No le gustó a López Obrador el artículo del lunes de Jesús Silva-Herzog Márquezen Reforma titulado AMLO 3.0. Está en su derecho. Y desde luego que puede criticarlo todo lo que quiera. El problema son los argumentos y el tono que utiliza para descalificar los argumentos del editorialista.
En tono burlón, sin respeto al adversario de las ideas, López Obrador consideró a Silva-Herzog como parte de la “mafia del poder” porque se atrevió a criticarlo. Después, con ánimo clasista, lo clasificó de “fifí” y “fresa”. Peor aún, se refirió a Silva-Herzog Márquez como el nieto de don Jesús, destacado economista que coadyuvó a la nacionalización del petróleo en México. Es una grosería considerar a Silva-Herzog Márquez, quien tiene una carrera propia con una calidad intelectual y prestigio ganados con mucho esfuerzo, como el nieto de su abuelo.
Así, pues, la respuesta de López Obrador a los argumentos bien fundamentados de uno de los mejores editorialistas del país. Una crítica sin sustancia. Puros adjetivos y sustantivos con la intención explícita de ofender.
Conozco desde hace tiempo a Silva-Herzog Márquez y estoy seguro de que las groserías de AMLO lo deben de tener sin cuidado alguno. A él lo que le importa es expresar sus ideas y, cuando pueda, debatirlas con sustancia, nunca con groserías o argumentos ad hominem. Con López Obrador no podría hacerlo. El tabasqueño no tiene ni el nivel intelectual ni el espíritu liberal para debatir sin acabar insultando al adversario. Lo suyo es la provocación, el chistecito, que siempre cae bien en la galería, sobre todo de los fanáticos que lo rodean. Por las mismas razones, tampoco podría debatir con Enrique Krauze, quien gentilmente lo invitó a hacerlo sobre el tema del liberalismo, luego de que el candidato presidencial lo tildara, al igual que Silva-Herzog, de conservador.
No. Con López Obrador no se puede debatir porque su verdadera filosofía política es el maniqueísmo. Para él, el mundo está dividido en dos. Por un lado, está el pueblo bueno, encarnado en él, y, por el otro, la élite mala que tiene postrado al país. Todo aquel que piense como AMLO y esté dispuesto a pasarse de su lado, inmediatamente se transforma en bueno. Todo aquel que no piense como AMLO, y se atreva a criticarlo, es parte de una perversa mafia que es la fuente de los males planetarios. Un mundo dividido en blanco y negro que no acepta otro color.
Se trata, lo sabemos, de un discurso político muy popular porque la gente común y corriente lo entiende bien. Por eso son tan taquilleras las películas de Disney donde se enfrentan los buenos contra los malos. La narrativa es simple. Hay quienes se merecen el cielo y hay quienes se merecen el infierno. Héroes y villanos. Protagónicos y antagónicos. También, funciona en las populares telenovelas mexicanas. No hay sofisticación intelectual alguna. Los matices no existen.
Imaginemos a un personaje así de maniqueo con el poder de la Presidencia de la República. Un día se amanece de malas y se encuentra con otro artículo crítico de Silva-Herzog Márquez en Reforma. Ah, caray, este nieto tan rejego, terco con seguir defendiendo a la mafia del poder, pues ni modo, no va a quedar de otra más que utilizar el poder presidencial para ponerlo en su lugar porque los malos están destinados a perder en el mundo maniqueo en el que vivimos. Y detrás de Jesús, los demás perversos que no estén a favor del gran proyecto de regeneración nacional.
En eso se parece López Obrador a Trump. La diferencia es que en Estados Unidos existen contrapesos institucionales más sólidos que en México. Allá, por ejemplo, está muy claro el derecho a la libertad de expresión en la primera enmienda de la Constitución que defienden las cortes a cabalidad. Acá ni siquiera está bien definido este derecho en el artículo sexto constitucional.
Después de lanzar sus agresiones, López Obrador dijo que él no había insultado a nadie, que sus críticos “si pueden decir que soy mesiánico, que soy populista, que soy oportunista, yo apenas lo único que les dije, se los repito, que son profundamente conservadores, con apariencia de liberales, eso es todo y tengo razón”. Perdón, pero claro que insultó a Silva-Herzog Márquez. Tira la piedra y esconde la mano. Ni siquiera se hace responsable de lo que dice. Aparte de maniqueo, hipócrita. Y luego se preguntan por qué muchos seguimos teniendo dudas sobre qué tipo de Presidente sería si gana la elección en julio.
