Libro en PDF 10 MITOS identidad mexicana (PROFECIA POSCOVID)

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jueves, 2 de febrero de 2017

VIDEOJUEGOS QUE EXPANDEN LA ISLAMOFOBIA

Decía el antropólogo Clifford Geertz que la cultura es la forma humana de dotar de significado al mundo que nos rodea. El cine, la música, la literatura o el arte son herramientas de las que nos valemos para interpretar, reproducir, mantener y transformar dicho significado. Es imposible conocer el sentido profundo de una obra cultural sin estudiar el contexto en el que ha sido creada y situarla en las coordenadas esenciales del tiempo y el espacio. Si una de estas coordenadas cambia, la representación cultural deberá cambiar también para poder adaptarse a la nueva situación. Los videojuegos no se encuentros ajenos a esta lógica, puesto que como todo producto cultural, responden a cuestiones puramente humanas.
Los videojuegos, y las representaciones étnicas, de género y edad que desprenden, responden a la necesidad de dotar de significado el mundo que nos rodea y dentro de ellos, por supuesto, se esconde la idiosincrasia particular de occidente y todos sus prejuicios e ideas preconcebidas sobre las demás culturas, como ocurre por ejemplo cuando un videojuego sitúa su acción en un país de Oriente.
Si hacemos un recorrido por los juegos que sitúan su acción en ambientes y países de Oriente encontramos tres tipos de juegos. El primero, anteriores al año 2001, relacionados con la Guerra del Golfo; el segundo, posteriores al año 2001, relacionados con ambientes bélicos y el terrorismo internacional; y el tercero, una categoría ajena a las dos anteriores, trata sobre el misterio y el exotismo de oriente centrado en el robo de reliquias y acciones arqueológicas influenciadas por el olor de Indiana Jones con exponentes tan conocidos como la saga del Príncipe de Persia, Uncharted o Tomb Raider.
juego 2
Por supuesto todos ellos han sido desarrollados por equipos occidentales que vierten su propia visión sobre Oriente en sus videojuegos, más aún cuando éstos se han convertido en un medio de masas y han tenido que adaptar su lenguaje y discurso para poder atraer, de esta manera, a un público mucho más amplio.
Tras los acontecimientos del 11 de septiembre nació en Estados Unidos una concepción de “nosotros contra ellos”. Se rescataron mitos del pasado norteamericano, se desempolvó al héroe en acción olvidado y se relegó de nuevo a la mujer al mero objeto de rescate, como nos enseña Susan Faludi en su obra “La pesadilla terrorista” (2007). La cultura islámica pasó a ser el nuevo enemigo de occidente, derrotado y olvidado ya el soviético. La idea de seguridad venció a la libertad y el terrorista internacional islámico conquistó el puesto de enemigo público número uno. Mucha gente porta estas ideas, empezando por los medios de comunicación, quienes han logrado que a base de repetición se conviertan en credos donde todos participamos, y los videojuegos han tenido un importante papel en la difusión de la nueva ideología, como demuestra el hecho de la inexistencia de un videojuego donde el mundo árabe o islámico no aparezca en un contexto de conflicto violento.
Todos los juegos caen en esta trampa, incluso aquellos que pueden parecernos inocentes, como los juegos de estrategia histórica. En ellos las culturas islámicas aparecen completamente homogéneas, sin diferencias apreciables entre ellas y moldeadas según la fantasía occidental. “En la pantalla, los árabes y musulmanes continúan apareciendo como una amenaza cultural en forma del “Otro”… Él o ella carece de un rostro humano y vive en un reino mítico de desiertos infinitos salpicados de pozos de petróleo, tiendas, deterioradas mezquitas, palacios, cabras y camellos.” Shaheen, 2000.
Es el caso de juegos tan conocidos como Age of Empires (Ensemble Studios, 1998) o Crusader Kings II (Paradox Development Studios, 2012) donde la cultura islámica aparece siempre de manera homogénea, como una amenaza, especialmente en el segundo caso, donde las dinastías musulmanas no fueron jugables hasta una expansión posterior, titulada, convenientemente, “The Sword of Islam” (La espada del Islam), introduciendo en ella conceptos anacrónicos y contemporáneos como la “decadencia” relacionada con los reinos árabes que obligaban a estos a recorrer un camino que les conducía a la descomposición y fragmentación territorial irremediable.
