Libro en PDF 10 MITOS identidad mexicana (PROFECIA POSCOVID)

Libro en PDF 10 MITOS identidad mexicana (PROFECIA POSCOVID)

  Interesados comunicarse a correo: erubielcamacho43@yahoo.com.mx  si quieren versión impresa o electrónica donativo voluntario .

sábado, 28 de junio de 2014

del judaísmo al nacionalismo sionista

Palestina, tierra de los mensajes divinos

Segunda Parte. Historia de un mito. Del judaísmo al nacionalismo sionista. Nacionalismo europeo y nacionalismo sionista. El mito de la tierra

27/06/2014 - Autor: Roger Garaudy - Fuente: Musulmanes Andaluces
  • 0me gusta o estoy de acuerdo
  • Compartir en meneame
  • Compartir en facebook
  • Descargar PDF
  • Imprimir
  • Envia a un amigo
  • Estadisticas de la publicación


Roger Garaudy.
El mito de la tierra
Lo mismo que en todos los nacionalismos, la mística de la tierra está unida al mito de la raza. También esto es una herencia del romanticismo europeo del siglo XIX.
Cuando Fichte (1762-1814), escribe, en 1807, sus Discursos a la nación alemana, en ruptura por otra parte con su filosofía anterior, desarrolla una concepción metafísica de la nación, que ya no es, como en Juan Jacobo Rousseau y en la teoría de la Revolución francesa, un «contrato social», emanando de la voluntad libre y racional de los ciudadanos, sino una entidad metafísica, preexistente en la conciencia y en la voluntad de los hombres, eterna. Los individuos que la componen están unidos, puesto que pertenecen a ella, a esta nación, a la fuente de la vida original. Esta nación es el reflejo de una voluntad divina que le ha asignado una misión universal. El alemán, según los Discursos a la nación alemana de Fichte, es el único que puede expresar la esencia del hombre y de sus virtudes, puesto que es el único que puede captar, a través de la esencia metafísica de su nación predestinada, de su pasado y de su tierra, «el ser» auténtico de toda historia humana. Fichte escribe: «Sólo el alemán puede ser patriota, ya que sólo él puede abarcar, en los fines de su nación, al conjunto de la humanidad» 1.
La tierra se convierte entonces en el cuerpo místico de la raza: «La limitación exterior del territorio deriva solamente de esa frontera interior que es trazada por la naturaleza de los hombres. Los hombres no forman un pueblo porque habiten en el interior de ciertas montañas y ríos, sino que por el contrario los hombres viven juntos, y, si su felicidad así lo ha querido, separados por ríos y montañas porque ya antes formaban un pueblo en virtud de una ley natural de un orden muy superior al otro» 2.
La nación alemana no es historia, formada por la historia, es la expresión metafísica de una realidad anterior a la historia, nacida de un decreto divino. Ella es el centro de la historia 3. Ella crea la historia y le da un sentido.
Ya Hegel, reanudando el tema del «pueblo elegido», según el esquema de la evolución ideal de Lessing, había proclamado que «el germanismo es la tercera era del Espíritu Mundial».
Schlegel proclamaba: «El universalismo constituye la esencia misma del espíritu alemán» 4.
Este mito del pueblo elegido y de «misión espiritual» (Fichte) de liberador mundial, por «derecho divino», será el alma de la doctrina del pangermanismo.
Esta justifica de antemano todas las reivindicaciones te­rritoriales, puesto que un lazo místico hace un todo de la raza y de la tierra «sagrada», único lugar donde, al no estar ya el espíritu separado del cuerpo, podrá cumplirse la misión eterna.
«El mundo exterior mismo es un aspecto de nuestro ser interior. Este gran diálogo del Todo consigo mismo, que se prosigue en cada uno de nosotros de una manera particular y definida, he aquí el verdadero misterio», escribe el romántico alemán Stieffens, continuador de Schelling.
