El derecho de autodeterminación al servicio de los poderosos
El discurso disyuntivo occidental
31/03/2013 - Autor: René Naba - Fuente: rebelion
El discurso disyuntivo occidental
Salvo error u omisión, parece que los palestinos y los saharauis son los dos últimos pueblos del mundo destinados a permanecer bajo una dominación de tipo colonial. Debido sin ninguna duda al discurso disyuntivo occidental respecto a un principio fundamental del Derecho Público Internacional, el derecho de los pueblos a la autodeterminación, que paradójicamente se ve burlado constantemente por sus promotores.
A pesar de su carácter intocable, dicho principio sufre una aplicación arbitraria sometida a las coyunturas circunstanciales hasta el punto de convertirse en una variable de ajuste en función de los intereses de las grandes potencias occidentales que durante mucho tiempo dominaron la geoestrategia mundial. Así, el principio es válido en un momento y un lugar determinado y no aplicable en otros lugares y otros momentos.
El conflicto del Sahara occidental en realidad sufre la misma amarga experiencia que el conflicto palestino. El derecho a la autodeterminación, principio básico del conflicto, padece la flexibilidad de su aplicación. Pleno de vigor y justificación cuando se trata de promover en el escenario internacional a entidades alineadas con los intereses de los países occidentales, paradójicamente se rechaza y se combate cuando se trata de erradicar cualquier veleidad nacionalista o independentista de los Estados que están fuera del ámbito de la influencia occidental.
Un estudio diacrónico que comparase los datos espacio-temporales de este asunto revelaría un comportamiento que escapa a la racionalidad inmediata y contradice la justicia más elemental.
La constatación es asombrosa: En la época de su presidencia (2000-2008), Georges Bush declaró que estaba cansado de esperar diez años a que Kosovo obtuviera su independencia. Como por ensalmo, justo después de ese reclamo amoroso, un golpe de varita mágica, que no procedía de la magia sino de la impostura, confería a Kosovo su independencia, ya que esa concesión formaba parte de un proyecto más amplio dirigido a rematar el desmembramiento de la antigua Federación Yugoslava, un obstáculo importante para la expansión de la economía occidental en Europa Central.
Fue el mismo caso de Sudán del Sur, un nuevo Estado petrolero y amigo de Israel en el curso del Nilo. Un dato nada despreciable cuando se perfila una guerra por en agua en la zona debida a los cambios climáticos.
Así el derecho de autodeterminación ha establecido dos microestados –Kosovo y Sudán del Sur- como jalones de la hegemonía occidental frente al auge de China y su soslayo de Europa para acceder a África.
Por otro lado encontramos dos casos, el del Tíbet y el de los kurdos, excepcionales. En el caso del Tíbet, Estados Unidos se enfrenta a un objetivo situado en la esfera geoestratégica de China; y en el segundo caso, el de los kurdos, a un aliado estadounidense, Turquía, la avanzadilla de la OTAN en el flanco sur.
En el caso del Tíbet, Estados Unidos alienta las reivindicaciones de los autonomistas tibetanos y se cuida de moderar el poder de China en su patio trasero. El apoyo occidental al Dalai Lama es un instrumento de presión a utilizar como moneda de cambio de las concesiones diplomáticas o económicas chinas.
En cuanto a los kurdos, subcontratistas ejemplares de Estados Unidos en la invasión estadounidense de Irak en 2003, que se consideraban capaces de conseguir un estado como recompensa de su colaboración, no lo han logrado debido a la hostilidad de Turquía hacia un proyecto que podría desestabilizarla debido a la presencia de un fuerte sentimiento irredentista kurdo en su territorio.
La solución intermedia suscrita por los kurdos –una zona ampliamente autónoma en el norte del Kurdistán iraquí-, que si a ellos les satisface parcialmente a los estadounidenses les encanta absolutamente, ya que ese enclave engloba los ricos campos petroleros de Kirkouk y además está vinculado económica y militarmente a Israel.
