EL
RENACER DEL ISLAM Y SUS PERSPECTIVAS FUTURAS
Por Antonio Medrano
colaboración de la revista
el Fortin - http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Fort8.htm
Uno de los fenómenos más llamativos del siglo XX es el renacer del
Islam. Fenómeno que tiene lugar sobre todo en la segunda mitad de este siglo que
se aproxima a su fin, y más especialmente a partir de los años setenta. El hecho
resulta tanto más notable cuanto que el mundo islámico se hallaba aletargado,
sumido en una profunda decadencia, en regresión progresiva desde tiempo atrás.
Todo apuntaba a un lento pero inexorable retraimiento del Islam, incluso a su
desaparición bajo la arrolladora oleada de las nuevas ideas y corrientes
surgidas en Occidente en los últimos tiempos.
Si
dirigimos la mirada hacia los dos últimos siglos observamos, en efecto, una
expansión planetaria de la moderna civilización occidental. Es éste, sin lugar a
dudas, el rasgo más definitorio de esta fase histórica que va preparando el
terreno para el mundo en que actualmente vivimos. A partir del siglo XVIII, se
registra un auténtico proceso de occidentalización universal, que llega a su
culminación con el triunfo de la revolución industrial y el avance de las
ideologías igualitarias. El mundo occidental, que se ha desprendido de su propia
tradición espiritual, para instaurar una civilización profana, materialista y
racionalista, trata de imponer al resto de la humanidad sus propios esquemas y
su forma de vida, buscando incluso someter a su poder económico, político y
militara los pueblos de todos los continentes.
Los pueblos de religión islámica no serán ajenos a esta honda
expansiva de tan tremendas repercusiones. La ofensiva occidentalista se cebará
en ellos con especial virulencia, pues no en vano son los más próximos a ese
mundo en ebullición del que partirán las líneas directrices configuradoras del
orden mundial. En el inundo islámico el impacto occidentalizador sumirá dos
formas de principales: el colonialismo y las dictaduras
modernizadoras.
Los países árabes y musulmanes, tanto del norte de África como de
Asia, en especial del oriente próximo, serán víctimas de la voracidad
imperialista de los países europeos, sedientos de materias primas y de tierras y
poblaciones sobre las que proyectar su poder material. Las potencias europeas,
sobre todo Inglaterra y Francia, se aprovechan de la debilidad y corrupción de
los gobiernos de dichos países islámicos para irlos incorporando paulatinamente
a sus imperios coloniales. Esa incorporación colonialista viene acompañada,
lógicamente por la inoculación de toda clase de ideas y modos de vida
occidentales, con la consiguiente laminación de las creencias y convicciones
islámicas. Y esta situación se mantiene, con diversas vicisitudes, hasta la
Guerra Mundial, tras la cual entra en crisis la expansión colonial europea para
ceder el puesto a nuevas y más sutiles formas de neocolonialismo, sobre todo de
signo soviético o norteamericano.
Junto al fenómeno, colonial, a veces como reacción frente a él, se
registra en los países islámicos, sobre todo a partir de los años 50, una
corriente no menos nociva: las dictaduras revolucionarias y modernizadoras que,
envueltas en el ropaje de una mística nacionalista, pretenden instaurar una
ideología y tinos sistemas políticos, sociales y culturales poco acordes con la
tradición islámica o, peor aún, en abierta contradicción con la misma. Toda la
energía de dichos regímenes dictatoriales va dirigida al establecimiento de
formas laicas y secularizadas, cuando no abiertamente ateas, calcadas de las
imperantes en el moderno Occidente. Se trata, pues de una occidentalización
forzada, que hace tabla rasa de todo lo que puedan ser principios o valores
islámicos.
Esta oleada anti-islámica forjada en el seno de los mismos pueblos
musulmanes a consecuencia del contagio del bacilo occidental, se inicia ya en la
segunda década del siglo con la revolución de Kemall Ataturk en Turquía, que se
esfuerza por barrer cualquier rastro de cultura islámica, empezando por la
manera de vestir o el alfabeto y terminando por el cierre de las escuelas
sufíes. Es continuada posteriormente por los numerosos movimientos, revoluciones
y regímenes políticos que intentan sacar de su marasmo y poner «a la altura de
la historia» a las naciones afectadas, modernizándolas y occidentalizándolas, es
decir, desislamizándolas de forma más o menos brusca. A esta línea obedecen,
entre otras: la revolución nasserista en Egipto; la dictadura del Sha en el
Irán; el régimen socializante del Baas en Siria, Irak, con su posterior
desembocadura en el sanguinario despotismo personal de Saddam Hussein; la
dictadura de Siad Barr en Somalia, el régimen filomarxista del FLN en Argelia o
el régimen comunista de Babrak Kemal en Afganistán.
