Libia, un ajedrez geopolítico
Por: Alfonso Bermejo Villa
Para entender el conflicto en Libia, es importante tener presente dos aspectos; por un lado, que el país está dividido en tres grandes provincias: Tripolitania, al noroeste, donde se encuentra la capital del país, Trípoli; Fezán, al suroeste; y, Cirenaica, al este. Por otro lado, la composición étnica del país es diversa, se estima que existen —aproximadamente— 140 tribus o clanes, aunque cerca de 30 serían los que tienen alguna influencia en el país. Estas características son importantes para poder entender el difícil escenario en el conflicto libio, por cuanto la adherencia de estos clanes, no siempre estáticos, puede repercutir en el mismo.
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Muamar Gaddafi, de la tribu Qadhadhfa, fue derrocado en 2011, luego de permanecer en el poder 42 años, iniciando una reconfiguración de alianzas que buscan el poder y el control de los recursos. Recordemos que Libia tiene la mayor cantidad de reservas de petróleo de África, cuyos campos se encuentran ubicados —básicamente— entre Sirte y Benghazi.
Tras la caída y muerte de Gaddafi, el Consejo Nacional de Transición, conformado en 2011, convocó a elecciones y en julio del año siguiente es elegido el Congreso General de la Nación (CGN), que, aunque tuvo una minoría islamista, fueron, a través de alianzas, quienes finalmente tuvieron el control de este. Su función era preparar el camino para elegir una comisión que redactase una nueva constitución. Luego que el CGN prolongara su mandato, la presión internacional, y el avance del Mariscal Haftar, los obligó a convocar a elecciones, en 2014, para elegir a la Cámara de Representantes (CR). En estas últimas elecciones sólo participó el 18% de la población, lo que originó una ola de protestas que llevarían a la Cámara a trasladarse a Tobruk, provincia de Cirenaica. Los islamistas, ante la pérdida del control político, deciden no reconocer al nuevo órgano legislativo; y, desde ese momento, el país pasa a tener dos gobiernos; cada uno respaldado por alianzas militares: “Amanecer Libio”, liderada por las brigadas de Misrata, al lado del gobierno del CGN en Trípoli (Tripolitania); y, el Ejército Nacional Libio (ENL), al mando del Mariscal Haftar, defendiendo a la CR en Tobruk (Cirenaica).
Ante esta situación, las Naciones Unidas deciden impulsar un gobierno de unidad. En este sentido, se suscribe, en 2015, en Sjirat (Marruecos), un compromiso para el establecimiento de un Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN). Por algunas discrepancias con el CGN, durante tres meses, hasta marzo de 2016, el GAN no pudo establecerse y Libia llegó a tener 3 gobiernos, dado que tampoco era reconocido por Haftar y la Cámara de Representantes. Finalmente, debido al apoyo que fue ganando el GAN entre la población, los grupos de poder económico, las milicias en Tripolitania y el reconocimiento de Naciones Unidas, el CGN decide disolverse, aunque posteriormente intenta algunas acciones para derrocar al GAN. Sin embargo, su influencia en la región ha disminuido considerablemente.
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En el campo militar, el Gobierno de Acuerdo Nacional está siendo apoyado, principalmente, por la Fuerza de Protección de Trípoli (un acuerdo de cuatro milicias: la Brigada de Revolucionarios de Trípoli, el Batallón Nauasi, la Brigada Bab Tajura y la Fuerza de Disuasión e Intervención Conjunta Abú Salim) y la mayoría de las milicias de Misrata. Por su parte, Haftar cuenta con el apoyo de algunas milicias y tribus del este, antiguos miembros del ejército de Gaddafi, las milicias Janjaweed de Sudán[1], los rebeldes de Chad[2].
Se puede observar entonces la complejidad del conflicto, no sólo por la participación de múltiples milicias y tribus, muchas veces enfrentadas entre sí, aunque ahora pertenezcan a un mismo bando, sino también por la participación de milicias extranjeras. Se encuentra también documentada la participación de mercenarios rusos apoyando al ENL de Haftar (Grupo Wagner) en resguardar los campos petrolíferos. Asimismo, dado que los apoyos de las milicias/clanes están condicionados por su participación en los gobiernos, los mismos pueden cambiar. En este sentido, por ejemplo, las milicias salafistas madkhalis, que combatieron contra el Estado Islámico junto a las brigadas de Misrata, anunciaron, durante los combates en Sirte, su apoyo a Haftar. Este hecho es importante por tres motivos; en primer lugar, demuestra que los intereses de las milicias pueden sufrir modificaciones; por otro lado, porque podrían influir en otras milicias salafistas de Misrata; y, finalmente, porque supone la influencia directa de Arabia Saudí en el conflicto, donde reside el líder del clan Rabi al-Madkhali.
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En cuanto a los movimientos territoriales, desde el acuerdo firmado entre el GNA y Turquía, que incluía apoyo armamentístico, asistencia militar y mercenarios sirios contratados, las fuerzas del GNA lanzaron la denominada Operación Volcán de Furia y han comenzado a ganar posiciones. En mayo pasado recuperaron la base aérea de al-Watiya; y, a principios de junio, el antiguo aeropuerto internacional de Trípoli. Alentados por las victorias, el GNA se lanzó a desplazar de la Gran Trípoli a las fuerzas de Haftar, dando por finalizados los 14 meses de asedio desde que fuera lanzada la Operación “Inundación de Dignidad” en abril de 2019. También fueron recuperadas Tarhuona y Bani Walid. Posteriormente, a través de la Operación “Camino de Victoria”, el GNA avanza hacia el este con el objetivo de recuperar Sirte, Jufra y las ciudades de Wadi Wishka, Buerat, Jarif y Qasr Abu Haid.
