boato innecesario.

¿Reforma educativa? 

Quitar las “comas” que no sirvan. Que los maestros que no hagan este año la evaluación, se comprometan a asistir a dar clases y dejar de marchar. Y, bueno, es que más allá de reforma o no, tratar con ciertos sindicatos que por aulas toman las calles... Eso sí, solo los docentes que opten por evaluarse tendrían derecho a estímulos y premiaciones económicas y laborales.

¿Mover las secretarías? 

Sopesar el costo de migrarlas (y costos asociados) vs. hacerse de inversionistas que aporten para un sistema de gobierno digitalizado y abierto, acompañado de Internet para todo el país (¡empezando por todas las escuelas!) y un compromiso puntual de los burócratas de hacer más por sus dependencias, dado que no se cambian.

¿Barrer la corrupción? 

Sí, como quiera que se barra, pero también que paguen los corruptos y no se les otorgue impunidad. Más aún, ciertos actores que se verán (sobre) beneficiados por los proyectos insignia de la administración pública, podrían aportar a la construcción de un verdadero sistema de impartición de justicia a nivel federal y estatal.

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Solo Andrés Manuel sabe el costo que tendrá que asumir por cumplir o dejar de cumplir sus promesas de campaña. De él depende que los costos sean los mínimos y le sirva de motivo para que, bajo una condición u otra, pueda desempeñarse como aquel presidente que sueña realidades e inicie la 4ta. transformación del país. Ojalá así sea.

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