Se
pueden distinguir dos vertientes o modalidades en esta corriente dictatorial
secularizadora: la de inspiración socializante, incluso abiertamente marxista,
situada bajo la inspiración y la férula de la Unión Soviética, y la de aliento
capitalista, proamericana y antisoviética, más inclinada a confiar en la
protección de los Estados Unidos. Pero el enfoque y el proyecto básico es
siempre el mismo: un propósito decidido y vergonzante de desislamización a
ultranza. El que muchas de estas dictaduras antiislámicas se hayan arropado en
un supuesto islamismo, como ingrediente de un nacionalismo árabe — es el caso de
Saddam Hussein, blandiendo el Corán para dar un aire de respetabilidad a su
régimen ateo y antimusulmán — no altera en nada la realidad ni debe inducir a
engaño.
Esta es, pues, la situación que presenta el mundo islámico en esta
hora histórica, ya muy entrado el siglo XX, en que las religiones van perdiendo
terreno, como algo anticuado y propio de un pasado lleno de supersticiones, en
beneficio de la religión laica del progreso. Todo parecía dar la razón a los
heraldos del materialismo y el laicismo progresista que entonan el réquiem por
ese «opio del pueblo» que, de acuerdo a sus peculiares esquemas ideológicos,
constituiría la religión, la islámica al igual que todas las demás. En semejante
ambiente, los pueblos musulmanes —o al menos sus élites dirigentes— sufren un
agudo complejo de inferioridad que les hace mirar como un lastre su más valiosa
herencia. Poseídos por una amnesia espiritual, se avergüenzan de su patrimonio
sagrado y se aferran a las concepciones modernas importadas de Occidente como si
en ellas estuviera su tabla de salvación.
Pero en la segunda mitad de este siglo tiene lugar una inversión
radical de esta tendencia de regresión de lo islámico. Se produce un auténtico
renacimiento del Islam, de su cultura, de sus valores. Los pueblos musulmanes
vuelven sus ojos, cada vez con más fuerza y convicción, hacia su propia
tradición. El hito capital en este giro histórico, el hecho más sintomático y
significativo en esta nueva andadura, es la revolución del Imán Khomeini en el
Irán chiíta. Por primera vez en estos tiempos de ateísmo teórico y práctico
triunfa una revolución de inspiración religiosa, y ello en un país tan
significativo como Persia o Irán, marcado desde sus orígenes con una misión
providencial en la historia de la humanidad. Desde entonces el mundo islámico no
ha cesado de adquirir fuerza y protagonismo en el escenario
mundial.
Tras ese acontecimiento decisivo se va desencadenando en los países
de cultura islámica una serie de reacciones, movimientos y corrientes
organizadas que buscan revitalizar la propia tradición.
El
renacer del Islam ha ido acompañado por toda una serie de manifestaciones
externas, políticas, sociales y culturales, sobre las cuales nos han informado
ampliamente la prensa y los medios de comunicación, aunque desgraciadamente no
siempre de forma objetiva, verídica ni fiable. Manifestaciones que van desde la
revolución iraní a la lucha de Chechenia por su libertad; desde la rebelión del
pueblo afagano, contra el régimen comunista y la injerencia soviética —la
heroica lucha de los afganos fue uno de los ingredientes que determinaron la
caída del comunismo—; desde la efervescencia combativa de los núcleos musulmanes
en el Líbano o Palestina a la eclosión en Turquía de grupos bien organizados
que, dando la espalda a la herencia se esfuerzan por construir una auténtica
cultura islámica, acercándose a los aledaños del poder; desde los incipientes
balbuceos de los movimientos fundamentalistas en Marruecos a los avances del FIS
en Argelia y las consiguientes reacciones de los gobernantes occidentalizados
para frenar dicho avance; desde el despertar de la martirizada Bosnia, en el
sudeste europeo, a la progresiva ascensión de los musulmanes negros en los
Estados Unidos, bajo el liderazgo de Farrakhan. ¿Quién sabía hace años que
existía en el Cáucaso un país llamado Chechenia o que en Bosnia Herzegovina
existían núcleos musulmanes? He aquí algunos pequeños pero elocuentes indicios
del protagonismo creciente que va adquiriendo el Islam en esta segunda mitad del
siglo XX.