Es una solución provisional. Muchas personas, en Ankara y en Washington, tienen la ambición de constituir una entidad kurda independiente sobre las ruinas de Siria en el norte del país, en la zona de Jisr al houghour, con la anexión del Kurdistán iraquí, proporcionando así al Estado kurdo una salida al mar. Los disturbios de Siria, que sin duda están justificados por los abusos del poder baasista, se alimentan desde el exterior con un objetivo añadido: solucionar de paso la cuestión kurda por medio del desmembramiento de Siria, como fue el caso de Alexandrette y Líbano.
Kosovo esperó 10 años para su independencia, pero Palestina espera desde hace 65 años sin que su suerte conmueva a los occidentales.
¿Por qué ese doble rasero? Más allá del tributo compensatorio de Occidente por el genocidio judío y de las consideraciones bíblicas, Israel se halla ubicado –no por casualidad- en la intersección de la orilla asiática y la orilla africana del mundo árabe, el punto de unión de la ruta continental de las Indias y la ruta marítima, la cuenca siria-palestina y su prolongación egipcia en el punto de convergencia de las vías de agua de Oriente Próximo (Jordán, Oronte, Hasbani y Zahrani), y de los yacimientos petroleros de la península Arábiga.
La existencia de Israel, debido a su posición geográfica, rompe estratégicamente la continuidad territorial del espacio árabe. Para desgracia del pueblo palestino, que paga los platos rotos de la empresa de deslocalización del antisemitismo recurrente de la sociedad occidental, y para más desgracia de los árabes, que se ven despojados de la posibilidad de constituir una masa crítica con influencia en las relaciones internacionales.
Pero lo que es bueno para Kosovo y Sudán del Sur parece que no lo es para Palestina ni para el Sahara occidental. El ostracismo tampoco es casual: los palestinos se enfrentan a Israel y los saharauis a Marruecos, el principal aliado –de tapadillo- de los israelíes.
No está de más señalar en este contexto que Kosovo e Israel son los dos únicos países del mundo creados por una decisión unilateral. Esas independencias se concedieron en función de intereses estratégicos. Seguramente el conflicto del Sahara no duraría tanto si no sirviera para atizar y debilitar a dos países en beneficio de la estrategia hegemónica occidental, tanto estadounidense como francesa, en la zona; y sobre todo si no constituyera un excelente estímulo de las industrias armamentistas.
Un estimulante conflicto presupuestario en beneficio de las industrias de armamento
Marruecos está entre los países africanos que dedican más esfuerzo presupuestario al armamento. Casi 2.800 millones de euros se dedican anualmente al ejército marroquí, lo que representa el 15% del presupuesto del país, es decir, el doble del de sanidad. Las necesidades militares de Marruecos absorben el 5% de su PIB, lo que le coloca en el «top 20» de los países que más gastan en armas. También, si tenemos en cuenta el crecimiento del PIB, Marruecos gasta más de siete millones de euros diarios en defensa. Entre las grandes compras figuran dos escuadrillas de F-16 además de la modernización de 27 Mirage F-1 francés por 400 millones de euros, una fragata francesa Fremm por 470 millones de euros, tres helicópteros estadounidenses CH-47D por 93,4 millones de euros, cuatro aviones de transporte táctico C-27J Spartan de Italia por 130 millones de euros y 1.200 blindados españoles por 200 millones de euros.
Argelia es el segundo importador de armas del continente, detrás de Sudáfrica, según el informe 2010 del SIPRI, Instituto Internacional de Investigación para la Paz, con sede en Estocolmo. Argelia dedica de media el 3% de su PIB anual a los gastos militares, lo que supuso en torno a 4.500 millones de euros en 2011.
La firma de Argelia de un contrato de compra de sesenta aviones de combate a Rusia en 2006 suscitó inmediatamente una reacción de Rabat, que emprendió la modernización de su flotilla de Mirages F-1 anticuados y la firma de un contrato faraónico de aviones F-16 con Lockheed Martin con la bendición de Washington y la ayuda tecnológica israelí.
