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miércoles, 10 de marzo de 2010

El holocausto palestino

El holocausto palestino

“El trato que los árabes recibieron de los judíos en 1948 es tan indefendible moralmente como la carnicería perpetrada por los nazis contra seis millones de judíos… Lo más trágico que puede haber en la vida humana es que un pueblo que ha sufrido imponga a su vez sufrimiento a otro”.

Arnold Toynbee

“No estoy satisfecha con el Estado de Israel y me resulta muy difícil dirigirle algún elogio. Sin duda atravesamos una gran crisis de valores morales y sociales. Desde la segunda Intifada, hemos matado a miles de palestinos y nos hemos manchado las manos de sangre. Somos malos, y lo que estamos haciendo en Cisjordania es el súmmum de la maldad. Supera lo que otros pueblos han hecho a los judíos”.

Shulamit Alón, ex ministra del gobierno israelí

- Tenemos que expulsar a los árabes y ocupar su lugar (David Ben Gurión).

- No puede haber sionismo, colonización ni Estado judío sin la expulsión de los árabes y la expropiación de sus tierras. (Ariel Sharon a la Agencia France Press, el 15 de noviembre de 1998).

- La partición de Palestina no es justa. Nunca la aceptaremos. Eretz Israel será restituido al pueblo de Israel. Todo él y para siempre (Menahem Beguin).

- He creído siempre en el eterno e histórico derecho de nuestro pueblo a toda esta tierra. (Ehud Olmert, ante al Congreso de Estados Unidos el 30 de junio de 2006).

- No existe nada que se pueda considerar un Estado palestino. Nosotros podemos llegar, echarlos y ocupar el país. (Golda Meir).

- Jamás consentiremos un Estado palestino (Benjamín Netanyahu)

- Un palestino bueno es un palestino muerto (Ariel Sharon)

Por las frases transcritas de los líderes sionistas, se ve que “de lo que se trata” es de expulsar a los habitantes de Palestina. Quien esté a favor del gobierno sionista de Israel, o justifique sus actos, participa de sus crímenes contra la humanidad. Tiene las manos manchadas de sangre.

La Fiera Literaria


Supongo que, como una táctica, y a partir del temor que abunda hoy a las palabras, o a ciertas palabras, toda persona que quiere defender a ultranza a Israel de cualquier acusación -recibe muchas, todas muy graves y fundamentadas— dispara al interlocutor o interlocutora una acusación: “¡antisemita!,” con la que cree descalificarlo/la. Ser antisemita equivale hoy a alinearse ideológicamente con los asesinos nazis. Pero, aparte de que los judíos no son los únicos semitas que hay en el mundo, aunque se han apoderado del término semita como del término holocausto, quienes acusan a Israel de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad no son forzosamente antisemitas, mucho menos racistas: son visceralmente antisionistas. U observadores neutrales, como el juez Goldstone y los funcionarios de las Naciones Unidas.

Como señala Kathleen Christinson, en su recensión, publicada en Counter-Punch, del libro Israeli Exceptionalism: The Destabilizing Logic of Zionism, de Shaid Alam, éste plantea muy claramente la tesis que va a defender al situar, al frente de la obra, esta cita del poeta y filósofo persa Rumí: “Tenéis la luz, pero no tenéis humanidad. Buscad humanidad, porque ése es el objetivo”.

Contra lo que se creyó un tiempo –que el sionismo era un movimiento humanitario, que procuraba buscar un hogar nacional para un pueblo disperso, apátrida y perseguido-, Alam demuestra que, por el contrario, desde su fundación en el siglo XIX, nunca fue humanista, nunca fue bueno, sino fríamente calculador, cínico, excluyente, que sabía perfectamente que el país del que se quería apoderar no era un país vacío, sino poblado por los palestinos desde hacía dos mil años, a los que se propuso desplazar –sin preocuparse por su suerte- por medio de una estrategia implacable, que no excluía, como todo el mundo sabe ya, el robo, la deportación, el apresamiento gratuito y arbitrario, la tortura, las violaciones (hasta de mujeres delante de sus maridos), las degollaciones (hasta de niños delante de sus padres), el asesinato, la masacre, la limpieza étnica, el genocidio, todo ello, después de una colonización excluyente y aviesa, como nunca había existido. Los colonizadores “clásicos” sometieron a los pueblos que colonizaban pero no los expulsaron.

