Palestina: Quién empezó y quién tiene derecho a defenderse
Ya no importa quién mató a los tres jóvenes colonos; lo que está claro es que Israel capitalizó el crimen y recuperó el terreno perdido, mostrándole a Occidente cuál es el resultado de hacer acuerdos con “terroristas” y presentándose una vez más como víctima de la sanguinaria violencia palestina.
María Landi
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«Un Estado no puede simultáneamente ejercer el control del territorio que ocupa y atacar militarmente ese territorio como si fuera extranjero y planteara una amenaza externa a su seguridad nacional. Al hacer eso, Israel está haciendo valer derechos que podrían ser compatibles con la dominación colonial, pero que simplemente no existen en el derecho internacional.» Noura Erekat.
«Uno de los argumentos más comunes que se utilizan para defender el ataque de Israel sobre Gaza es que “ningún país en el mundo” aceptaría vivir bajo la amenaza de los cohetes. (…) Aun siendo débil, el argumento habilita la pregunta: ¿por qué entonces criticar solo a Israel? He aquí una respuesta posible: ¿qué otra autoproclamada democracia ha matado a sus enemigos (la mayoría civiles) en una relación de 1400 a 9 en la Operación Plomo Fundido, 176 a 6 en la Operación Pilar de Defensa, o 170 y pico a 0 en la actual ofensiva Borde Protector?» Ryan Rodrick Bailer.
Para los medios occidentales, complacientes con la narrativa israelí, las crisis cíclicas de violencia entre Gaza e Israel comienzan cuando la resistencia palestina lanza el primer cohete artesanal. Todo lo que haya ocurrido antes no importa y no se cuenta. Así, cuando Israel bombardea con todo su poder bélico a un millón y medio de personas atrapadas en 350km2, siempre está “defendiéndose de las provocaciones” de Hamas, la Jihad y compañía.
No importa que la resistencia palestina no tenga ni haya tenido nunca ejército ni armada ni aviones de combate ni nada que se le parezca; también es irrelevante recordar que esa tremenda asimetría de poder bélico encierra otra de carácter político e histórico: uno es el invasor, ocupante y colonizador, y otro es el despojado, ocupado y colonizado. Aun así, para la narrativa dominante en Occidente los palestinos son siempre los violentos agresores y los que empezaron primero.
Esta vez no fue excepción. Poco importa que cuando el primer cohete cayó sobre territorio israelí –sin causar daños, como de costumbre– Israel estuviera desde hacía un mes llevando a cabo una violenta y masiva operación en Cisjordania (“Guardián de mi hermano”) con el pretexto de buscar a tres jóvenes colonos desaparecidos –cuya muerte y paradero conocía desde el principio, pero lo ocultó para poder desplegar la ofensiva cuyo verdadero objetivo era golpear a Hamas y destruir el reciente acuerdo de unidad palestina. Para los medios occidentales, la crisis empezó con el primer cohete lanzado desde Gaza.
¿Ven? ¡Sólo nos estamos defendiendo!
En abril de 2013 me encontraba en Cisjordania asistiendo a otra escalada israelí. En el artículo “Pedradas de furia” hice una pausa en el relato sobre la violencia del ocupante en mi región para recordar que también Gaza seguía siendo periódicamente atacada, a solo cuatro meses de haber puesto fin a la operación “Pilar de Defensa” con un acuerdo de alto al fuego auspiciado por el gobierno de Morsi (ese mismo acuerdo al que la resistencia palestina está pidiendo regresar; pero Israel no tiene interés en hacerlo, porque la fiesta recién empezó). Reproduzco aquí el fragmento de ese artículo donde recogía los datos del periodista Ben White mostrando que era Israel, y no la resistencia palestina, el que estaba rompiendo el alto al fuego en Gaza sin que los medios internacionales hablaran de ello:
El 26 de febrero de 2013 los medios occidentales difundieron con gran despliegue la noticia de que la resistencia palestina había lanzado un cohete desde Gaza hacia territorio israelí, “rompiendo el alto el fuego” acordado después del último ataque de Israel (“Pilar de Defensa”) a la Franja.
