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lunes, 17 de febrero de 2014

Abraham: Bendición para todas las naciones según las tradiciones judía, cristiana e islámica

Abraham: Bendición para todas las naciones según las tradiciones judía, cristiana e islámica


30/05/2006 - Autor: Adel Théodore Khoury - Fuente: VI Asamblea Plenaria de la Federación Bíblica Católica



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Maqam (estación) of Abraham próxima a la Kaaba, en Meca.
Maqam (estación) of Abraham próxima a la Kaaba, en Meca.

Judíos, cristianos y musulmanes todos invocan al patriarca Abraham. Para distintas reflexiones, los tres grupos se consideran como la posteridad legítima de Abraham, heredera de la alianza divina con él, de las promesas proclamadas por Dios en favor de sus descendientes y de la bendición otorgada por medio de él a todas las naciones. Pero, en distintos grados, las tradiciones judía, cristiana e islámica han conseguido superar el horizonte de sus comunidad particulares, para revelar en su larga historia las dimensiones universales de las promesas de salvación que Dios ha pronunciado en la bendición concedida a Abraham y por medio de él a toda su descendencia y a todos los pueblos.

En esta ponencia vamos a exponer los datos de las tres tradiciones que conciernen a la bendición de Abraham, sus condiciones, sus efectos y sus dimensiones. En la conclusión daremos algunas indicaciones sobre la función que la figura del patriarca Abraham pudo desempeñar en el marco de las relaciones entre las tres religiones que hoy denominamos "las religiones abrahámicas", es decir, el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam.

LA BENDICIÓN DE ABRAHAM EN LA TRADICIÓN JUDÍA

La figura de Abraham juega un papel predominante en la tradición judía. En cada época de la historia del pueblo, Abraham aparece como el garante de la identidad, de la prosperidad o, en tiempos de crisis, de la supervivencia del pueblo. Alrededor de su figura se ha especulado mucho. Todo oscila entre un particularismo exclusivo y un universalismo abierto, en el que el pueblo judío, consciente de su pertenencia a Abraham, ocupa un lugar importante.

Aquí no podemos exponer todos los detalles de este desarrollo. Nos oncentraremos en los rasgos que conciernen la bendición que Abraham recibió en favor de las naciones.
Empezaremos a partir de los datos bíblicos del Antiguo Testamento, luego consultaremos los textos de la tradición judía tardía y aquí y allá algunos pensadores judíos a través de la historia.

Datos del Antiguo Testamento

1. Los textos del Génesis

El texto principal es el que podemos leer en el Génesis. Este pasaje vincula las
bendiciones de Dios con la orden que da a Abraham de dejar su país y su familia para ir al encuentro de los designios de Dios.

Yahvé dijo a Abraham: "Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición.

Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra." (Gn 12,1-3).

Nada había predestinado a Abraham a la vocación que Dios le envía y a la vocación que le concede tan generosamente. Abraham vivía en un contexto pagano, todavía no conocía la ley de Dios y todavía no había hecho prueba de obediencia absoluta a los mandatos de Dios. Por esto, está claro que la bendición y las promesas de Dios a Abraham son en primer lugar el signo de la voluntad libre de Dios y no pueden ser consideradas como condicionadas por la fe y la obediencia de Abraham. El destino de Abraham y de su posteridad está en las manos de Dios que actúa en su vida en función de su omnipotencia y su bondad gratuita. Pero Dios espera que Abraham responda a esta gracia divina con una fe sólida y una obediencia dispuesta al sacrificio.

Dios promete a Abraham que será el padre de una posteridad numerosa: "De ti haré una nación grande" (Gn 12,2). Esta promesa es el fundamento de la historia del pueblo hebreo bajo la dirección de Dios.