Quien quiera verificar todos estos asertos tiene a su disposición numerosas fuentes, sobre todo judías, producto de los trabajos de investigación de la llamada Escuela de la Nueva Historiografía, formada por profesores de las universidades de Haifa, Tel Aviv y Jerusalén; muy especialmente, el libro La limpieza étnica de Palestina, de Ilan Pappé, profesor –judío, insisto- de Teoría Política en Haifa, quien ha manejado documentos desclasificados de la Agencia Judía y del Archivo de Ben Gurión y otros “próceres” sionistas y ha interrogado a cientos de testigos oculares. En España, el libro está publicado por Ed. Crítica, de Barcelona.

Con el nazismo, el sionismo es una de las dos más perversas doctrinas (y consiguiente movimiento) que se ha dado en la historia de la humanidad. Nunca, jamás, unos hombres han cometido mayores infamias con otros hombres, que las que se han cometido bajo el impulso de estas dos aberraciones de la política y la moral.

La colonización, que comenzó hacia 1917, tras el Informe Balfour, no sólo expolió, sino que se propuso no dejar sitio en aquel territorio para la población nativa. Y quizá sea el momento de decir que no todos los judíos, ni siquiera todos los israelíes, aceptaron este sesgo. De hecho, dentro del propio Israel, y también fuera, hay organizaciones y movimientos judíos a favor de los palestinos y contra la política de los diversos gobiernos sionistas. Amén de bastantes y destacados intelectuales, especialmente historiadores, como ya he señalado, dispuestos a decir la verdad, y a demostrarla, aún a costa de tener que exiliarse, como lo ha hecho el citado Pappé, ante las amenazas recibidas por él y su familia. Hoy es profesor en la Universidad de Exeter, en el Reino Unido.

Shaid Alam señala los tres “argumentos” en los que Israel asienta sus pretensiones, ya casi cumplidas con la complicidad infame de la comunidad internacional, incluidos muchos países árabes, de apoderarse de un territorio que tiene sus legítimos propietarios.

1.- Ellos son el pueblo elegido de Dios, que les dio ese país, mientras los palestinos nunca han gozado de los frutos de un mandato divino semejante.

2.- En segundo lugar enarbolan los logros que han conseguido para la construcción de su Estado, cierto que ayudados por Occidente, los cuales “demuestran”, según ellos, que son “superiores” a los palestinos, “seres inferiores”, que pueden y deben ser desplazados. Por supuesto que el racismo juega en las fechorías de los sionistas un importante papel.

3.- Los judíos han sufrido una trágica historia y siguen siendo grandemente vulnerables, lo que les otorga una justificación especial para protegerse contra amenazas reales o supuestas, y les exime de atender los dictados del Derecho Internacional. Frente a su tragedia milenaria, cualquier martirio o dolor que pueda sufrir otro pueblo hay que mirarlo como un asunto menor. Esta soberbia pretensión aparte, digo yo: ¿no se han preguntado nunca por qué, siendo el pueblo –que ya veremos que no constituyen un pueblo, sino una religión- elegido de Dios lo han pasado tan mal como dicen?

Se habrán apoyado, supongo, en tales argumentos para no atender ni una sola de las casi cincuenta resoluciones condenatorias que han dictado las Naciones Unidas contra ellos. La última, la dictada tras el informe del juez Goldstone sobre la implacable política de apartheid que impone Israel a los palestinos y sobre el genocidio de Gaza hace poco más de un año, y que condena al Estado de Israel por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Como siempre, Estados Unidos ha parado la condena, interponiendo su veto.

