¿Neutralidad, unificación y desnuclearización de la península coreana con garantía tripolar?
Alfredo Jalife-Rahme
El presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un, y el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas BachFoto Afp
E
l mandatario de Corea del Norte, Kim Jong-un, ha desplegado una impactante ofensiva diplomática desde que envió a una delegación de su país, encabezada por su carismática hermana, a participar en forma conjunta con el anfitrión en los Juegos Olímpicos de invierno de Corea del Sur, donde el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, y el premier nipón, Shinzo Abe, no se mostraron a la altura que exigían las circunstancias (https://goo.gl/f13Jw3).
No se puede soslayar el papel de gran estadista que juega el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, quien contra vientos y mareas lubricó en forma ingeniosa la próxima visita en mayo del presidente Donald Trump a Pyongyang, capital de Corea del Norte, a la que había amenazado aniquilar en su tuit de
fuego y furia. La próxima reunión bilateral entre los mandatarios de Corea del Norte y Estados Unidos parecía haber dejado de lado a China, actor ineludible, como Rusia, del contencioso nuclear.
La posterior visita de Kim Jong-un a Pekín, agasajado con todos los honores, coloca de nuevo a China en el primer plano de las tratativas en los momentos en que Trump inicia su guerra comercial contra ésta, que acaba de propinar un triple golpe geofinanciero a Estados Unidos con su lanzamiento del petroyuan (con cobertura de oro y las armas nucleares rusas), que puede destronar la supremacía unipolar del dólar (https://goo.gl/1srfv9).
Quizá Kim Jong-un también busque el apoyo para una mínima postura peninsular unificada frente a Trump del mandatario Moon de Corea del Sur, con quien se reunirá el 27 de abril. Un frente común de Pyongyang y Seúl –donde están cansados de la agobiante presencia de 23 mil 468 militares de Estados Unidos–, con la protección nuclear de China y Rusia, diluye el unilateralismo de Trump, quien ahora le ha apretado las tuercas a Corea del Sur debido al déficit que padece Estados Unidos con los mayores actores comerciales del planeta. Trump arranca con chantajes militares lo que no puede obtener por la vía comercial.
Corea del Norte, de 120 mil 538 kilómetros cuadrados y 25 millones de habitantes, ostenta un PIB (medido por el poder adquisitivo) de 40 mil millones de dólares (datos de 2015), que son raquíticos frente al fenómeno geoeconómico de Corea del Sur –de 99 mil 720 kilómetros cuadrados y el doble de habitantes de Corea del Norte–, que brilla con su PIB (medido por el poder adquisitivo) de 2 billones de dólares (lugar 15 global). Se desprende que a Corea del Norte le conviene contar con el apoyo de Sudcorea en esta coyuntura tan crucial de varios niveles y etapas.
Sea con las dinastías de los Bush y los Clinton, sea con Obama o con Trump, a Estados Unidos le fascina el formato de negociación bilateral, donde tiene mayor margen para imponer su agenda hegemónica, a diferencia de las multilaterales, que tienden a diluir su aplastante supremacía.
La espectacular visita de Trump a Pyongyang –que contará tras bambalinas con el apoyo tácito de China y Rusia– le hubiera concedido enormes ventajas a Estados Unidos en un formato meramente bilateral, cuando parecía que China quedaba al margen de una negociación cuyo devenir afecta directamente sus intereses geopolíticos: por contar con mil 352 kilómetros de frontera común con Corea del Norte y constituir su protector geoeconómico natural. Un cambio de cualquier índole en esta última, por diminuto que fuere, afecta también a Corea del Sur y a Rusia, con quienes comparte 237 kilómetros y 18 kilómetros, respectivamente, de frontera. A Corea del Norte le asienta más un formato multilateral en el que concurran las tres superpotencias del momento (Estados Unidos/Rusia/China), sumados de Corea del Sur y Japón.
Un abordaje más creativo y sólido para el futuro consiste en enfocar el contencioso nuclear de Corea del Norte con la unificación de toda la península coreana, al unísono de su neutralidad, a cambio de la garantía tripolar de las superpotencias Estados Unidos/Rusia/China, cuyas grandes líneas fueron esbozadas desde el presidente Carter, postura refrendada por Clinton, quien estuvo a punto de descolgar un acuerdo final, pero a quien faltó tiempo debido a la llegada de Baby Bush, que con la mano en la cintura catalogó en forma aberrante a Corea del Norte de
estado canalla, igual que a Irak.
La unificación de la península coreana podría adoptar el exitoso modelo de la unificación alemana que aceptó Moscú en la etapa catastrófica de Gorbachov y que acabó perjudicando a Rusia cuando Estados Unidos, con Daddy Bush y el texano James Baker III, desechó sus supuestas garantías
verbalesde que Washington ni la OTAN se expandirían hasta los límites de Rusia. Estados Unidos engañó al cándido Gorbachov, consideración que hoy deben tomar en cuenta China y Rusia cuando la unificación y desnuclearización de la península coreana pueden acabar siendo un nuevo caballo de Troya si no se estipulan las prístinas garantías (https://goo.gl/YHRhZN).
En la unificación alemana, Gorbachov –embriagado por sus fallidos teoremas de la perestroika(restructuración económica) y glasnost (transparencia)– aceptó implícitamente el triunfo del capitalismo de la Alemania de Bonn sobre el comunismo alemán de Berlín oriental.
Hoy Rusia y China ostentan óptimas relaciones geoeconómicas con el capitalismo sudcoreano, pero también mantienen excelentes relaciones geopolíticas con Corea del Norte, mientras Estados Unidos se obstina en su caduco esquema de la guerra fría. El futuro geoeconómico de la península debe ser dejado en manos de una negociación bilateral entre Seúl y Pyongyang y cuyo desenlace no afecte los intereses capitalistas de China, Estados Unidos, Japón y Rusia. El problema es geopolítico, más que geoeconómico.
¿A cambio de qué equivalente aceptaría Corea del Norte desprenderse de sus probables 30 bombas nucleares? Las dos Coreas deben estar alertas a los clásicos trucos de Estados Unidos que, con los cuentos texanos de sus elecciones presidenciales y legislativas cada cuatro años, cambian a su antojo de parecer, como sucede con el exitoso arreglo de Obama con Irán, que ahora Trump considera desechar por presiones de su supremo aliado, el premier israelí Benjamín Netanyahu.
¿El tema nodal de la desnuclearización abordará también el espinoso asunto de los misiles, instalados en la península, de todos los alcances: corto, mediano e intercontinental? ¿A cambio de qué?
Las garantías de Estados Unidos no son funcionales ni viables en el mediano y largo plazos debido a las tétricas experiencias en Alemania –donde Estados Unidos se aprovechó de la candidez de Gorbachov y luego de la disfuncionalidad de Yeltsin, hasta la llegada del zar Vlady Putin, que impidió la balcanización de Rusia– y hoy con Irán.
Dada la indisoluble conectividad de los pueblos de las dos Coreas, divididas en forma artificial por el intervencionismo foráneo después de la Segunda Guerra Mundial, una propuesta creativa sería la adopción de la neutralidad, al estilo suizo, de la península coreana, con la salida integral de todas las tropas extranjeras de su suelo y la garantía de las tres superpotencias (Estados Unidos/China/Rusia), sin olvidar a Japón, que es un país congénitamente bélico (como Estados Unidos) y que en el pasado ha causado estragos con sus múltiples invasiones en el noreste asiático. La neutralidad de la península coreana –con la garantía tripolar de Estados Unidos/China/Rusia, sumado Japón en segundo plano– debe formar parte intrínseca de su desnuclearización y unificación.
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