Sueños de revolución truncados; historias de la guerrilla mexicana
En la década de los 60 algunos jóvenes querían transformar el país por la vía de las armas, aunque no sabían usar ni resorteras. Por eso decidieron pedirle entrenamiento militar a cinco países socialistas. Ex guerrilleros narran cómo 60 de ellos recibieron seis meses de instrucción de Norcorea y diez más del régimen chino.
Claudia Solera
27/01/2013 11:01:07
CIUDAD DE MÉXICO, 27 de enero.- Para algunos jóvenes mexicanos que vivieron la época de la Guerra Fría era insuficiente salir a las calles a gritar su descontento en contra del gobierno, así que decidieron escalar sus acciones con la convicción de que transformarían el país y establecieron contacto con países socialistas y comunistas. Les solicitaron entrenamiento militar, pues querían aprender a realizar una emboscada, a manejar explosivos y a operar granadas, morteros y todo tipo de armas. Entre los países que aceptaron la petición estuvieron Corea del Norte y China.
“Nos dimos cuenta de que pretendíamos hacer la revolución y no sabíamos ni usar una resortera. Un entrenamiento militar constituyó una tarea que era imposible hacer a un lado o posponer. Así que decidimos hacer este planteamiento a cinco gobiernos: Vietnam, Argelia, Cuba, China y Corea del Norte”, recuerda Salvador Castañeda, ex guerrillero que viajó a Asia a recibir adoctrinamiento socialista y entrenamiento militar.
Los últimos dos países accedieron a la solicitud de los compañeros de Salvador Castañeda, sólo que China los recibiría como turistas y los mexicanos debían financiar su estancia; por eso eligieron la segunda opción, Corea del Norte. Después de varios viajes a Pyonyang, la capital, quedó establecido el compromiso. En total viajaron a Asia 60 jóvenes de Michoacán, Chi-huahua y Sonora, entre otros estados, para entrenarse.
Un par de años más tarde, en 1969, otro grupo de diez personas, entre quienes estaban Florencio El Güero Medrano y Rosalba Robles Vessi, actual coordinadora del Gran Museo Maya, llegaron a Pekín también buscando aprender tácticas de guerrillas.
“El gobierno de Pekín aceptó formar a este grupo de intelectuales. Fueron diez jóvenes que se entrenaron en la academia militar de Nanjing, en el sur de China. Recibieron asesoría teórico militar, porque estos mexicanos pretendían la conformación de un ejército para ser el brazo armado de su grupo político (Partido Revolucionario del Proletariado Mexicano, PRPM). Entonces, tenían el apoyo de intérpretes chinos que les traducían al español el grueso de las clases”, dice a Excélsior Jorge Octavio Fernández, historiador por la Universidad de Pekín y experto en las relaciones sino-mexicanas.
Tiempo de cambios
Eran los años sesenta y se vivía la efervescencia socialista. Muy poco tiempo después del triunfo de la revolución cubana, en 1959, afloraron numerosos grupos armados en Latinoamérica.
“Las fotografías en la revista Life (en su versión en español), tomadas entonces y antes en la Sierra Maestra, en los campamentos y en la ciudad, eran una gráfica de la historia en caliente que despertaba en los jóvenes un impulso hacia la aventura”, describe Salvador Castañeda en su libro La negación del número. La guerrilla en México 1965-1996: una aproximación crítica. Con la guerra de Vietnam en auge y tras la invasión estadunidense a República Dominicana, en México un núcleo del Grupo Popular Guerrillero intentó el asalto al cuartel Madera, en Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965.
“Teníamos el ejemplo de los cubanos que habían hecho la revolución”, dice Castañeda, 47 años después de aquel sueño de tomar la sierra de Chihua-hua como lo habían hecho Fidel Castro y Ernesto Che Guevara en la Sierra Maestra, lo cual nunca llegó, pero que idealizó al grupo guerrillero Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) que creó desde Moscú junto con otros tres mexicanos que estudiaban en la Universidad de la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba.