La limpieza étnica de los palestinos, que advino como resultado de la necesidad del sionismo de poseer una patria exclusivista no fue una consecuencia imprevista, sino que era lo que se pretendía. De hecho, había sido prevista desde mucho tiempo antes por pensadores sionistas y por los dirigentes occidentales que los apoyaban. Alam cita algunos pioneros, empezando por Theodore Herlz, el judío húngaro fundador del sionismo, quienes hablaron muchas veces de “persuadir a los palestinos de que se marcharan”, “de que plegaran sus tiendas y se marchasen silenciosamente”. Posteriormente, ya empezaron a hablar “del traslado forzoso de los palestinos”. En los años treinta, David Ben Gurión se declaró partidario de la expulsión por la fuerza de los palestinos, alardeando al hacerlo del poder judío, pues estaba convencido de que la comunidad judía de Palestina pronto sería lo suficientemente poderosa para llevar a cabo la limpieza étnica a gran escala, como así ha sido. De hecho, los sionistas sabían desde el principio que no les sería posible persuadir a los palestinos de que se fueran de sus tierras “por las buenas” y que necesitarían la conquista violenta y los crímenes contra la humanidad que fuesen necesarios para lograr su objetivo de crear un Estado sionista. Desde hace tiempo, Israel, con ayuda del lobby judío internacional y de los Estados Unidos, posee el tercero o cuarto ejército más poderoso de la tierra y dispone, ilegalmente, de unas doscientas cabezas nucleares, como todo el mundo sabe, aunque todo el mundo prefiere mirar con temor hacia Irán, que todavía no tiene ninguna. Son muchos hoy día quienes consideran a Israel el Estado más peligroso del mundo –según las encuestas, es también el más odiado— y no hay más que atender las proclamas de sus líderes para entender que es así. Israel no cesa de instigar a los Estados Unidos y a la Unión Europea para que le secunden en un eventual ataque a Irán. Si se cumpliesen esos deseos belicistas y los persas respondiesen con misiles que alcanzaran Jerusalén, y al lado de éstos se alineasen otros países árabes, ya tendríamos servida la Tercera Guerra Mundial. ¡Ya lo creo que Israel es el país más peligroso!

Los británicos, últimos ocupantes del país, también conocían perfectamente las intenciones del sionismo. Winston Churchill, partidario y cómplice de los sionistas, escribió, ya en 1919, que éstos “dan por seguro que la población local [de Palestina] sería desplazada para lograr que ellos colmaran sus pretensiones”. En otra categórica afirmación de los planes sionistas y del apoyo occidental a ellos, el secretario de Asuntos Exteriores británico Arthur Balfour promovió la declaración que lleva su nombre, Declaración Balfour, que prometía el apoyo del gobierno de Su Majestad Británica para el establecimiento de un hogar nacional para los judíos. Se apoyó en que el Sionismo “está arraigado en antiguas tradiciones, en necesidades actuales y en esperanzas futuras, mucho más importantes que los deseos y prejuicios de los árabes que hoy habitan en ese antiguo país”. Como dice Kathleen Christison, sería difícil encontrar una falsedad más parcial y más flagrante.

La planificación sionista de lo que querían que ocurriera y ha ocurrido comienza por la creación artificial, ya desde el siglo XIX, de una identidad étnica para los judíos, que nunca habían estado –y siguen estando- hermanados por otra cosa que por una religión. Jamás ha existido ningún grupo humano al que se pueda llamar con propiedad “pueblo judío”, como ha demostrado ampliamente otro historiador judío, Shlomo Sand, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Tel-Aviv, en su libro The Invention of the Jewish People (yo he manejado la edición francesa: Comment le peuple juif fut inventé, Editorial Fayard, 2008). Este libro destruye todos los mitos en torno a los que se asienta la reivindicación de una nacionalidad por parte del sionismo y los derechos de los judíos a la tierra de Palestina.

Pero, como apunta Kathleen Christison, Shaid Alan va todavía más lejos al describir la campaña sionista con vistas a crear una “madre patria” sucedánea que, a falta de una nación judía, patrocinaría la colonización de Palestina por los sionistas y apoyaría su proyecto nacional. Después de conseguir el apoyo británico para su proyecto, el sionismo acometió la tarea de inventar una justificación para desplazar a los nativos árabes palestinos (por cierto, descendientes de los judíos que quedaron allí tras la catástrofe del año 70 d de JC –también se ha demostrado que nunca tuvo lugar la por tantos años pregonada diáspora-, que después se convirtieron al Islam y que sí constituían un auténtica nación, que nunca fue un Estado, pero que llegó a tener una distribución tribal y algunos cargos administrativos, a pesar de las sucesivas ocupaciones de romanos, bizantinos, otomanos e ingleses. Los judíos, por el contrario, que continuamente proclaman la posesión ancestral de aquellas tierras, no las tuvieron más que ochenta o noventa años, los que duraron los reinados de David y Salomón. Eso si estos dos personajes, como señalan algunos historiadores, no son tan legendarios como la mayoría de los “pobladores” y sucesos de la Biblia.

