¿QUIÉN, EXACTAMENTE, DIRIGE LA POLÍTICA EXTERIOR DE ESTADOS UNIDOS?
En medio de la avalancha de contradicciones y el silencio de Rex Tillerson, parece que es Steve Bannon quien lleva la batuta.
Nota del editor: Frida Ghitis es columnista de asuntos mundiales para The Miami Herald y World Politics Review, fue productora y corresponsal de CNN. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
Amsterdam, Países Bajos (CNN) – En los Países Bajos no pasa un día sin que el presidente Donald Trump haga noticia. Si eres un estadounidense viajando por el extranjero, seguramente los lugareños aprovechan para abordarte y pedirte que les expliques lo que está pasando con la nueva administración.
Las noticias locales dicen que Trump ataca a los medios de comunicación, desacredita a la OTAN o sugiere falsamente que hubo un ataque terrorista en Suecia. Al mismo tiempo, altos funcionarios de su gabinete visitan Europa contradiciendo aparentemente al presidente en los asuntos más básicos de política exterior.
Esta es precisamente la clase de situación en la que el Departamento de Estado de Estados Unidos (esto es, su Ministerio de Relaciones Exteriores) intervendría y disiparía la confusión, daría sentido a los mensajes contradictorios y explicaría al mundo claramente cuál es la postura de Estados Unidos.
Curiosamente, el Departamento de Estado guarda silencio.
La última vez que el Departamento de Estado llevó a cabo su "reunión informativa diaria" fue el 19 de enero. Vamos, hace casi un siglo.
¿Recuerdas aquellos días? Barack Obama era el presidente. Washington era un fuerte defensor de la Unión Europea; su compromiso con la OTAN era incuestionablemente sólido, y todos sabían que Estados Unidos apoyaba la solución de dos estados en el conflicto israelí-palestino.
En aquellos días, la idea de que las fuerzas estadounidenses debían haberse quedado con el petróleo iraquí se desestimaba como otro dislate de un candidato político que desafió todas las normas, apoyando la tortura, proponiendo un veto temporal al ingreso de los musulmanes al país y afirmando que construiría un gigantesco muro para impedir la inmigración desde el sur.
Ese candidato, por supuesto, era Donald Trump. Ahora es presidente, y sus políticas están siendo cuestionadas; su Departamento de Estado guarda silencio, y su secretario de Estado, Rex Tillerson, apenas deja oír su voz. Según un recuento, Tillerson ha pronunciado un total de 50 palabras en respuesta a las preguntas de los medios.
Pero nunca antes se había necesitado tanto un traductor oficial de las políticas estadounidenses, alguien que las traduzca al mundo y al pueblo estadounidense.
Pensemos en la interminable marea de contradicciones de la administración Trump. El día después de que Trump pareció alejarse de la solución de dos estados durante una comparecencia conjunta con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, Nikki Haley, embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, dijo a la prensa en la ONU: "Cualquiera que quiera decir que Estados Unidos no apoya la solución de dos estados – se equivoca".
Días después, en una serie de reuniones en Europa, el secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, rogó a los aliados europeos que ignoraran las críticas de Trump a la OTAN y las dudas sobre si acudiría en ayuda de los aliados europeos. Estados Unidos, les dijo, sigue comprometido con la OTAN y con su " vínculo transatlántico".
Mattis luego viajó a Bagdad, donde tuvo que tranquilizar a los iraquíes, contrariamente a las declaraciones de Trump, les dijo "No estamos en Iraq para tomar el petróleo de nadie". Unas semanas antes, Trump había estado en la sede de la CIA y había dicho exactamente lo contrario. "Deberíamos habernos quedado con el petróleo", expresó, refiriéndose a la anterior presencia militar estadounidense en Iraq, y agregó: "Tal vez tengamos otra oportunidad". Eso, por cierto, sería una violación directa del derecho internacional.
Bajo circunstancias normales, el centro de la actividad diplomática de Estados Unidos -el Departamento de Estado- haría su trabajo tradicional, trataría de caracterizar las políticas del gobierno estadounidense como un todo coherente, consistente con los valores y las leyes de Estados Unidos, comprometido a cumplir las obligaciones del país y decidido a mantener el papel de Estados Unidos en el mundo.
El problema es que todo eso es una cacofonía de confusión en este momento. Nadie sabe exactamente cuáles son las políticas de la administración Trump, más allá de un vago eslogan "Estados Unidos Primero" y la antipatía hacia la inmigración y los acuerdos comerciales multilaterales.
Claro, todavía es pronto. Y tanto Trump como sus principales asesores, Tillerson incluido, tienen poca o ninguna experiencia gubernamental. La administración ha tenido un lento comienzo en varios frentes, ni siquiera tiene ya designado a todo el personal.
Pero la inexperiencia es solo una de las razones por las que los interlocutores de Estados Unidos en el mundo se han quedado callados.
De hecho, la preocupación por la opacidad que rodea los puntos de vista del gobierno de Trump llega hasta Washington. Una de las grandes preguntas que proyectan su larga sombra es: ¿Quién, exactamente, dirige la política exterior de Estados Unidos?
Normalmente, el secretario de Estado es el máximo diplomático y un formulador de políticas clave. Pero en el enrevesado organigrama de la administración Trump, el jefe estratega del presidente, Steve Bannon, otro funcionario sin experiencia gubernamental, es quizás el hombre que dirige la política exterior del país.
Se sabe que Tillerson, que pasó su vida trabajando en Exxon, quería que un hombre con experiencia en el gobierno fuera su vicesecretario de Estado. Eligió a Elliott Abrams, un ‘insider’ con bastante experiencia en política exterior.
Abrams dijo que se reunió con el presidente y todo parecía dispuesto para que él asumiera el cargo. Bannon fue el único miembro de la Casa Blanca que se opuso a su nombramiento, así que Abrams cree que él lo bloqueó.
Bannon, que ocupa un puesto clave en el Consejo de Seguridad Nacional y está construyendo su propio Consejo paralelo, acaso quiera mantener al mínimo la influencia del Departamento de Estado.
Después de todo, sus metas para el país y el mundo discrepan fuertemente con el papel tradicional de Estados Unidos como defensor de la democracia, los derechos humanos, la libertad y el libre mercado.
Mientras más tiempo permanezca callado el Departamento de Estado, más probable es que no se escuche su voz dentro de la administración a la hora de formular políticas; cuanto más dure ese mutismo más significa que Estados Unidos abandonará su papel de defensor global de la democracia liberal.
Una encuesta reciente en 15 países asiáticos y europeos reveló que desde la elección de Trump, las opiniones sobre Estados Unidos son más negativas.
Normalmente, esto pondría de relieve la importancia de que Estados Unidos se explique mejor ante el mundo. Pero el hasta hoy silencioso Departamento de Estado está tan confundido acerca de las políticas estadounidenses como el resto del mundo. Y probablemente igual de preocupado.
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