Pero junto a todo esto, que es en lo que se quedan las
informaciones periodísticas, hay algo mucho más importante y profundo: el
reverdecer de toda una tradición espiritual, el nuevo florecimiento de una rica
herencia sagrada.
El
aspecto sin duda más decisivo del actual renacer islámico, aunque de esto no
hablen los periódicos, es el resurgimiento intelectual, en el más riguroso
sentido de la palabra. es decir, el reaflorar del más valioso y profundo legado
(te la tradición islámica, de su contenido sapiencial. Se registra en nuestros
días, en efecto, un redescubrimiento en toda regla de las fuentes de la
sabiduría, del Irfan. Se extiende y afianza el sufismo, la
corriente mística y exotérica que hunde sus raíces en los orígenes mismos de la
revelación coránica.
Es
significativo que en este siglo, y más concretamente en los últimos decenios, se
hayan escrito, precisamente en Europa, obras capitales sobre la teología,
filosofía, metafísica y mística islámicas. Obras como Comprender el Islam
de Frithjof Schuon, probablemente el más completo y profundo estudio sobre la
visión islámica del mundo y de la vida que se haya publicado hasta ahora, o la
monumental biografía del Profeta Muhammad escrita por Martin Lings. No podrían
dejar de citarse asimismo las eruditas aportaciones de Henry Corbin, que nos han
permitido conocer la riqueza de la espiritualidad persa, o los documentadísimos
trabajos de Seyyed Hossein Nasr sobre la ciencia, el arte y la filosofía del
Islám. A todo ello habría que añadir las numerosas traducciones a lenguas
europeas de textos clásicos de los principales maestros del Irfan y del
Tasawuf: Ibn Arabí, Rumi, Al-Gazali, Suhrawardî. Gracias a esta ingente
labor intelectual la gran riqueza espiritual y cultural del Islam resulta hoy
accesible para cualquier europeo o americano que desee conocer a fondo este
mundo que hemos tenido siempre tan próximo y tan distante.
Forzoso es precisar que este renacimiento del Islám, que tiene lugar ante nuestros ojos de forma tan espectacular se inserta cada vez con mayor fuerza, ante la crisis de la actual civilización materialista y racionalista, y que constituye uno de los rasgos sobresalientes de los tiempos que vivimos. Ell vacío creado en el alma humana por las ideologías y concepciones ateas, inhumanas, reduccionistas que han dominado el panorama mundial durante los últimos siglos, se vuelve la mirada a la religión y la espiritualidad, única fuerza capaz de dar respuesta a los problemas que plantea la vida.
Forzoso es precisar que este renacimiento del Islám, que tiene lugar ante nuestros ojos de forma tan espectacular se inserta cada vez con mayor fuerza, ante la crisis de la actual civilización materialista y racionalista, y que constituye uno de los rasgos sobresalientes de los tiempos que vivimos. Ell vacío creado en el alma humana por las ideologías y concepciones ateas, inhumanas, reduccionistas que han dominado el panorama mundial durante los últimos siglos, se vuelve la mirada a la religión y la espiritualidad, única fuerza capaz de dar respuesta a los problemas que plantea la vida.
No
sólo resurge el Islam en nuestros días. Un renacer paralelo se da en las demás
religiones. Viento de renovación y de revitalización recorren tanto el mundo
cristiano como el hindú o el budista. Baste echar una mirada a lo que ocurre con
Rusia y la Europa del Este, donde trae el desmantelamiento del sistema
comunista, con su materialismo y su ateísmo militante, las iglesias vuelven a
llenarse de fieles ansiosos de dar sentido a sus vidas. Y algo semejante se
constata en los Estados Unidos, la tierra de promisión del materialismo
capitalista, donde las corrientes de renovación cristiana proliferan y crecen a
pasos agigantados. Nuevas escuelas, agrupaciones o comunidades surgen por
doquier con el deseo de reentroncar con las fuentes de la propia tradición
espiritual, de redescubrir su mensaje prístino y sapiencial y hay que tomar nota
asimismo de la difusión que va adquiriendo la espiritualidad oriental: crece de
día en día el interés por las doctrinas espirituales del Oriente — Taoísmo,
Hinduismo (Yoga, Vedanta) y Budismo (Zen, Shinshu, Vajrayana o Budismo tibetano)
— así como por el mensaje místico de pueblos indígenas masacrados por la
civilización moderna, como por ejemplo los pieles rojas
norteamericanos.
