POESÍA (en la civilización del Islam)
En esplendor el Oriente cruzó el Mar Mediterráneo. Si conoces las rimas de Calderón, tu debes conocer y amar a Hafiz. (Goethe)
25/11/2012 - Autor: Ricardo H. S. Elía - Fuente: islamoriente.com
La poesía fue el primer desarrollo de la literatura árabe y la casida (qasida) su mejor forma de expresión de la era anterior al surgimiento del Islam, conocida como Yahiliyyah o “edad de la ignorancia”, el período de la antigua Arabia pagana que concluyó con la revelación del Profeta Muhammad. Casida significa “dirigirse a alguien” y en segunda acepción “atacar a alguien”, poéticamente se entiende. Consta de 30 a 120 versos de idéntico metro, acabados todos con la misma rima.
Esta época estuvo dominada por el tribalismo anárquico de los beduinos de la Arabia septentrional y central, cuyos valores basados en la virilidad, la generosidad y la hospitalidad fueron cantados en una poesía oral y después en célebres poemas escritos de los «Días de los árabes» (Ayyam al ‘Arab). Tal vez inspirada por los poemas y la vida del guerrero Antara Ibn Shaddad al-’Absí (siglo VI d. C.), la novela de caballería titulada la «Vida de Antar» (Sirat Antar) constituye antes que nada un canto a las virtudes caballerescas y viriles de las tribus beduinas preislámicas. Sus diez mil versos, escritos en prosa rimada, fueron redactados probablemente en el Irak abbasí del siglo XII, ya que se extiende a lo largo de 500 años, desde la edad de la ignorancia hasta la época de las cruzadas. La obra se basa en las incontables proezas de Antara o Antar, un mestizo de árabe y de africana (cfr. Gustave Rouger: El romance de Antar, Lautaro, Buenos Aires, 1943).
La casida
Nacida en Arabia y llevada a su apogeo por los poetas preislámicos, fue cultivada en la corte abbasí, aunque también las cortes provinciales, en Irán, donde influyó a la lengua persa en plena renovación, y en la España musulmana. Desde allí irradió hasta la Provenza y el Languedoc para inspirar la poesía de los trovadores. A partir de unos temas estrictamente definidos por la tradición, numerosos manuales de prosodia enseñaban como «cincelar» la casida (en árabe qasidah), que consta de de 30 a 120 versos de idéntico metro, acabados todos con la misma rima.
La poesía clásica árabe
La poesía tuvo un gran auge durante la dinastía abbasí. Hasan Ibn Hani al-Hakamí (762-810), se ganó el apodo de Abu Nuwás (“Padre del bucle”) por sus abundantes rizos. Nacido en Ahwaz (Irán), de padre árabe y madre persa, fue uno de los poetas más célebres de Bagdad. En el fin de sus días, se convirtió en un asceta y adhirió al shiísmo. Abu al-Farayal Isfahaní (897-967), oriundo de Isfahán que vivió la mayor parte de su vida en Bagdad, recopiló la poesía de la época en su Kitab al-Aganí (“Libro de canciones”), compuesto de veinte tomos. Véase Régis Blachère: Histoire de littérature arabe, des origines jusqu’a la fin du XVe siècle, 3 vols., Maisonneuve et Larose, París, 1966.
Al-Mutanabbí
Abu at-Tayyib Ahmad Ibn Husain al-Mutanabbí nació en Kufa (Irak), en 915. Ambicioso, sin escrúpulos, en su juventud, intentó, haciéndose pasar entre los beduinos de Siria por profeta (de aquí el apodo de “al-Mutanabbí” con el que se le conoce y que significa “el que se las da de profeta”), tallarse a punta de espada un feudo. El resultado de sus esfuerzos no pudo ser más deprimente y pasó un par de años encerrado en una mazmorra de la que saldría curado de toda ambición política. En 948 entró al servicio del gobernador de Siria Abu al-Hasan Ibn Hamdán (916-967), llamado Saif ud-Daula, poeta él mismo, mecenas de artistas y sabios como al-Farabí, y un guerrero que luchó constantemente contra los bizantinos. En Alepo, ciudad que constituía entonces uno de los mayores centros de atracción intelectual de la época, al-Mutanabbí compuso sus poemas más renombrados. Luego se embarcó en una serie de correrías y aventuras por Egipto, Irak e Irán. A su regreso a Bagdad fue atacado por una partida de salteadores. El poeta, en un primer momento y ante el número de atacantes, deseaba huir, pero su escudero le recordó inoportunamente estos versos heroicos compuestos en su juventud:
«¡Oh, cómo me conocen
la noche y el Desierto y mi corcel,
y la lanza y la batalla,
y la pluma y el papel!»
