EL INDIVIDUO SOMETIDO, por Ramiro Pinto
- Purificacion G. de la Blanca <p.delablanca14@gmail.com>CCO:erubielcamacho43@yahoo.com.mxmié. 27 de ene. a las 17:27Ojos para la PazMagnífico artículo del filósofo y escritor Ramiro Pinto, plagado de necesarias reflexiones. Nos han ido encerrando en un callejón sin salida, en nombre del progreso.EL INDIVIDUO SOMETIDORamiro Pinto, filósofo y escritor
Haciendo una historia genealógica de mi familia he observado diversos datos curiosos. Algunos obvios, pero que son reveladores de circunstancias que nos hacen depender demasiado de factores externos. Parece que hemos fraguado la esclavitud moderna. Disfrazada de progreso y libertad no hemos reflexionado al respecto, a pesar de que en los años 60 lo advirtieron grandes pensadores.
Mi generación fue la primera cuyos individuos nacieron en un hospital. Mis padres, abuelos y para atrás en el tiempo, durante miles de años los partos sucedían en el hogar. La reflexión que propongo no tiene nada qué ver con que si es mejor o es peor. Asumida está la natalidad en los hospitales, quitando casos de personas que lo hacen, asistidas, en su casa o accidentalmente. Mis hijos nacieron, como yo, en un hospital. Tres sobrinas lo hicieron en su casa. Pero el tema no es éste. Tómese como un dato que junto a otros definen nuestro mundo.
Vivimos en una sociedad dependiente, no del vecino, ni del entorno, que siempre ha sido de esta manera, pues el ser humano es una especia social, unos seres necesitan de otros. Pero, por ejemplo, antiguamente, hasta la generación de nuestros abuelos las familias se hacían sus casas, sobre todo en los pueblos. Y en las ciudades se conocía personalmente a quienes las construían. No es una visión idílica del pasado, sino una referencia.
Hoy día todo es maravilloso, casi mágico para las anteriores generaciones. Tenemos luz con apretar un interruptor. Doy a una tecla, intro, y encuentro en un pis pas lo referente a las palabras que busco. No hay que ir a una fuente a buscar el agua. En los supermercados encuentro lo que quiera para comer. Y todo lo que conforma mi vida cotidiana lo tengo a mi disposición, si lo pago. Pero ahí está.
Además vivimos muchos más años que nuestros antepasados. Podemos elegir si queremos o no tener hijos. Todo esto y más dentro de las dificultades del día a día y de las crisis que nos hacen pagar caro el bienestar.
Pero, siempre hay un pero y algunos tienen enjundia. Las consecuencias que van más allá del precio que hay que pagar por vivir cómodamente, por haber mejorado ostensiblemente en servicios sanitarios, de transportes, pedagógicos y demás. Lo cual aumenta la brecha de la desigualdad, pues la distancia del mundo rico con el pobre es abismal, a nivel de países y dentro de una nación.
Algunas carencias en nuestras facultades físicas no han importado porque no han sido necesarias, por ejemplo el uso de la fuerza. Ya no hay que coger grandes pesos, ni andar largas caminatas, ni aguantar las inclemencias del tiempo a pelo, como se suele decir. Tampoco la fuerza bruta resuelve los conflictos. La evolución social, tanto tecnológica como administrativa han dado lugar a otros factores preponderantes. La fuerza muscular que tenían nuestros antepasados poco tiene que ver con la nuestra, aun yendo a gimnasios. Basta ver los sacos que cogían llenos de trigo, o tener en nuestras manos una espada con la que habían de defenderse.
Otros cambios son imperceptibles como las miradas, las cargas familiares y demás. O el hecho de haber participado en alguna guerra, o conocer la muerte de algún hijo, muchas veces al nacer o a los pocos meses. Las muertes en los partos. Pocos lo resistirían hoy psicológicamente. Llevamos hoy nuestra penurias y emociones a la pantallita de turno.
La tecnología nos ha engrandecido y lo aceptamos como algo positivo, una evolución social que ha mejorado nuestras vidas. ¡Ya la querrían nuestros antepasados!, o no, vaya usted a saber. Porque a todo se acostumbra uno y a todo nos adaptamos. No es está la cuestión a la que quiero llegar, que exige este preámbulo.
Más allá de debilitar el cuerpo y nuestras capacidades psicológicas, también el pensamiento con la palabra sin discurso, a base de mensajes, lo que afecta a la conciencia y a los sentimientos en cuanto a las relaciones entre personas. Las cartas manuscritas han desaparecido. Incluso casi los correos electrónicos. Hoy es idea Twitter, relación wasap, fugaces y con un lenguaje muy limitado. Lo cual hace que la comunicación audiovisual (cine, televisión, buscadores, redes sociales) y de radio adquieran una dimensión global y con una intensidad que superar la percepción del individuo y, por lo tanto, nos abruma. Nos influye desproporcionadamente.
Pero hay algo todavía más delicado, que es altamente peligroso: Lo dependiente que nos hemos vuelto de las empresas mundiales (actúan globalmente) que gestionan nuestro modo de vida. tanto nuestra existencia cotidiana como la acción de los estados, el funcionamiento de los mercados, las carreteras. Nuestra vida depende de algo que queda fuera de nuestras manos, fuera de nuestra posibilidad de acceder a su gestión, no solamente a nivel individual sino como sociedad.