Los encargados de contactar a las autoridades de Corea del Norte fueron los mismos fundadores del MAR, entre ellos Salvador Castañeda. Los estudiantes visitaron por varios meses la embajada coreana en Moscú hasta que el gobierno socialista aceptó el siguiente trato: entrenamiento militar y financiar la estadía de medio año de 60 mexicanos en los campamentos y sus tickets de avión.
En el caso de China, Javier Fuentes Gutiérrez estableció el contacto, pues ya tenía relación muy estrecha con este país. Era el dueño de la Distribuidora Interamericana de Publicaciones Chinas en México, donde periódicamente recibía gratuitamente del gobierno comunista toneladas de libros; él sólo se encargaba de pagar el flete.
“A raíz del 2 de octubre del 68, Javier Fuentes (también secretario del PRPM) determinó que ya existían los elementos básicos para comenzar un movimiento revolucionario; el gobierno había masacrado a los estudiantes. Nada más que faltaba la urgente creación de un ejército; por eso se pidió ayuda al gobierno comunista de Pekín”, explica Fernández de la Universidad de Pekín.
Entre los protagonistas que viajaron a Asia para aprender tácticas guerrilleras existen ciertas coincidencias. El Güero Medrano fue hijo de campesinos en extrema pobreza y analfabeta hasta la adolescencia; y Salvador Castañeda, hijo de campesinos también, se vio obligado a abandonar sus estudios por escasez de recursos, que años más tarde financiaría la Unión Soviética a través de una beca.
Pero de aquellas enseñanzas militares en Corea del Norte, Salvador poco o más bien nada pudo aplicar en México.
“Sólo medidas de seguridad. No se puso en práctica mayor cosa. Nos fuimos a la cárcel, pasamos cuatro años en Lecumberri.”
Medrano sí corrió con mejor suerte para su causa, cuando importó enseñanzas maoístas. “El Güero repartió los mil quinientos lotes de la Jaramillo (expropió una hacienda de Morelos, Villa de las Flores) con la idea de fundar una comuna china, la primera en América Latina”, escribe Elena Poniatowska, en el libro Fuerte es el silencio.
Tres años después de que diez mexicanos volaron a Pekín, y ya con Luis Echeverría en la Presidencia, se establecieron las relaciones diplomáticas entre México y la República Popular China (14 de febrero de 1972), ocho meses después del halconazo del 10 de junio de 1971.
Corea del Norte adiestró a 60 jóvenes mexicanos
Pyonyang encubrió muy bien el adiestramiento militar de mexicanos
Un convoy diplomático de Corea del Norte ya esperaba en el aeropuerto de Pyonyang a los recién llegados guerrilleros mexicanos. Las ventanas de los carros que trasladarían a Salvador Castañeda y a sus compañeros estaban perfectamente cubiertas para que nadie notara la presencia de los jóvenes radicales internados en ese país. Era el verano de 1967.
Salvador entró camuflado a Corea del Norte. El pasaporte falso con el que cruzó la aduana lo identificaba como Kim, de nacionalidad coreana. Luego de dos días en la capital fue enviado, por fin, a un campamento en la sierra, donde durante seis meses recibió entrenamiento militar y adoctrinamiento.
Al recordar aquellas jornadas entre militares coreanos sólo puede concluir que eran “horribles y muy cansadas. Había muchos compañeros que ya no podían dar un paso más, a veces se nos hacían las piernas como palo, de tanto caminar”.
En ese instante en que el cuerpo se paralizaba después de hasta 24 horas seguidas de adiestramiento, en los cuales muchas veces los instructores se hacían pasar por el enemigo y los mexicanos se convertían en el objetivo a aniquilar, el único aliciente que mantenía firme al entonces guerrillero era “hacer la revolución socialista en México. Me imaginaba que iba a transformar al país desde abajo, con nueva Constitución y todo”.
Esa obsesión de Salvador, de reventar al gobierno mexicano a través de las armas, nació mientras estaba becado en la Universidad de la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba, a las orillas de Moscú.
