Sobre los ángeles en el islam (2)
Para asumir que no podemos entender qué es el ángel sin entender qué es el ser humano, el idioma árabe ha sido generoso en su literalidad. En los tratados clásicos de SuIismo, la Realidad se divide en tres niveles: el mundo de los seres humanos (mulk), el mundo de los ángeles (malakût) y el universo desde donde Allâh “obliga” (ÿabara) a las cosas a ser (ÿabarût). Quedémonos de momento con los dos primeros. El mundo de los ser humanos –denominado tradicionalmente mulk– y el mundo de los malâ’ika –que se ha llamadomalakût– no son mundos diferentes, sino dos aspectos de lo mismo, es decir, del universo del gobierno de las cosas. Sólo tenemos que darnos cuenta de que la raíz de ambas palabras es la misma. Ambos mundos (mulk y malakût) responden a la trilítera árabe M-L-K, que hace alusión a poder, reino, gobierno (de ahí el término árabe malik, rey; en hebreo, mélej). En cierta ocasión le pregunté a un shaij, un maestro de Conocimiento, qué diferencia había entre mulk y malakût y me dijo esto: “El mulk no es algo substancialmente diferente al malakût”.
Como se deduce de la propia plasmación árabe de ambas palabras, el malakût es el mulk“desarrollado”. Lo que se encuentra potencialmente en el mulk se da en acto en el malakût. El malakûtes algo que está ya en germen en el mulk, integrándose el mulk en el malakût como -de alguna forma– la semilla está en el árbol que llega a ser. Es decir, el malakût es el mulk “desplegado”, con una dimensión más que le da profundidad y unidad; si el mulk es la superIicie de la esfera, su cáscara (como la del huevo), el malakût es la esfera entera, todo el huevo. Yo le pregunté entonces por el ÿabarût (lo que hemos dicho que es el universo exclusivo de Allâh), y me dijo: “El ÿabarût es la gallina”.
La respuesta es un vértigo en sí misma. La gallina es lo que da origen al huevo. Pero, ¡Ojo!: ¡También es en lo que puede convertirse el huevo! … ¡Esto sí que es un kôan!
Dejamos la visión del precipicio y volvemos a esa certeza que es la clave del desarrollo que hace la metaIísica islámica sobre esta cuestión: la relación entre el ser humano y el ángel. Básicamente hemos encontrado dos teorías que la desarrollan. La primera es la de los maestros de Conocimiento cuando están cuerdos, o cuando así nos parecen:
1a) El mulk es el universo del poder aparente del ser humano, el malakût es el universo del gobierno angélico; pero ambos universos pertenecen a la expansión natural del ser humano. El ser humano que se desenvuelve en elmulk, lo hace en el universo del poder aparente; pero el ser humano que trabaja desde el malakût deja que a través suyo se ejerza una voluntad auténtica de realización de las cosas que jamás relacionaríamos con lo que nosotros entendemos por “poder”. El místico participa de la cualidad de Allâh de «gobernar el mundo sin rozarlo». El conocimiento del malakût le brinda posibilidades de comprensión de las realidades aparentes así como del mundo de lo no-visto, con lo que su nivel de acción se incrementa. Hay quien piensa que el ascenso del místico es un ir desarraigándose de la naturaleza propia; como ya ha quedado expuesto anteriormente, es más bien al contrario: en el Islâm se considera que el místico es cada vez más humano a medida que va siendo cada vez mayor su nivel de acción. El nivel propio de la acción en el mulkes la acción individual, esto es, confrontante: “lo que me interesa es algo que a alguien perjudica”.
El nivel propio de la acción desde la óptica del malakût es integrador de los intereses de una pluralidad de seres, incluyendo al que ejecuta la acción. Ése es el nivel angélico de actuación sobre el mundo: proyectar situaciones más fructíferas para todos los seres que lo que supone la acción desde un nivel de proyección más limitada al individuo.
Pero los ángeles no son seres aparte de los ser humanos; son sus servidores: sus “potencialidades, talentos, disposiciones” (malakât). De todos aquellos que hayan llegado a un determinado nivel espiritual, a un grado de amplitud en el interés propuesto como objetivo de sus acciones, y por eso están a su servicio por la voluntad de Allâh los ángeles del nivel que les corresponda. Llamamos “ángel” a la posibilidad de ampliación de la realidad de tu “yo”. Vamos construyendo ángeles en nuestro crecimiento. Con cada nueva dimensión que logramos un malak (angel) se transforma en malaka (cualidad). Crecemos hacia los ángeles, abriéndonos espacio en su mundo y propiciando resonancias hacia lo inIinito.
