La dirigencia palestina bajo la lupa
Pablo Sklarevich
Quienes tuvieron oportunidad de dialogar con Yasser Arafat, comentan que, en un ataque de franqueza, el extinto mandatario palestino reconoció que si algún día el conflicto con Israel se apagara, su estatura de líder carismático internacional se reduciría a la del presidente de un país tan marginal como Chipre. Y en tal caso, en vez de ser recibido con gran pompa en los palacios de Moscú, París y Washington se vería obligado a resolver problemas tan profanos como los cloacales de un oscuro vecindario.
Aparentemente, en el marco del avance de Irán y el caos que no deja de sacudir la región; los países árabes, a diferencia de los europeos, parecen dar signos de una incipiente indiferencia hacia los dirigentes palestinos. Hasta hace algunas semanas, el conflicto israelí-palestino había quedado en un lejano segundo plano; si no fuera porque el presidente norteamericano, Donald Trump, espoleado por el primer ministro, Biniamín Netanyahu, lo rescató del olvido.
Cuando Trump reconoció a Jerusalén como capital de Israel; no tenía intenciones de sacar los pies del plato. Lo hizo seguramente para mostrarse diferente a sus predecesores. Pero con la suficiente sutileza como para enfatizar que los límites de la soberanía de la ciudad quedarían determinados en las negociaciones para el estatus final acordado por las partes.
No se puede descartar que Netanyahu haya pensado, entre otras cosas, que la movida también lo rescataría de la crisis política en la que se ha visto envuelto como consecuencia de las numerosas investigaciones policiales por corrupción que lo salpican. De cualquier manera, la histeria con la que ha reaccionado la dirigencia palestina es directamente proporcional al desgaste que está sufriendo a los ojos de los líderes políticos árabes. Para peor, es vox populi que durante la Administración Obama, a la hora de la verdad, el presidente palestino, Mahmud Abbás, se escapó de las negociaciones, que encabezaba el entonces secretario de Estado, John Kerry. Mientras que, por el contrario, Netanyahu aceptó el acuerdo marco norteamericano.
Los palestinos están profundamente divididos -Fatah gobierna en partes de Cisjordania y Hamás en Gaza- y con profundas dificultades para salir de la intransigencia. Además, los líderes de Ramallah nunca perdieron las esperanzas de que la ONU les confiera un Estado sin necesidad de tener llegar a un compromiso con Israel.
Y mientras Ramallah lanza una ofensiva diplomática contra Estados Unidos en la ONU; Abbás ha partido hacia Arabia Saudita que podría emerger como un actor clave en la crisis.
Aparentemente, en el marco del avance de Irán y el caos que no deja de sacudir la región; los países árabes, a diferencia de los europeos, parecen dar signos de una incipiente indiferencia hacia los dirigentes palestinos. Hasta hace algunas semanas, el conflicto israelí-palestino había quedado en un lejano segundo plano; si no fuera porque el presidente norteamericano, Donald Trump, espoleado por el primer ministro, Biniamín Netanyahu, lo rescató del olvido.
Cuando Trump reconoció a Jerusalén como capital de Israel; no tenía intenciones de sacar los pies del plato. Lo hizo seguramente para mostrarse diferente a sus predecesores. Pero con la suficiente sutileza como para enfatizar que los límites de la soberanía de la ciudad quedarían determinados en las negociaciones para el estatus final acordado por las partes.
No se puede descartar que Netanyahu haya pensado, entre otras cosas, que la movida también lo rescataría de la crisis política en la que se ha visto envuelto como consecuencia de las numerosas investigaciones policiales por corrupción que lo salpican. De cualquier manera, la histeria con la que ha reaccionado la dirigencia palestina es directamente proporcional al desgaste que está sufriendo a los ojos de los líderes políticos árabes. Para peor, es vox populi que durante la Administración Obama, a la hora de la verdad, el presidente palestino, Mahmud Abbás, se escapó de las negociaciones, que encabezaba el entonces secretario de Estado, John Kerry. Mientras que, por el contrario, Netanyahu aceptó el acuerdo marco norteamericano.
Los palestinos están profundamente divididos -Fatah gobierna en partes de Cisjordania y Hamás en Gaza- y con profundas dificultades para salir de la intransigencia. Además, los líderes de Ramallah nunca perdieron las esperanzas de que la ONU les confiera un Estado sin necesidad de tener llegar a un compromiso con Israel.
Y mientras Ramallah lanza una ofensiva diplomática contra Estados Unidos en la ONU; Abbás ha partido hacia Arabia Saudita que podría emerger como un actor clave en la crisis.
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