Mientras la maquinaria militar judía iba creciendo, el sionismo, apoyado por la Internacional Judía capitalista, que simpatizaba con el movimiento, puso en marcha una colosal maquinaria de propaganda para convencer al mundo (todavía hay quienes están en el engaño) de que los palestinos no constituían un pueblo, de que no tenían apego a aquella tierra ni aspiraciones nacionales. Al tiempo, presentaba, ante un Occidente pasivo frente a lo que estaba ocurriendo, que el desposeimiento de la tierra palestina a sus legítimos dueños no era más que un pequeño contratiempo, frente al mandato divino que los hacía a ellos sus dueños verdaderos, unido a los logros “milagrosos” de Israel y a sus históricos sufrimientos coronados por el Holocausto. (Hay que suponer que, cuando invadieron Canaan –más tarde Palestina- y aniquilaron todo cuanto allí tenía vida, los sufridores, por ósmosis, serían ellos). Y, en este punto, hay que añadir –o repetir algo: que Occidente, a lo largo de todo el interminable sufrimiento de los palestinos, de la colonización israelí, la ocupación militar y las sucesivas masacres, que constituyen sumadas un auténtico genocidio, una limpieza étnica, ha preferido preocuparse de conflictos mucho menores, a sabiendas de que Israel estaba bajo la protección del manto imperial de los Estados Unidos. Y posar la vista en otro horizonte cuando tenían lugar matanzas como las de Sabra y Chatila: dos campos de refugiados palestinos, todos cuyos habitantes, la mayoría mujeres y niños, fueron el mismo día ametrallados por orden de Ariel Sharon, ministro de defensa en aquel momento, no quedando un solo superviviente –se han podido ver fotos espeluznantes-; los saqueos diarios, hasta hoy mismo, seguidos de asesinatos en todas las aldeas y pueblos palestinos…. hasta la masacre de Gaza hace poco más de un año, y el bloqueo de esta franja y de Cisjordania, donde no dejan entrar ni las más sucintas medicinas, ni alimentos ni herramientas ni nada que pueda servir para la subsistencia de una población numerosa que hace que –en el caso de Gaza- se considere en todas partes el mayor campo de prisioneros del mundo y de todos los tiempos. Yo tengo para mí que Israel ha decidido resolver su problema deportando y, sobre todo, matando a todos los palestinos. “Un palestino bueno es un palestino muerto”, decía Ariel Sharon. No es de este lugar comentar lo que enseñan en las escuelas a los niños judíos acerca de los palestinos. Hitler y Rossemberg parecerían malsanos predicadores de pueblo en sus descalificaciones de los judíos, al lado de las autoridades “educativas” sionistas.