Al-Mutanabbí decidió portarse de acuerdo con ellos, combatió y murió de sus heridas en 965. Al lado de al-Mutanabbí encontramos la figura del príncipe-poeta Abu Firas al-Hamdaní (932-968), —no confundirlo con el geógrafo, poeta y erudito Abu Muhammad al-Hamdaní (893-945), llamado la «lengua del Arabia del sur»—, cuya vida transcurrió en continuas intrigas políticas y en la guerra contra los bizantinos (cfr. O. Petit y W. Voisin: Abu Firas, chevalier poète, Publisud, París, 1990). Al lado de estos grandes neoclásicos que ilustran la corte de Seif ud-Daula, encontramos a un modernista de valía, al-Sanaubarí (m. 945), creador de hecho de la poesía floral (nawriyyat, rawdiyyât), en la que describe batallas de flores en las cuales «la rosa, el lirio “de sonrisa vanidosa”, la violeta “en traje de luto” y el clavel que convoca al ejército, avanzan en flotantes corazas, bajo un velo de revuelto polvo, contra el narciso, “con párpados de alcanfor y ojos ribeteados de azafrán”».
Al-Ma’arrí
Abu ‘Ala Ahmad Ibn Abdallah al-Ma’arrí (979-1058), nació en Ma’arrat an-Numán, a mitad de camino entre Alepo y Hama. La viruela lo dejó ciego a los cuatro años; sin embargo, emprendió la carrera de estudiante, se aprendió de memoria, en las bibliotecas, los manuscritos que le gustaban, hizo largos viajes para oír a famosos maestros y regresó a su aldea. En 1008 visitó Bagdad, fue honrado por poetas y eruditos y quizás adquirió entre los librepensadores de la capital algo del escepticismo que sazona sus versos. En 1010 regresó a Ma’arrat, se hizo rico con sus poesías, pero vivió hasta el fin con la simplicidad del sabio.
Era vegetariano acérrimo y muy ascético. Murió a los ochenta y cuatro años; y un piadoso discípulo relata que 180 poetas lo siguieron en su entierro y 84 sabios recitaron elogios ante su tumba.
Lo conocemos ahora principalmente por sus 1592 poemas breves llamados Luzumiyyat (“Imperativos”), Saqt az-Zand (“La chispa del pedernal”), Du as-saqt (“Comentarios al precedente”, al-Fusul al-gaiat (“Partes y fines”), y también por su Risalat al-gufrán (“Epístola del perdón”), traducida por Vincent Monteil (L’Epître du pardon, Gallimard, París, 1984). En 1944 se celebró su milenario lunar y se renovó su tumba. He aquí una de sus composiciones:
«Temed a Dios, únicamente y por él
soporta las penas y haz el bien,
pues la abstinencia y la pureza de corazón
son los únicos medios para salvarse».
Uno de sus aforismos expresa su pesimismo sobre la condición humana: «La humanidad se divide en dos grupos de gentes: los que tienen cerebro y ninguna religión, y los que tienen religión y no tienen cerebro».
