"El mito de la transición democrática" (Revista Proceso, 18 de mayo, 2014) |
Posted: 20 May 2014 09:57 AM PDT
Uno de los mitos más nocivos, que debilita la movilización social y el desarrollo de una conciencia crítica entre los mexicanos, es la idea de que en la última década y media "transitamos” hacia un régimen político más democrático. Antes de las elecciones presidenciales de 2000, teníamos perfectamente claro que vivíamos en un sistema autoritario y que hacía falta empujar hacia un cambio estructural del régimen. Hoy se supone que solamente se trataría de mejorar el funcionamiento de lo que ya tenemos.
La función principal de este mito es cancelar la posibilidad de imaginar una transformación integral de la estructura de poder social. Se busca fomentar el conservadurismo y marginar a quienes apuestan a la construcción de nuevas utopías transformadoras.
El debate sobre la democracia en México constituye entonces un estratégico campo de batalla intelectual. No es suficiente simplemente agregar adjetivos como “estancada”, “imperfecta”, “parcial” o “mediocre” a nuestras caracterizaciones del régimen político. Una “democracia imperfecta” es todavía, en esencia, un sistema “democrático” en que la sociedad ejerce su soberanía y constituye la fuente originaria del poder público. Estas perspectivas adjetivadas son importantes en cuanto ponen en cuestión la excesiva complacencia de los analistas orgánicos del régimen. Sin embargo, su aceptación de los términos generales del debate impuesto por el contexto de dominación estructural debilita enormemente su fuerza teórica.
Los defensores de la tesis de que México efectivamente haya transitado de un régimen a otro tienen la obligación de demostrar que hoy los ciudadanos cuentan con más poder sobre la selección de sus gobernantes así como más control sobre los asuntos públicos del país que antes. Es una hipótesis muy difícil, sino imposible, de comprobar.
El indicador más común de la existencia de una transición democrática es la celebración de elecciones libres, limpias y auténticas en que las condiciones de competencia son equitativas y la “oposición” tiene posibilidades reales de ganar las elecciones. Es evidente que México no cumple con este requisito. Todas las elecciones presidenciales celebradas desde 1988 hasta la fecha han demostrado más allá de cualquier duda que los poderes fácticos y las instituciones electorales de ninguna manera permitirán la llegada de un verdadero candidato de “oposición” al poder...
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