El costo de aprendizaje en la cosa pública es muchas veces trágico y lamentable. Asumir que la mejor política exterior es la política interior, conlleva una doble lectura sobre qué es lo importante o lo determinante. En primer lugar, que la política interior tiene más peso que la política exterior, podría significar que hay una preocupación por lo que ocurre dentro del territorio nacional, y no en el exterior, que se desea una mayor y mejor atención adentro, pues la sociedad demanda más al gobierno y éste tiene que desarrollar políticas y estrategias que lo atiendan; en segundo lugar, nos lleva a pensar en una posible dosis de realismo en donde nuestra posición internacional no tiene fuerza, no hay relevancia en la voz de nuestro país en el concierto de las naciones, no tiene un peso determinante nuestra opinión presidencial y, como una consecuencia, tendemos a cerrarnos a la globalización o pretendemos aislarnos del mundo.
México no es una isla, tampoco somos un país autárquico, requerimos de un intercambio comercial intenso y dinámico para mantener y desarrollar nuestro mercado interno, que atienda la demanda y oferta de productos, bienes y mercancías para el desarrollo nacional.
Muchas veces tenemos que recurrir a los principios de política exterior para mantener una posición digna en materia internacional, que cubra nuestras deficiencias y fije nuestras posiciones, así recurrimos indistintamente a la política interior o exterior para mostrar un rostro congruente con el interés nacional.
Desde luego que conforme al artículo 89 constitucional en su fracción X, el presidente es el responsable de conducir la política exterior. Es una atribución que atiende la denominada Doctrina Estrada y que, hoy día, ha sido recurrente su uso para posicionar al gobierno de la República en su no intervención en Venezuela. Este principio ha facilitado una mirada ajena, aislada, higiénica ante la difícil situación que vive Venezuela, sin embargo, mirar a un lado, obviar las dificultades de los venezolanos, los desajustes en sus relaciones políticas y sociales que deterioran al pueblo por los excesos de un gobierno autoritario y dictatorial como el que actualmente posee, nos coloca en una no intervención jurídica y diplomática, pero del lado equivocado de la historia, como cómplices de una barbarie que ha trascendido la política interior.
Un gobierno de avanzada no puede pretender una política de avestruz en temas internacionales. No podemos mantener una posición que ignora los acontecimientos y abusos en contra del pueblo venezolano; los excesos del gobierno de Maduro no pueden ser soslayados o defendidos, sin que vincule a un colaboracionismo.
México se encuentra en una situación difícil, sobre todo con un gobierno que pretende evitar y combatir la corrupción y la impunidad.
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