Los periódicos tergiversan muchos de estos sucesos, fundamentalmente, presentando lo que no es más que un crimen o una sucesión de crímenes como un conflicto entre dos partes con derechos a aquellas tierras, equiparables en sus pretensiones y en sus fuerzas; o criminalizando a Hamás por tirar de vez en cuando, a un país defendido por el tercer ejército del mundo, que –por ejemplo, en Gaza- emplea armas prohibidas como el fósforo blanco y el uranio empobrecido, unas cuantas latas de conserva con triquitraques. Todo esto se sabe ya en todo el planeta, especialmente gracias a la prensa alternativa y, como ya he dicho, a periodistas e intelectuales judíos no sionistas. Hamás es un partido político que ganó las elecciones, las más limpias y observadas que se conocen, que impusieron Estados Unidos e Israel, para luego no aceptar el resultado, porque no ocurrió lo que creyeron que iba a ocurrir –el triunfo de Fatah- y siguieron comportándose como si no hubieran existido. Vuelto a la clandestinidad, Hamás no hace otras cosas que no hicieran los miembros de la resistencia francesa cuando la Segunda Guerra Mundial. Pero a éstos se les llama héroes y a los de Hamás, terroristas. Aunque los periódicos y las televisiones –por otra parte, Israel no deja entrar a periodistas ni a observadores internacionales— cuentan la verdad de lo que ocurre y ha ocurrido desde hace más de sesenta años, lo hacen de manera que aparece en semipenumbra, el caso es que se va abriendo paso, dando lugar a que, según las encuestas, Israel sea, como vimos, el país más odiado del mundo –a mucha distancia del segundo- y considerado como el que está poniendo más en peligro la paz mundial. Los interesados aducen una ola de antisemitismo, equivalente a la que se dio en Europa durante la primera mitad del siglo XX. Pero, salvando las confusiones terminológicas, de lo que se trata es de antisionismo. Aunque hay quienes empiezan a preguntarse que, si todos los israelíes, especialmente los colonos, no son sionistas ni aprueban los modos del sionismo ¿quiénes votan o han votado a los sucesivos gobiernos sionistas? ¿Quiénes le otorgan el poder que emplean para hacer tanto daño? Daño henchido de maldad y que hacen unas personas que, tres años antes de empezar con sus crímenes y fechorías, vieron extinguirse el otro holocausto más perverso de la historia de la humanidad. Algo incomprensible para una mente sana. Con el uno, ¿pretende justificar el otro? Todo se puede esperar de mentes infinitamente perversas. Por todo el tiempo, desde el principio, han utilizado el antisemitismo como aglutinador y como coartada. Hoy día, acusan a medio mundo de abrigar ese impiadoso sentimiento, sin preguntarse –si lo creen verdadero deberían hacerlo- de dónde y por qué ha podido surgir. Otro profesor –Universidad St Paul- también judío, Norman G. Finkelstein, en un libro famoso, La industria del holocausto, aclara sobradamente estos aspectos. Como escribió en Rebelión -28-09-2008- Ramón Pedregal Casanova, el libro de Finkelstein “quita la sábana que hay sobre los judíos asesinados en la Alemania nazi, para que sepamos quiénes son los gusanos que viven a costa de sus cuerpos. Después de detallar, con pruebas, el uso perverso y la manipulación que han hecho los sionistas del holocausto, este autor se pregunta: “Si sumamos a todos cuantos se dicen supervivientes del holocausto, tenemos que preguntarnos: ¿a quién mató Hitler?”

(No confundir a este Finkelstein con Israel Finkelstein, también judío, director del Instituto de Arqueología de la Universidaad de Tel Aviv. En una serie de memorables libros, ha revolucionado la Arqueología Bíblica, deshaciendo una serie de mitos de la supuesta historia de Israel. Entre muchas otras cosas, ha demostrado que el Éxodo no existió.)

Como ya he dicho y repetido, no se trata, cuando se condena la política del gobierno israelí y se denuncian sus crímenes, de antisemitismo, sino de antisionismo. La confusión por ellos, de ambos términos, es un arma defensiva, una trampa dialéctica en la que ya sólo caen los ignorantes. Por otra parte, es el caso que mucha gente, aun considerando la injusticia cometida con la complicidad de EEUU y las potencias europeas (antes incluso de que existiera la Unión), contempla como un hecho consumado la implantación de un Estado israelí, frente a los que aducen que la única solución para el problema es la desaparición del Estado de Israel, que nunca debería haber existido. Pero desea otro Estado palestino como, de hecho, ya decretó la ONU antes de 1948. (Sobre el tema de la distinción entre antisemitismo y antisionismo, puede consultarse un amplio artículo, Del antisionismo, del profesor judío, de la Universidad de Lille, Rudolf Bkouche, publicado en Rebelión el 28 – 5 de 2009).