“En la universidad era una cosa muy caliente. En lugares distantes, en invierno sobre la nieve, entre los pasillos, en comedores, a horas diferentes y en días desiguales para eludir a las autoridades de la institución (afanadas en impedir la actividad política de los estudiantes), los planteamientos cada vez más radicales tomaban forma real”, recuerda Castañeda.
Entonces, Salvador y otros tres compañeros mexicanos acordaron ir a diferentes embajadas en Moscú a pedir ayuda. “El entrenamiento militar resultaba una tarea imposible de posponer y sólo lo conseguiríamos en un país socialista”. Cada estudiante debía tocar la puerta de Cuba, Vietnam, Corea del Norte, China y Argelia.
A Salvador le tocó ir a la sede cubana. “Primero nos acercábamos a las embajadas pidiendo información sobre su país, tratando así de sondear y adentrarnos un poco.
“Yo iba hasta tres veces a la semana al centro de Moscú a visitar el edifico diplomático con el pretexto de conocer las noticias de los países socialistas en guerra. Después de un año de visitas periódicas, me gané tanta confianza que los cubanos me permitían bajar al sótano para leer los teletipos que llegaban.”
Cuando Salvador logró tener grandes amigos cubanos “dije, ahora sí, vamos a aventarles el tiro y a ver qué onda”. Pero las autoridades les negaron el entrenamiento, porque México era el único país de la Organización de Estados Americanos (OEA) que no había roto las relaciones comerciales con la isla y representaba una valiosa vía de entrada hacia Latinoamérica. “No iban a arriesgar eso, y se entendió”.
De los cinco países, Corea del Norte fue el único que aceptó sin objeción. “Los coreanos dijeron que sí y financiaron todo; sólo nos preguntaron cuántos mexicanos íbamos a enviar y yo respondí que a 60 cabrones”.
Los 60 mexicanos llegaron en tres bloques a Pyonyang, cada uno de ellos reclutados a detalle por Salvador y sus colegas de confianza. Además de estudiantes había historiadores, filólogos, ingenieros, maestros rurales, normalistas e incluso campesinos que, después de diversas charlas, concluían que a México le había llegado el tiempo de la revolución socialista.
“Primero volamos diez, entre los que estaba yo.”
En su equipaje, Salvador llevaba todos los planos topográficos del territorio mexicano elaborados por la Secretaría de la Defensa. “Esos mapas me iban a servir en Corea”.
La ruta tomada fue: DF-París; París-Berlín Occidental-Berlín Oriental (allí Salvador recibió los pasaportes falsos para continuar su travesía); Berlín Oriental-Moscú y, por último, Moscú-Pyonyang.
Los carros diplomáticos que recibieron a los mexicanos en el aeropuerto los llevaron al hotel del Partido Comunista, donde se hospedaban militantes de todo el mundo. Allí durmieron dos días y luego partieron a la sierra.
Las instalaciones en los campamentos se parecían mucho a las de un internado. Había dormitorios, comedores, cocinas, “absolutamente todo”.
La estadía de los mexicanos en este sitio fue de medio año. Los tres primeros meses fueron de pura doctrina, traducida por coreanos que habían aprendido el español en Cuba. En las aulas también les enseñaron cómo formar una columna, cómo realizar una emboscada, a manejar explosivos y todo tipo de armas, desde morteros hasta granadas.
Luego vino la segunda y última etapa, la praxis. Pero para los extranjeros no todo significaba guerra, pues los fines de semana podían ir a la ciudad a disfrutar del ballet, del teatro principal y de los conciertos. “Íbamos a festivales muy bonitos”, eso sí, custodiados por coreanos y transportados en carros diplomáticos cubiertos con cortinas para que nadie descubriera su presencia.
Ya durante el entrenamiento militar no les dieron concesiones. De lunes a domingo, y a veces hasta 24 horas seguidas, Salvador y los demás se sometía al adiestramiento. “Eran caminatas de todo el día y toda la noche. Caminando dos horas y descansando diez minutos”.
