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viernes, 2 de noviembre de 2012

Caminos que conducen a la paz

Caminos que conducen a la paz Conferencia pronunciada en octubre del 2004 en una parroquia de Santa Coloma de Gramanet, invitado por la Asociación Monseñor Oscar Romero de cristianos de base 10/01/2005 - Autor: Abdennur Prado - Fuente: Webislam caminos interreligioso justicia liberacion opinion paz salam teologia 265 Abdennur Prado.A Monseñor Oscar Arnulfo Romero, in memoriam Hablar sobre el Islam y la paz es comprometido, desde el momento en que se espera de nosotros una referencia a la violencia, a una situación internacional que nos inquieta. Violencia política generalizada, que en muchos puntos del planeta involucra a los musulmanes, auque en muchos casos sea como víctimas de políticas de ocupación que generan dinámicas de resistencia (Chechenia, Iraq, Filipinas, Palestina, Cachemira, Pattani...). También violencia ideológica, fanatismo, dogmatismo, la transformación del Islam como vía espiritual en una religión cerrada, machista, homófona, vinculada en algunos países de mayoría musulmana a regimenes despóticos, que utilizan el Islam para justificar políticas de represión contra las mujeres o los homosexuales, que aplican penas brutales e injustificables en nombre del Islam. Violencia terrorista que genera dolor en todos nosotros, que afecta a la vida de miles de personas, creyentes o ateos, rubios o morenos, legales o ilegales. No podemos olvidar que las víctimas de esta violencia que nos acosa a principios del siglo XXI son las víctimas de siempre: los más desfavorecidos, civiles inocentes, minorías étnicas o religiosas atrapadas en un círculo de fuego del cual los organismos internacionales no nos muestra la salida, sino todo lo contrario. Por ello, debemos esforzarnos por encontrar esta salida en nuestras propias tradiciones. Esta búsqueda de respuestas no puede ser ingenua. Ante la realidad de la violencia, el bello discurso de la tradición zozobra. No podemos limitarnos a las frases hechas del tipo "el Islam es paz" o "el Islam es contrario al terrorismo". No es que esto no sea cierto, sino que esta verdad resulta insuficiente, no consigue responder a la angustia que nos atenaza ante sucesos tan brutales como los del 11 de marzo del año 2004. Debemos abordar esta problemática. Por respeto a la verdad, debemos hacerlo en el marco de los principios del Islam, tal y como vienen recogidos en el Sagrado Corán. Al adentrarnos en este campo maravilloso, ustedes podrán darse cuenta de que la afirmación "el Islam es Paz" no está tan alejada de la realidad. Claro que aquí nos referimos al Islam que vivió y enseñó el profeta Muhámmad (paz y bendiciones), y no a una religión de Estado, a ningún conjunto de dogmas que puedan ser monitorizados por ninguna jerarquía. Estamos hablando de lo que nos dice a cada uno de nosotros el Corán generoso, una enseñanza que no es privativa de ninguna religión, una Guía y un Mensaje para el conjunto de la humanidad. En primer lugar, la propia palabra árabe Islam participa de la misma raíz que la palabra Salam, Paz. El saludo tradicional de los musulmanes es as salamu aleykum, que la paz sea con vosotros. Un deseo verdaderamente hermoso, una buena palabra para preceder nuestros encuentros. En el Corán, la Paz es un valor absoluto, una de las aspiraciones naturales a todo ser humano. Siendo la Paz una aspiración humana, que implica nuestra realización como creyentes, es lógico que Dar as-Salam (la Casa de la Paz) sea uno de los nombres del Jardín Paradisíaco: … y Dios invita a la Casa de la Paz… (Corán 10, 25) La palabra Paz es la primera que oirán los creyentes al acceder al Paraíso: … y los ángeles accederán a su presencia por cada una de las puertas: "¡La paz sea con vosotros, porque habéis perseverado!" (Corán 13, 24) A aquellos que han alcanzado la Morada espiritual de la Paz, Dios les arranca toda sombra de odio de sus pechos: Verdaderamente los conscientes (de Dios) estarán en jardines y manantiales. ¡Entrad en ellos! En paz y a salvo. Les quitaremos el odio que pueda haber