Para este pueblo, la pertenencia del pueblo judío a la descendencia de Abraham significará a la vez un privilegio y un deber a través de la historia y en sus relaciones con las otras naciones. La posteridad de Abraham apela a lo que la palabra de Dios afirma en el texto antes citado, es decir, que Dios bendice a los que bendecirán el nombre de Abraham, y maldice a los que lo maldicen. Así pues, si Abraham es el mediador de la bendición y si su descendencia hereda sus bendiciones, la bendición será, ella también, como una mediadora entre las naciones y las bendiciones de Dios (Veremos más adelante en qué sentido la tradición ha comprendido esta función).

En fin, Dios promete a Abraham que será una bendición para todas las naciones. Con esto se inaugura una nueva etapa de la historia de la humanidad, una historia de bendición por lo que respecta a Abraham. Este pasaje, proveniente de la fuente yahvista del Génesis, se sitúa al interno de la historia del pueblo, en el marco de un reino lleno de éxito por parte de los reyes judíos. Dicho reino mostraba que el pueblo judío se había convertido en un pueblo realmente poderoso y que su reino podía convertirse en una bendición y una promesa de prosperidad para los pueblos que vivían bajo su dominio o en el radio de su territorio. La bendición del pueblo judío significaba entonces una bendición ara todas las naciones. Después de la narración del sacrificio de Isaac, Dios hace esta promesa:

Yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra, en pago por haber obedecido mi voz (Gn 22,17-18).

Y el texto ve todo esto unido a la promesa originaria de Dios de bendecir a Abraham en su posteridad directa y en todas las naciones de la tierra.

El papel de Abraham como bendición para las naciones se pone de manifiesto en la historia de la destrucción de las ciudades pecadoras de Sodoma y Gomorra. En la introducción a la destrucción de Sodoma se coloca la escena de la intercesión de
Abraham en favor de los habitantes de la ciudad. El autor bíblico relaciona expresamente esta intercesión con la bendición de Abraham para las naciones:

Dijo entonces Yahvé: "¿Cómo voy a ocultar a Abraham lo que voy a hacer, siendo así que Abraham ha de ser un pueblo grande y poderoso, y se bendecirán por él los pueblos todos de la tierra?" (Gn 18,17).

Abraham recibe de Dios la bendición para él mismo, para su descendencia inmediata, y para el pueblo que formará su posteridad. Esta bendición le ha sido otorgada por una iniciativa divina libre, pero Abraham se ha mostrado capaz de recibirla en atención a su fe y su obediencia a la voluntad y a los designios de Dios. Así leemos: "Abraham creyó en Yahvé, el cual se lo reputó por justicia" (Gn 15,6).

Ya en los textos citados emerge la tensión entre los dos polos: Abraham-Israel y Abraham-las naciones. Las consecuencias de esta tensión se manifestarán en el curso de la historia de la tradición judía, como lo mostraremos seguidamente.

2. Algunos textos del Antiguo Testamento

La posteridad de Abraham se considera en varios textos como idéntica a la pertenencia al pueblo judío. El salmo 47,10 nombra a los judíos "el pueblo del Dios de Abraham". Esta posteridad asume la función de mediadora de las bendiciones de Dios para las naciones y al mismo tiempo alcanza un dominio muy extendido:

Por eso Dios le prometió con juramento bendecir a las naciones por su escendencia,
multiplicarle como el polvo de la tierra, exaltar su estirpe como las estrellas y darle una herencia de mar a mar, desde el río Jordán hasta los confines de la tierra (Si 44,21).

Es en esta perspectiva que se sitúa la visión del Deuteroisaías (60,3-7), al describir la peregrinación de las naciones a Jerusalén para adorar el Dios de Israel:

Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada. Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos, y tus hijas son llevadas en brazos...

Si se aplican los términos "tus hijos" y "tus hijas" a los miembros de los distintos pueblos citados en el texto, se puede concluir que también los no-israelitas están incluidos en dichos términos como pertenecientes a la posteridad de Abraham, igual que los otros descendientes reunidos en Jerusalén.