Tal es el tema central del romanticismo alemán como Novalis lo ha formulado: «¿No estaría la naturaleza, al igual que el hombre, comprendida en una historia, y no tendría un espíritu?» 5.
La idea de los «lugares donde sopla el espíritu» (unida a la de la raza) es el hilo conductor de todas las reivindicaciones territoriales de los nacionalismos del siglo XIX. Ya Teodoro Herzl, profundamente imbuido de cultura alemana, une los dos temas. En su libro El Estado judío, en el prólogo, insiste en la idea (cf. s.p.) de «raza judía»: «Los judíos, material e intelectualmente superiores, habían perdido por completo el sentido de su solidaridad de raza... Los judíos fuertes vuelven orgullosamente a su raza cuando estallan las persecuciones» 6.
Y agrega: «Que se nos entregue la soberanía de un pedazo de tierra de superficie terrestre relacionado con nuestras legítimas exigencias... Palestina es nuestra inolvidable patria histórica. Basta pronunciar este nombre para que signifique un poderoso grito de unificación para nuestro pueblo» 7.
En realidad, los dos temas románticos de la «raza» y de la «tierra», sólo son utilizados por Hertzl en razón, no de su fundamento objetivo, sino de su naturaleza movilizadora.
No comparte ninguna de la ilusiones que propaga.
En lo que concierne a la raza, escribe: «A decir verdad 8, no nos reconocemos tanto como pertenecientes a la misma raza sino a la fe de nuestros padres». El judaísmo sólo puede ser definido como una fe. A menos que el judaísmo se defina por oposición: «Nosotros somos un pueblo; es el enemigo quien, sin que nuestra voluntad participe en ello, nos hace tal como somos, como siempre ha sucedido en el curso de la historia» 9. Más adelante veremos cómo el fundador del sionismo político ha jugado magistralmente con los equívocos de esta doble definición: no cesa de combatir a aquellos que consideran el judaísmo solamente como una religión. A Asher Myers, del Jewish Chronicle. que le preguntaba: ¿Cómo se sitúa usted con respecto a la Biblia?, Herzl responde: «Yo soy un libre­pensador, y nuestro principio será que cada cual busque su salvación a su manera» 10.
En su diario, escribe: «Mi concepción de Dios es, a decir vedad, spinozista, y se aproxima a la filosofía natural de los monistas. Mas la substancia de Spinoza me parece inerte... Yo la concibo como una voluntad omnipresente. El mundo es un cuerpo y Dios es su funcionamiento... No conozco su propósito final y no necesito conocerlo» 11. Henos aquí en pleno panteísmo vitalista de los románticos alemanes.
Repite el Gran Rabino de Austria, lo que ya había dicho a los Rabinos Gudeman y Zadok Kahn: «Yo no obedezco a un impulso religioso, pero desde luego no siento menos respeto por la fe de mis padres que por los otros credos» 12.
Herzl sabe muy bien que la noción de raza es una ficción, sin ninguna base científica. En una discusión con Israel Zangwil, cuyas características físicas describe como radicalmente opuestas a las suyas, escribe: «El sostiene la idea de la raza. Esto es algo que no puedo aceptar; no tengo más que mirarle y mirarme. Todo cuanto yo digo es esto: nosotros somos una unidad histórica, una nación con una diversidad antropológica. Esto basta para un Estado judío. Ninguna nación tiene raza homogénea» 13.
Incluso añade que Max Nordau está de acuerdo con él en reconocer que «sólo el antisemitismo nos ha hecho judíos». Está tan convencido de que las ideas de raza y hasta de pueblo y de nación judíos no poseen otra realidad que una comunidad de fe, y que el único denominador común, entre todos los judíos, sólo puede ser la fe, que en el Congreso de Basilea, en 1897, haciendo abstracción de su opinión personal, proclama en su discurso de apertura: «El sionismo es el retorno al judaísmo antes que el retorno al país judío».