En tono burlón, sin respeto al adversario de las ideas, López Obrador consideró a Silva-Herzog como parte de la “mafia del poder” porque se atrevió a criticarlo. Después, con ánimo clasista, lo clasificó de “fifí” y “fresa”. Peor aún, se refirió a Silva-Herzog Márquez como el nieto de don Jesús, destacado economista que coadyuvó a la nacionalización del petróleo en México. Es una grosería considerar a Silva-Herzog Márquez, quien tiene una carrera propia con una calidad intelectual y prestigio ganados con mucho esfuerzo, como el nieto de su abuelo.
Conozco desde hace tiempo a Silva-Herzog Márquez y estoy seguro de que las groserías de AMLO lo deben de tener sin cuidado alguno. A él lo que le importa es expresar sus ideas y, cuando pueda, debatirlas con sustancia, nunca con groserías o argumentos ad hominem. Con López Obrador no podría hacerlo. El tabasqueño no tiene ni el nivel intelectual ni el espíritu liberal para debatir sin acabar insultando al adversario. Lo suyo es la provocación, el chistecito, que siempre cae bien en la galería, sobre todo de los fanáticos que lo rodean. Por las mismas razones, tampoco podría debatir con Enrique Krauze, quien gentilmente lo invitó a hacerlo sobre el tema del liberalismo, luego de que el candidato presidencial lo tildara, al igual que Silva-Herzog, de conservador.
No. Con López Obrador no se puede debatir porque su verdadera filosofía política es el maniqueísmo. Para él, el mundo está dividido en dos. Por un lado, está el pueblo bueno, encarnado en él, y, por el otro, la élite mala que tiene postrado al país. Todo aquel que piense como AMLO y esté dispuesto a pasarse de su lado, inmediatamente se transforma en bueno. Todo aquel que no piense como AMLO, y se atreva a criticarlo, es parte de una perversa mafia que es la fuente de los males planetarios. Un mundo dividido en blanco y negro que no acepta otro color.
Se trata, lo sabemos, de un discurso político muy popular porque la gente común y corriente lo entiende bien. Por eso son tan taquilleras las películas de Disney donde se enfrentan los buenos contra los malos. La narrativa es simple. Hay quienes se merecen el cielo y hay quienes se merecen el infierno. Héroes y villanos. Protagónicos y antagónicos. También, funciona en las populares telenovelas mexicanas. No hay sofisticación intelectual alguna. Los matices no existen.
Imaginemos a un personaje así de maniqueo con el poder de la Presidencia de la República. Un día se amanece de malas y se encuentra con otro artículo crítico de Silva-Herzog Márquez en Reforma. Ah, caray, este nieto tan rejego, terco con seguir defendiendo a la mafia del poder, pues ni modo, no va a quedar de otra más que utilizar el poder presidencial para ponerlo en su lugar porque los malos están destinados a perder en el mundo maniqueo en el que vivimos. Y detrás de Jesús, los demás perversos que no estén a favor del gran proyecto de regeneración nacional.
En eso se parece López Obrador a Trump. La diferencia es que en Estados Unidos existen contrapesos institucionales más sólidos que en México. Allá, por ejemplo, está muy claro el derecho a la libertad de expresión en la primera enmienda de la Constitución que defienden las cortes a cabalidad. Acá ni siquiera está bien definido este derecho en el artículo sexto constitucional.
Después de lanzar sus agresiones, López Obrador dijo que él no había insultado a nadie, que sus críticos “si pueden decir que soy mesiánico, que soy populista, que soy oportunista, yo apenas lo único que les dije, se los repito, que son profundamente conservadores, con apariencia de liberales, eso es todo y tengo razón”. Perdón, pero claro que insultó a Silva-Herzog Márquez. Tira la piedra y esconde la mano. Ni siquiera se hace responsable de lo que dice. Aparte de maniqueo, hipócrita. Y luego se preguntan por qué muchos seguimos teniendo dudas sobre qué tipo de Presidente sería si gana la elección en julio.
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