Además, en Isaías hay un pasaje en el que se nombra a dos pueblos extranjeros, Egipto y Asur, los cuales recibirán la bendición de Dios con Israel (Is 19,24-25).

En fin, la historia del profeta Jonás, enviado a Nínive para convertir a sus habitantes no-judíos, muestra que al lado del pueblo judío hay otro pueblo que es objeto de la misericordia y de la salvación de Dios.

3. Datos de la tradición judía

La tradición judía oscila entre dos polos. Pone el acento tanto en la relación estrecha, particular - y exclusiva - entre Abraham y el pueblo judío cuanto en la relación universalista entre Abraham y las naciones de la tierra.

La línea particularista

En la línea particularista se sitúa la lucha de los Macabeos contra la dominación de los Seléucidas (a partir de mitad del siglo II antes de Jesucristo) y contra la tentación de asimilarse a la cultura de los paganos. Lo mismo ocurre, en otro nivel, con la ideología de la comunidad de Qumrán que se separa de la sociedad contaminada y busca salvar la identidad del pueblo judío contra la fascinación de la cultura helenista. En el Libro de los Jubileos (cap. 18,16) se menciona la importancia de Abraham para las otras naciones, pero toda la atención de la obra va dirigida hacia la exclusividad de las bendiciones otorgadas por Dios a Abraham y transferidas exclusivamente a Jacob.

Después de la destrucción del templo de Jerusalén el año 70 después de Cristo, la tradición judía se concreta de una manera cada vez más exclusiva en la tradición rabínica, la cual se concentra alrededor de la Torá y de la ley. En esta tradición, Abraham aparece como la propiedad casi exclusiva del pueblo judío. Su descendencia legítima heredera de la alianza divina y de las bendiciones de Dios es la posteridad nacida de Jacob y de las tribus, excluidos los otros hijos y descendientes de Abraham.

La línea universalista

Abraham es considerado por Filón de Alejandría por ejemplo como el modelo de todos los convertidos, porque ha reconocido al Creador y ha observado sus mandamientos. Esta vía está abierta a todos los no-judíos en el mundo. El profeta Isaías ya había anunciado respecto a Jacob y su posteridad: "Haré de ti la luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra" (49,6).

Abraham, "el primer convertido", es considerado como el padre espiritual de todas las personas de buena voluntad que buscan al Dios único. Así, la salvación es posible para los no-judíos, porque todas las personas son criaturas del Dios único. En la visión del reino mesiánico de Dios, su palabra dirigida al pueblo judío es la misma que va destinada a todos los pueblos (Is 2,2-5; Mi 4,1-2).

Conclusión

Así pues, la tradición judía considera a Abraham como una bendición para todos los pueblos, pero sobre todo para el pueblo judío, heredero directo de la alianza y las promesas de Dios. Un papel decisivo juega ahí la descendencia de Abraham según la carne y en el linaje de Jacob.

LA BENDICIÓN DE ABRAHAM EN LA TRADICIÓN CRISTIANA

Datos fundamentales

La reflexión cristiana se concentra alrededor de dos puntos principales: Quién es la verdadera descendencia de Abraham, heredera de su bendición? y ¿Qué es lo que capacita a las naciones paganas para recibir esta bendición?

1. La verdadera posteridad de Abraham

Escrutando los textos de la Biblia, el apóstol Pablo descubre la condición indispensable que predestina a los judíos y, al mismo tiempo, transforma además a los paganos en miembros de la posteridad de Abraham.

La descendencia según la carne no es decisiva. Es la fe de Abraham lo que se le contó como justicia (Gn 15,6; Ga 3,6). Así pues, la verdadera pertenencia a la posteridad de Abraham se basa en la fe.

Tened, pues, entendido que los que creen, ésos son los hijos de Abraham. La Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció con antelación a Abraham esta buena nueva: En ti serán bendecidas todas las naciones. Así pues, los que creen son bendecidos con Abraham el creyente (Ga 3,7-9).