En cuanto al mito de la tierra, la Jewish Choronicle del 11 de agosto de 1911 (p. 14) señala que Herzl sólo se interesa por las ideas religiosas sobre Palestina «en la medida en que éstas sirvan al ideal nacional. Para él, las creencias religiosas urdidas en torno de Tierra Santa sólo eran útiles como una maniobra válida para proteger las maravillosas fuerzas nacientes del nacionalismo contra los elementos devoradores de la asimilación».
Para él, en efecto, el problema esencial es la creación de un Estado fuerte, DONDE sea.
Ha puesto sus ojos sucesivamente en la Argentina 14, donde el Barón Hirsch ya había organizado colonias judías, en la península del Sinaí y en El Arish 15. Después pide Chipre al gobierno inglés. El ministro de Asuntos Exteriores, Joseph Chamberlain, le indica que Chipre ya está habitado por griegos y musulmanes, a los que no podía echar en beneficio de recién llegados 16.
A lo que Herzl responde: «Los musulmanes se irán, y los griegos se sentirán felices de vender sus tierras a buen precio, y de emigrar a Atenas o a Creta 17.
A continuación pide a los portugueses un territorio en su colonia de Mozambique, y, a los belgas, en el Congo 18.
Finalmente, el gobierno inglés le propone Uganda 19; en realidad una parte de Kenya 20. Herzl, apoyado por Max Nordau, presenta esta proposición ante el VI Congreso sionista, en agosto de 1903. Se produjo un escándalo: 295 delegados votaron a favor, pero 177 lo hicieron en contra, y abandonaron la sala del Congreso. Herzl no tuvo más remedio que hacer marcha atrás, declarar que aquello sólo era una etapa y que la meta final no podía ser otra que Palestina 21. La confianza, no obstante, se había roto. Seis meses después de aquella crisis, en París, un sionista ruso disparaba un bala de revólver contra «Nordau, el ugandés» 22.
No por eso dejó Herzl de continuar sus gestiones en el mismo sentido. El 23 de enero de 1904 es recibido por el rey de Italia, que se pone a hablar de Sabbatai Zevi, el falso mesías, con el que uno de sus antepasados había conspirado 23.
Esta comparación irrita a Herzl, a quien el rey declara que al principio le había tomado por un rabino.«No; no, majestad. Nuestro movimiento tiene un carácter puramente nacional» 24.
Herzl le explica entonces el objetivo de su gestión: «aliviar el exceso de la inmigración judía en Tripolitania bajo las leyes e instituciones de Italia» 25.
La respuesta del rey, narrada por el propio Herzl 26, es significativa (como anteriormente la de Chamberlain con respecto a Chipre): «Ma e ancora casa di altri» (Pero, no obstante, es la casa de otros). A lo cual, en el más puro estilo colonialista e imperialista, Herzl replica: «¡Pero el desmem­bramiento de Turquía está cercano!»
Esta actitud de Teodoro Herzl, negándose a ver en el mundo lo que no es jurídico, salvo las potencias colonialistas para ayudarle en sus designios, es característica. Para él, lo autóctono no existe. Su libro Altneuland (traducido al francés) con el título Tierra antigua, tierra nueva 27, es revelador. Es una novela de política-ficción, cuya trama esencial está constituida por el cuadro contrastante de la Palestina tal como él la visitó, en octubre de 1898, y la Palestina que imagina, convertida en un Estado judío en 1923. En las 331 páginas de la novela sólo aparecen los colonos judíos: la primera vez en las colonias del Barón de Rotschild, la segunda como dueños del país. La palabra misma de «árabe» sólo aparece una vez para contar que, en la colonia de Rechobot, los colonos han demostrado «una fantasía al estilo árabe» (p. 52).
