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domingo, 4 de octubre de 2015

Putin desafía a Occidente al intervenir en auxilio del dictador sirio Bashar Asad

Como si de una macabra partida de ajedrez se tratara, Rusia ha irrumpido en la guerra de Siria con un jaque directo a Occidente. Por segundo día consecutivo, Moscú lanzó ayer una oleada de ataques aéreos contra distintas zonas del norte sirio, a la vez que desplegaba soldados en su base de Latakia, feudo de Bashar Asad, una ofensiva claramente dirigida a apuntalar al dictador y que supone una cuña en los intereses estratégicos de EEUU y la UE, que exigen la caída del presidente sirio. Rusia -único valedor del régimen de Damasco junto a Irán, que ayer secundó al Kremlin enviando tropas a Siria- amplía su cobertura a Asad con el pretexto de intervenir contra el Estado Islámico y el terrorismo. Pero las posiciones hasta ahora atacadas confirman que estamos ante una operación para insuflar oxígeno al dictador sirio, quien tras cuatro años de contienda veía peligrar seriamente las posiciones que mantiene en la capital y el corredor hacia el Mediterráneo. Moscú está bombardeando enclaves estratégicos de los rebeldes sirios, compleja amalgama insurgente que incluye a Al Nusra, filial de Al Qaeda.
La lucha contra el IS es, por tanto, una mera coartada del Kremlin para afianzar sus intereses en el avispero de Oriente Próximo. Es tan enrevesado el escenario queentre los objetivos atacados habría opositores a Asad entrenados por la CIA, según denunció ayer el senador republicano John McCain. Por tanto, la intervención rusa amenaza con inflamar todavía más la situación, dado que tanto el Pentágono como la diplomacia de EEUU han advertido a Moscú que evite "incidentes indeseados". Ayer se produjeron contactos militares para evitar "encontronazos" bilaterales.
Este movimiento de Putin es un órdago oportunista y muy peligroso, pero que se explica por los últimos acontecimientos en la geopolítica mundial. La guerra de Ucrania ha provocado la congelación de relaciones entre Rusia y Occidente, que le ha impuesto severas sanciones económicas y diplomáticas. Y como respuesta al ostracismo, el Kremlin pretende hacer valer su posición de fuerza en puntos tan calientes como Oriente Próximo, donde acaba de reforzar una alianza con los gobiernos de Irak, Siria e Irán, justo tras el histórico acuerdo nuclear.Moscú amagó ayer con su disposición a atacar al IS también en suelo iraquí si se lo pide Bagdad, en plena deriva neoimperialista de Putin, obsesionado con devolver un papel hegemónico a Rusia en el concierto internacional.
Moscú sabe que su colaboración es imprescindible tanto en la lucha de la coalición internacional que lidera la Casa Blanca contra el Estado Islámico como para buscar una solución en la guerra siria, ante la que sistemáticamente hace uso de suderecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para frenar cualquier iniciativa contra Asad. Y Putin parece decidido a jugar esta baza.
Así las cosas, resulta urgente acelerar los esfuerzos diplomáticos para que EEUU y la UE logren atraer al Kremlin a una posición común respecto a Siria. Todas las partes creen necesario establecer un Gobierno unitario de transición en Damasco para poner fin a la contienda, que tras cuatro años ha dejado más de 240.000 muertos y siete millones de desplazados. Sin embargo, Rusia se empeña en el mantenimiento de Asad, pese a estar abocado a responder algún día ante la Justicia por crímenes de lesa humanidad. La demanda occidental de su relevo debe ser una línea roja infranqueable. Pero la grave situación obliga a las potencias a negociar fórmulas en las que podrían confluir con Moscú, como la de asegurar la presidencia temporal siria a un líder de la minoría alauí, a la que pertenecen los Asad.
Al margen de la diplomacia, la ofensiva rusa es un desafío a la errática estrategia desplegada por EEUU en Siria e Irak, que ni ha logrado detener el avance del IS ni descabalgar al dictador sirio. En todo caso, nada sería peor que la superposición ahora de una 'guerra de titanes' a la contienda sectaria que incendia la región. Lo que hace falta es una actuación conjunta contra el IS, bajo el amparo de la ONU y con apoyo de los países árabes, que exigirá, como es obvio hace mucho tiempo, una intervención terrestre. Lo demás, sólo agrava todavía más las cosas.

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