en sus pechos y estarán como hermanos recostados en lechos, unos frente a los otros. (Corán, Al-Hiyr, 45-47) Por si fuera poco, as-Salam, la Paz, es uno de los Más Bellos Nombres de Dios: Él es Dios, aparte del cual no existe deidad: ¡el Soberano, el Santo, la Paz, el Dador de Fe, Aquel que determina qué es verdadero o falso, el Todopoderoso! (Corán 59:23) La Paz es, pues, una valor indiscutible para todo musulmán y musulmana. Este es el marco en el cual toda reflexión sobre la violencia actual que envuelve a muchos musulmanes debe remitirse. Para comprender la importancia (y la problematicidad) de la Paz en el Islam, debemos referirnos, aunque sea de un modo superficial, a la cosmología coránica. Es decir, al propio proceso dinámico de la Creación, tal y como lo vemos reflejado en el Corán Generoso: Hemos creado al hombre en tensión. (Corán 90:4) En otras aleyas se clarifica el sentido de esta tensión, como el resultado de las fuerzas opuestas que nos constituyen. Vivimos en un mundo de polaridades: lo frío y lo caliente, lo activo y lo pasivo, el cuerpo y el espíritu. Todos estos pares de opuestos están en tensión en el interior del ser humano, lo cual lo sitúa entre en la incertidumbre y el desgarro. A partir de la situación problemática del hombre sobre la tierra es posible comprender el significado profundo de la Paz como superación de los opuestos, como transformación de los opuestos en complementarios. Así pues, la búsqueda de la Paz es la búsqueda del equilibrio. No en vano, el propio Corán afirma que el Islam es "el camino de en medio". La balanza (al miçan) es un símbolo de la Justicia, otro de los Más Bellos Nombres de Dios, al-Adl (de donde viene el castellano adalid). Así pues, la búsqueda de la Paz es la búsqueda de Dios, y esta búsqueda es la búsqueda de la Justicia, de un mundo en equilibrio, donde haya cesado el ruido de las oposiciones y los enfrentamientos que desgarran al hombre, donde todas sus energías están orientadas hacia el Creador de los Cielos y la Tierra. Sin Justicia no hay Paz, por el simple hecho de que estas dos palabras señalan a lo mismo, a Dios como principio generador de la existencia, como origen y final de todo lo creado. El creyente es aquel que ha superado en su interior la dialéctica de los opuestos hacia el principio unitario que hay detrás de tanto ruido. En este momento, la tensión que supone vivir en este mundo deja de ser violenta y se convierte en creadora. Formamos parte de la Creación de Dios, habitamos la tierra como sus califas, para realizar en nosotros la pacificación de los contrarios, la transformación de los opuestos en complementarios. Esto nos da Paz, trascender las oposiciones y reestablecer un equilibrio roto, superar todo sectarismo y establecer la Justicia como motor de todos nuestros actos. Este tema es tan importante, que un gran místico del Islam, Abûl Yazid Bistami, pudo afirmar en el siglo X de la era cristiana que "a Dios se lo conoce por la unión de los contrarios". Este es un conocimiento no discursivo, que trasciende las dialécticas, tesis y antítesis de un mundo a la deriva. Existe una preciosa aleya donde se da cuenta del estado interior de este hombre pacificado: Los siervos del Compasivo son los que van por la tierra humildemente y que, cuando los ignorantes les increpan, dicen: "¡Paz!" (Corán 25:63) Aquí, estamos muy cerca del ideal evangélico de poner la otra mejilla. Una vez que superamos nuestros prejuicios y somos capaces de ir más allá de los aspectos formales y doctrinales, nos damos cuenta de que en el fondo de todas las tradiciones sagradas de la humanidad existen valores compartidos: la adoración del Único, la compasión, la paciencia, la entrega, la solidaridad, la alabanza, el agradecimiento… Una vez más, la teoría es muy hermosa. Para que nuestro discurso no se quede aquí, debemos atrevernos a aplicar este concepto de la Paz como superación de los opuestos a nuestra realidad contemporánea. En este mismo momento, nos damos cuenta de lo alejados que están todos aquellos que defienden el Islam (o el cristianismo, si se me permite) como una