Ahora o nunca
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Hasta ayer, la respuesta del gobierno ante la crisis de salud y económica marcaban que López Obrador tomó ya la ruta de Venezuela.
Si los empresarios no lo ponen contra la pared antes del domingo que se anuncia el plan de rescate de la economía, dentro de unas cuantas semanas la debacle de México será total y la culpa se la cargarán a ellos.
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Es cuestión de horas para rectificar, o no habrá marcha atrás en el odio de clases que promueve el Presidente de la República.
Ayer y anteayer López Obrador enseñó los dientes, aunque algunos no lo quieran ver: si hay desempleo o se baja el sueldo a los empleados, será responsabilidad de los empresarios.
El decreto que se publicó el pasado 30 de marzo establece que las empresas y comercios no esenciales deben parar sus actividades, pero tienen la obligación de pagar el sueldo íntegro a los trabajadores o liquidarlos conforme a la ley. No hay términos medios.
De no hacerlo, subrayó el canciller Ebrard, habrá “responsabilidades penales para las empresas”, es decir, sus dueños.
En México el 90 por ciento de las empresas tiene cinco empleados o menos. No son el Grupo Carso.
Si no producen, ni venden, ni reciben apoyo del gobierno, ¿de dónde van a sacar para pagar sueldos e impuestos más luz, agua…? No habrá condonaciones ni subsidios fiscales, dijo el Presidente.
A quienes no paguen salario íntegro, aunque no tengan ingresos, el Presidente los va a exhibir públicamente en las conferencias en Palacio Nacional, anunció ayer.
Es un llamado al linchamiento a las personas que a diario arriesgan su capital y son la primera fuente de empleos en el país.
Se trata de la mayor convocatoria al odio de clases que hayamos oído en América Latina, emitida por un presidente, con excepción de Venezuela.
Ahora les ordenan parar, pagar, sin darles facilidades fiscales, con la amenaza de la cárcel y el escarnio público para calmar a quienes perderán sus ingresos. Eso es chavismo.
Con la declaración de Emergencia Sanitaria por causa de Fuerza Mayor (y no Contingencia Sanitaria, como se esperaba), no se puede pagar un salario mínimo a fin de mantener vivas a las empresas y conservar las fuentes de trabajo.
Tiene que ser sueldo íntegro o despido colectivo pagado con liquidaciones de ley. Imposible para más del 95 por ciento de los empleadores.
El gobierno de Morena aprovechó esta fatalidad sanitaria y crisis económica (en la que ya estábamos) para atizar el ánimo de revancha social contra la libre empresa. Van a provocar una mortandad de unidades productivas y comercios, y ellos lo saben.
Provocarán también más desempleo, pillaje y violencia.
Cuando venga la recuperación, si algún día vendrá, nuestras empresas no van a existir.
Al demoler buena parte de las fuentes de trabajo –es decir, a las empresas–, el gobierno tomará en sus manos el sostenimiento de los sectores populares, con lo que tiene garantizados sus votos, obediencia y rencor contra los enemigos.
Y los enemigos serán esos “ricos” que tienen una fábrica con seis o siete trabajadores, y que los ideólogos de Morena y propagandistas de López Obrador siempre han dibujado con cara de marranos, traje negro y sombrero de copa.
Hasta que el dinero público se acabe y la empresa petrolera del gobierno acabe de quebrar, pues no habrá suficientes personas que paguen impuestos. Como en Venezuela.
Hay que parar esta locura. México no se merece ese destino.
El Presidente está engañando con el cuento de la tregua. Provocó al ex presidente Calderón por una foto y un nombre que el michoacano nunca puso (Olvida que él, cuando al entonces presidente Peña le extirparon un tumor de la tiroides, le puso un mensaje en que le pedía que aprovechara la coyuntura para renunciar).
AMLO distrae la atención con esos temas triviales para que no captemos lo esencial: ha comenzado a destruir al sector privado, a criminalizar a los empresarios, a detonar un desempleo gigante, y su discurso clasista aumentará el pillaje contra “los malos” e irán cayendo las libertades democráticas.
Este es el momento de pararlo. Ahora, antes del lunes.
Si el domingo sale con un programa que privilegia la ideología por sobre la recuperación económica, podemos perder al país.
En cambio, si frena sus proyectos financieramente inviables y usa ese dinero y las líneas de crédito disponibles para apoyar a las personas, a las empresas y a los estados, habrá sido un gran triunfo para México.
Y para él, la más grande victoria de su vida y contra el peor de sus adversarios: contra sí mismo.
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