Al terminar el curso y después de soportar ese nivel de presión, se sentían invencibles y en verdad creyeron que estas herramientas militares serían suficientes para desestabilizar al gobierno mexicano.
De hacer la revolución, “una parte sostenía la ‘subida en caliente’. Apenas se bajarán del avión los camaradas llegados de Asia, se decía, habría que meterlos en camionetas cerradas para llevarlos a la sierra a darle”.
El sueño de los 60 guerrilleros, de iniciar la revolución socialista en México, caería como plomo poco tiempo después y ellos terminarían en la cárcel.
A Salvador Castañeda lo detuvo el mismísmo Miguel Nazar Haro, entonces temido titular de la Dirección Federal de Seguridad y fallecido el año pasado. Su historia guerrillera concluyó con cuatro años de cárcel en Lecumberri, dos años más en el Reclusorio Norte y otro en el penal de Santa Martha Acatitla.
Un fantasma recorría el mundo
Cuando Salvador Castañeda y amigos eran jóvenes se vivía una efervescencia por las doctrinas socialistas y comunistas, y el mundo estaba convulsionado:
En Cuba triunfó, en 1959, la revolución encabezada por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, ícono de los alzamientos latinoamericanos.
La Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS estaba en su apogeo, incluida la carrera espacial, que incluyó lanzamientos de satélites y la llegada del hombre a la Luna. En 1962 estalló la Crisis de los Misiles que, según expertos, estuvo a punto de provocar una tercera guerra mundial.
La guerra de Vietnam, iniciada en 1964, que duró diez años, dio como fruto una república socialista.
China inicia en 1966 su polémica Revolución Cultural que, a decir de sus críticos, fue una cacería de brujas contra la burocracia del partido comunista e intelectuales a quienes se acusó de traicionar los ideales revolucionarios para seguir “el camino capitalista”.
México y China iniciaron relaciones diplomáticas en febrero de 1972. Mao Tse-Tung y Luis Echeverría se reunieron en abril de 1973, en Pekín.
En Europa y América (Francia y Chile, especialmente) se levantaron a finales de los 60 movimientos estudiantiles; también en México hubo uno que culminó con la matanza del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, de Tlaltelolco. Tres años después, en junio de 1971, se daba otra represión estudiantil. Fue una década de movimientos guerrilleros urbanos y rurales. En AL surgió la llamada teología de la liberación.
Incluso en Estados Unidos había activismo provocado por el surgimiento del rock y los hippies; el movimiento por la reivindicación de la raza negra culminó con el asesinato de Martin Luther King, en 1968.
“Nos dimos cuenta de que pretendíamos hacer la revolución y no sabíamos ni usar una resortera. Un entrenamiento militar constituyó una tarea que era imposible hacer a un lado o posponer. Así que decidimos hacer este planteamiento a cinco gobiernos: Vietnam, Argelia, Cuba, China y Corea del Norte”, recuerda Salvador Castañeda, ex guerrillero que viajó a Asia a recibir adoctrinamiento socialista y entrenamiento militar.
Los últimos dos países accedieron a la solicitud de los compañeros de Salvador Castañeda, sólo que China los recibiría como turistas y los mexicanos debían financiar su estancia; por eso eligieron la segunda opción, Corea del Norte. Después de varios viajes a Pyonyang, la capital, quedó establecido el compromiso. En total viajaron a Asia 60 jóvenes de Michoacán, Chi-huahua y Sonora, entre otros estados, para entrenarse.
Un par de años más tarde, en 1969, otro grupo de diez personas, entre quienes estaban Florencio El Güero Medrano y Rosalba Robles Vessi, actual coordinadora del Gran Museo Maya, llegaron a Pekín también buscando aprender tácticas de guerrillas.
“El gobierno de Pekín aceptó formar a este grupo de intelectuales. Fueron diez jóvenes que se entrenaron en la academia militar de Nanjing, en el sur de China. Recibieron asesoría teórico militar, porque estos mexicanos pretendían la conformación de un ejército para ser el brazo armado de su grupo político (Partido Revolucionario del Proletariado Mexicano, PRPM). Entonces, tenían el apoyo de intérpretes chinos que les traducían al español el grueso de las clases”, dice a Excélsior Jorge Octavio Fernández, historiador por la Universidad de Pekín y experto en las relaciones sino-mexicanas.