Bajo el reinado del Estado judío, el nombre ni siquiera se pronuncia. Solamente se nos describe a la «población indígena... invadida por los productos de Occidente», y se nos describe «la profunda estupefacción que causa en los orientales la apa­rición de estas maravillas» (p. 231). Es todo. Herzl, ni en su Diario, ni en su novela, no ha tenido una sola mirada para esa joya de la arquitectura universal que constituye, en Jerusalén, la Catedral de la Roca. Para él no existe ese pueblo ni su cultura.
Recordamos que en aquella época, incluso después de la primera oleada de inmigración desencadenada por los pogroms de Rusia (a partir de 1881), Palestina contaba 4.500 judíos en las zonas rurales y 45.000 en las ciudades, en una población de aproximadamente 500.000 habitantes: las 9/10 partes de la población son eliminadas por Herzl 28.
Palestina no tiene otra existencia que la del mito, como toda tierra mitificada por el nacionalismo. Abraham Isaac Kook (1865-1935), nacido en la misma época que Herzl, escribe: «En Tierra Santa la imaginación de los hombres es lúcida y clara, serena y pura, capaz de recibir la revelación de la verdad divina y de concretar la significación sublime del ideal de santidad soberana» 29.
Otro contemporáneo de Herzl, nacido dos años después que él, en 1862, imbuido por el mismo delirio de nacionalismo romántico (aunque en este caso violentamente antisemita, ya que, por definición, todo nacionalismo exclusivista sólo vive del odio de todos los demás), Maurice Barres, escribe en «La colina inspirada»: «Es aquí donde está el punto espiritual de esta región; es aquí donde su vida normal se enlaza con la vida sobrenatural»... Es aquí donde se reconoce celta: «Me encuentro en sociedad con millares de seres que estuvieron aquí. Es un océano... heme aquí, sobre la pradera donde se encuentra la clave de oro, la clave de los grandes sueños»... También él, sobre esta «colina inspirada» se siente «elevado por el soplo de Sión», pero esta Sión se encuentra en Lorena. ¡El celta contra el romano!
Mas el romano tiene también su tierra mágica: en el muro, aquí, en Roma, bordeando el antiguo Foro, permanecen los mapas que hizo cincelar Mussolini: los del Imperio romano, otra «tierra sagrada» para los fascistas italianos en busca de anexión. Este culto telúrico también será celebrado en Nuremberg, según el ritual de las antorchas hitlerianas, evocando a los espíritus de la tierra germánica y las liturgias de Wotan.
El matiz bíblico dado por el nacionalismo sionista a estos temas no cambia para nada el hecho de que sean comunes a todos los nacionalismos europeos, y que no posean ya ningún fundamento, ni en el pasado, ni en el presente.
Por lo que se refiere al pasado, ya hemos demostrado que la interpretación sionista de la «promesa» era teológicamente inaceptable tanto para un judío como para un cristiano. Añadiremos aquí tan sólo una observación histórica: la lectura de los textos sagrados del Oriente Medio nos muestra que todos los pueblos recibieron aquí promesas similares de su dios prometiéndoles la tierra, desde Mesopotamia a Egipto, pasando por los hititas.
En Egipto, la estela Karnak, erigida por Tutmosis III (entre 1480 y 1574 a. de J. C.) para conmemorar las victorias que había acumulado en la ruta de Gaza, Meggido, Qadesh y hasta Karhemish (a orillas del Eufrates), el dios declara: «Yo te asigno, por decreto, la tierra a lo largo y a lo ancho. Yo he venido y te ofrezco aplastar a la tierra de Occidente».
