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domingo, 21 de abril de 2013

Lo que los cristianos no saben de Israel

Lo que los cristianos no saben de Israel

Artículo escrito en 1998 por la difunta periodista y escritora Grace Halsell. Por desgracia sigue siendo relevante en la actualidad.

21/04/2013 - Autor: Grace Halsell - Fuente: rebelion
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Judíos estadounidenses que simpatizan con Israel dominan posiciones clave en todas las áreas de nuestro gobierno en las que se toman decisiones respecto a Medio Oriente. Si es así, ¿existe alguna esperanza de cambiar un día la política de EE.UU.? Los presidentes de EE.UU. así como la mayoría de los miembros del Congreso apoyan a Israel – y saben por qué. Los judíos estadounidenses que simpatizan con Israel hacen generosas donaciones para sus fondos electorales.
La respuesta para el logro de una política equitativa en Medio Oriente puede encontrarse en otro sitio – entre los que apoyan a Israel pero no saben realmente por qué. Este grupo es la vasta mayoría de los estadounidenses. Son cristianos bien intencionados, sin prejuicios que se sienten unidos a Israel –y al sionismo– a menudo por sentimientos atávicos, que en algunos casos se remontan a la infancia.
Soy una de ellos. Crecí oyendo historias de un Israel místico, alegórico, espiritual. Fue antes de que una entidad política moderna con el mismo nombre apareciera en nuestros mapas. Asistí a la Escuela Dominical y vi a un instructor bajar las ventanas y mostrar mapas de la Tierra Santa. Absorbí historias de un pueblo Bueno y Elegido que combatió contra sus enemigos Malos “no Elegidos”.
Al cumplir 20 años, comencé a viajar por el mundo, ganándome la vida como escritora. Llegué al tema de Medio Oriente más bien tarde en mi carrera. Carecía lamentablemente de conocimientos sobre el área. Todo lo que sabía era lo que aprendí en la Escuela Dominical.
Y típicamente para muchos cristianos estadounidenses, de alguna manera consideré que un Estado moderno creado en 1948 como una patria para judíos perseguidos por los nazis era una réplica del Israel espiritual, místico, del que había oído hablar como niña. Cuando fui por primera vez a Jerusalén en 1979, planifiqué que escribiría sobre las tres grandes religiones monoteístas y excluiría la política. “¿No escribir sobre política?”, se burló un palestino, fumando una pipa de agua en la Ciudad Vieja amurallada. “¡Comemos política, por la mañana, la tarde y la noche!”.
Como aprendería, la política tenía que ver con la tierra, y los otros co-demandantes de esa tierra: los palestinos indígenas que habían vivido allí durante 2.000 años y los judíos que comenzaron a llegar en grandes cantidades después de la Segunda Guerra Mundial. Al vivir entre judíos israelíes así como cristianos y musulmanes palestinos, vi, oí, olí, experimenté las tácticas de Estado policial que los israelíes utilizan contra los palestinos.
Mi investigación produjo un libro titulado Journey to Jerusalem Viaje a Jerusalén. Mi viaje no solo fue ilustrativo para mí respecto a Israel, también me permitió una visión más profunda y más triste de mi propio país. Digo más triste porque comencé a ver que, en la política en Medio Oriente, los que toman las decisiones no somos nosotros el pueblo, sino más bien los partidarios de Israel. Y típicamente para muchos estadounidenses, tendía a pensar que los medios de EE.UU. eran “libres” para publicar noticias imparcialmente.
‘No debe ser publicado. Es anti-israelí’
A fines de los años setenta, cuando fui por primera vez a Jerusalén, no sabía que los editores podían clasificar y clasificaban las “noticias” sobre quién hacía qué a quién. En mi visita inicial a Israel-Palestina, había entrevistado a jóvenes palestinos. Uno de cada cuatro contaba historias de tortura.
La policía israelí había llegado por la noche, los había arrastrado de sus camas y colocado capuchas sobre sus cabezas. Luego, en las prisiones, los israelíes los habían mantenido aislados, los habían acosado con fuertes e incesantes ruidos, los colgaban cabeza abajo y habían mutilado sádicamente sus genitales. No había leído noticias semejantes en los medios de EE.UU. ¿No eran noticias? Obviamente, pensaba de modo ingenuo, que los editores estadounidenses simplemente no sabían lo que estaba ocurriendo.
En un viaje a Washington, DC, entregué personalmente una carta a Frank Mankiewicz, entonces jefe de la estación pública de radio WETA. Expliqué que había grabado entrevistas con palestinos que habían sido brutalmente torturados. Y las pondría a su disposición. No recibí respuesta alguna. Hice varios llamados telefónicos. Finalmente me pasaron a una persona de relaciones públicas, una Sra. Cohen, quien dijo que mi carta se había perdido. Escribí de nuevo. Con el pasar del tiempo comencé a darme cuenta de lo que no había sabido: si los colgados y torturados hubieran sido judíos, constituiría una noticia. Pero entrevistas con árabes torturados se “perdían” en WETA.
