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viernes, 24 de julio de 2015

La fuerza del Espíritu

La fuerza del Espíritu

Olvido de palabras, descreimiento del mundo, develamiento de lo Único en nuestro interior

14/11/2014 - Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam
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Saber que contamos con la ayuda y la protección divinas no es algo baladí.
“Y, he ahí, que tu Sustentador dijo a los ángeles: ‘¡Ciertamente, voy a crear un ser humano de arcilla sonora, de cieno oscuro transmutado; y cuando lo haya formado por completo y haya insuflado en él algo de Mi espíritu, caed postrados ante él!’.”
(Corán, sura 15, Al Hichr, ayat 28,29)
Muchos sabios y santos nos han advertido sobre la inutilidad y los peligros de hablar sobre el Espíritu, pues es cierto que nada podemos decir de él sino aquello que aparece en la Revelación, aunque hablemos de la vida espiritual, de la realidad espiritual o de la gente espiritual. La tensión entre nafs ruh aparece como polaridad conformadora del Gran Yihad, del gran esfuerzo en pos de nuestra propia purificación interior, de la disolución de toda dualidad, tal y como nos dice nuestro querido hermano Abdel latif Bilal Ibn Samar 1.
Aún sin poder decir una sola palabra sobre él, el es ruh aquello que nos impulsa y nos mueve, la fuerza misteriosa que hace que unos simples animales podamos pensar, sentir y recordar. Cuando perdemos esto de vista entramos indefectiblemente en la desesperanza, en la animalidad, en la depresión y en el olvido. Y si observamos la sociedad contemporánea, sus inflexiones imprevistas, esos intensos cambios que hoy experimentamos como humanidad, nos damos cuenta inmediatamente de que el Espíritu sopla como y donde quiere y lo hace con una fuerza que escapa a nuestra comprensión.
Es evidente que el islam no es una religión sino una forma de vivir. Nos hemos cansado de decirlo durante años, una forma de vivir que trata de ayudarnos a enfrentar lo imprevisto, esos cambios incesantes que componen la creación divina, la vida tal y como la reconocemos, tal y como se nos presenta cada día. Ahora nos toca vivirlo, experimentarlo en nosotros mismos.
Cuando el profeta, la paz y las bendiciones sean con él, decía que el ser humano debe morir antes de morir, se refería a una muerte a todo lo conocido, a todo aquello establecido como verdad sin serlo, pues la Verdad es incognoscible e inabarcable y nadie, salvo Dios, puede detentarla —recordemos el fuerte y elocuente destino de Al Hallay— sin morir en el intento, ya sea física o metafóricamente hablando.
Sin embargo, el espíritu sopla donde quiere, abre los corazones a la luz divina y mueve la conciencia de la manera más perfecta, haciendo que nuestra lucha progrese en la dirección de nuestras intenciones más profundas. Cuando hablamos de la vida espiritual nos estamos refiriendo precisamente a ese soplo divino que nos encauza hacia lo halal, hacia lo correcto, no como quien es conducido al matadero de las leyes y de las normas sino más bien como quienes están siendo conducidos por Dios hacía Sí Mismo. Y todo ello en la interioridad profunda, en la intimidad más difícil de compartir con nadie, en la más completa soledad.
Morimos al ego, al nafs, y renacemos como testigos de una inenarrable creación que, a renglón seguido, desaparece en lo Uno. Decimos entonces La illaha illa Allah, cuando ya no podemos decir ninguna otra cosa. Llamamos a nuestro Señor cuando más desesperados estamos. Dios nos responde en el momento preciso. Dios nos ama, y la prueba de ello es la revelación, el Corán, la misma existencia de Muhámmad (sas), el hecho de que aún estemos tratando de regresar a Él. El mundo nos distrae con su exhaustiva multiplicidad, nos destruye cuando nos identificamos con sus manifestaciones, cuando de una manera idolátrica creemos en nuestros pensamientos, gozamos y sufrimos con ellos y nos evadimos de lo Único que existe y que nos crea.
La arcilla, el cieno oscuro se transmuta, mediante la fuerza del espíritu divino, en conciencia, razón, visión unitiva, amor consciente, autoconocimiento, responsabilidad… y entonces sentimos cómo se va cumpliendo el propósito de nuestra creación, una creación que nunca termina de completarse, que no es sino un permanente y machadiano caminar.
“Devino quietud la mente. Cesaron
los sentidos mediadores. El tiempo deshizo
verbo y memoria. Luego
hubo olvido, ausencia de palabras.
Nunca más suceso alguno inquietó
tu hondura. Fue nada, entonces,
del mundo su mentida
presencia. El silencio atrajo el vacío,
para que tu fueras tú mismo,
plenitud en soledad y dicha, tú, Ser, Único.”
2