El presupuesto militar argelino crece en torno a un 10% anual. De esta forma ambos países asignan sumas colosales al sector de la defensa, lo que los coloca en los primeros puestos de inversores en el sector militar en términos presupuestarios.
El enfrentamiento entre Argelia y Marruecos: un conflicto de dos memorias
Marruecos dispone de dos ventajas incomparables en su enfrentamiento con Argelia. Con Jordania, Marruecos es el mejor aliado soterrado de Israel en el mundo árabe. Su corruptora «diplomacia de la Mamunia» frena cualquier veleidad intelectual crítica por parte de la clase política francesa, ya que Marruecos es el destino favorito del personal político francés, o al menos de una cuarentena de personalidades de primer plano que lo utilizan como su lugar de vacaciones parasitarias a cuenta del principado. El expresidente Jacques Chirac en Taroudant, en el sur del país, el exdirector del Fondo Monetario Internacional (FMI) Dominique Strauss Kahn y el escritor mediático Bernard Henry Lévy también son habituales. Nicolás Sarkozy, siendo presidente de la República, pasó las vacaciones de Navidad de 2009 y 2010 en la residencia real de Jinane Lekbir (el gran jardín), a tres kilómetros de Marrakech. Su antigua rival socialista de 2007, Ségolène Royal, también se alojó allí en 2010 con su compañero André Hadjez, en un «palacio de Ouarzazate», en el sur del país. Criado en parte en Agadir, Dominique Strauss Khan posee un ryad, una mansión de lujo situada en Marrakech, donde pasa algunos días de vacaciones por las fiestas.
También Jean Louis Borloo eligió el reino marroquí como destino de vacaciones en 2010, así como el matrimonio Balkany, Isabelle y Patrick, alcalde de Levallois y cercano a Nicolás Sarkozy. La lista es larga. Reúne a Hervé Morin (y 18 miembros de su familia en el hotel Es-Saadi de Marrakech), Brice Hortefeux y naturalmente Philippe Douste Blazy, antiguo ministro de Asuntos Exteriores que fue objeto de un escándalo.
La afluencia de esos turistas peculiares divierte a la prensa marroquí. Las invitaciones especiales son la carta de triunfo del arsenal diplomático del reino de Marruecos para seducir a los políticos franceses. La práctica se ha erigido en política de Estado. Se denomina «diplomacia de la Mamunia», nombre del célebre palacio de Marrakech, propiedad del Estado marroquí, que acoge desde siempre a las mayores celebridades del planeta. Desde que Yves Saint Laurent y Pierre Bergé lanzaron la moda de los ryads, esos lujosos escondites en el corazón de las medinas marroquíes, una verdadera oleada gala invade Marruecos. Más de 5.000 residentes franceses, la mayoría jubilados, lo eligieron como domicilio tras la difusión en 1999 en la cadena de televisión M6 de una emisión de la serie Capital vantant, «Los encantos de Marrakech, Tánger, Esauira, Fez o Agadir». Pero si Marruecos se ha convertido en un destino privilegiado de los franceses, es sobre todo por los «amigos del rey», algunos con vínculos genealógicos, como Elisabeth Guigou, Dominique de Villepin, Rachida Dati o Eric Besson.
Pero la «tribu Marruecos» se extiende mucho más allá de estos personajes vinculados al país. Es, por así decirlo, tentacular. De Bernard-Henri Lévy a Thierry de Beaucé, numerosos dirigentes políticos, jefes de empresas, intelectuales mediáticos y celebridades del espectáculo tienen en Marrakech o en sus alrededores una segunda residencia.
El «país más bello del mundo», como proclama la propaganda de la Oficina de Turismo marroquí, se convierte así en un lugar de cita culto para la clase política francesa, donde casi sería posible celebrar un Consejo de Ministros durante las fiestas de fin de año, como señaló irónicamente un político francés.
