Fanáticas plegarias
"Rezar es algo que uno hace en voz baja, en la mezquita o en la intimidad", contestóLinda Ahmed cuando le preguntaron por Salman Abedi. "Él rezaba en voz muy alta, chillando, arrodillado en mitad de la acera". Aullidos coránicos de cachorro yihadista, con una mochila a la espalda llena de metralla asesina, dispuesta con método y cuidado "para causar el mayor daño posible", para no fallar. Una mitad de su cuerpo fue hallada arrodillada en una postura de último rezo kamikaze al profeta, rodeada de cuerpos de inocencia perpleja sin vida, con una última nota musical furtiva prendida en su infantil alegría; la otra mitad del cuerpo de Salman lo encontraron destrozado, lejos y solo, lanzado a la infamia por la potencia de la explosión. Fusible derretido, ¿cuándo?
Barrio de Fallowfield, al sur de Manchester; vivienda social de dos pisos con fachada de ladrillo visto; fútbol y cricket, adolescencia conflictiva, marihuana, Lybian Islamic Fighting Group, explosivos etiquetados con marcas acrónimas en árabe de Estado Islámico: Daesh. Sharia, hisba y yazidíes lapidadas. Fanatismo devoto, con el nombre del Profeta engarzado en los labios, como un piercing; ardor envasado en porciones, listo para ser consumido ávidamente por desertores sociales, náufragos con fecha de caducidad e imbuidos en la necesidad de que una creencia, la que sea, les ayude a convivir consigo mismo. Sociópatas a los que no les interesa la verdad y ponen su exaltación al servicio de la ciega fidelidad de la causa.Cerebros explosivos. Espurias cruzadas de gobiernos y sectas integristas, que instrumentalizan el ultraje religioso y se sirven de él como coartada perfecta para ocultar sus insondables carestías de libertad y de democracia. Países donde no existe la libertad religiosa y los credos minoritarios son estigmatizados y perseguidos. Fanatismo repetido en la Historia de las civilizaciones y de las religiones, desde las edades antiguas y medievales hasta las modernas y, como padecemos, las contemporáneas. Han costado siglos y siglos de sangrantes conflictos y humeantes batallas de pensamiento que el escepticismo y la imprescindible distancia intelectual del dogma sagrado sea aquí, en Occidente, un saludable hábito alejado de la drogodependencia: la religión, hoy, no es el opio del pueblo (o casi).
Hasem Abedi, hermano pequeño del terrorista suicida del Arena y con el que, probablemente, compartía habitación y pósters de Ariana Grande -en la casa de dos pisos, con fachada de ladrillo visto, del barrio de Fallowfield, al sur de Manchester- lleva encima vividos 20 años escasos, 20. Poco más o menos la misma cifra de muertos que llevará encima el epitafio de su hermano. El martes pasado, después de la masacre consumada por Salman, Hasem fue detenido por sus vínculos con el asesino Daesh, acrónimo en árabe de Estado Islámico.
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