2a) La segunda teoría es más extraña, más irreconocible desde la cordura. Es la de esos otros sabios han querido explicar el origen de los malâ’ika dentro de una óptica tal vez más unitaria (tal vez los mismos que los anteriores pero en estado de ebriedad espiritual).
Dicen que, después del suÿûd que los malâ’ika prestaron al ser humano, Allâh lo nombra su califa y se oculta; y, en gran medida, se oculta en el propio ser humano; y que los malâ’ika, desde entonces, surgen de nuestros actos cuando somos aquello a lo que nuestra naturaleza aspira. No son enviados de un Señor remoto y distinto; los fabricamos nosotros con nuestra inocencia (ijlâs), y, cuando están fuera, pasan a amamantarnos… En realidad, mulk y malakûtno son mundos sino grados de conciencia y, por eso mismo, grados de existencia.
Sea como sea, con la primera o la segunda explicación, creciendo hacia los ángeles o creando ángeles, lo que desde nuestro punto de vista está claro es que sin comprender a Âdam, el ser humano tal y como fue creado por Allâh, no podrá dársenos paladeo alguno de la realidad de los malâ’ika. Entender qué son nos exige sumergirnos en la naturaleza interior del ser humano. Resumiéndolo en una frase, el ser humano es ahí donde tiene lugar la existencia. El Âdam es el aspecto exterior de la Creación completa y total – dentro de él, lagos, ríos, montañas, animales, vegetales… –. Y los malâ’ika son su esqueleto de luz: el aspecto interior, no-maniIiesto de la Creación, del Âdam. Son la oportunidad que se ha dado a la parte sólida y espesa de la materia de interiorizarse hasta llegar a su naturaleza luminosa.
Si consideramos que el Âdam fue la culminación del universo antes de su “desobediencia” (más que la última criatura, la última fase de la Creación, el último círculo), nunca más consideraremos a los malâ’ika como ángeles externos a nosotros, sino como esa posibilidad que se nos da de ir haciéndonos con nuestra fuerza interior, que tiene su reIlejo en una mayor presencia nuestra en el universo que nos toca vivir. Integrar en nosotros un nuevo nivel de ángeles se paga al precio de ir dejando la dimensión de nafs (“yo”) que hasta ahora nos deIinía. Los intereses que hasta entonces ha tenido nuestra nafs, que ya los vivimos como pequeños, miserables, comparados con la anchura reciente de nuestro corazón, se nos hacen evidentes. Creces, entonces, con la fuerza del malakût (el mundo de los mala’ika), con tus nuevas potencialidades y coges tu nueva nafs, la que es pareja al tamaño de tu corazón. (¿Es esto a lo que Jesús se reIiería con “Niégate a ti mismo?”)
En deIinitiva, lo que llamamos “ángel” es la intuición de que el ser humano no puede encerrarse en los objetivos de la vida (voluntad de supervivencia, voluntad de poder), sino que tiene que abrirse a un objetivo inconcebible… ¿El amor? No sabemos qué es el amor. Cuando decimos que Dios es amor no estamos deIiniendo a Dios, sino diciendo que no tenemos ni una remota idea de lo que es el amor…
Descendemos y concretamos. Los malâ’ika no son “criaturas” –seres concretos–, ni son objetos de fe, más que para aquel ser humano que ignore los mecanismos de su propio crecimiento espiritual. Los malâ’ika son sólo “exteriores” al ser humano en la medida que no haya llegado hasta ellos, que no haya conseguido todavía “hacerlos suyos”. Aceptarlos no es para nosotros una cuestión de fe sino de experiencia pura y desnuda; cuestión de sensibilidad espiritual. Porque los malâ’ika no son personajes de mitología que el dogma nos obligue a aceptar sino que son la urdimbre del Ser Humano; o, lo que es lo mismo, los mecanismos de nuestra experiencia de ensanchamiento interior, el modo que tienen el hombre y la mujer (en su expansión hacia Allâh) de hacerse con los hilos de luz que mueven el Universo.
El proceso angélico no nos ha llevado a Dios sino a la conciencia. La conciencia es tan sólo la de Âdam, la Humanidad completa y total y dentro de él la existencia. Nuestra conciencia es una experiencia de la Unidad de Dios. Âdam sería el que ha logrado poner a su servicio absolutamente todos los ángeles de la existencia. Âdam sería el que ha sido convocado hacia la luz y se le da como instrumento de su quehacer la luz. (¿Cuál es su quehacer? ir tranformando la Realidad en Una). Su “yo”, ese “yo” que se extiende por el mundo de ángeles en el islam cada vez abarca más pero es menos.
La conciencia se abre paso contra la identidad. Y, al final, en la cima del monte, nada ni nadie.
Este texto fue pronunciado originalmente como conferencia en Barcelona en Septiembre de 2012 y fue publicado en la web: http://www.vicentehaya.com/
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