Y
ya que hablamos del islam, no puede dejar de mencionarse la decisiva
contribución que han hecho numerosos autores musulmanes a este general
renacimiento espiritual y religioso que se extiende por todo el mundo. En
Occidente hay que destacar, en este sentido, la labor del francés René Guénon, a
quien corresponde el mérito de haber iniciado la llamada corriente caracterizada
por su carácter ecuménico y por su profundidad esotérica. Guénon, que abrazó el
Islam, insertándose en una vía sufí, termino sus días en Egipto, donde vivió con
el título de Sheikh Abdel Wahed Yahia. Nadie ha hecho tanto como René Guénon por
devolver su a las ciencias sagradas y por mostrar el camino que conduce a la
superación de la crisis en que se halla sumido el mundo moderno. Su obra ha
sitio una aportación de primer orden para la restauración de la
Filosofía.
Son muchos los autores que han continuado la tarea iniciada por
Guénon y han seguido con gran brillantez el camino por él abierto. Entre ellos
abundan los que se sitúan en una perspectiva islámica, a algunos de los cuales
ya nos hemos referido con anterioridad. Además de los ya citados Martin Lings,
Frithjof Schuon, cabe mencionar a Mihail Valsan, Léo Schaya, Titus Burckhardt o
Gay Eaton.
Un
detalle significativo, que llama poderosamente la atención en tales autores es
el sincero respeto a todas las tradiciones ortodoxas y el profundo conocimiento
que tienen de todas ellas. Para quien se acerca por primera vez a sus textos, no
deja de resultar chocante el hecho de que estos autores no se lancen a una
acción de propaganda en favor de la fe en la que viven. Sorprende la ecuanimidad
con que hablan de las diversas vías espirituales de la humanidad. Nada más ajeno
a sus exposiciones y enfoques que el fanatismo, el proselitismo, el partidismo
superficial y exclusivista. Se trata de autores que no pretenden difundir el
Islam, no buscan convertir al interlocutor o al lector, aunque ofrecen enfoques
profundísimos de la tradición islámica que demuestran conocer a la
perfección.
U
no de los efectos que ha tenido la labor intelectual de los autores mencionados
han sido precisamente la renovación en profundidad del Cristianismo, es decir,
la recuperación de su más honda sabiduría, de su mensaje esotérico y metafísico.
Por paradójico que pueda parecer, este ha sido uno de los frutos de la semilla
sembrada por Guenón. En este descuella la labor de autores como Jel Abbé
Stephane, Jean Hani, Jean Borella, Louis Charbonneau-Lassay, Jean Tourniac,
François Chenique, Lord Northbourne, Tage Lindbon o Philip Sherrard, para citar
solo algunos de los más significativos.
Hasta aquí hemos hablado de los aspectos positivos que presenta el
renacer del islam y de sus prometedoras esperanzas para el futuro. Pero es
menester hablar ahora de los peligros y las amenazas que se ciernen sobre el
mundo islámico en su conjunto y que pueden frustrar ese luminoso renacer como ya
aconteciera en épocas pretéritas. ¿Cuáles son tales peligros? Yo señalaría tres
principales, que se insinúan de forma amenazadora en la actualidad:
1. La instrumentalización del credo islámico;
2. El contagio de ideas occidentales;
3. El reduccionismo de lo islámico a ciertos aspectos,
con el descuido de sus dimensiones más hondas e importantes.
En
primer lugar, hay que alertar sobre la instrumentalización que puedan hacer del
islam determinados grupos, corrientes o individuos a los que el islam importa
muy poco, o que incluso lo desprecian y lo odia, y que no harán otra cosa que
utilizarlo para ponerlo al servicio de sus oscuros objetivos: su ambición y su
afán de poder, sus ideologías modernistas y materialistas, sus propósitos
megalómanos o sus locuras mesiánicas. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, en la
Argelia del FLN, que pretendía arropar su progresismo marxista en creencias
islámicas, o en el Irak de Saddam Hussein, cuando éste llama a la "guerra santa"
o enarbola frases del Corán para movilizar a las masas en defensa de su régimen
amenazado. Ocioso es hacer notar el riesgo de desnaturalización y falsificación
que, para el mensaje islámico, injusta e inmerecida, que puede despertar en
sectores no islámicos que, ignorantes de lo que el Islám realmente es, tomen esa
contrafacción pseudoislámica por una expresión de islamismo.
