“Él me mintió…
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“Hemos aprendido sobre la honestidad e integridad –que la verdad importa– que no tomas atajos o juegas con tu propias reglas y que el éxito no cuenta a menos de que lo hayas obtenido honesta y limpiamente”. –Michelle Obama
La historia es testigo de enormes mentiras, que no se olvidan. Hace unos 20 siglos, los griegos mintieron al pretender una ofrenda de paz a sus enemigos. El caballo colocado a las afueras de Troya era, en realidad, un arma de guerra. Lo que siguió después es conocido por todos. Al presiente Richard Nixon sus mentiras le costaron la presidencia y será recordado por ello. Bill Clinton, no sólo mintió sobre su affaire con Mónica Lewinsky, sino que cometió perjurio o falso testimonio.
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Indiscutiblemente hay muchas cosas en las que tenemos derecho a conocer la verdad. Un médico no puede mentirle a su paciente acerca de su estado de salud, por triste que sea el diagnóstico. Tiene la obligación (legal) de informarle toda la verdad. El paciente, a su vez, tiene el derecho de decidir con quién comparte el diagnóstico. Aquí es cuando el asunto de decir la verdad o mentir no es tan sencillo. Por ejemplo ¿Tenemos el derecho mentir a nuestros seres queridos acerca de una enfermedad terminal? ¿Debemos de contestar con la verdad a ciertas preguntas?
Sabemos que lo ideal es no mentir. La verdad tarde o temprano sale a la luz; y por dolorosa que nos parezca en su momento, a la larga, decir la verdad trae menos complicaciones. Esto no quiere decir que estemos obligados a decir siempre la verdad, ni a todos y mucho menos en cualquier situación. Existen lo que llamamos mentiras “blancas”, que no pretender ofender, son inofensivas y evitan meternos en problemas.
Hay otras mentiras que no tienen razón de ser, aunque sean frecuentes, como es el caso de los políticos en campaña o los vendedores sin escrúpulos. Sabemos que nos mienten y no nos enfadamos por ello, cuando deberíamos hacerlo. ¿De cuándo acá dejamos de darle valor a la verdad? ¿Por qué no la exigimos?
Hay quienes rara vez dicen una mentira y hay quienes mienten con frecuencia. Generalmente mentimos por miedo o por evitar meternos en problemas. En cambio, los mentirosos compulsivos o patológicos, mienten sin motivo. La mentira patológica, también conocida como mitomanía es el comportamiento crónico de la mentira compulsiva o habitual.
Si bien es cierto que algunos casos de mentirosos patológicos tienen algún tipo de padecimiento mental, en muchos casos no hay razón medica alguna para esa conducta.
Estudios establecen que una persona promedio miente 1.65 veces al día, generalmente son mentiras blancas. Un mentiroso compulsivo excede por mucho ese número y sus mentiras generalmente lo convierten en el héroe o víctima de la historia, o hablan de logros inexistentes. Son tan buenos mentirosos que no solo engañan a quienes están a su alrededor sino que terminan creyendo sus propias mentiras. El presidente Trump es un ejemplo de un mentiroso compulsivo. De acuerdo don el Fact Checker Database, a enero de 2019 Trump ha realizado 7,645 afirmaciones falsas o engañosas.
Todos tenemos derecho tener una vida privada pero cuando se trata de funcionarios públicos, la regla cambia. Ellos sí están sujetos al escrutinio público. Por comprometedoras y molestas que sean las preguntas acerca de la procedencia de sus bienes ellos tienen que responder, su obligación es rendir cuentas y nuestro derecho el cuestionarlos.
La verdad importa. No podemos permitir que funcionarios públicos nos mientan o nos digan medias verdades. Tenemos que hacerlos responsables de sus mentiras. Es responsabilidad de cada uno. ¿Si no eres tú, quién? ¿Si no es ahora, cuándo? El callar nos hace cómplices de los abusos. Cierto, el cuestionar a un gobernante y buscar la verdad puede traer problemasLa historia es testigo de enormes mentiras, que no se olvidan. Hace unos 20 siglos, los griegos mintieron al pretender una ofrenda de paz a sus enemigos. El caballo colocado a las afueras de Troya era, en realidad, un arma de guerra. Lo que siguió después es conocido por todos. Al presiente Richard Nixon sus mentiras le costaron la presidencia y será recordado por ello. Bill Clinton, no sólo mintió sobre su affaire con Mónica Lewinsky, sino que cometió perjurio o falso testimonio.
Pero nunca tan grandes como los que acarrea permitir que un líder mienta.
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