En muchos casos, el encanto exótico del país constituye también el arma secreta de la influencia marroquí en las altas esferas del ministerio francés de Asuntos Exteriores. Esas vacaciones, aunque sean privadas, claramente son ocasiones para establecer contactos especiales a «precios de amigo» en zonas de recreo dirigidas por personas próximas al poder y son prácticas corrientes. Esas delicias, por otra parte, también se aplican sistemáticamente a los VIP de la República.
La Mamunia es la carta de triunfo de esta política de seducción del Makhzen, el poder feudal marroquí. Todos reciben las atenciones particulares que sabe desplegar Marruecos para sus huéspedes de marca. Sin embargo las torpezas de Michèle Alliot-Marie (MAM) en Túnez con el negociante Aziz Miled podrían anunciar el final de una tradición que antes no se rechazaba.
Acróbata de vanguardia de la estrategia occidental en África, brazo armado de Arabia Saudí para la protección de regímenes denostados como el del sátrapa zaireño Mobutu, en el marco de Safari Club, ese rey de las cárceles y el terror que se arroga todas las licencias, que se burla de la soberanía francesa ordenando el secuestro de Mehdi Ben Barka, el líder carismático de la oposición marroquí, en pleno centro de París con la complicidad de los servicios franceses, el que ridiculizó al más ilustre dirigente Francés, Charles De Gaulle, sin embargo se ve promocionado como un paraíso en la tierra bajo el ojo vigilante del «Grupo de Ojuda» conducido por Maurice Lévy, el patrón de Publicis, el gran grupo de comunicación francés. Marruecos basa su derecho en el papel de base de repliegue del Estado francés asignado al reino por los estrategas occidentales en el apogeo de la Guerra Fría en el caso de un nuevo enfrentamiento francés frente al empuje soviético.
Pero ese reino soberano es un país servil. El Comendador de los Creyentes no manda en su estrecho, el de Gibraltar, que garantiza la unión estratégica del océano Atlántico con el mar Mediterráneo, como lo demuestra el incidente del islote Perejil.
Se injerta así sobre el conflicto de Sahara un asunto particular, un conflicto de dos memorias. Dos países que no accedieron de la misma forma a la independencia y no fueron sometidos a la misma trayectoria colonial.
La historia de Argelia se ha hecho en el dolor. Mucho antes del abrasamiento de las cuevas de Tora Bora en Afganistán en 2001, Bugeaud y sus soldados habían abrasado toda Argelia. La historia argelina es mucho más dolorosa de lo que nunca lo fue la historia marroquí aunque solo sea por su duración y por la imposición del Código del Indígena en Argelia, uno de los principales factores de la «aculturación» argelina que produjo como reacción un nacionalismo quisquilloso, particularmente en lo que concierna a Francia.
132 años de colonialismo en Argelia frente a 36 de protectorado francés en Marruecos, es decir, cuatro veces más. Y para remate Sétif, el símbolo de la victoria de la Segunda Guerra Mundial, ahogado en sangre; una guerra de independencia de ocho años con su cortejo de un millón de muertos y un lobby de pies negros argelinos, es decir, de antiguos colonos franceses en Argelia -sin parangón en Marruecos ni en ninguna de las antiguas colonias francesas- explican y justifican la extrema reactividad argelina a cualquier atentado a su soberanía o a los principios impulsores de la dinámica de la guerra de liberación nacional.
La historia marroquí no fue tan tremenda. Es cierto que existió la guerra del Rif, pero el protectorado francés sobre Marruecos duró infinitamente menos que el colonialismo francés en Argelia y su manifestación fue mucho más suave debido a la complacencia de una fracción del trono, en particular el Glaoui de Marrakech.