Irónicamente, apenas un par de días antes el periodista británico Ben White mostraba en una infografía (ver abajo) la cantidad de ataques lanzados por cada una de las partes en estos tres meses desde el alto el fuego. Desde fines de noviembre, las fuerzas israelíes han realizado casi una agresión diaria a Gaza, a saber: 63 ataques con disparos de las tropas ubicadas a lo largo del muro que separa a Israel de la Franja; 30 ataques de la armada contra pescadores en las costas de Gaza; 13 incursiones terrestres del ejército. Como resultado, 91 palestinos resultaron heridos y 4 murieron (incluyendo menores). En contraste, los palestinos en el mismo período lanzaron 2 morteros y 0 cohete, con 0 víctimas. En el mismo período pero en Cisjordania, 6 palestinos/as fueron muertos/as y 618 heridos/as, en comparación con 0 israelíes.
White señalaba que estos datos son relevantes para ilustrar el silencio de los medios occidentales sobre las reiteradas agresiones israelíes. El patrón es siempre el mismo: para ellos los “períodos de calma” se definen por la ausencia de ataques desde Gaza hacia Israel; los de éste hacia la población palestina, no se cuentan.
Al mismo tiempo, las cifras reflejan la realidad cotidiana en Palestina y el enorme desequilibrio de poder entre el ocupante y el ocupado. Y también será importante recordar estas cifras -terminaba White- cuando Israel y sus aliados utilicen una vez más la narrativa de los “cohetes” para justificar un nuevo asalto a Gaza. “Entonces recuerden estos datos, y lo que Israel ha estado haciendo mientras –en palabras del propio cónsul israelí en Los Ángeles- “durante los últimos tres meses no ha habido ningún cohete disparado desde Gaza””. (Traducción mía del inglés).
Rupturas del cese del fuego en Gaza entre el 22/11/12 y el 22/2/13 (infografía de Ben White).
El analista palestino Ahmed Moor, además de recordarnos que en realidad esta historia empezó cuando los sionistas invadieron Palestina hace casi 70 años, despojando y expulsando a la población nativa árabe (y convirtiendo a la milenaria y culta ciudad de Gaza en un gigantesco campo de refugiados/as), también ha recordado estos días dos cosas muy importantes:
1. Gaza es un comodín multiuso para las élites israelíes: sirve para ganar votos y popularidad en cada campaña electoral, o para distraer de los escándalos de corrupción, o cuando el malestar social está en aumento y se necesita reactivar el infalible mecanismo de cohesión social en una sociedad alienada como la israelí: el miedo. Atacar Gaza es siempre redituable: genera triunfalismo histérico y adhesión al paradigma victimista que enfatiza la necesidad de defenderse de un feroz y peligroso vecino.
Gaza es también un excelente y barato campo de entrenamiento para probar nuevas tácticas y avanzada tecnología bélica que las corporaciones israelíes exportan al mundo con el ‘valor agregado’ de haber sido ‘probada en el terreno’ (es decir, sobre la población civil encerrada en la prisión al aire libre que es Gaza).
2. Israel necesitaba destruir los recientes logros políticos palestinos: el acuerdo de unidad alcanzado en mayo por las principales facciones políticas Fatah y Hamas, la formación de un gobierno de transición y el anuncio de elecciones nacionales. A nada le teme más Israel que a la recomposición de las fuerzas palestinas. Además, el ‘paquete’ de la reconciliación palestina incluía la amenaza de poner fin al aislamiento y el bloqueo de Gaza y legitimar a Hamas, la fuerza que gobierna en la Franja y que tiene no pocos simpatizantes en Cisjordania. Dos lujos que Israel no podía darse.
Y para colmo, en contra de lo que Israel esperaba, los gobiernos europeos y hasta Estados Unidos valoraron positivamente la flamante unidad palestina. Por eso Israel necesitaba urgentemente destruir esa reciente legitimidad alcanzada por Hamas; la operación “Guardián de mi hermano” fue la herramienta para hacerlo.
Ya no importa quién mató a los tres jóvenes colonos; lo que está claro es que Israel capitalizó el crimen y recuperó el terreno perdido, mostrándole a Occidente cuál es el resultado de hacer acuerdos con “terroristas” y presentándose una vez más como víctima de la sanguinaria violencia palestina.
Según Ahmed Moor, parecería que Netanyahu ha tenido éxito: el equilibrio se ha restablecido. Los israelíes ya pueden seguir disfrutando de su iluso fariseísmo creyéndose dueños de la razón: “Ningún país normal podría tolerar terroristas disparando misiles hacia sus centros urbanos“, dicen; a lo que Moor replica: “Nosotros podríamos responder con cansancio:
Ningún país normal practica el crimen de apartheid. Ningún país normal demuele las casas de los sospechosos… o castiga a millones de personas… o busca venganza y más venganza y más venganza en un ataque de ira sangrienta“.