Curiosamente podríamos decir que estos dos juegos ofrecen la representación más fidedigna de la cultura islámica, puesto que al menos sitúan la acción en lugares reales, no como otros juegos como War in the Gulf (Empire, 1993), Delta Force (NovaLogic, 1998), Conflict: Desert Storm (SCi Games, 2002), Full Spectrum Warrior (THQ, 2004), Kuma/War (Kuma Reality Games, 2004), Conflict: Global Terror (SCi Games, 2005), Alpha Protocol (Obsidian, 2010), Call of Duty 4: Modern Warfare (Infinity Ward, 2007), y Counter Strike: Global Offensive (Valve Corporation, 2012), los cuales sitúan su acción en territorios orientales indeterminados y se enmarcan dentro del género de acción o aventuras relacionados, todos ellos, con conflictos armados y eventos terroristas como pilares de sus tramas.
Los otros juegos que sí determinan el lugar donde se desarrolla su acción escogen concienzudamente su espacio. Todos ellos son lugares reconocibles por el espectador y el jugador occidental, y todos son escenarios donde existen o han existido conflictos en los que tropas occidentales participan o han participado. Por supuesto Afganistán e Irak, y en segundo lugar, Pakistán, son las estrellas de todos estos espacios con ejemplos como Medal of Honor (Danger Close Games, 2010), Medal of Honor: Warfighter (Danger Close Games, 2012), Call of Duty: Advanced Warfare (Sledgehammer Games, 2014), Call of Duty: Black Ops II (Treyarch, 2012), Call of Duty: Modern Warfare 3 (Infinity Ward, 2011), por nombrar únicamente a los más conocidos. Juegos, todos ellos y especialmente los pertenecientes a la saga Call of Duty, que han vendido millones de copias.
¿Quién no recuerda el prólogo de Call of Duty 4: Modern Warfare en el que escoltaban a un ciudadano a través de una ciudad convulsa para ser ejecutado públicamente?
En cambio apenas aparecen juegos que hayan llevado su acción a otros países de Oriente como Yemen, Qatar o Arabia Saudí. Y en este caso no están relacionados con elementos violentos, sino con deportivos o incluidos en espectros más amplios como parte de la cultura árabe e islámica homogénea de la que hemos hablado antes, especialmente en estos dos últimos párrafos, a los que habría que sumar todos los demás emiratos y principados árabes, regla rota por el juego Spec Ops: The Line (Yyager Development, 2012), una rareza dentro de los videojuegos. Aunque, sin duda alguna, los grandes olvidados son los países de Asia Central y el Magreb, más desconocidos para el público occidentañ, acostumbrados a ver en sus pantallas las vidas destrozadas de los habitantes de Irak y Afganistán.
En todos los juegos anteriores, el jugador únicamente podrá disfrutar del punto de vista occidental, poder controlar al “Otro”, en este caso, a cualquier personaje habitante de Oriente, está vetado. Este aspecto refuerza aún más la visión peyorativa que se vierte sobre Oriente en los videojuegos ya que, desde un mismo inicio, se está cortando a la mitad la historia de contar y eliminado de un plumazo la versión de la población autóctona. Además, al posicionar la acción en países sin nombre se diluye aún más la identidad islámica en un conjunto homogéneo y fácilmente reconocible.
Plasma la diversidad está completamente vetado, por ejemplo será imposible encontrar a un persona de Oriente dentro de un videojuego que no muestre su profesión de fe islámica. La indivisibilidad de los conceptos musulmán y habitante de Oriente está tan dentro de mucha gente que son incapaces de imaginar un habitante de cualquier país oriental que no profese ninguna fe, y así lo muestran también los videojuegos, pero este hecho va más allá aún en el juego de estrategia Command & Conquer: Generals (Electronic Arts, 2003) donde sí podemos escoger el bando árabe y donde la descripción de éste define con estas palabras sus principales atributos: “Terroristas con coches y camiones bombas, explosivos suicidas con explosivos atados a sus cuerpos, sistemas de envío anthrax y biotoxinas y turbas árabes cabreados portando AK-47.”, Chick, 2003.
Cualquiera puede comprobar cómo los juegos ambientados o basados en escenarios situados en Oriente arrojan una ideología completamente occidentalizada. Los videojuegos no son inocuos sino que son plenamente conscientes de su participación en la formación de una identidad, de un “Nosotros contrapuesto al Otro”, en este caso arábigo e islámico, y para forjar una identidad común, el paso más acertado y contundente es crear un enemigo fácilmente reconocible. Para ello despojan a las culturas de sus rasgos más significativos, su propio territorio e idiosincrasia y las arrojan a un gran saco, la cultura árabe, el Islam, para pasar más tarde a demonizarla siguiendo los pasos: marginar al musulmán corriente, ligar las ideas de Islam y terrorismo, situar el conflicto bélico como ítem dominante del discurso y presentaros a todos, en su conjunto, como una potencial amenaza para “Nosotros”.

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