Al conflicto de la construcción de la memoria entre ambos países se superponen sus orientaciones divergentes tanto en el plano internacional como en el plano interno. Uno de los dramas del mundo árabe reside en el hecho de que los dos monarcas más cultivados de su generación –Hassán II de Marruecos, licenciado en Derecho por la universidad de Burdeos, y Hussein de Jordania, licenciado en la Academia Militar británica de Ssndhurst- en vez de practicar la modernidad para promocionar sus países y a sus pueblos instrumentalizaron dicha modernidad al servicio de un absolutismo retrógrado.
La balcanización del mundo árabe y la necesidad de un umbral crítico
Como una herida abierta que recorre su espíritu, el mundo árabe está sufriendo una balcanización cuyo desgarro más reciente, en 2011, fue la amputación de Sudán del Sur, burlando el principio de inviolabilidad de las fronteras nacidas de la descolonización.
Anteriormente fueron la amputación de Palestina por medio de la implantación de una entidad occidental, Israel, en la articulación de la ribera africana con la ribera asiática del mundo árabe; la disociación de Líbano y Siria; la amputación del distrito de Alexandrette de Siria y su anexión a Turquía y finalmente la separación de Kuwait de Irak y la de Transjordania (la actual Jordania) de Cisjordania.
Fuente de debilidad frente a las grandes agrupaciones de su vecindario inmediato, como la Unión Europea, la fragmentación del mundo árabe debería conducirle a trabajar en pro de la unión y no de la división.
La creación de un conjunto homogéneo resolvería el problema del Sahara occidental por medio del acuerdo y la cooperación, con el fin de tender una pasarela entre los dos grandes países del Magreb central, Argelia y Marruecos, en vez de mantener un absceso de fijación que impide cualquier proyecto panárabe.
La creación del Gran Magreb no puede seguir siendo una utopía. Debe concretarse, como sea, para consolidar la zona mediterránea, primera etapa hacia la construcción de una agrupación formada por Irán, Turquía, Irak, siria, Líbano, Palestina, Argelia, Marruecos, Egipto, Libia y Sudán. Un conjunto de 500 millones de habitantes equivalente a la estructura de los 27 países de la Unión Europea que congregue a los suníes y chiíes, cristianos y musulmanes, árabes, turcos, iraníes, bereberes y kurdos en un mosaico humano creativo, no una guerra interna destructiva.
A este respecto está fuera de toda lógica que un convoy humanitario procedente de Europa hacia Gaza dependa de una autorización conjunta de Argelia, Marruecos, Libia y Egipto.
Se cierra una era y se abre otra. Más allá del punto infectado maliense debido a la «talibanización» del Sahel por la proliferación del septentrión maliense, la confederación debe ser el objetivo principal para oponerse a las tendencias centrífugas de la zona, atizadas por las particularidades regionales, los empecinamientos y el chovinismo religioso.
El asunto libio
La legítima satisfacción por la caída de un dictador no puede ocultar el desastre estratégico provocado por el hundimiento de un país situado en la unión entre el Mashreq y el Magreb y su ubicación bajo el paraguas de la OTAN, el enemigo más implacable de las aspiraciones nacionales del mundo árabe.
Gran actuación estratégica comparable en su magnitud a la invasión estadounidense de Irak en 2003, el cambio de régimen político en Libia, bajo los bombazos de los occidentales, parece destinado en primer lugar a neutralizar los efectos positivos de la «Primavera Árabe» en cuanto que Libia era para la Alianza Atlántica el gendarme absoluto de las reivindicaciones democráticas de los pueblos árabes.
42 años después de que los expulsaran de la base estadounidense de Wheelus AirField-Okba Ben Nafeh (Trípoli) y de la base inglesa de Al Adem-Abdel Nasser (Bengasi), los anglosajones volvieron a poner el pie en Libia para convertirla en su principal plataforma de operaciones contra las revoluciones árabes, la zona de subcontratación por excelencia de la lucha contra la inmigración clandestina con destino a Europa Occidental, la sede secreta del comando africano para vigilar el Magreb y la lucha contra el AQMI en el Sahel.