Tiempo de cambios
Eran los años sesenta y se vivía la efervescencia socialista. Muy poco tiempo después del triunfo de la revolución cubana, en 1959, afloraron numerosos grupos armados en Latinoamérica.
“Las fotografías en la revista Life (en su versión en español), tomadas entonces y antes en la Sierra Maestra, en los campamentos y en la ciudad, eran una gráfica de la historia en caliente que despertaba en los jóvenes un impulso hacia la aventura”, describe Salvador Castañeda en su libro La negación del número. La guerrilla en México 1965-1996: una aproximación crítica. Con la guerra de Vietnam en auge y tras la invasión estadunidense a República Dominicana, en México un núcleo del Grupo Popular Guerrillero intentó el asalto al cuartel Madera, en Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965.
“Teníamos el ejemplo de los cubanos que habían hecho la revolución”, dice Castañeda, 47 años después de aquel sueño de tomar la sierra de Chihua-hua como lo habían hecho Fidel Castro y Ernesto Che Guevara en la Sierra Maestra, lo cual nunca llegó, pero que idealizó al grupo guerrillero Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) que creó desde Moscú junto con otros tres mexicanos que estudiaban en la Universidad de la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba.
Los encargados de contactar a las autoridades de Corea del Norte fueron los mismos fundadores del MAR, entre ellos Salvador Castañeda. Los estudiantes visitaron por varios meses la embajada coreana en Moscú hasta que el gobierno socialista aceptó el siguiente trato: entrenamiento militar y financiar la estadía de medio año de 60 mexicanos en los campamentos y sus tickets de avión.
En el caso de China, Javier Fuentes Gutiérrez estableció el contacto, pues ya tenía relación muy estrecha con este país. Era el dueño de la Distribuidora Interamericana de Publicaciones Chinas en México, donde periódicamente recibía gratuitamente del gobierno comunista toneladas de libros; él sólo se encargaba de pagar el flete.
“A raíz del 2 de octubre del 68, Javier Fuentes (también secretario del PRPM) determinó que ya existían los elementos básicos para comenzar un movimiento revolucionario; el gobierno había masacrado a los estudiantes. Nada más que faltaba la urgente creación de un ejército; por eso se pidió ayuda al gobierno comunista de Pekín”, explica Fernández de la Universidad de Pekín.
Entre los protagonistas que viajaron a Asia para aprender tácticas guerrilleras existen ciertas coincidencias. El Güero Medrano fue hijo de campesinos en extrema pobreza y analfabeta hasta la adolescencia; y Salvador Castañeda, hijo de campesinos también, se vio obligado a abandonar sus estudios por escasez de recursos, que años más tarde financiaría la Unión Soviética a través de una beca.
Pero de aquellas enseñanzas militares en Corea del Norte, Salvador poco o más bien nada pudo aplicar en México.
“Sólo medidas de seguridad. No se puso en práctica mayor cosa. Nos fuimos a la cárcel, pasamos cuatro años en Lecumberri.”
Medrano sí corrió con mejor suerte para su causa, cuando importó enseñanzas maoístas. “El Güero repartió los mil quinientos lotes de la Jaramillo (expropió una hacienda de Morelos, Villa de las Flores) con la idea de fundar una comuna china, la primera en América Latina”, escribe Elena Poniatowska, en el libro Fuerte es el silencio.
Tres años después de que diez mexicanos volaron a Pekín, y ya con Luis Echeverría en la Presidencia, se establecieron las relaciones diplomáticas entre México y la República Popular China (14 de febrero de 1972), ocho meses después del halconazo del 10 de junio de 1971.