Segundo peligro que apuntábamos: el
contagio de ideas o sugestiones recibidas de la moderna civilización occidental,
que son completamente ajenas a la tradición islámica pero que muchos intentan
amalgamar con el Corán y el credo islámico. Así por ejemplo, las ideas de
democracia, de progreso, de revolución. En este sentido, hay que mencionar
también fenómenos como el socialismo, el nacionalismo o el terrorismo. Fenómeno
este último, extremadamente grave y altamente sintomático de la descomposición
moral del Occidente moderno, que ha sido acogido con suicida entusiasmo por
numerosos movimientos del mundo árabe y musulmán en general. Como puede
apreciarse este peligro va íntimamente ligado al anterior, siendo inseparable de
él.
Por último, habría que aludir al peligro más grave y que está en la
base de los otros dos, aunque pueda parecer de menor rango: el intento de
reducir el Islam a los aspectos más superficiales y accesorios de la tradición
musulmana. Es decir, la hipertrofia de su dimensión exotérica, importante sí,
pero siempre superficial y subordinada a aspectos más profundos y elevados.
Conviene no olvidar que esta hipertrofia exotérica lleva inevitablemente
asociada la perdida de dimensión sapiencial de dicha tradición, la ceguera o la
aversión hacia ella. Y no hay que perder nunca de vista que — al igual que
ocurre con cualquier otra tradición espiritual, que tiene en la Sabiduría o
núcleo esotérico su fuente de vida— el Irfan o sabiduría es el corazón
mismo del Islam. No habrá renacer del Islam sin una previa recuperación y
afirmación del Irfan. La reducción del Islam a sus aspectos más
exteriores trae, por el contrario, como consecuencia la deformación, la
degeneración el empobrecimiento de dicha tradición.
Fácil es imaginar las funestas consecuencias que tiene por fuerza
que acarrear la confluencia de los tres factores apuntados: instrumentalización,
contagio , y reduccionismo. Y hay que volver a insistir en que es el tercero de
ellos el que hace posible y propicia la aparición de los otros dos. En efecto,
una tradición que ha dado la espalda a su propia sabiduría está inerme ante los
vaivenes que sacuden la historia y queda a merced de las aberraciones, errores y
sugestiones que circulan en el ambiente.
He
aquí, pues, la conclusión de este somero examen: el Islam desempeña ya un gran
papel en el mundo actual, sobre todo como fermento espiritual. Y está llamado a
desempeñar un papel todavía más importante en el siglo XXI, en el próximo
milenio.
Para ello el mundo islámico deberá, por un lado, revitalizar su
núcleo espiritual, profundizar en él y cultivarlo con esmero, pues sólo así
podrá permanecer fiel a su más auténtica esencia y a su más hondo mensaje. Por
otro lado manteniendo un espíritu abierto, que está en la raíz del mensaje del
Profeta Muhammad, deberá evitar desplazarse hacia posiciones que impliquen una
actitud de agresividad, de conquista, de violencia o de exclusivismo que no
harían sino provocar reacciones hostiles.
De
este modo, rechazando los engañosos cantos de sirena que le incitan a seguir
otras rutas y que pretenden hacer de él un elemento perturbador o
desestabilizador, el mundo islámico que en este nuestro siglo despierta de nuevo
podrá contribuir de manera decisiva a la edificación de un mundo más justo y
armónico, que encuentre su fundamentación y arraigo divino. Será un mensajero de
paz, orden y libertad en este mundo de caos, esclavitud y violencia, y podrá al
mismo tiempo desempeñar su misión histórica de puente entre Oriente y Occidente,
que hoy día se hace tan necesaria.
En
la esperanza de que esto ocurra, contemplando la esperanzadora promesa de este
renacer y conscientes de la Fuerza sobrenatural que mueve ese renacer del Islam,
podemos decir, con nuestros hermanos musulmanes: Al hamdu-li-llah, "Alabado sea
Dios".
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