A quienes actualmente discuten, no sé si con sinceridad, entre la implantación de dos estados o de uno con habitantes árabes y judíos, parece que se les olvida que la partición, aunque no justa, de Palestina en dos estados la decretó la ONU en 1948. Y que los judíos empezaron por asesinar a Folke Bernadotte, presidente de la Cruz Roja sueca, y a su ayudante, delegados ambos del alto organismo internacional para llevar a cabo la operación. El caso es que Israel se ha ido apoderando y colonizando cada vez más territorio y hoy lo posee casi entero, exceptuando la franja de Gaza y Cisjordania, que supuestamente tienen los palestinos, aunque sin soberanía ni libertad ni medios de subsistencia, y bajo un implacable regimen de apartheid, con controles continuos, debiendo utilizar carreteras infinitamente peores que las que utilizan los israelíes y un muro de separación que les impide llevar una vida normal. Y sin derecho a llamarse Estado. Todos los intentos de negociar una partición los ha torpedeado Israel con el apoyo del Imperio americano. O ha fingido que los ha aceptado para empezar a incumplirlo al día siguiente. Clamoroso fue el caso de los Acuerdos de Oslo, en que engañaron miserablemente a Yasser Arafat, a quien más tarde asesinaron. A la misma mañana siguiente de la firma iniciaron la implantación de nuevos asentamientos en Cisjordania. Las intenciones del sionismo se retratan claramente en el hecho de que Israel no ha querido nunca tener una Constitución. Ello le hubiese obligado a delimitar claramente unas fronteras fijas. Algo que no harán hasta haberse apoderado de todo el territorio de la Palestina histórica, el trozo de Siria que ya tienen y otro de Líbano del que se quieren apoderar… Hasta completar el Israel bíblico, que nadie sabe con certeza si existió. Aunque ellos digan que fue el mismo Dios quien se lo prometió. Tal vez sea el ejemplo más llamativo de las bellaquerías que se han hecho en este mundo amparándose en un Dios que nadie ha visto ni ha demostrado que exista. Como muy bien resumió Ramón Pedregal –Rebelión 28-09-08-, en su excelente recensión al libro El negocio del holocausto, del profesor judío Norman G. Finkelstein, lo grotesco del discurso judío-sionista es que, habiendo robado la tierra a los palestinos, manteniendo al pueblo palestino cercado en una cárcel de un millón quinientasmil personas en Gaza, y cortando Cisjordania entre muros y controles, dejando a la población palestina sin trabajo, sin agua, sin luz, sin medicinas, haciéndole prácticamente imposible la vida, habiendo causado la diáspora palestina, que mantiene a cuatro millones de palestinos fuera de su patria, desoyendo todos los mandatos de la ONU y los organismos internacionales de derechos humanos, y disponiendo de un arsenal nuclear que convierte a Israel en una de las grandes potencias militares del mundo, siendo un Estado racista, expansionista, teocrático-absolutista, no teniendo Carta Constitucional, por lo que ya hemos dicho de las fronteras, que va modificando a su antojo según se va apoderando de territorios de otros, y es que, como también se ha dicho, en su proyecto incluye nuevas zonas de territorio colindantes y, desde luego, expulsar a los palestinos. Y lo curioso es que, como dice Finkelstein –recordamos, judío—se sigan presentando ante el mundo como víctimas de la barbarie; más aún, como víctima única. Increíble: el grupo más poderoso de los EEUU, el lobby, ¡una víctima! Para terminar –Pedregal— con el autor del libro que comenta: “los judíos sionistas hacen negocio del holocausto”.

Y en este punto hay que aclarar algo que explica ciertas conductas incompresibles. Las potencias europeas y, con ellas, el Estado Vaticano, nunca se han perdonado que el holocausto perpetrado por el nazismo sucediera “sin que ellas se enterasen” ni hicieran por tanto nada por evitarlo. Y ello, al tiempo de crearle un enorme complejo de culpabilidad, las ha llevado a ser tremendamente condescendientes con Israel y mirar para otro lado ante sus crímenes. Junto a esto, hay que decir que las potencias occidentales, sobre todo Gran Bretaña y Estados Unidos, siempre han visto con buenos ojos contar con un enclave favorable en el Oriente Próximo. Nunca han pensado que raya en lo monstruosamente inhumano el hecho de que quienes fueron víctimas de aquello iniciaran, sólo tres años después de la derrota del Eje y consiguiente liberación de muchas víctimas de los campos de exterminio, otro holocausto más cruel con un pueblo aún más débil.

