Sufismo: Razón y Caos (2). El Profeta, la wilaya, la báraka
Extracto y adaptación de la charla pronunciada por Abderrahman Muhammad Maanan, uno de los autores más importantes del islam en español contemporáneo, sobre Sufismo: razón y caos. Este artículo fue publicado en Webislam.
Muhámmad (s.a.s.), el Profeta del Islam, es la fuente y el centro de la Wilaya (unión íntima con Allah) -entendida ésta como esencia del ser humano-, y esta idea caló entre los beréberes antes que ninguna otra. La adhesión al Islam significó y significa, principalmente, la adhesión a Muhámmad (s.a.s.), en quien se reconoce al arquetipo sobre el que está moldeado el ser humano; es el Hombre Pleno, el polo en torno al que gira la humanidad y en quien ésta se reúne para encontrarse con Allah.
Es muy difícil reconstruir el ambiente espiritual preexistente a la llegada del Islam al Norte de África, pero de alguna forma tuvo que haber algún tipo de predisposición para recibir ese mensaje. Así pues, en cierta manera, el Profeta fue concebido, desde el principio, ocupando el centro místico de la existencia, como el prototipo del hombre perfecto tal como era representado en la imaginería beréber previa, al ser él el resumen de los profetas que le precedieron y foco que irradia sobre sus seguidores la bendición de su poderosa energía espiritual. Encontramos la formulación de estos pensamientos en textos musulmanes muy tempranos. Los protagonistas de los relatos que estamos intentando descifrar son los herederos de esa dimensión trascendente del fundador del Islam, de la vertiente cósmica de su personalidad. De su biografía, el pueblo llano retiene sobre todo los aspectos numinosos, adornados con exageraciones que crispan a los ulemas, celosos guardianes de las tradiciones auténticas.
El Corán enseña que el Profeta (s.a.s.) es misericordia para el mundo y que es una antorcha luminosa. Estas dos referencias han servido de base para toda una mística sobre la función cósmica de Muhámmad (s.a.s.). Entramos así en el espacio de la llamada Luz de Muhámmad, primera cosa creada y materia prima del universo. Si bien la meta del sufi es Allah, para conquistarlo debe identificarse antes con Muhámmad (s.a.s.) hasta heredar su secreto, que es el lugar de encuentro entre Allah y el hombre.
Los descendientes del Profeta (s.a.s.) cuentan, por el mero hecho de serlo, con una participación en ese secreto para el que no hay palabras y que los dota de una sensibilidad espiritual extraordinaria y de una vinculación a la esencia de las cosas que les permite obrar prodigios que están fuera del alcance del resto de los mortales.
Los demás sufies alcanzan ese rango bien por ser objeto de una gracia especial o como resultado del sometimiento a una disciplina espiritual, normalmente a manos de un maestro ya iluminado (shayj) que los educa en el ascetismo. En cualquier caso, se trata de alcanzar un grado de sensibilidad espiritual basado en la esponjosidad del corazón, capaz, si es purificado, de sintonizar con la verdad de las cosas, más allá de las leyes que aparentemente rigen el mundo. Ello se logra destruyendo las barreras del ego que aísla al ser humano, y sumergiéndolo en el caos de la divinidad.
En líneas generales, encontramos los mismos elementos presentes en otras muchas tradiciones espirituales, pero en el Islam pasan a ocupar un lugar central designado por el nombre mismo del nuevo sistema espiritual: Islam, claudicación del ego ante Allah.
Además, de tal actitud resulta el verdadero objetivo al que se aspira, incluido también en la raíz de la palabra, el salam, la paz que consiste en la superación de los conflictos del hombre común y, por tanto, serenidad de espíritu. Cuando ello sucede, se ha alcanzado la iluminación, la victoria, se ha hecho la conquista (fath), quedando abierto el Paraíso ante el hombre.