religión "aparte", todos aquellos que quieren hacer del Islam un camino de salvación excluyente de todos los demás, que quieren imponer el Islam como la única verdad posible. Debemos darnos cuenta de lo lejos que estamos del Mensaje del Corán, como hemos transformado un camino espiritual abierto en una religión dogmática y cerrada. Aquellos que recurren a la violencia en nombre del Islam o cualquier otra tradición revelada, deberían ser capaces de reconocer lo mucho que se han alejado de los valores que dicen defender con la violencia. En este sentido, el Corán no puede ser más claro: La religión no puede ser impuesta. (Corán 2:256) Sobre el famoso yihad, basta citar una sola aleya para desmontar el discurso de todos aquellos que afirman que el Islam es una religión intolerante y propensa a la violencia religiosa: Les está permitido combatir a aquellos que son víctimas de una agresión injusta. (…) si Dios no hubiera permitido que la gente se defendiera a sí misma unos contra otros, los monasterios, iglesias, sinagogas y mezquitas —en los cuales se menciona el nombre de Dios en abundancia— habrían sido destruidos. (Corán 22/39-40) El Corán menciona la defensa de sinagogas, monasterios e iglesias como una de las pocas razones por las cuales nos está permitido combatir, tomar las armas. El musulmán tiene obligación de poner su vida en peligro para defender el derecho del cristiano a practicar su fe. Ante la claridad del Mensaje del Corán sobre la libertad religiosa y de conciencia, la Paz y la Justicia, ¿cómo explicar el fanatismo de algunos musulmanes? ¿Cómo explicar el odio inter-religioso? El problema que estamos planteando nos afecta a todos. No se trata únicamente del Islam o del cristianismo, sino de una tendencia repetida a lo largo de la historia. En algún momento del siglo XX también hubo un terrorismo que se reclamaba de inspiración budista, como existe hoy un terrorismo que se ampara en el judaísmo o en el socialismo para cometer actos abominables. El mal es siempre el mismo. Producto de la ignorancia, el ansia de poder y el fanatismo. La exacerbación de las pasiones en nombre de la religión es un contrasentido. Jóvenes criados en suburbios, sin un horizonte de futuro, dispuestos a inmolarse por una causa que no les beneficia ni a ellos ni a los suyos. Son los nuevos hijos de la ira (Carta del Apóstol Pablo a los Efesios, cap. 2 vers. 3), las víctimas que no aceptan su condición de víctimas y se transforman en verdugos. El odio y la violencia han acompañado al hombre desde siempre. Este odio es un desequilibrio. La injusticia se ha instalado entre los hombres, envenenando nuestros corazones, inclinándonos al mal. La violencia engendra violencia. Ante esta situación se han rebelado todos los profetas, enviados por Dios a la humanidad para transmitir un camino de superación, un camino que transcienda la dialéctica de los enfrentamientos, un camino de liberación y pacificación del ser humano. Hinduismo, taoísmo, budismo, cristianismo. Estos son los bellos nombres que damos a este único camino de diferentes rostros, religiones reveladas, emanadas de la Fuente común de todo lo existente. Si esto es así, una vez más, ¿cómo es posible que estas vías espirituales se hayan convertido ellas mismas en fuente de violencia? Esta es una realidad desgarradora. En el caso del Islam, se trata de una realidad que ocupa las primeras páginas de los periódicos, induciendo a pensar a muchos que la violencia es algo inherente al Islam. De este modo, ante los ojos de muchos ciudadanos, muchos de ellos cristianos, parecen justificadas políticas de represión, invasiones de países donde morirán nuevos inocentes. La violencia engendra violencia, entramos en una espiral cuyo único horizonte son la destrucción y la muerte colectiva. La estrategia del Shaytán es siempre la misma: señalar las incompatibilidades y enfrentarnos los unos a los otros. Hoy en día, se trata de hacernos creer que el Islam y el cristianismo son incompatibles, que el Islam es contrario a la democracia y a los derechos humanos, que no tiene un lugar en occidente. O ellos o nosotros, esta