En el otro extremo del Creciente Fértil, en Mesopotamia, en la 6.a tabula del «Poema babilónico de la creación», el dios, Marduk, «fija el lote para cada cual» (versículo 46), y para sellar la Alianza «ordena construir Babilonia y su templo»30.
Entre los dos, los hititas cantan a Arinna, la diosa solar:
«Tú velas por la seguridad de los cielos y de la tierra.
Tú estableces las fronteras del país» 31.
Si los hebreos no hubiesen recibido tal promesa, entonces constituirían verdaderamente una excepción 32.
Ahora bien, lo que es «excepcional», es el uso que de ella se ha hecho, tres milenios más tarde: ¡Imaginaos a Irak basando pretensiones territoriales en las promesas de Marduk, o a los sirios valiéndose de las de Arinna a sus «antepasados» hititas, o a Egipto ateniéndose a las de Amón a Tutmosis! Todo el mun­do, con razón, consideraría ridículas tales promesas. Pero ¿por qué otra actitud con respecto a textos similares de una civilización cercana, a no ser porque, con razón o sin ella, nos consideramos sus herederos?
De una manera más general, la historia comparada de las re­ligiones nos demuestra cómo, desde el África a la Polinesia, las tribus de todos los pueblos han creado poemas genealógicos vinculándolos a antepasados míticos, héroes epónimos, que daban su nombre a la tribu y la garantizaban un territorio. Esta clase de mitología se desarrolló también en Occidente: la ¡liada y la Odisea fueron, para los griegos, «libros de formación». Cuando Augusto llega a emperador de Roma, la Eneida de Virgilio describe la epopeya del héroe fundador de la «Ciudad Eterna», Eneas, uno de los supervivientes del sitio de Troya, reuniendo relatos más antiguos de la llíada y de la Odisea, y tradiciones orales, muchas de las cuales, por otra parte, como en los modelos griegos, reflejan acontecimientos históricos reales. Ya hemos visto cómo, en el siglo XIX, los diversos nacionalismos resucitaron esta mitología.
A este respecto no podemos por menos de pensar que habría sido algo excepcional que Salomón (en el momento en que las tradiciones orales se unificaban y eran puestas por escrito) no hubiera cedido a la misma tentación de buscar en el pasado lejano de los patriarcas una fuente y una legitimación para la creación del reino de David.
Todo nacionalismo necesita dar un carácter sagrado a sus pretensiones: después del desmembramiento de la cristiandad, los Estados-naciones tiene cada cual la pretensión de haber recibido la herencia sagrada y la investidura de Dios: desde la «Santa Rusia» a los «Reyes Católicos» de España, desde Francia, «Hija primogénita de la Iglesia» mediante la cual se realiza la acción de Dios (Gesta Dei per Francos), a la Alemania «superior a todo» porque Dios está con ella (Got mit uns). Eva Perón proclamando que «la Misión de Argentina es la de aportar a Dios al mundo», y, en 1971, el Primer Ministro de África del Sur, Verster, célebre por el racismo salvaje del «Apartheid», vaticinando a su vez: «No olvidemos que somos el pueblo de Dios, investido de una misión» 33. Sería sorprendente que el nacionalismo sionista no compartiese esta embriaguez de todos los nacionalismos.
Tanto más desde el momento en que, sistemáticamente, el sionismo político rechaza la idea de que el judaísmo es solamente una religión. Se trata de una nación.
Teodoro Herzl, en El Estado judío (p. 209), dice claramen­te: «El problema judío no es para mí un problema social, ni un problema religioso, aunque en ocasiones adquiera estas formas entre otras. Es un problema nacional, y, para resolverlo, debemos ante todo convertirlo en un problema internacional que sea discutido y solventado por una asamblea de las naciones civilizadas del mundo. Nosotros somos un pueblo: un solo pueblo» 34.