El proceso de lograr que mi libro Journey to Jerusalem fuera publicado también fue una experiencia valiosa. Bill Griffin, quien firmó un contrato conmigo en nombre de MacMillan Publishing Company, era un ex sacerdote católico romano. Aseguró que solo él editaría el libro. Mientras investigaba el libro, haciendo varios viajes a Israel y Palestina, encontré frecuentemente a Griffin para mostrarle muestras de capítulos. “Formidable”, dijo sobre mi material.
El día en el que iban a publicar mi libro, fui a visitar MacMillan's. Al presentarme en la recepción, vi a Griffin en una oficina, desocupando su escritorio. Su secretaria, Margie, vino a saludarme. Entre lágrimas murmuró que la encontrara en el lavabo de señoras. Cuando estuvimos solas, me comunicó en secreto: “Ha sido despedido”. Indicó que era porque había firmado un contrato para un libro que simpatizaba con los palestinos. Griffin, me dijo, no tenía tiempo para verme.
Más tarde, hablé con otro funcionario de MacMillan, William Curry. “Me dijeron que llevara tu manuscrito a la embajada israelí, para que lo leyeran a la busca de errores,” me dijo. “No les gustó. Me preguntaron: ‘¿No vais a publicar este libro, verdad?’ Pregunté: ‘¿Había errores?’ ‘No errores propiamente tales. Pero no debería ser publicado. Es anti-israelí.’”
De algún modo, a pesar de los obstáculos para impedirlo, las prensas habían comenzado a funcionar. Después de su publicación en 1980, me invitaron a hablar en muchas iglesias. Los cristianos en general reaccionaron con incredulidad. En aquel entonces, había poca o ninguna cobertura de la confiscación de tierras israelí, la demolición de casas palestinas, arrestos y torturas injustificables de civiles palestinos.
La misma pregunta
Hablando de esas injusticias, escuchaba invariablemente la misma pregunta: “¿Cómo es posible que no hayamos sabido algo semejante?” O alguien decía: “Pero no he leído nada sobre eso en mi periódico”. A esas audiencias en las iglesias, yo relataba mi propia experiencia, la de ver a hordas de corresponsales estadounidenses cubriendo un Estado relativamente pequeño. Recalcaba que no había visto tantos periodistas en capitales mundiales como Pekín, Moscú, Londres, Tokio, París. “¿Por qué?”, preguntaba “¿un pequeño Estado con una población en 1980 de solo cuatro millones justificaba más periodistas que China, con mil millones de habitantes?”
También vinculaba esa consulta con mis descubrimientos de que The New York Times, The Wall Street Journal, The Washington Post –y la mayor parte de nuestros medios impresos – son de propiedad y / o controlados por judíos que apoyan a Israel. Era el motivo, deduje, por el cual enviaban tantos periodistas a cubrir Israel – y hacerlo en gran parte desde el punto de vista israelí.
Mi aprendizaje también incluyó que me diera cuenta de la facilidad con la que podía perder a un amigo judío si criticaba al Estado judío. Podía criticar impunemente a Francia, Inglaterra, Rusia, incluso a EE.UU. Y cualquier aspecto de la vida en EE.UU. Pero no al Estado judío. Perdí más de un amigo judío después de la publicación de Journey to Jerusalem – todas pérdidas lamentables para mí y una, tal vez, la más lamentable de todas.
En los años sesenta y setenta, antes de ir a Medio Oriente, había escrito sobre la condición difícil de los negros en un libro titulado Soul Sister, y la situación apremiante de los indios estadounidenses en un libro titulado Bessie Yellowhair, y los problemas encarados por los trabajadores indocumentados que cruzaban de México en The Illegals. Esos libros habían llamado la atención de la “madre” de The New York Times, la esposa de Arthur Hays Sulzberger.
Su padre había iniciado el periódico, luego su esposo lo dirigió, y en los años en los que la conocí, su hijo era el editor. Ella me invitó a almuerzos y cenas en su lujoso apartamento en la Quinta Avenida. Y, en muchas ocasiones, fui su invitada para el fin de semana en su casa en Greenwich, Conn.
Era una persona de opinión liberal y elogió mis esfuerzos por defender a los oprimidos, llegando a decirme en una carta: “Eres la mujer más notable que he conocido”. Yo no tenía la menor idea de que después de elogios semejantes pudiera ser abandonada tan repentinamente hasta que descubrí –desde su punto de vista– a los seres oprimidos “equivocados”.
Por casualidad, yo estaba invitada para el fin de semana a su espaciosa casa en Connecticut cuanto leyó galeradas de Journey to Jerusalem. Al partir, me las devolvió con una mirada entristecida. “Mi amiga, ¿has olvidado el Holocausto?” Pensaba que lo que había acontecido a los judíos en Alemania nazi varias décadas antes debería silenciar toda crítica del Estado judío. Podía concentrarse en un holocausto pasado de judíos mientras negaba un holocausto actual de palestinos.