Esta fe de Abraham se manifestó en sus obras, en su obediencia a los mandatos de Dios, incluso cuando ignoraba los designios de Dios sobre él y sobre su destino. La epístola a los Hebreos enumera los actos de obediencia de Abraham: su marcha hacia un país desconocido; el nacimiento de Isaac; el sacrificio de Isaac (11,8-19).

No basta, pues, con apelar a la descendencia carnal de Abraham, como de ello se vanaglorian los judíos. Juan Bautista decía a los fariseos y saduceos que iban a él para hacerse bautizar: "Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham, porque os digo que Dios puede de estas piedras suscitar hijos a Abraham" (Mt 3,8-9; cf. Lc 3,8). Y Jesús por su parte, ante los judíos que no querían creer y que aseguraban llenos de suficiencia: "Nuestro padre es Abraham", les reprochaba: "Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham" (Jn 8,39).

San Pablo argumenta aquí que Abraham recibió la bendición en consideración de su fe y teniendo la circuncisión, es decir antes de que hubiera recibido la alianza de Dios y se hubiese convertido en el padre del pueblo judío. Por eso, Abraham ha llegado a ser en atención a su fe el padre de los incircuncisos, de los pueblos paganos (cf. Rm 4,9-12).

2. El pueblo judío no está excluido, pero ya no tiene privilegios exclusivos

La pertenencia al pueblo judío, cuyo padre es Abraham, da a sus miembros el derecho otorgado por Dios de participar a su salvación.

Incluso los descendientes de Abraham según la carne están sometidos al peligro de ser excluidos de la bendición de Abraham, si no se cumplen las condiciones necesarias para recibir esta bendición. En el pasaje de San Juan citado más arriba, Jesús reprocha a sus adversarios, que se vanagloriaban de tener por padre a Abraham, que esto no impediría que se convirtieran en hijos del diablo, ya que desean realizar sus deseos (cf. Jn 8,44).

Todavía más severa es la advertencia dirigida contra los judíos reticentes: Después de la curación del siervo de un centurión romano, Jesús proclama: "Os aseguro que en Israel no he encontrado a nadie con una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera..." (Mt 8,10-12).

3. La salvación universal por Jesucristo

El testimonio cristiano se concentra alrededor de la persona de Jesucristo el Señor. Todas las promesas que Dios dio antiguamente a Abraham y a los Padres se realizan en él; la alianza nueva y eterna fue sellada en su sangre y confirmada por su resurrección de entre los muertos; las bendiciones de Abraham para el pueblo judío y para todas las naciones de la tierra descansan ahora en la pertenencia directa o indirecta a Jesucristo. Así se puede leer en la epístola a los Gálatas:

Pues bien, las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendencia. La Escritura no dice: "y a los descendientes", como si fueran muchos, sino a un o solo, "a tu descendencia", es decir, a Cristo (Ga 3,16).

Y un poco antes del pasaje citado: "Y esto para que la bendición de Abraham llegara a los gentiles, en Cristo Jesús, y por la fe recibiéramos el Espíritu de la promesa" (Ga 3,14).

Toda la esperanza de Abraham se realiza en Jesucristo

Todos los que han sido bautizados en el nombre de Cristo son uno en el Cristo, sin diferencia entre judíos y griegos, entre hombres y mujeres, esclavos y libres. "Ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa" (Ga 3,28-29).