Insisto: no se está produciendo esa ola de antisemitismo que pregonan el Estado sionista, en su utilización del victimismo, y sus simpatizantes. Lo que pasa es que, como dice Alam, el antisemitismo sigue siendo el aglutinante que lo une y que mantiene sometidos a Israel a los judíos israelíes y a los judíos de fuera, como su supuesta y única salvación de otro holocausto. Alam habla de una “lógica desestabilizadora” y plantea el argumento de que el sionismo prospera en medio del conflicto y, ciertamente, sólo puede sobrevivir en él. Los primeros dirigentes sionistas ya hablaban francamente del antisemitismo como medio de enseñar a muchos judíos “el camino del retorno a su pueblo” y de imponer un apoyo al sionismo.

En este mismo sentido, se dieron cuenta de que, a fin de tener éxito en su proyecto colonial y mantener el apoyo de Occidente, tendrían que crear un adversario común tanto para Occidente como para los judíos. Sólo un Estado judío involucrado en guerras en Oriente Próximo podría “infundir vigor a la mentalidad de cruzados de Occidente, su celo evangélico, sus sueños del fin de los tiempos, sus ambiciones imperiales”. Los árabes fueron el enemigo inicial y duradero, y los sionistas e Israel han seguido provocando el antagonismo árabe y dirigiéndolo hacia el radicalismo para orientar la cólera árabe contra EEUU, para provocar a los árabes a guerras contra Israel y para fabricar historias de virulento antisemitismo árabe –que, hay que recordar, también -parece como si lo ignorasen-, son semitas-, todo para mantener la solidaridad judía y occidental con Israel.

Más recientemente, el propio Islam se ha convertido en el enemigo común, un adversario para que se pueda justificar e intensificar lo que Alam llama “la cooperación judía-gentil”. La concentración en la hostilidad árabe y musulmana, presentada siempre como motivada por el odio irracional en lugar de por la oposición a las políticas israelíes y de EEUU, permite a los sionistas distraer la atención de la expropiación que está llevando a cabo de la tierra palestina y del desposeimiento de los palestinos y les permite caracterizar las acciones israelíes como autodefensa contra la resistencia antisemita árabe y musulmana.

Como señala Kathleen Christison en la completísima recensión que sirve de base a este artículo mío, de casi el triple de extensión, Alam se refiere al lobby sionista-israelí como un eslabón vital en la maquinaria que construyó y sostiene el Estado judío. Los lobistas sionistas trabajaron por la idea con el mismo afán con que lo había hecho el propio Herlz, quien, entre el lanzamiento del movimiento sionista en Basilea, en 1897, se reunió “con una gama importante de manipuladores del poder en Europa y Oriente Próximo, como el sultán otomano, el emperador Guillermo II, el rey Víctor Manuel III de Italia, el Papa Pío X, el imperialista británico Lord Cromer, el secretario colonial británico de la época, los ministros rusos del interior y de finanzas y una larga lista de duques, embajadores y ministros.

Tras la muerte del fundador del sionismo, el lobby no ha dejado de trabajar, al objeto de atraer hacia su causa todas las instancias que podían actuar a su favor: medios de comunicación, economía, industria cinematográfica, movimientos sindicales y de derechos civiles, mundo académico, sociedad civil, discurso político… A lo largo de este texto, se ha visto cómo, mediante la colonización, la guerra, la violencia –sin olvidar el terrorismo—se ha ido apoderando de lo que jamás ha sido suyo. Partiendo de una mentira, porque nunca ha existido un pueblo judío, han fabricado una nación sin bases nacionales, ni étnicas ni culturales –cada grupo de judíos pertenece a una cultura y una etnia diferente-, que asienta sus cimientos en el expolio y el genocidio. Todo bajo la indiferencia de las potencias occidentales, que no supieron detener el holocausto de los judíos y ahora no quieren detener el de los palestinos por los judíos sionistas. Este, más infame, porque nos convierte a todos en culpables, ya que está teniendo lugar –empezó hace sesenta y dos años— a la luz de todos los focos imaginables.

Los sionistas no pararán mientras quede un solo palestino vivo. Será, como he dicho, su manera de resolver el problema.

Ante este panorama –histórico, no ideológico- cada cual debería preguntarse qué habría hecho en los años 40, si se hubiese enterado de lo que estaba ocurriendo en Alemania. Y actuar en consecuencia. Quienes no tenemos poder prestemos, al menos, nuestra voz. Exijamos a nuestros gobiernos y a los medios de comunicación posicionamiento y condena.

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