es la dialéctica del "choque de civilizaciones", una estrategia para apoderarse de los pozos de petróleo, de las inmensas riquezas naturales de algunos países en los cuales el Islam es la religión mayoritaria. Si esta riqueza estuviera en países de población budista, no cabe duda que el budismo sería "el enemigo de Occidente". Al fanatismo neoliberal se opone el fanatismo religioso. Esto es lo que llamamos fundamentalismo, la incapacidad de reconocerse en el otro, quedarse en el mundo de los opuestos y no aceptar el Salam, la Paz de Dios como superación de las barreras que los hombres levantamos unos contra otros. Muros de incomprensión, pero también muros de piedra, fronteras para mantener a los más desfavorecidos encerrados, fronteras legales que transforman a un ser humano en ilegal, por el simple hecho de estar vivo e ir a la búsqueda de su sustento. Fronteras, muros, ideologías… Por desgracia, también las religiones trazan sus fronteras. Hay que superar esta espiral diabólica de acción-reacción, de enfrentamientos sin sentido. La oposición solo se supera remitiéndonos a lo anterior a ella. Lo que está más allá de todas las oposiciones que nos atenazan es Dios. ¿Cómo podemos convertir a Dios en un motivo de oposición? En realidad, para aquellos que se someten realmente a Dios, Él está en el origen de todas las tradiciones sagradas de la humanidad. Esto es lo que nos enseña el Corán Generoso, lo mismo que repitieron hace siglos algunos de los más grandes sabios del Islam, como el andalusí ibn ‘Arabî de Murcia: "¡Guárdate de atarte a una religión en particular rechazando las demás! Si tal haces, no obtendrás de ello gran beneficio. Peor aún, no conseguirás el verdadero conocimiento de la realidad. Trata de hacer de ti Materia Prima para todo tipo de creencia religiosa. Dios es demasiado grande y amplio para quedar confinado en una sola religión". La Paz, como superación de los opuestos, es un arduo camino. Una cosa es la teoría y otra la práctica. Para que este ideal de Paz se realice, es necesario un esfuerzo interior, la superación en cada uno de nosotros de la dialéctica del odio. Es necesario mirarnos a la cara, dejar de ver a los seres humanos como una masa, dejar de hablar de "los cristianos" y "los musulmanes" como cifras o abstracciones monolíticas. Aceptar la diversidad como un bien y considerar que detrás de cada criatura late la misma vida, las mismas pulsiones y tensiones, el mismo deseo de Paz y trascendencia. La Compasión es el sentimiento religioso por excelencia. Compasión, pasión compartida entre Dios y las criaturas, simpatía universal. Misericordia para con los que pasan hambre, solidaridad para con el otro. Como dijo el poeta, "yo soy el otro". Porque, es importante decirlo, las oposiciones que tratan de inculcarnos son falsas. El Islam y el cristianismo no son incompatibles, sino religiones hermanas, caminos de salvación que recorren los creyentes en la medida de sus posibilidades. Para Dios solo es importante lo que contienen nuestros corazones, no la adscripción nominal a una religión, a una doctrina o a un partido. Situarse más allá de las oposiciones es alcanzar el origen común de las distintas tradiciones, orientarse hacia el Uno-Único. Aprender a valorar la diversidad como un milagro, como un signo de la capacidad creadora de Dios. Él crea lo que quiere, y ha querido la diversidad para que seamos capaces de reconocernos los unos a los otros en nuestras diferencias. Aprender a ver y aceptar que nuestro modo de vida no es el único posible, que existen diferentes caminos hacia la misma Fuente. Aprender a respetar al otro, en su particularidad inalienable. Esta Paz como superación de los opuestos es imposible hoy en día sin un diálogo sincero entre los creyentes de diversas tradiciones. Nos situamos en el tiempo de ese macroecumenismo al que hacía referencia Pedro Casaldáliga, precisamente en una conferencia conmemorando los veinte años del martirio de Monseñor Romero. Todo fundamentalismo, todo proselitismo, toda prepotencia en la vivencia de la propia religión, la niega, porque niega al Dios