Consecuencias

Bajo la dirección del Espíritu Santo la comunidad cristiana ha aprendido no sólo que
Dios "quiere que todas las personas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2,4), sino también que las vías que Dios escoge para realizar esta salvación esconden muchas sorpresas. Mientras los juedeo-cristianos insistían en que los paganos debían primero hacerse judíos para poder hacerse cristianos y así participar a la salvación de Cristo, Dios les ha mostrado que su libre voluntad no se deja encadenar por los lazos humanos y que Israel ya no es, como algunos lo pensaban, el mediador necesario de la salvación de los paganos. La historia de la conversión del centurión romano Cornelio lo demuestra de una manera extraordinariamente instructiva. En el capítulo 10 los Hechos de los Apóstoles describen el acontecimiento y concluyen:

Estaba Pedro diciendo estas cosas, cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaba la palabra. Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles... Entonces Pedro dijo: "¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?" mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. (Hch 10,44-48).

Es de señalar que el don del Espíritu santo fue concedido o Cornelio y a su familia antes de que fueran bautizados, y que el bautismo en este caso no sirvió más que para confirmar lo que Dios había realizado en la vida de estos nuevos convertidos.

La salvación en Cristo no está ligada a la biología, a una descendencia según la carne (Mt 3,9), ni a la geografía, es decir, a los lugares santos particulares. Jesús afirma claramente en su conversación con la Samaritana: "Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre... pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren" (Jn 4,21.23).

La salvación está definitivamente ligada a la fe, al menos en su forma fundamental, como lo formula la epístola a los Hebreos: "Ahora bien, sin la fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan" (Hb 11,6).

La salvación también va unida a las buenas obras. En el episodio de la conversión de Cornelio, Pedro declara: "Verdaderamente constato que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato" (Hch 10,35).

De ahí nace la necesidad de una nueva orientación en las relaciones con los no-cristianos.

Tensión entre particularismo y universalismo

1. Superación del particularismo

En la primera fase del desarrollo de la comunidad cristiana se sitúa el esfuerzo por superar el particularismo judaico. Numerosos textos e himnos testimonian esta orientación universal y de la conciencia de la función cósmica de Jesucristo. Citemos algunos pasajes.

Después del descenso del Espíritu Santo en el primer Pentecostés, el apóstol Pedro declara ante los grupos reunidos en Jerusalén: "Pues la promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor nuestro Dios" (Hch 2,39).

En el Evangelio según San Juan, Jesús mismo declara: "También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor (Jn 10,16).

San Pedro se defiende en Jerusalén contra las críticas de los adeptos al particularismo judeocristiano. Describe la experiencia que hizo en la conversión de Cornelio: "Por tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?" (Hch 11,17). Un testimonio análogo fue llevado ante de la asamblea de los apóstoles en Jerusalén, de manera que la puerta de la salvación se abriera de par en par ante los paganos, sin que se les impusieran cargas que les habrían vinculado a la ley judaica (cf. Hch 15,4-19).

2. El Cristo cósmico

El universalismo de la salvación y de la reconciliación en Cristo adquiere una dimensión cósmica, de manera que no solamente los judíos y los paganos son llamados a participar directamente en la salvación de Cristo, sino también todo el universo está inmerso en el misterio de Cristo.

En un himno que funciona como apertura a la epístola a los Colosenses leemos:

Él es imagen del Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra... Todo fue creado por él y para él. Él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia.

Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud y reconciliar por él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, los seres de la tierra y de los cielos" (Col 1,15-20).

3. El único mediador de la salvación es Jesucristo

En el Nuevo Testamento se encuentran unos textos que muestran claramente que la Iglesia de las primeras generaciones estaba convencida de que la salvación se cumplía en Cristo y sólo en Él. Citemos algunos:

En el evangelio de San Juan Jesús afirma con toda claridad: "Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida" (Jn 14,6).

San Pedro declara oficialmente ante el Sanedrín: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los humanos por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,12).

En fin, en la primera epístola a Timoteo leemos: "Porque Dios es único, único es también el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también" (1 Tm 2,5).

4. ¿Es necesaria la Iglesia para la salvación?