En abril, el Mariscal Haftar propone un alto al fuego, argumentando el inicio del Ramadán; propuesta que fue rechaza por el ejecutivo del GNA. Sin embargo, en mayo, las partes acordaron reiniciar las conversaciones; y, la Misión de Apoyo de Naciones Unidas en Libia (UNSMIL) informó, el 10 de junio pasado, que se inició la tercera ronda de conversaciones de la Comisión Militar Conjunta, en formato 5+5, según los acuerdos de la Conferencia de Berlín, con el fin de llegar a un alto al fuego. Rusia ha señalado recientemente que Haftar “está listo para firmar un documento que recoja el cese de las hostilidades”, acusando al GNA de rechazarlo. En respuesta, el primer ministro del GNA, Fayez Sarraj recuerda a Lavrov —el canciller ruso— que es Haftar quien ha abandonado la mesa de negociación cada vez que se negociaba un alto al fuego. La disposición para la firma, por ambas partes, parece depender de su posición militar.
El ENL se ha replegado para proteger los campos petrolíferos. Con el apoyo turco, la moral de los combatientes el GNA está en lo más alto; sin embargo, será dura la batalla suponiendo que las potencias implicadas podrían brindar mayores apoyos. En ese sentido, EEUU ha acusado a Rusia de enviar aviones caza, de cuarta generación, para apoyar a Haftar. La implicación de Egipto podría estar condicionada al avance hacia sus fronteras. En consecuencia, el presidente Al Sisi ha señalado que Sirte y Al-Jufra (aproximadamente a 1.500 km. de la frontera) son sus líneas rojas, y que el derecho internacional avala su intromisión directa en el conflicto.
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El conflicto se volvió regional, como en Siria. Los motivos son varios; por un lado, religioso: Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita apoyan al Mariscal Haftar en la medida que los Hermanos Musulmanes, que son parte del GNA, son considerados un grupo terrorista por los tres gobiernos (en El Cairo desde diciembre de 2013, en Abu Dabi en noviembre de 2014, y en Riad en marzo del mismo año)[3]. En este punto, recordemos lo señalado al mencionar la traición de los salafistas madkhalis a las milicias de Misrata. Por su parte, Turquía ve necesario su apoyo al “islam político” representado por los Hermanos Musulmanes.
Por otro lado, encontramos variables de influencia regional. Por ejemplo, Qatar, también suní, intenta salir de la sombra de Arabia Saudita apoyando al GNA. Tengamos presente que, en 2017, Riad acusó a Doha de financiar el terrorismo y fundamentalismo islámico, por sus apoyos a los Hermanos Musulmanes, milicias chiítas (respaldadas por Irán) y Hamas, considerado grupo terrorista por EEUU, aplicando un bloqueo que sigue vigente.
Finalmente, dentro de los motivos económicos encontramos dos instancias: el control de los campos petrolíferos, y el acuerdo firmado por Turquía y el GNA sobre la demarcación de las fronteras marítimas de sus zonas económicas exclusivas (ZEE) en el Mediterráneo oriental, lo que permitiría a Ankara iniciar la exploración de hidrocarburos. Los países vecinos, Egipto, Grecia, Chipre y Líbano, han protestado el acuerdo declarándolo ilegal. Esta situación se complica aún más por el hecho que Turquía no es signataria de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR).
Entre los europeos, Ankara ha acusado a Francia de apoyar a Haftar para mantener cierta influencia sobre los recursos naturales. Sin embargo, el gobierno de Macron ha negado estas acusaciones manifestando que apoya al gobierno reconocido por Naciones Unidas y busca una salida negociada al conflicto. Las acusaciones por ambas partes han escalado, y el próximo 15 de julio, a pedido de Francia, se tendrá una reunión de ministros de relaciones exteriores europeos para evaluar la actuación de Turquía en el conflicto. Italia —por su parte— se vincula al GNA, con quien ha llegado a acuerdos para limitar la migración hacia sus costas.
En este momento, en el que potencias extranjeras mueven sus fichas en el tablero libio, recordemos las palabras del expresidente Barack Obama: “[Mi peor error fue] probablemente no planificar el día después de la intervención en Libia, cosa que creo que había que hacer”.
Notas:
[1] A principios de mes, su líder, Ali Kushayb, se entregó – voluntariamente – a las fuerzas de Naciones Unidas en la República Centroafricana. Era requerido por la Corte Penal Internacional (CPI), desde 2007, acusado de crímenes de lesa humanidad en el conflicto de Darfour.
[2] Grupo de milicias que combatieron, apoyadas por Sudán, contra el gobierno de Idriss Déby en la guerra civil chadiana de 2005-2010. El conflicto llegó a su fin tras los acuerdos de alto al fuego suscritos en Qatar.
[3] Después que Gamal Abdel Nasser persiguiera a los Hermanos Musulmanes, estos se refugiaron en Arabia Saudí siendo aliados en el impulso del “panislamismo” como contrapeso al “panarabismo”. El deterioro se dio a partir de la creciente influencia de EEUU en la monarquía saudí, llegando los Hermanos Musulmanes a acusar a Riad de ser “títeres de occidente”. Asimismo, el hecho que los Hermanos Musulmanes hayan aceptado la realidad de participar en la vida política en el mundo musulmán, bajo las reglas “democráticas”, es visto por la monarquía saudí como un peligro a su sistema político. Algunos analistas señalan – sin embargo – que la etiqueta de demócratas del salafismo es sólo una máscara, pues la implementación de la sharia como fuente del derecho va contra las libertades ciudadanas, tal como fue demostrado durante el período de gobierno del Congreso General de la Nación (CGN).
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