La wilâya (intimidad con Allah)
La wilaya a la que nos estamos refiriendo recibe en árabe el nombre de salâh o wilâya, de donde derivan los adjetivos de salih (salihin, en plural) o wali (awliya, en plural) para la persona que alcanza ese estado. Si bien a un nivel técnico hay algunas diferencias en la significación de ambos términos, en el uso popular se confunden. Los salihin o awliya (imrabden, en beréber) son, pues, aquellos que, por una gracia especial o tras una prolongada ascesis, han roto con el mundo del común de los hombres y se han sumergido en la verdad del mundo, habiéndose puesto en manos de Allah, lo que implica la abolición de los convencionalismos.
La figura del Profeta (s.a.s.) ejemplifica el proceso: se apartó de sus conciudadanos y buscó refugio en una caverna en la que se consagró a Allah, y fue iluminado por la revelación. Este sencillo esquema está en la base de una espiritualidad radical que genera personajes extraordinariamente singulares. El desapego de estos santos es absoluto, y aunque se mezclan con sus contemporáneos en realidad viven en otro mundo, mostrándose muchas veces como personas excéntricas dotadas de una sabiduría extraña, a veces absurda, y de unos poderes que utilizan con frecuencia de modo harto arbitrario para el juicio de sus semejantes.
A su alrededor suele reunirse el pueblo. Algunos buscan aprovechar la bendición que de ellos emana, otros quieren sus enseñanzas y que los guíen hasta Allah. A semejanza también del Profeta (s.a.s.), se convierten en el centro de una comunidad.
Un punto importante que no conviene olvidar es que los awliya son reconocidos por el pueblo, no existiendo en el Islam ningún tipo de canonización. No existe ninguna sanción oficial. La wilâya escapa a todo control, y es exclusivamente la eficacia del wali la que dará perennidad a su nombre.
La báraka
Uno de los temas recurrentes en los relatos populares en torno a estos awliya es el de la báraka, termino de significación huidiza pero imprescindible para comprender aspectos esenciales en el universo de la espiritualidad norteafricana e islámica en general. La báraka es la bendición que exhalan los awliya, una especie de efluvio invisible que fecunda el mundo. Efectivamente, los diccionarios árabes le dan como sinónimos los términos de fecundidad, prosperidad, aumento. Es un plus de existencia, un desbordamiento de intensidad o energía vital.
No sólo la poseen los awliya, sino que emana de determinados lugares, está en el agua, es abundante en determinados momentos y fechas, se destila de ciertos árboles, se conjura con ciertas palabras, etc. Hay todo un saber popular sobre la báraka, legitimado por la referencia a ella en el Corán. Pero, sin duda, los santos son los máximos administradores de esa energía capaz de sanar, proporcionar fecundidad a las mujeres estériles, precipitar la lluvia en medio de la sequía, exorcizar demonios, atraer la fortuna, y un sin fin de bondades que el pueblo llano busca junto a los awliya, tanto vivos como muertos.
Al lado de sus beneficios materiales, la báraka tiene repercusiones espirituales, y el contacto con un wali puede desencadenar la iluminación que buscan los aspirantes. De ahí que en torno a ellos se reúnan discípulos que esperan recibir de él algo más que una instrucción formal, ambicionando en el fondo conquistar su secreto. Aquí está el origen de las fraternidades sufíes, los túruq, abundantes en todo el Islam.
Las fiestas populares estacionales que se realizan en torno a los mausoleos de los awliya(los mawsim) tienen un importante alcance social, pero la gente acude a esos lugares para recoger báraka. Se llama tabarruk al acto de la recepción de la báraka, y ésta se obtiene besando la tumba del wali, circulando a su alrededor, invocándola junto a su tumba, sacrificando algún animal, participando en las danzas, etc. Algunos autores musulmanes han visto en ello una especie de culto al wali rechazable desde un punto de vista estrictamente islámico, pero sus defensores les recuerdan que en ello no hay ningún acto de idolatría, sino el aprovechamiento de una “energía” cuya existencia está avalada por el Corán. No obstante, sobre todo en la actualidad, las acusaciones suelen prevalecer, y los más suspicaces se apartan de tales prácticas considerándolas, en el mejor de los casos, como simples supersticiones.
1 Al-‘Alawi, Dîwân, al-Matba‘a al-‘Alawiyya, Mostaganem, 1978, p. 44.
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