Con el tiempo, se nota que la Iglesia empieza a ser entendida como la prolongación de Jesucristo, como el lugar donde se cumple la mediación salvadora del Cristo. De ahí surge la insistencia sobre la necesidad de pertenecer a la Iglesia para poder participar de la salvación de Cristo. De ahí también nació la fórmula: Extra Ecclesiam nulla salus (no hay salvación fuera de la Iglesia). Por medio de una interpretación absolutista de esta fórmula, ciertos teólogos empezaron a negar a los no-cristianos la posibilidad de participar de la salvación de Cristo, en cuanto no han sido bautizados y así se han integrado en la comunidad cristiana.

La fe cristiana afirmaba: Jesucristo es absolutamente necesario para la salvación. Ahora surge la afirmación: La Iglesia es absolutamente necesaria para la salvación.

En la actualidad la fórmula antes citada (Extra Ecclesiam nulla salus) se interpreta en el modo siguiente: Allí donde se cumple la salvación de Cristo - y esto según Dios quiere y según sus propios caminos - allí la Iglesia también está presente.

De este modo, la vía está abierta para ir a la búsqueda de los medios de los que Dios se sirve para realizar su salvación, incluso entre los no-cristianos. Por esto, el Concilio Vaticano II anima a los cristianos a intentar descubrir en las religiones no-cristianas los elementos de verdad y santidad que ellas contienen, a reconocer y promover estos elementos, porque constituyen destellos de la verdad de Cristo y son un efecto de la acción del Espíritu Santo en la historia de la humanidad.

Jesucristo continúa siendo el centro y el punto de unión de toda la historia de salvación de la humanidad. Pero no siempre resulta evidente a los seres humanos la manera en que se forman los lazos que unen a los salvados de todas las naciones, aquellos que participan en la bendición y en la promesa de Abraham, con Jesucristo, que los ha salvado y reconciliado en la sangre de su cruz y la gloria de su resurrección.

ABRAHAM EN LA TRADICIÓN ISLÁMICA

Los datos de la tradición islámica sobre el rol de Abraham en el pensamiento y la práctica religiosos de los seres humanos y los pueblos - sobre todo en el Corán - se despliegan paralelamente a las líneas que ya hemos constatado en la tradición judía y en la tradición cristiana.

Abraham, el creyente perfecto y el siervo obediente perfecto

Abraham recibe en el Corán (4,125) y en la tradición islámica el título de honor de amigo de Dios (khalil Allah). En consideración a su elección, bendición y alianza con Dios, Abraham es un siervo lleno de la gracia de Dios, un siervo que caminó a pesar de todas las dificultades a los ojos de los humanos por la vía que Dios le indicó, y se mostró fiel a pesar de todas las pruebas que tuvo que soportar. Por su fidelidad inquebrantable a la fe en Dios Abraham es un ejemplo para los musulmanes.

Abraham es también el modelo de hombre perfectamente abierto a la vocación de Dios, pues está dotado de un "corazón puro" (37,84), capaz de abrirse al conocimiento de Dios. Y Dios lo condujo a la fe gracias a una ciencia particular que no alcanzó su padre (19,43). Entonces pudo separarse del error de sus padres para volverse hacia el Dios único.

Y efectivamente Dios lo guió, le otorgó la revelación (2,136; 4,163), la profecía (4,163) e incluso una escritura santa, "Los libros de Abraham" (citados junto al Libro de Moisés (53,36-37; 87,19).

Abraham el musulmán

El Corán llama a Abraham el primer musulmán, el modelo de creyente que se entrega con toda confianza a Dios. Su fidelidad a los mandatos de Dios le llevó a observar los deberes religiosos de un musulmán piadoso: confesaba su fe monoteísta, cumplía con la oración, daba la limosna impuesta por la ley (21,73), hacía la peregrinación incluyendo la entrada en el estado sagrado, la realización de las peregrinaciones y la ofrenda (22,26-29), y también hacía buenas obras (21,73).

