El regreso de los yihadistas a su Europa natal que han combatido en Irak y Siria ha originado zozobra en el continente porque regresan con conocimientos en el manejo de armas y explosivos. Parte de ellos regresan frustrados, pero otros son muy peligrosos por que han desarrollado un fuerte sentimiento de odio al estilo de vida occidental; han experimentado vivencias de muerte muy profundas y de alguna forma están perturbados. Un número indeterminado retornan a Europa con el encargo de organizar atentados y son difíciles de identificar porque pasan inadvertidos y, por tanto, son incontrolables.
Se estima que más de 15 mil yihadistas extranjeros combaten en las filas del Estado Islámico (EI); entre éstos, tres mil son de origen europeo. Con el terrorismo de los yihadistas en Europa se han avivado los sentimientos racistas de diferentes grupos de ultraderecha que han confundido los actos vandálicos y los atentados, que finalmente han incrementado el antisemitismo y el antiisraelismo; en este sentido, se ha creado un término para unificar los principios de ambos: el Islamonazismo; paradójicamente los fundamentalistas son víctimas de los racistas.
Históricamente Europa es la cuna del racismo; basta observar el desarrollo del colonialismo español en lo que en el presente es América Latina o la expansión del imperio inglés en América del Norte y en Asia, (India, China, entre otros países), y en Australia y Nueva Zelandia, para advertir su comportamiento discriminatorio y cruel contra las poblaciones locales, que en ciertos momentos se convirtieron en actos de genocidio. Alemania, Holanda, Italia y Bélgica no se quedaron atrás en su barbarie racista, Alemania y Rusia en la Segunda Guerra Mundial realizaron verdaderos genocidios.
Las raíces del antisemitismo religioso-racial de la Edad Media en Europa persisten en el presente semidisfrazados de antiisraelismo y ampliadas por la violencia de los fundamentalistas que cobró ímpetu a partir de los atentados que se llevaron a cabo en el Word Trade Center en 2001. Es claro que los conflictos en Medio Oriente se han convertido en un desencadenante del odio musulmán hacia los judíos y hacia el Occidente. La judeofobia islamita nacida del problema palestino y la islamofobia derivada de la migración masiva de musulmanes a Europa, ha tratado de ser minimizada por grupos políticos como “tensiones comunitarias”, pero los hechos hablan por sí mismos; los actos de violencia y vandalismo antisemita aumentaron 30 por ciento en 2014 no sólo en Europa, sino en todo el mundo. Especialmente repuntaron en Francia, Gran Bretaña, Suecia, Noruega, Estados Unidos y Canadá. En todas partes, ante la vigencia de una crisis económica, la violencia es explotada por movimientos de extrema derecha, como en Hungría y Ucrania, “donde sus parlamentos son sedes de diatribas antisemitas”.
En este contexto, ha sido proverbial el odio racista que jugadores de futbol y la afición de varias naciones de Europa han manifestado en los estadios. En particular destacan las agresiones racistas públicas de los aficionados ingleses contra jugadores negros; así, los plátanos sobre el césped en los estadios representan ataques simbólicos contra los futbolistas negros que son considerados como simios. De aquí que desde 2001 la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) realiza llamados para que los gobiernos y autoridades en los que se celebran partidos de futbol se involucren en la prevención y castigo de actos discriminatorios; incluso en 2013 publicó un documento en el que especifica la necesidad de un oficial especializado en los estadios para identificar posibles actos racistas; por lo demás, el código disciplinario de la FIFA establece sanciones para acontecimientos de ese tipo que incluyen multas, partidos sin público y pérdida de puntos, hasta la expulsión de una competencia.
Los fundamentalistas islámicos han llevado la yihad (guerra santa) a Europa a un punto crítico de violencia; los líderes de la región han sido incapaces de prevenir la incontrolada migración de musulmanes que quieren imponer sus valores y cultura a las comunidades del continente, de allí que Europa cada vez más esté sometida a sus dictados y su seguridad esté comprometida. Por otra parte, el racismo de los europeos hacia los judíos, musulmanes y otras minorías étnicas y religiosas es una cuestión genética de los europeos. Europa se encamina al caos.
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Se estima que más de 15 mil yihadistas extranjeros combaten en las filas del Estado Islámico (EI); entre éstos, tres mil son de origen europeo. Con el terrorismo de los yihadistas en Europa se han avivado los sentimientos racistas de diferentes grupos de ultraderecha que han confundido los actos vandálicos y los atentados, que finalmente han incrementado el antisemitismo y el antiisraelismo; en este sentido, se ha creado un término para unificar los principios de ambos: el Islamonazismo; paradójicamente los fundamentalistas son víctimas de los racistas.
Históricamente Europa es la cuna del racismo; basta observar el desarrollo del colonialismo español en lo que en el presente es América Latina o la expansión del imperio inglés en América del Norte y en Asia, (India, China, entre otros países), y en Australia y Nueva Zelandia, para advertir su comportamiento discriminatorio y cruel contra las poblaciones locales, que en ciertos momentos se convirtieron en actos de genocidio. Alemania, Holanda, Italia y Bélgica no se quedaron atrás en su barbarie racista, Alemania y Rusia en la Segunda Guerra Mundial realizaron verdaderos genocidios.
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Los fundamentalistas islámicos han llevado la yihad (guerra santa) a Europa a un punto crítico de violencia; los líderes de la región han sido incapaces de prevenir la incontrolada migración de musulmanes que quieren imponer sus valores y cultura a las comunidades del continente, de allí que Europa cada vez más esté sometida a sus dictados y su seguridad esté comprometida. Por otra parte, el racismo de los europeos hacia los judíos, musulmanes y otras minorías étnicas y religiosas es una cuestión genética de los europeos. Europa se encamina al caos.
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