Cuarenta años después, el 11 de diciembre de 1097, un contingente de cruzados francos liderados por Raimundo de Saint-Gilles (1042-1105), conde de Tolosa, luego de quince días de sitio, penetró en Maarrat an-Numán pasando a cuchillo a todos sus habitantes, saqueando e incendiando todo a su paso. Y lo más revelador: los francos demostraron ser expertos caníbales, ya que la antropofagia era una práctica común en la Europa cristiana del siglo XI, asolada por el hambre y la falta de alimentos, como lo certifica el cronista borgonón Radulfus Glaber «El Calvo» (985-1050) en su Historiarum Sui Temporis (escrita en 1030-1035). Veamos los siguientes testimonios del historiador Radulfus de Caen (1080-1120): «Durante tres días pasaron a la gente a cuchillo, matando a más de diez mil personas y tomando muchos prisioneros» (Ibn al-Atir: Al-Kamil fil Tarij). «En Maarrat, los nuestros cocían a paganos adultos en las cazuelas, ensartaban a los niños en espetones y se los comían asados» (Radulfus de Caen: Gesta Tancredi Siciliae Regis in Expeditione Hierosolymitana). Véase Amín Maalouf: Las cruzadas vistas por los árabes, Alianza, Madrid, 1996, Cap.III: Los caníbales de Maarrat, pp. 57-60); Mijail Zaborov: Las cruzadas, Akal, Madrid, 1988, págs 15-16.
Al-Maarrí señala el cenit de la poesía islámica en árabe y el comienzo del liderazgo poético persa que se extenderá hasta mediados del siglo XIX, a través de la India musulmana.
El zéjel y la moaxaja
La poesía andalusí se plasmó mediante el zéjel y la moaxaja, relacionados con la música. La prosodia no clásica del zéjel (en árabe zayal “melodía”), que quebró la rígida estructura de la casida, constituye una contribución mayor de al-Andalus a la poesía islámica árabe. Su esquema más común se basa en un estribillo o jarcha (“salida”) asonantado, sin número de fijo de versos, y una mudanza de cuatro versos, el último de los cuales rima con el estribillo.
El más importante de los poetas hispanomusulmanes que cultivaron el zéjel fue Ibn Quzmán (m. 1159), que introdujo el árabe vulgar y dialectal en lo que hasta entonces era un bastión del árabe literario. El zéjel estuvo vinculado al canto y la música y fue utilizado en numerosas cantigas galaico-portuguesas. También en la poesía provenzal se han encontrado estrofas con el mismo esquema métrico, todo lo cual hace pensar en que muy probablemente el zéjel estimuló la aparición de una lírica escrita ya en las distintas lenguas románicas.
La moaxaja (en árabe muwashshahat) es un poema de cinco o más estrofas que comprende un estribillo inicial o refrán, al que siguen tres versos con su propia rima y dos más que reproducen las rimas del estribillo inicial.
Los maestros más grandes de la moaxaja fueron el cordobés Ibn Zaidún (1003-1070) y los granadinos Ibn al-Jatib (1333-1375) e Ibn Zamrak (1333-1392), este último llamado «el poeta de la Alhambra» (Véase Emilio García Gómez: Cinco poetas musulmanes. Biografías y Estudios, Espasa-Calpe, Madrid, 1959 y del mismo autor: Ibn Zamrak, el poeta de la Alhambra, Patronato de la Alhambra, Granada, 1975).
Al-Andalus tuvo una enorme influencia en la composición de los romances españoles de gesta de los siglos XV y XVI. El siguiente romance popular, impreso en el Romancero de 1550, nos presenta al rey Juan II de castilla (1405-1454), a la vista de Granada, tomando informes del moro Ibn Ammar sobre los hermosos edificios de la ciudad. Luego dice:
«Allí habla el rey don Juan;
Bien veréis lo que decía:
“Granada, si tú quisieses,
Contigo me casaría:
Daréte en arras y dote
A Córdoba y a Sevilla
Y a Jerez de la Frontera,
Que cabe si la tenía.
Granada, si más quisieses,
Mucho más yo te daría”.
Allí hablara Granada,
Al buen Rey le respondía:
—Casada soy, rey don Juan;
Casada, que no viuda;
El moro que a mí me tiene,
Bien defenderme querría”».