Me di cuenta, dolorosamente, de que nuestra amistad se acababa. Iphigene Sulzberger no solo me había invitado a su casa para conocer a sus famosos amigos sino, también por sugerencia suya, The Times había solicitado mis artículos. Escribí artículos de opinión editorial sobre varios temas incluyendo a los negros estadounidenses, los indios estadounidenses, así como los trabajadores indocumentados. Ya que la señora Sulzberger y otros funcionarios judíos en el Times elogiaban elocuentemente mis esfuerzos por ayudar a esos grupos de pueblos oprimidos, la dicotomía se hizo evidente: la mayoría de los judíos estadounidenses “liberales” están de parte de todos los pueblos pobres y oprimidos, excepto uno – los palestinos.
Con qué facilidad esos formadores de opinión judíos tienden a menoscabar a los palestinos, a hacerlos invisibles, o categorizarlos a todos como “terroristas”.
De modo interesante, Iphigene Sulzberger me había hablado mucho de su padre, Adolph S. Ochs. Me contó que no había sido uno de los primeros sionistas. No había favorecido la creación de un Estado judío.
Pero, cada vez más, los judíos estadounidenses se han dejado llevar por el sionismo, un movimiento nacionalista que pasa para muchos por ser una religión. Mientras las instrucciones éticas de todas las grandes religiones –incluyendo las enseñanzas de Moisés, Muhammad y Cristo – recalcan que todos los seres humanos son iguales, los sionistas militantes adoptan la posición de que la muerte de un no judío no cuenta.
Desde hace cinco décadas, los sionistas han matado impunemente a palestinos. Y en el bombardeo en 1996 de una base de la ONU en Qana, Líbano, los israelíes mataron a más de 100 civiles refugiados en ella. Un periodista israelí, Arieh Shavit, explica la masacre: “Creemos con absoluta certitud ahora mismo que, con la Casa Blanca en nuestras manos, con el Senado en nuestras manos y The New York Times en nuestras manos, las vidas de otros no cuentan de la misma manera que las nuestras”.
Los israelíes actuales, explica el judío antisionista Israel Shahak, “no basan su religión en la ética de la justicia. No aceptan el Antiguo Testamento tal como está escrito. En su lugar, los judíos religiosos se vuelven hacia el Talmud. Para ellos las leyes talmúdicas judías se convierten en ‘la Biblia’. Y el Talmud enseña que un judío puede matar impunemente a un no judío.”
En las enseñanzas de Cristo, se rompe con semejantes enseñanzas talmúdicas. Intentó curar a los heridos, consolar a los oprimidos.
El peligro, por cierto, para los cristianos estadounidenses es que después de convertir Israel en un ícono caemos en la trampa de excusar todo lo que hace Israel –incluso los asesinatos injustificados– como orquestado por Dios.
Sin embargo, no soy la única que sugiere que las iglesias en EE.UU. representan el último apoyo organizado de importancia para los derechos palestinos. Este imperativo se debe en parte a nuestros vínculos históricos con la Tierra de Cristo y en parte a los aspectos morales involucrados con que se utilice nuestros dineros públicos para financiar violaciones de los derechos humanos aprobadas por el gobierno israelí.
Aunque Israel y sus partidarios judíos estadounidenses saben que tienen en sus manos al presidente y a la mayor parte del Congreso, los inquieta la base popular de EE.UU. – los cristianos de buenas intenciones que se preocupan por la justicia. Hasta ahora, la mayoría de los cristianos desconocían lo que no sabían sobre Israel. Estaban indoctrinados por partidarios estadounidenses de Israel en su propio país y cuando viajaban a la Tierra de Cristo la mayoría lo hacía bajo patrocinio israelí. De esta manera, era poco probable que un cristiano llegara a encontrar a un palestino o aprendiera lo que causó el conflicto israelí-palestino.
Sin embargo, esto está cambiando gradualmente. Y este cambio inquieta a los israelíes. Por ejemplo, delegados que asistieron a una conferencia cristiana Sabeel en Belén a principios de este año dijeron que fueron acosados por la seguridad israelí en el aeropuerto de Tel Aviv.
“Nos preguntaron”, dijo un delegado, “¿Por qué utilizasteis una agencia de viaje palestina? ¿Por qué no utilizasteis una agencia israelí?” El interrogatorio fue tan amplio y hostil que los dirigentes de Sabeel convocaron a una sesión especial para instruir a los delegados sobre cómo encarar el acoso. “Obviamente”, dijo un delegado, “los israelíes tienen una política de disuadirnos de visitar Tierra Santa si no es bajo su patrocinio. No quieren que cristianos comiencen a conocer todo lo que nunca han sabido sobre Israel.”

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