Sí, así es, el Espíritu sopla dónde y como quiere, y ahora quiere hacerlo en nuestra palabra mediadora, en nuestra voz intermediaria, en estas letras, negro sobre blanco, que pueden llegar a inspirar al que aún está dormido. Y ¿Qué es el islam entonces sino ese manso despertar, esa aceptación consciente de lo Único que es, de lo Único Verdadero, dentro de nosotros mismos?
Aún sobre nuestros egos, aún sobre nuestros cuerpos, aún sobre un dónde y un cuándo, sopla el Espíritu con la intención de liberar del fango al tesoro encerrado en nuestras oscuras profundidades. Y por eso quizás también el profeta (sas) rogaba encarecidamente que no dijésemos que somos musulmanes sino más bien que estamos tratando de serlo.
Olvido de palabras, descreimiento del mundo, develamiento de lo Único en nuestro interior…., todo ello discurriendo como una suave y tenue melodía que nos estuviese diciendo: no temas, nada conseguirá ya inquietarte, distraerte de lo Único Real, nada que no sea la Verdad, lo verdadero…
Y una vez que Dios ha soplado algo de Su Espíritu en nuestro cieno oscuro, nos transmutamos entonces en seres conscientes, cuyos ojos y oídos no perciben ya sino al Amado disolviéndose en el Amante, fundiéndose en Sí Mismo…. Y de ahí que Dios dijese a los ángeles “caed postrados ante él”, porque entonces no somos ya sino los ojos con los que Él ve, los oídos con los que oye y las manos con las que acaricia Su propia creación…
De ahí la insistencia del hadiz qudsí en el abandono confiado a Dios, en la aproximación amorosa hacia Él:
“Mi servidor no puede aproximarse a Mí sino mediante algo que sea más agradable que el cumplimiento de lo que le he prescrito. Mi servidor no dejará de aproximarse a Mí más que mediante obras voluntarias hasta que Yo le ame. Y cuando le ame, Yo seré su oído con el que oye, su mirada con la que ve, su mano con la que agarra, y su pie con el que camina; si Me pide algo, Yo se lo concederé, y si busca amparo en Mí, ciertamente, se lo daré...”
¿Es posible encontrar una expresión más intensa del amor divino hacia Sí Mismo a través de nosotros, sus criaturas? Realmente todos los grandes sabios y santos han meditado profundamente en las palabras de este hadiz qudsí, llegando de manera casi unánime a la conclusión de que es posible la experiencia trascendental ya en esta vida, que es posible morir a nuestros egos y renacer en Dios, vivos, radiantes y confiados.
Saber que contamos con la ayuda y la protección divinas no es algo baladí. Saber que tenemos la posibilidad de vislumbrarLe ya es misericordia, aún admitiendo racionalmente nuestra imposibilidad de conocerLe. Y de ahí la importancia de recordarnos unos a otros esta realidad que es inherente a nuestra condición humana, y de ahí también la necesidad de la humildad que ha de impregnar nuestros actos y nuestros pensamientos. No por ser agraciados con el Espíritu somos superiores a nada ni a nadie, pues el Espíritu divino sopla donde quiere y como quiere, no sólo en nosotros, seres racionales.
En el ámbito de nuestra experiencia espiritual hemos de recordar necesariamente al profeta Isa, Jesús, la paz sea con él, que aparece mencionado en el Corán como Ruh al Quddús, Espíritu de Santidad. Jesús nos procura la ámana, la cesión que Dios nos hace de Su Espíritu, insuflándolo en nosotros y procurándonos con ello el fanah fillah, la extinción de nuestros egos en lo Único Real, una aniquilación que nos procura el salam donde hallamos la calma interior, la seguridad total y la ausencia de temor, una aniquilación que brota y se sustenta en el amor al otro, en el “tú y no yo”, en ese amor al prójimo que permea todo el Evangelio de Jesús (as).
Es precisamente en ese estado donde brota la expresión de Al Hallay: ‘Yo soy la Verdad’, cuando su yo se extinguió en la Realidad. Al Hallay, al igual que Isa, desvela el mayor de los secretos porque él mismo no es sino un tayalli, una manifestación teofánica, una criatura que se somete voluntariamente a la muerte porque la ha desenmascarado. “Morid antes de morir”, dijo rasul (sas). La palabra ha revelado lo Único Real y así ha conseguido rasgar el velo.
Dios quiere insuflar Su espíritu en la letra muerta, en los nombres de las cosas que tratan de fijar nuestro decreto, revitalizando nuestras palabras y animándonos al diálogo, al encuentro fructífero desde nuestra aniquilación, desde nuestra verdad. Él nos da la vida y nos da la muerte. Él es al Ba’ith. Es Él quien nos está resucitando de la muerte, dándonos el conocimiento de nuestra naturaleza verdadera, la conciencia de ser como la tierra.
Notas
1. P.Lagarriga, Didac (Abdel-latif Bilal ibn Samar). Eco Yihad. Apertura de conciencia a través de la ecología y el consumo halal. Edicions Bellaterra. Barcelona 2014.
2. Díaz, Esteban, Dharamsala. Cuaderno de campo. Poemas. Tiger Moon Productions. 2014

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