vivo que todas las religiones quieren cultuar. El macroecumenismo, adulto, dialogante, fraterno, pasará a ser una fundamental actitud de cualquier religión que merezca este nombre. Desde la propia identidad, en la apertura a la pluralidad de la adoración y la esperanza. Siguiendo el sabio consejo del sufí iraní del siglo XIII: "Como un compás, tenemos un pie fijo en el Islam, y con el otro viajamos dentro de otras religiones". Este es el reto que la actual situación internacional nos ha puesto delante. No saber verlo es estar ciego ante las evidencias, permanecer anclado en un pasado mientras la realidad se despliega ante nosotros, nos llama y nos reclama nuestra entrega. En medio del terror de las bombas y de los ejércitos, debemos ser capaces de extraer una enseñanza, debemos interiorizar la guerra y derrotarla en nuestros corazones. Solo así seremos capaces de propiciar esa apertura que Dios quiere de nosotros. No podemos quedarnos con la religión como un elemento identitario, como un sustituto ideal de una identidad perdida, que nos ha sido arrancada mediante la industrialización forzosa y el consiguiente desarraigo de los pueblos de sus tradiciones ancestrales. Vivimos en los tiempos de la globalización, de ese monoteísmo de mercado que arrasa con todo para instaurar la lógica sin rostro de la oferta y la demanda. Un proceso donde el hombre queda transformado en mera fuerza de trabajo, un tornillo en una maquinaria donde el espíritu está ausente, donde la compasión es casi una excrescencia. Ante el avance de la apisonadora global, los pueblos buscan refugio en si mismos, se cierran al otro. Necesitamos mucha serenidad para enfrentarnos a la situación contemporánea. Realizar en cada uno de nosotros el Salam, la superación de la dialéctica de las incompatibilidades y los enfrentamientos. Atemperarse en el camino del encuentro, trascender las diferencias por medio de la misericordia, acceder a la compasión universal que todo lo recorre. Quisiera terminar con una visión, transcrita por ibn ‘Arabî de Murcia en su libro "Las contemplaciones de los Misterios". Tras descorre los velos de las apariencias, ibn ‘Arabî nos muestra como penetró en el Reino de Dios (llamado en el Corán malakût). El profeta Muhámmad (saws) dijo: "Morid antes de morir". En el Evangelio de Juan se lee: "No puede entrar en el Reino de Dios quien no haya nacido por segunda vez." Allí, tras este segundo nacimiento, es donde ibn ‘Arabî establece el siguiente diálogo entre el siervo y su Señor: Dios hizo arder los velos que habían quedado detrás de mí. Vi entonces el Trono de Dios. "Levántalo", me ordenó. Lo levanté y me dijo: "Ahora échalo al mar". Lo arrojé y desapareció. Luego el mar volvió a echarlo y Dios me dijo: "Extrae del mar la Piedra de la Semejanza". La saqué y me dijo: "Trae la Balanza". La llevé y me dijo: "Coloca el Trono en uno de los platillos y pon la Piedra de la Semejanza en otro". El resultado fue que pesaba más la Piedra. Me dijo entonces: "Aunque pusieras un millón de veces el Trono hasta alcanzar el límite de lo posible, esta Piedra pesaría más". Ibn ‘Arabî nos dice: Levantad la Balanza, para descubrir que detrás de cada oposición existe una Semejanza que la borra, que esta Semejanza tiene mucho más peso en el corazón de los creyentes que cualquier diferencia. Levantad la Balanza. Esta es la invitación que quisiera hacer a mis hermanos cristianos de la Asociación Monseñor Oscar Romero, a no dejarnos atrapar por la dialéctica de los enfrentamientos y a acallar el ruido de latas de la guerra para dar paso a una nueva serenidad, que posibilite el encuentro entre las diversas tradiciones. Estos son nuestros caminos, los caminos que el Corán nos traza, los caminos que nos sacan de las tinieblas de la guerra y nos conducen a la Paz: Os ha venido de Dios una luz y una clara escritura divina, por medio de la cual muestra Dios a aquellos que buscan Su complacencia los caminos que conducen a la Paz y, por Su gracia, les saca de las tinieblas a la luz y les guía a un camino recto. (Corán 5, 16)

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