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viernes, 1 de enero de 2021

La noche triste

 La noche triste

Una noche de neblina, de oscuridad y lluvia fue aquella del 30 de junio, que en el recuerdo de los españoles quedó imborrablemente como la Noche Triste —que la llamara Gómara-o la Noche Tenebrosa que dijeron los documentos inmediatos al desastre. Al punto de la medianoche Cortés dio la señal de partida y la consigna de silencio. Nadie hablaba, nadie osaba dirigir la palabra, arrastraban silenciosa y penosamente sus pies en el fango, marchaban vigilando el relinchar de las bestias.
El peso del metal y de la piedra preciosa, el jade, habría de dificultar a los soldados españoles su huida en aquella noche lluviosa, y la ambición de riqueza habría de cavarles su propia tumba; pero a los que pudieron salvar algo de oro se los habría de arrebatar Cortés a la llegada a Tlaxcala.
Así pasaron tres tajos, pero al llegar al cuarto -en lo que hoy es la avenida Hidalgo , al canal llamado Tolteca Acaloco, una anciana mexica que tomaba a esa hora agua con un cántaro sintió la huida de los extranjeros y gritó a los suyos:
- Mexicas, venir aprisa, correr que ya se salen nuestros enemigos! Ahora, ahora que es de noche se van fugitivos !
En ese momento se oyó otro grito, el de un sacerdote del templo de Huitzilopochtli, y su grito fue acompañado del lúgubre tañido de los teponaxtles y huehuetis: "¡Oh guerreros, oh mexica , nuestros enemigos salen, acudir sobre los enemigos de guerra y a los caminos!"
En pocos minutos hirvió de lanchas de guerra la laguna mientras las azoteas se erizaban de guerreros armados de espadas, arcos y lanzas; los caminos fueron cortados por una multitud cuyos gritos de combate llenaban de angustia a la columna fugitiva. Las macanas de puntas de obsidiana, las navajas de sílex, las hondas y sus arcos empezaron la macabra tarea.
El pontón de madera había quedado inutilizado y hubo que atravesar el canal de los Tolteca utilizando una viga milagrosamente olvidada por los indígenas, pero los caballos se resbalaron y la confusión pronto se apoderó de la columna, La derrota y la confusión se hicieron más angustiosas: los españoles se precipitaron a las aguas, pero sólo algunos alcanzaron la otra orilla; los más encontraron su muerte en las aguas o arrastrados por los mexicanos que los arrebataban de los suyos para el sacrificio de guerra. Finalmente, el canal fue cubierto de seres humanos muertos y de caballos, hasta que "los últimos atravesaron a la otra orilla encima de los hombres y encima de los cuerpos", dice dramáticamente Sahagún (Libro XII).
Y en medio de la oscuridad -sólo interrumpida por los relámpagos de la lluvia- únicamente los gritos de guerreros victoriosos de México, el llanto de los fugitivos, los alaridos de triunfo de los tlamacazque aztecas y las mal decisiones de los españoles que invocaban a Dios y a Santa María. El tesoro conducido por Morla se perdió y el propio jinete encontró la muerte.
Más de cuatrocientos españoles y la casi totalidad de los indígenas tlaxcaltecas desaparecieron. Se perdieron la artillería y la pólvora, salvándose una escasa veintena de caballos. Cuando los extranjeros llegaron a Tlacopan (Tacuba), ya en tierra firme, y en los patios circundantes de la pirámide del lugar, Cortés recapituló sobre el desastre; quiere la historia que llorara amargamente. Y "¿quién no llorara - dice Gómara viendo la muerte y estragos?" El conquistador perdía, añade nuestro cronista, amigos, tesoro y poder, y con la imperial ciudad el reino entero ; lloraba Cortés, además, la incertidumbre de la lealtad de sus aliados de Tlaxcala. Si era recibido en son de guerra en aquella provincia, el corto número de supervivientes encontraría su tumba en aquellas extrañas y fascinantes tierras.
Al mirar Cortés el templo de Huitzilopochtli "suspiró... con una muy gran tristeza", mientras sus soldados dijeron un cantar o romance:
En Tacuba está Cortés con su escuadrón esforzado, triste estaba y muy penoso, triste y con gran cuidado, una mano en la mejilla y la otra en el costado...
Libro Cuahutemoc
Salvador Toscano

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