Corea del Norte adiestró a 60 jóvenes mexicanos
Pyonyang encubrió muy bien el adiestramiento militar de mexicanos
Un convoy diplomático de Corea del Norte ya esperaba en el aeropuerto de Pyonyang a los recién llegados guerrilleros mexicanos. Las ventanas de los carros que trasladarían a Salvador Castañeda y a sus compañeros estaban perfectamente cubiertas para que nadie notara la presencia de los jóvenes radicales internados en ese país. Era el verano de 1967.
Salvador entró camuflado a Corea del Norte. El pasaporte falso con el que cruzó la aduana lo identificaba como Kim, de nacionalidad coreana. Luego de dos días en la capital fue enviado, por fin, a un campamento en la sierra, donde durante seis meses recibió entrenamiento militar y adoctrinamiento.
Al recordar aquellas jornadas entre militares coreanos sólo puede concluir que eran “horribles y muy cansadas. Había muchos compañeros que ya no podían dar un paso más, a veces se nos hacían las piernas como palo, de tanto caminar”.
En ese instante en que el cuerpo se paralizaba después de hasta 24 horas seguidas de adiestramiento, en los cuales muchas veces los instructores se hacían pasar por el enemigo y los mexicanos se convertían en el objetivo a aniquilar, el único aliciente que mantenía firme al entonces guerrillero era “hacer la revolución socialista en México. Me imaginaba que iba a transformar al país desde abajo, con nueva Constitución y todo”.
Esa obsesión de Salvador, de reventar al gobierno mexicano a través de las armas, nació mientras estaba becado en la Universidad de la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba, a las orillas de Moscú.
“En la universidad era una cosa muy caliente. En lugares distantes, en invierno sobre la nieve, entre los pasillos, en comedores, a horas diferentes y en días desiguales para eludir a las autoridades de la institución (afanadas en impedir la actividad política de los estudiantes), los planteamientos cada vez más radicales tomaban forma real”, recuerda Castañeda.
Entonces, Salvador y otros tres compañeros mexicanos acordaron ir a diferentes embajadas en Moscú a pedir ayuda. “El entrenamiento militar resultaba una tarea imposible de posponer y sólo lo conseguiríamos en un país socialista”. Cada estudiante debía tocar la puerta de Cuba, Vietnam, Corea del Norte, China y Argelia.
A Salvador le tocó ir a la sede cubana. “Primero nos acercábamos a las embajadas pidiendo información sobre su país, tratando así de sondear y adentrarnos un poco.
“Yo iba hasta tres veces a la semana al centro de Moscú a visitar el edifico diplomático con el pretexto de conocer las noticias de los países socialistas en guerra. Después de un año de visitas periódicas, me gané tanta confianza que los cubanos me permitían bajar al sótano para leer los teletipos que llegaban.”
Cuando Salvador logró tener grandes amigos cubanos “dije, ahora sí, vamos a aventarles el tiro y a ver qué onda”. Pero las autoridades les negaron el entrenamiento, porque México era el único país de la Organización de Estados Americanos (OEA) que no había roto las relaciones comerciales con la isla y representaba una valiosa vía de entrada hacia Latinoamérica. “No iban a arriesgar eso, y se entendió”.
De los cinco países, Corea del Norte fue el único que aceptó sin objeción. “Los coreanos dijeron que sí y financiaron todo; sólo nos preguntaron cuántos mexicanos íbamos a enviar y yo respondí que a 60 cabrones”.
Los 60 mexicanos llegaron en tres bloques a Pyonyang, cada uno de ellos reclutados a detalle por Salvador y sus colegas de confianza. Además de estudiantes había historiadores, filólogos, ingenieros, maestros rurales, normalistas e incluso campesinos que, después de diversas charlas, concluían que a México le había llegado el tiempo de la revolución socialista.
“Primero volamos diez, entre los que estaba yo.”
En su equipaje, Salvador llevaba todos los planos topográficos del territorio mexicano elaborados por la Secretaría de la Defensa. “Esos mapas me iban a servir en Corea”.
La ruta tomada fue: DF-París; París-Berlín Occidental-Berlín Oriental (allí Salvador recibió los pasaportes falsos para continuar su travesía); Berlín Oriental-Moscú y, por último, Moscú-Pyonyang.
