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martes, 1 de abril de 2014

Ángela Peralta:

46 pro ópera

HOMENAJE


Foto: Sinafo INAH/Auditorio Nacional

por Alberto Valladolid

Ángela Peralta:


Es curioso que el nombre completo de Ángela Peralta,



quien fuera conocida como “el ruiseñor mexicano” por su

extraordinaria voz, fuera tan largo como una letanía. Fue

registrada de la siguiente forma: María de los Ángeles Manuela

Tranquilina Cirila Efrena Peralta y Castera. Nació en la Ciudad de

México el 16 de junio de 1845 en una familia de origen humilde, y

murió en la ciudad de Mazatlán el 30 de agosto de 1883, tratando

de recuperar la fama que había llegado a encumbrarla en lo más

alto del universo operístico internacional.

Su talento musical, así como su voz angelical y prodigiosa, fueron

descubiertos cuando la niña tenía seis años y, pese a su origen

humilde, recibió una esmerada educación artística. Su primer

maestro fue Agustín Balderas. A los ocho años cantó la cavatina de

la ópera Belisario de Gaetano Donizetti, e ingresó al Conservatorio



Nacional de Música hasta que —a los 15 años, al terminar sus

estudios— debutó en el Teatro Nacional, representando el papel

de Leonora en Il trovatore de Giuseppe Verdi, donde obtuvo un



arrollador éxito que la llevó a Europa para perfeccionar su técnica

vocal.

Aunque nunca obtuvo ninguna beca por parte del gobierno, su

padre se las arregló para cubrir los gastos del viaje y personalmente

la acompañó a España, donde buscaron un maestro de canto.

Partieron hacia Milán para contratar los servicios de Francesco

Lamperti y, prontamente, los progresos de Ángela se hicieron

notar. Debutó en La Scala de Milán en 1862 con Lucia di

Lammermoor de Donizetti. Esa noche, el público enloqueció,



eufórico, con su canto y hasta un hijo de Donizetti celebró la

milagrosa voz de la soprano lamentando que su padre no viviera

para escucharla.

Después de eso, Ángela Peralta fue invitada a cantar en Turín

frente a Víctor Manuel II; ahí, con su bella voz, interpretó La

sonnambula de Vincenzo Bellini. Los aplausos de la concurrencia



fueron impetuosos, el teatro entero cimbraba mientras el público

la aclamaba frenéticamente, de tal manera que tuvo que salir

¡32 veces! para recibir las enardecidas ovaciones. La crítica y el

público la amaban, y durante los dos años siguientes su presencia

fue requerida en todas las ciudades italianas. Con grandes triunfos

recorrió los teatros de Turín, Génova, Nápoles, Roma, Florencia,

Bolonia, Lisboa, París, Barcelona, Madrid, El Cairo, Alejandría y

San Petersburgo. La gira se prolongó hasta América, donde pasó

por Nueva York y La Habana.

En 1865 regresó a México por invitación del emperador

Maximiliano, quien le pidió que cantara en el Teatro Imperial

Mexicano (que en realidad era el anteriormente llamado Teatro

Nacional). A su llegada, las calles de la capital se apiñaron de

admiradores que le dieron la bienvenida en acto oficial. Ante un

teatro lleno, que aplaudió extasiado su voz en La sonnambula de



Bellini, Ángela Peralta inició en el país una serie de presentaciones

que continuó en provincia.

Cuando, a finales de 1866, el régimen imperialista se derrumbaba,

la cantante regresó a Europa, donde el público la extrañaba. En

Madrid se casó con su primo hermano, Eugenio Castera, pero


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