Tal es el postulado fundamental del sionismo político; el judaísmo no es esencialmente una religión, sino ante todo una nacionalidad.
Max Nordau, uno de los más próximos colaboradores de Herzl, escribe en 1902: «El único punto que excluye, proba­blemente por siempre jamás, la posibilidad de que se entiendan los judíos sionistas y los judíos no sionistas es la cuestión de la nacionalidad judía. Aquel que crea y sostenga que los judíos no son nación no puede, en efecto, ser sionista» 35.
Jacob Kaltzkin (1882-1948) da una definición nacionalista del judaísmo: «Ser judío no supone la adhesión a una creencia religiosa o ética... Para formar parte de la nación no es necesario creer en la religión judía o en las concepciones espirituales judías» 36.
J. H. Gottheil (1862-1936), primer Presidente de la Fe­deración de los sionistas americanos, resumía muy claramente la tesis: «Nosotros creemos que los judíos son más que una comunidad puramente religiosa, que no son solamente una raza, sino una nación» 37.
Notas
1 Fichte: Diálogos patrióticos, III, p. 234
2 Fichte, Discursos, p. 237
3 Esta idea de una nación en el centro de la historia se reitera casi exactamente en Herzl, que describe así la sigla de su periódico «Die welt»: «El escudo de David rodeando un globo cuyo centro ocupa Palestina» (Diaries Ibídem. p. 209).
4 Ensayos
5 Novalis, «Los discípulos en Sais», en Los románticos alemanes. Ed. La Pléiade, t. I, p. 69
6 Teodoro Herzl, El Estado judío. Ed. de l'Herne, 1969, p. 22
7 Ibídem. p. 45
8 El Estado judío. Ibídem. p. 112; dice también en su Diario: «Nosotros nos reconocemos como nación incluso a través de nuestra religión». (Diaries, Op. cit.. p. 41.)
9 Ibídem. p. 40
10 The Diaries ofTheodore Herzl. Ed. Víctor Gollancz, Ltd., 1958, p. 84
11 Diaries. ibídem. p. 62
12 Diaries. ibídem. p. 80
13 Ibídem. p. 78
14 Estado judío (p. 44)
15 Diaries of Theodore Herzl, op. cit.. pp. 366-367
16 Diaries. Ibídem, p. 375
17 Diaries. op. cit.. p. 376
18 Diaries, ibídem, p. 386
19 Ibídem, p. 383
20 Ibídem. p. 406
21 Ibídem. p. 409. En su discurso de clausura incluso añadió: «Dejadme repetir también, en la lengua de nuestros antepasados, el viejo juramento que me liga igualmente: «Si yo te olvido, ¡Oh, Jerusalén!, que mi diestra me olvide”
22 Ibídem, p. 406
23 Ibídem, p. 425
24 Ibídem, p. 426
25 Ibídem. p. 427
26 Ibídem
27 Ed. Rieder, París, 1931
28 Esta actitud es una constante del sionismo: La señora Golda Meir declara al Sunday Times, el 15 de junio de 1969: «No hay palestinos. No es como si hubiese un pueblo palestino en Palestina, considerándose a sí mismos como un pueblo palestino, y como si nosotros hubiéramos venido a ponerles en la puerta y a cogerles su país. Ellos no existen”
29 Hertzberg, op. cit., p. 421
30 Las religiones del Oriente Próximo, por Rene Labet, Fayard, 1970, página 60
31 Ídem, p. 557
32 Véase, sobre la promesa, la tesis del padre Landouzies, en el Ins-titulo Católico de París, sobre «El don de la tierra de Palestina» (1974), pá­ginas 10-15
33 Vivant-univers, n° 290, enero-febrero, 1974. «Vosotros sois soldados de Cristo», decía al cuerpo expedicionario americano en el Vietnam el Cardenal Spellmann, sin ser desautorizado por el Papa
34 Antología de textos sionistas, publicados por el rabino Arthur Hertzberg, con el título The Sionist idea, Nueva York, 1959, p. 209
35 'ibídem, p. 243
36 Ibídem, p. 317
37 Ibídem, p. 500

Anuncios
Relacionados

¿Tierra prometida?

Artículos - 16/06/2003

Desenganche del sionismo

Artículos - 19/09/2005

Las trampas de Sion

Artículos - 14/12/2006

No hay comentarios:

Publicar un comentario