“No me gusta el modito”, dijo el presidente hace unos días, rechazando el hecho de que los empresarios obtuvieran el respaldo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para avanzar en la atención a sus problemas de liquidez en el futuro cercano o inmediato. Una acción que muestra la pérdida del poder presidencial en las demandas de los empresarios, quienes decidieron borrarlo y obtener el respaldo y apoyo que le pedían, fuera de casa.
El presidente ha sido eliminado de una relación afectiva con los empresarios. La reacción fue contundente, difícil para el presidente, inoportuna su respuesta, que siguiendo la sabiduría popular, “hasta lo que no come le hace daño” o bien desde la mirada beisbolera y empresarial, “ni picha, ni cacha, ni deja batear”.
Cuando analizamos el discurso y las acciones del presidente y los que lo secundan, observamos una imagen pobre o miserable, como si estuvieran peleados con la vida, frustrados, megalomaníacos, inseguros y con un gran deseo de que los reconozcan; si le agregamos el egoísmo que cubre con un ejercicio concentrado del poder público, en cada mañanera muestra su ignorancia, inexperiencia, incompetencia e insensibilidad, en muchos temas, eso se resume en la idea paradójica de un pequeño narcisista.
No se entiende, teniendo todo para ser grande se ha empequeñecido cada vez más, le faltan el respeto en todos lados y sus seguidores han disminuido con rapidez. Su liderazgo político electoral se ha menoscabado en el ejercicio del gobierno, del poder y de la aplicación de la ley.
Los tiempos actuales de pandemia reclaman unidad y solidaridad, y el primer respondiente debiera ser el gobierno y sus representantes, pero no, han decidido jugar la política del avestruz, que al esconder la cabeza bajo tierra cree que la realidad desaparece.
Es la realidad misma la que ha sido la principal opositora al gobierno, la que le ha mostrado lo equívoco de sus políticas y proyectos, de sus dichos y hechos. Ese es su límite y ha tocado ya con pared.