El Estado Islámico y sus siete esqueletos decapitados
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El escritor mexicano Antonio Malpica escribió –en 2007– el inicio de una historia macabra dirigida –principalmente– a adolescentes: Siete Esqueletos Decapitados.
Se trata de una novela que se desarrolla en la Ciudad de México y gira en torno a Sergio Mendhoza, un menor de 13 años que debe ayudar a la policía a resolver la desaparición de varios niños.
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Con el paso de las páginas, el lector descubrirá –junto con Sergio–, que la responsable de los hechos es una mujer llamada Nicté, quien secuestra y sacrifica a los niños desaparecidos con el fin de castigar a sus padres; a quienes envía –después de su crimen–, los esqueletos sin cabeza de sus hijos.
A partir de esta premisa, podemos ver que una vez más, la ficción se queda corta si se compara con la realidad. Y es que en Siria, un grupo de yihadistas simpatizantes del Estado Islámico decapitó a cinco personas a la luz del día y en pleno centro de la ciudad.
El acto lo presenciaron personas de todas las edades, incluidos niños.
Entre las víctimas se encontraban tres futbolistas y su director técnico. Los radicales decidieron someterlos porque –según ellos–, el apoyo al balompié es contrario a las leyes del Islam.
En la novela de Malpica, Nicté justifica sus sacrificios con el argumento del castigo a los padres, y es que desde su perspectiva algo hicieron mal y merecían el sufrimiento ocasionado por la muerte de sus hijos.
En la realidad, los yihadistas respaldan su crimen con razonamientos extremistas que bajo esa lógica podrían condenar todo y a todos, porque si el fútbol contraria al Islam, ¿qué actividad recreativa, deportiva o lúdica no lo hace?
Lo cierto es que en las dos historias la objetividad, la tolerancia y el respeto a la vida ajena son lo último que vale para los asesinos.
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