El dudoso derecho del ocupante a defenderse del ocupado
En sus comunicados de estos días exhortando a un alto el fuego para frenar la masacre en Gaza, aun los gobiernos progresistas –como los latinoamericanos que han reconocido al Estado de Palestina– se aseguraron de reiterar el “legítimo derecho” de Israel a defenderse de los cohetes lanzados desde Gaza.
Es irónico que en el mismo pronunciamiento nuestros gobiernos no hayan afirmado también el legítimo derecho del pueblo palestino a defenderse de la agresión de uno de los ejércitos más poderosos del mundo, y más aún: su derecho a resistir un régimen brutal de ocupación militar y colonización que ya lleva casi siete décadas y que ha sido reiteradamente condenado por la misma comunidad internacional. Un derecho que está consagrado incluso por la Resolución 3101 de la Asamblea General de la ONU (de diciembre de 1973), que afirma el derecho legítimo de los pueblos bajo dominación colonial y extranjera, y bajo regímenes racistas, a luchar por su autodeterminación.
Hilando más fino, la jurista Noura Erekat, en un estudio riguroso desde la perspectiva del derecho internacional, señala la contradicción en la que incurre Israel al proclamar por un lado su “derecho a defenderse” del pueblo cuyo territorio ocupa -como si ese territorio perteneciera a un poder extranjero- y por otro desconocer sus obligaciones internacionales como potencia ocupante respecto al territorio y la población ocupados.
Aclaremos de antemano: ningún país en el mundo (ni siquiera EEUU), excepto Israel, considera que los territorios palestinos están “en disputa”: desde 1967 la comunidad internacional entera acepta que Palestina está sometida a ocupación por parte de Israel; esto incluye también a Gaza después de la ‘retirada’ israelí de 2005, ya que -según el derecho internacional humanitario- un territorio está ocupado (aunque el poder ocupante no tenga presencia física en él) mientras mantenga control sobre él por la fuerza -como es claramente el caso de Gaza, sometida a un férreo bloqueo por aire, mar y tierra, incluyendo sus fronteras.
Hecha la aclaración, en Gaza (al igual que en Cisjordania y Jerusalén Este) aplican las normas internacionales que definen las obligaciones de la potencia ocupante respecto del territorio y la población ocupados. La más importante es el IV Convenio de Ginebra, según el cual –entre otras obligaciones– el poder ocupante tiene el deber de proteger a la población ocupada y velar por su bienestar.
Israel sin embargo alega que no está ocupando Palestina, sino que está en guerra con ella, y por lo tanto tiene derecho a la “defensa propia” (según el artículo 51 de la Carta de la ONU), e incluso a usar la fuerza más allá de los límites legales. Esta interpretación ha sido categóricamente rechazada por la Corte Internacional de Justicia en 2004, cuando emitió su opinión consultiva “Consecuencias legales sobre la construcción de un muro en el territorio palestino ocupado”, afirmando que Israel no puede invocar el derecho a la defensa propia según el artículo 51 porque no está siendo atacado por un Estado extranjero. Un importante y exhaustivo documento que este mes de julio está cumpliendo 10 años y que la comunidad internacional parece haber olvidado.
En resumen, Israel distorsiona el derecho internacional a fin de justificar su uso ilegal y desproporcionado de la fuerza militar y ejerce su poder colonial sobre el territorio y la población que ocupa, despojándola no solo de su derecho a defenderse sino también de los medios mínimos para su subsistencia, al someterla a un bloqueo inhumano.
El refugiado, director teatral y educador Abdelfattah Abusrour –del campo de refugiados de Aida, en Belén– lo ha dicho estos días con palabras menos técnicas pero igualmente ciertas: “Un ejército de ocupación no tiene derecho a la seguridad y no puede pretender que está defendiéndose, porque todas sus acciones son ilegales y todos sus ataques son crímenes de guerra, y porque sencillamente el pueblo que vive bajo la ocupación y la opresión tiene derecho a usar todos los medios para resistir y liberarse. La comunidad internacional hipócrita y cómplice, y sus representantes, pretenden también distorsionar el derecho internacional y las resoluciones de la ONU.”
21 de julio 2014
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