En esta nueva configuración, parece que Libia y Marruecos deben hacer el papel de las dos mandíbulas de una tenaza destinada a encerrar a Argelia.
La diversificación de las fuentes de armamento de Argelia con Alemania (14.000 millones de dólares en 10 años), el Reino Unido e Italia, además de China y Rusia, no es suficiente. El inmovilismo conllevaría la condena de Argelia. 50 años después de la independencia, la generación de los muyaidines llega al final de su prestación.
So pena de marginación, de paralización del país, de necrosis de la reivindicación saharaui, Argelia debe acompasarse con los nuevos equipos dirigentes de su entorno y reactivar su antigua relación estratégica con el Egipto de la época del tándem Nasser-Boumediene, con el fin de estabilizar Libia y prever los efectos centrífugos de las rivalidades internas y favorecer la convergencia con el levantamiento de protesta marroquí para un nuevo enfoque de la resolución del conflicto del Sahara.
En el flanco del sur de Europa atrapado en las redes de la globalización, se levanta ahora un mundo rebelde en su viejo coto de caza, una zona que Europa quería convertir en parapeto estratégico contra la penetración china en África, la zona de externalización de la política de la lucha contra la inmigración salvaje árabe-africana.
Tras la Primavera Árabe de 2011, el mayor reto del mundo árabe sería llevar la dinámica reformista a las monarquías árabes curiosamente marginadas de la protesta, en particular las petromonarquías del Golfo, el foco del integrismo y la regresión social, que por otra parte se encuentran entre los principales aliados de Marruecos en el conflicto de Sahara Occidental y al mismo tiempo son aliados objetivos de Israel en el enfrentamiento con los palestinos.
La resolución del conflicto palestino y del conflicto saharaui parece que deben pasar por el reequilibrio de las relaciones interárabes y por la ubicación defensiva de las petromonarquías, preludio de una modificación radical de sus alianzas internacionales, en particular su lealtad incondicional a Estados Unidos, el protector de Israel.
En la década de 1970, mientras Líbano servía de guerra de derivación al proceso de paz egipcio-israelí, la presión recayó sobre Siria y Argelia con el fin de romper la determinación de estos dos focos principales del «Frente árabe de rechazo» a las actuaciones israelíes y estadounidenses en la zona. La crisis cardíaca del presidente sirio Hafez Al Assad en 1976, en pleno asedio del campo palestino de Tall el Zaatar en el barrio este de Beirut, pareció abrir una rendija a un nuevo reparto de las cartas a escala regional. El restablecimiento del presidente sirio seguido de la enfermedad fatal del presidente argelino Houari Boumediene en 1979-1980, privilegió la desestabilización dirigida a Argelia mediante el financiamiento de un proselitismo islámico por parte de fondos saudíes.
El alineamiento de la dinastía wahabí con la coalición occidental anti-Sadam Hussein distendió un poco los vínculos entre los islamistas argelinos y sus patrocinadores saudíes, pero sin acabar por ello con la dinámica de la guerra interna que arrasó Argelia durante 10 años y que supuso su marginación del ámbito de la diplomacia árabe regional.
El mismo esquema parece reproducirse con la constitución de un parapeto petromonárquico contrarrevolucionario por la adhesión de Marruecos y Jordania, los dos grandes aliados de Israel, al Consejo de Cooperación del Golfo.
Salvo que se resuelva como un hecho consumado, el bloque republicano árabe debería vigilar para crear las condiciones de un «Fukushima» político sobre las monarquías árabes, en particular Arabia Saudí, el corazón nuclear del integrismo mundial y foco absoluto de la regresión social, con el fin establecer una relación de fuerzas favorable a una resolución del conflicto del Sahara occidental y los demás puntos de disputa interárabe.
Y para los saharauis que saquen su problema del encierro para sensibilizar al respecto a todo el mundo árabe. Ya que «No se puede conseguir una victoria política sin una victoria cultural previa» (Antonio Gramsci).
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