En fin, Abraham recibió de Dios la promesa de una descendencia bendita: Isaac, Jacob y la larga posteridad que se extiende hasta Jesucristo, una posteridad elegida por Dios y guiada por él en una vía recta (6,84-87; cf. 19,49; 21,72; 29,27; 37,112). Y a esta "familia de Abraham", Dios le dio "el Libro de la Sabiduría", y le concedió "un reino inmenso" (4,54).

Vistos todos estos dones y la bendición de la que Dios llenó a Abraham, éste se convirtió en el padre de los adeptos a la verdadera religión. Y el Corán dio esta orden a Mahoma: "Sé la religión de Abraham, un verdadero creyente" (16,123); e igualmente dijo a los musulmanes: "Dios es verídico; seguid la religión de Abraham, un verdadero creyente que no se contaba entre los politeístas" (2,95; cf. 4,125; 6,161).

La importancia de Abraham para el Islam

La pertenencia a la descendencia de Abraham cobró una importancia decisiva para el Islam, cuando éste quiso definir su identidad respecto al Judaísmo y al Cristianismo. Después de la emigración de la Meca a Medina en el año 622, Mahoma, que era consciente de sus vínculos con la tradición bíblica, intentó en vano ganarse la alianza de los judíos en favor de su causa y de sus intereses contra sus adversarios de la Meca. Al fracasar sus tentativas, en el año 624 llevó a cabo dos empresas que aseguraron al Islam su independencia religiosa y le permitieron la entrada en un patrimonio político propio.

La primera empresa es de carácter religioso. Más allá de las ambiciones exclusivas de los judíos y de los cristianos de ser los herederos de Abraham y de poseer la única religión salvadora, Mahoma se atribuyó de una manera directa y definitiva a Abraham, padre de los creyentes. La religión de Abraham - argumenta - estaba allí antes del Judaísmo y del Cristianismo. Así se consolidó la independencia del Islam en relación al Judaísmo y al Cristianismo.

La segunda empresa es de carácter político-religioso. Debía subrayar la descendencia legítima directa de Abraham y el carácter árabe de la revelación coránica. El Corán proclama que la Kaaba, el santuario central de Arabia, fue construido por Abraham y su hijo Ismael y que, por lo tanto, no es un templo pagano sino un santuario dedicado a la adoración del Dios único (2,142-150). Por esto, a partir de entonces el Corán ordenó a los musulmanes que no rezaran más en dirección a Jerusalén, como habían hecho hasta entonces, sino en dirección a la Kaaba. Así fue confirmada la independencia del Islam y al mismo tiempo su pertenencia a la tradición bíblica sobre Abraham. Además la Kaaba se convirtió en el lugar de reunión de todas las tribus árabes y el símbolo de unidad religiosa y política del Islam.

Sobre esta nueva base, los musulmanes ya podían desarrollar un sentimiento de pertenencia particular a Abraham y hacérselo propio por encima de los judíos y cristianos. Sobre este tema el Corán se expresa con mucha claridad: "los hombres más cercanos a Abraham son verdaderamente aquellos que lo han seguido, como este profeta (Mahoma) y los que han creído... (3,68).

Este lugar privilegiado en la posteridad de Abraham está atestiguado una vez más, según afirma el Corán, por el hecho que, cuando Abraham edificó la Kaaba, le pidió (con su hijo Ismael) a Dios que enviara a su descendencia un profeta salido de ellos. La exégesis islámica identifica este profeta con Mahoma (2,127-129).

La importancia de Abraham para las naciones

Abraham es, pues, el modelo de todos los que se someten a Dios por la fe y las buenas obras. De ahí se pueden sacar algunas consecuencias - aunque el Corán y la tradición islámica sean menos explícitos en este tema - que conciernen a la salvación de las naciones y la solidaridad de los musulmanes con los no-musulmanes.