Somos como el cristal, duros pero tremendamente frágiles. Nos creemos libres, pero estamos chantajeados porque no podemos salir de cómo vivimos. Puede suceder esto siendo a peor o a mejor, pero dentro de un panorama que está definido fuera de nosotros. Lo que Vladímir Vernadski llamó la noosfera. Imaginemos que se suprime Internet, lo que antes o después sufriremos. Que lo deciden quienes lo manejan y cuentan que es por culpa de una tormenta solar. No funcionará nada. La generación de los que anotaban a mano las transacciones bancarias ya están jubilados, quienes sabían usar las palancas han muerto. La angustia de no poder comunicarnos por la pantalla, vernos fuera de ella nos angustiará, como cuando se nos olvida el teléfono móvil y nos sentimos inquietos, vacíos. Tal sería la “pandemia” que sufrirían los jóvenes de verdad No sabrían qué hacer. Estamos dominados desde nuestra cotidianeidad. O imaginemos que se corta de manera general la luz. Estaríamos dispuestos a hacer lo que fuera con tal de que volviera, pues dependemos esclavamente de todo ello. Somos esclavos del progreso, creyendo que nos ha liberado. Y lo somos por no gestionarlo desde la libertad, sino que ha ido evolucionando desde el Poder.
Siempre hemos dependido de factores externos: alimentos, trasporte, comunicación, pero también siempre ha estado en manos del individuo, o del individuo de al lado, o en las manos de quien nos chantajeara. Pero hoy no está en unas manos reconocibles, somos nosotros los que estamos en manos de aquellos que dominan la tecnología y tratan de crear un orden social basado en su poder y nos han ido sometiendo sobre la base de adaptarnos y obedecer. Seguro que hay formas de rebelarse y emergerán, sin lugar a dudas. Pero antes hay que tomar conciencia de nuestra situación. Ese verbo “concienciar” de las luchas del último siglo, se ha sustituido por el de “empoderar” para ponernos en manos de falsificadores de la lucha social. Se han convertido en apoderados del Poder, sin más.
Y vamos camino de dar un paso más, que afectará a nuestra biología de modo individual. Un mundo irreflexivo ha dado lugar a la histeria como reacción a una pandemia, la del COVID-19. La ciencia queda supeditada a ser noticia y la noticia a ser espectacular de manera permanente. No se hacen análisis comparativos para informar correctamente, ni se da el contexto de las cifras que se manejan. El último paso es la vacunación masiva. La vacunación es necesaria, pero que se haga masivamente no es razonable. Como la de la gripe y otras muchas que se ponen a la población de riesgo. Necesarias para quienes tienen débil el sistema inmunológico, sea por enfermedad o por edad. También a aquellas personas expuestas a una relación proclive al contagio intensamente, con una carga viral que superaría la capacidad de respuesta inmunológica. Es el caso de trabajadores sanitarios, en centros educativos o que atiendan a ancianos en las residencias.
Vacunar a la mayor parte que son asintomáticos, que no padecen la enfermedad cuando están contagiados hace que se debilite el sistema inmunológico de estas personas, que se harán dependientes de refuerzos externos y por tanto de las empresas que los fabriquen, con lo cual es un factor más que nos hace estar en manos de quienes detentan la tecnología y la ciencia. Se está llevando a cabo una campaña publicitaria global, vestida de “científico”, pero sin el rigor de la ciencia, sin debate ni contraste de datos ni teorías. Asistimos a la imposición de un criterio con el que se quiere dar un paso más en la dependencia del individuo al mundo tecnológico. Lo cual es simplemente sometimiento a través de la ciencia y la tecnología como control y Poder. Dejando el conocimiento para las élites que lo aplican y comunicando con actores titulados medias verdades.
Se supone que una persona se vacuna para no padecer la enfermedad al activar las defensas que genera el cuerpo humano, aunque le contagie alguien. Si nos cargamos nuestro sistema inmunológico individual estaremos a merced de quien nos pueda proteger poniendo sus condiciones. Nos jugamos nuestra supervivencia en libertad, la poca que nos queda. Porque si a una persona no no es contagiada ¿para qué la vacuna? Precisamente es para que no afecte el contagio. Y quien esté infectado y sea asintomático, ¿para qué la vacuna?, si ya tiene las defensas necesarias.
La capacidad de producir nuestras propias defensas inmunológicas se irá atrofiando en la medida que se le aporte desde fuera. Lo que Aldous Huxley llama el “soma” en su novela “Un mundo feliz”, al que nos acercamos cada vez más. La administración de esta sustancia, “soma” o “ciertas vacunas, se hará con criterios de obediencia. Lo cual nos lleva a depender biológicamente de un Poder que las controla y administra, siendo un paso más en el control y hacernos esclavos de quienes dirigen la tecnología y son los dueños del dinero, del cual nuestra dependencia ya es absoluta. Lo que Marcuse llamó la “sociedad administrada”. Hoy día llega a su cénit.
El primer paso a la libertad es razonar. Dixit.
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