Los carros diplomáticos que recibieron a los mexicanos en el aeropuerto los llevaron al hotel del Partido Comunista, donde se hospedaban militantes de todo el mundo. Allí durmieron dos días y luego partieron a la sierra.
Las instalaciones en los campamentos se parecían mucho a las de un internado. Había dormitorios, comedores, cocinas, “absolutamente todo”.
La estadía de los mexicanos en este sitio fue de medio año. Los tres primeros meses fueron de pura doctrina, traducida por coreanos que habían aprendido el español en Cuba. En las aulas también les enseñaron cómo formar una columna, cómo realizar una emboscada, a manejar explosivos y todo tipo de armas, desde morteros hasta granadas.
Luego vino la segunda y última etapa, la praxis. Pero para los extranjeros no todo significaba guerra, pues los fines de semana podían ir a la ciudad a disfrutar del ballet, del teatro principal y de los conciertos. “Íbamos a festivales muy bonitos”, eso sí, custodiados por coreanos y transportados en carros diplomáticos cubiertos con cortinas para que nadie descubriera su presencia.
Ya durante el entrenamiento militar no les dieron concesiones. De lunes a domingo, y a veces hasta 24 horas seguidas, Salvador y los demás se sometía al adiestramiento. “Eran caminatas de todo el día y toda la noche. Caminando dos horas y descansando diez minutos”.
Al terminar el curso y después de soportar ese nivel de presión, se sentían invencibles y en verdad creyeron que estas herramientas militares serían suficientes para desestabilizar al gobierno mexicano.
De hacer la revolución, “una parte sostenía la ‘subida en caliente’. Apenas se bajarán del avión los camaradas llegados de Asia, se decía, habría que meterlos en camionetas cerradas para llevarlos a la sierra a darle”.
El sueño de los 60 guerrilleros, de iniciar la revolución socialista en México, caería como plomo poco tiempo después y ellos terminarían en la cárcel.
A Salvador Castañeda lo detuvo el mismísmo Miguel Nazar Haro, entonces temido titular de la Dirección Federal de Seguridad y fallecido el año pasado. Su historia guerrillera concluyó con cuatro años de cárcel en Lecumberri, dos años más en el Reclusorio Norte y otro en el penal de Santa Martha Acatitla.
Un fantasma recorría el mundo
Cuando Salvador Castañeda y amigos eran jóvenes se vivía una efervescencia por las doctrinas socialistas y comunistas, y el mundo estaba convulsionado:
En Cuba triunfó, en 1959, la revolución encabezada por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, ícono de los alzamientos latinoamericanos.
La Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS estaba en su apogeo, incluida la carrera espacial, que incluyó lanzamientos de satélites y la llegada del hombre a la Luna. En 1962 estalló la Crisis de los Misiles que, según expertos, estuvo a punto de provocar una tercera guerra mundial.
La guerra de Vietnam, iniciada en 1964, que duró diez años, dio como fruto una república socialista.
China inicia en 1966 su polémica Revolución Cultural que, a decir de sus críticos, fue una cacería de brujas contra la burocracia del partido comunista e intelectuales a quienes se acusó de traicionar los ideales revolucionarios para seguir “el camino capitalista”.
México y China iniciaron relaciones diplomáticas en febrero de 1972. Mao Tse-Tung y Luis Echeverría se reunieron en abril de 1973, en Pekín.
En Europa y América (Francia y Chile, especialmente) se levantaron a finales de los 60 movimientos estudiantiles; también en México hubo uno que culminó con la matanza del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, de Tlaltelolco. Tres años después, en junio de 1971, se daba otra represión estudiantil. Fue una década de movimientos guerrilleros urbanos y rurales. En AL surgió la llamada teología de la liberación.
Incluso en Estados Unidos había activismo provocado por el surgimiento del rock y los hippies; el movimiento por la reivindicación de la raza negra culminó con el asesinato de Martin Luther King, en 1968.
No hay comentarios:
Publicar un comentario