1. Salvación de los no-musulmanes

La mayoría de los teólogos musulmanes afirma que sólo los musulmanes tendrán acceso al paraíso, mientras que los no-musulmanes, incluidos los judíos y los cristianos, serán echados al infierno eterno. Pero el Corán asegura lo siguiente: "los que creen, los que practican el Judaísmo, los que son cristianos a sabeos, los que creen en Dios y en el último Día, los que hacen el bien: éstos encontrarán su recompensa al lado de su Señor.

No probarán ningún temor, no serán afligidos" (2,62; cf. 5,69). Y el Corán lo confirma a pesar de las reticencias de los musulmanes y de la Gente del Libro, judíos y cristianos: "Esto no depende ni de vuestros deseos, ni de los deseos de la Gente del Libro. Quien hace el mal será retribuido en consecuencia... Todos los creyentes, hombres y mujeres, que hacen el bien: éstos entrarán en el paraíso... " (4,123-124). Desde la perspectiva de estos versículos, grandes teólogos musulmanes, como Ghazzali, Mahmud Shaltut y Muhammad ´Abduh, afirman que los judíos y los cristianos, por ejemplo, pueden tener acceso al paraíso de Dios

2. Solidaridad de los musulmanes

El Islam comprende su misión como dirigida a todos los pueblos; de ahí su orientación universal. Pero esta universalidad va unida a la conversión al Islam y en la práctica no comporta más que una solidaridad parcial con ciertas comunidades religiosas poseedoras de una Escritura Santa, como los judíos y los cristianos. Los otros pueblos no-musulmanes tienen que ser tratados según las exigencias de la justicia, pero no gozan de la benevolencia y la solidaridad de los musulmanes.

CONCLUSIÓN

La pertenencia a la posteridad de Abraham puede promover un reencuentro abierto entre los fieles de las tres religiones monoteístas. En relación a su fe y obediencia a los mandatos de Dios, incluso en las pruebas y tribulaciones, se puede encontrar en él un punto de referencia común que incluye a todos las personas de buena voluntad, abiertas a la fe y dispuestas a orientarse hacia el bien. Esta actitud es capaz de ensanchar los horizontes de los creyentes para englobar a todas las personas y todos los pueblos y para hacer de ellos testimonios de la bendición que Dios ha concedido a Abraham, bendición que le ha confiado para todas las naciones de la tierra.

En lugar de ser un objeto de disputa y litigio entre las tres religiones que lo invocan, Abraham puede convertirse en el iniciador y garante de un diálogo serio entre ellas y de una cooperación fructuosa para el bien de toda la humanidad.

Hoy vivimos en un mundo que, inmerso en el marco de la aplastante globalización, ya no es y ya no puede ser el mundo que unos pueden confiscar en favor propio a expensas de los otros. Nuestro presente es el presente de todos nosotros, y nuestro futuro es el futuro de todos nosotros. En fin, hay que dejar de tratarnos mutuamente como adversarios, es necesario que nos constituyamos en compañeros unos de los otros, es necesario que nos esforcemos en crear entre nosotros una atmósfera de confianza que nos haga capaces - si Dios quiere - de hacernos amigos unos de otros. Esto nos llevará a practicar una solidaridad universal unos hacia otros y hacia todas las personas del mundo, una solidaridad de todos para con todos.

Bibliografía

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Art. "Abraham", en Vocabulaire de Théologie biblique, ed. Xavier Léon-Dufour, Cerf,
Paris 1962.


Ludwig Hagemann, Propheten - Zeugen des Glaubens. Koranische und biblische
Deutungen (Religionswissenschaftliche Studien 26), 2a edición, Echter, Würzburg-Oros, Altenberge 1993, pp. 51-64.


Adel Theodor Khoury, Einführung in die Grundlagen des Islams, 4a edición, Echter,
Würzburg-Oros, Altenberge 1995 (nueva edición 1999), pp. 40-44.


Karl-Josef Kuschel, Streit um Abraham. Was Juden, Christen und Muslime trennt - und was sie eint, Piper, München 1994.


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