La poesía judeo-andalusí
En la Edad Media (según la historia de Europa), la cultura musulmana —que entonces brillaba por el dinamismo y el prestigio de su filosofía, su literatura y sus ciencias— ejerció una gran influencia sobre la cultura judía.
En aquella época, sabios, eruditos, poetas y literatos judíos escribieron en árabe la mayoría de sus obras. También adaptaron en hebreo los modelos literarios árabes, muy especialmente en la España musulmana, que conoció el florecimiento de una espléndida cultura judeomusulmana.
Ibn Gabirol
Salomón Ibn Gabirol (1022-1070), latinizado Avicenbrón o Abencebrol, fue un renombrado poeta y filósofo judío andalusí nacido en la ciudad de Málaga, que durante años estuvo al servicio de Samuel Ibn Nagrila (993-1055), visir (ministro) de los soberanos bereberes ziríes de Granada Habús Ibn Maksán (1025-1038) y Badís Ibn Habús (1038-1077). Neoplatónico, mantuvo fuertes controversias con los sectores opuestos al pensamiento filosófico, autor del primer tratado sistemático de ética, dentro del mundo judío y musulmán de al-Ándalus: «La corrección de los caracteres», obra compuesta en árabe en Zaragoza en 1045 (traducción de Joaquín Lomba Fuentes, Universidad de Zaragoza, 1990). Su trabajo poético más destacado es «Corona Real» (en hebreo Kéter Maljút). Allí afirma su profunda convicción monoteísta, tan cara a judíos y musulmanes:
«Eres Uno, el principio de toda enumeración,
y la base de todo edificio.
Eres uno, y, por el misterio de tu Unidad,
la razón de los sabios queda estupefacta,
porque de ello no conocen nada...
En efecto, no se concibe en Tí
ni multiplicación ni modificación...
Eres Uno. Tu sublimidad y tu trascendencia
no pueden disminuir ni descender.
¿Podría existir el Uno que decae?».
Su obra por excelencia, escrita en árabe, es Yanbu al-hayat «La fuente de la vida» (en hebreo Mekor jáim), traducida al latín con el título de Fons vitae por el clérigo español Domingo Gundisalvo en 1150, influenció en los cabalistas e inspiró al filósofo holandés descendiente de judíos andalusíes, Baruj Spinoza (1632-1677).
Véase Shlomó Ibn Gabirol: La Fuente de la Vida. Corona Real, Editorial S. Sigal, Buenos Aires, 1961; J. Schlanger: La philosophie de Salomon ibn Gabirol. Etude d’un néoplatonisme, Brill, Leiden, 1968; María José Cano: Ibn Gabirol: poesía religiosa, Ed. Universidad de Granada, Granada, 1992; José María Millás Vallicrosa: Selomoh Ibn Gabirol. Como poeta y filósofo. Ed. Universidad de Granada, Granada, 1993.
El apologista hebraico-andalusí Yehuda ha-Leví (1075-1141) escribió el Libro de la prueba y de la demostración en defensa de la religión menospreciada, más conocido con el título de «El Cuzarí». Los argumentos de esta obra apologética partían del hecho histórico de la conversión al judaísmo del Jan de los jazares turcos (instalados en las estepas de Rusia meridional). Conviene subrayar que una obra como «El Cuzarí» jamás habría visto la luz si no hubieran servido de ejemplo otros tratados polémicos surgidos en el seno de la religión musulmana (cfr. El Cuzarí, Editorial S. Sigal, Buenos Aires, 1961; Arthur Koestler: El imperio kazaro y su herencia, Aymá, Barcelona, 1980).
En el siglo XII el escritor Yehuda al-Harizí 1170-1235) adoptó en la literatura judeoandalusí las reglas y las imágenes de la poesía islámica, y fue autor de una colección de maqamat titulada «Tahkemoni».
Ver la continuación en archivo pdf adjunto
Del libro CIVILIZACION DEL ISLAM
Edición Elhame Shargh
Fundación Cultural Oriente
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