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domingo, 26 de julio de 2015

Sabios cristianos y su relación con el islam

Con Raimundo Lulio y muchos otros, la espiritualidad europea cambia táctica y política tras la derrota militar de las Cruzadas y se lanza a con­quistar el Islam a base de co­nocerlo

26/07/2015 - Autor: Karim Díaz - Fuente: Blog Religio Perennis y Espiritualidad
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Alfonso X el Sabio (1221-1284), rey de Castilla y de León desde 1252, al igual que Federico II Barbarroja, se ro­deó de sabios musulmanes y aprendió a leer y escribir el árabe. Fue escritor y poeta. Bajo su protección se traduje­ron del árabe al latín numero­sas obras sobre astronomía, mineralogía, geografía, óptica y muchas otras ciencias que afianzaron el camino hacia el Renacimiento de Europa. Son muy conocidas sus Tablas As­tronómicas o Tablas Alfonsíes. Dentro de este grupo cabe citar también sus Libros de ajedrez (1283), basados en la sabiduría de los científicos musulmanes.
Desde 1086, cuando fue con­quistada por el rey Alfonso VI, la ciudad de Toledo, cuna de Alfonso X el Sabio se había convertido en La Meca de los eruditos cristianos venidos de todas partes de Europa, atraídos por la fascinación del Islam. Allí residió el inglés Adelardo de Bath, quien tra­dujo del árabe los Elementos de Euclides, e introdujo la trigo­nometría musulmana en occi­dente traduciendo las Tablas Astronómicas de Al-Juarizmi en 1126.
En 1141, Pedro el Venerable (1092-1156), abad de Clunny, con ayuda de un sabio musul­mán, tradujo el Corán al latín. La alquimia y química musul­manas entraron en el mundo latino en una traducción de un texto arábigo hecha por Robert de Chester (que vivió en Es­paña entre 1114-1147) en 1144. El más grande de los tra­ductores fue Gerardo de Cre­mona (1114-1187). Llegado a Toledo hacia 1165, le impre­sionó profundamente la riqueza de la bibliografía islámica en ciencias y filosofía. Decidió traducir lo mejor de ella al latín y pasó nueve años traduciendo sin parar hasta alcanzar un total de sesenta y una obras. Entre ellas figuraban once libros de medicina, que incluían las obras más extensas de Al-Kindi y Avicena, catorce obras de matemáticas y astronomía, siete de geomancia y astrolo­gía, y otras tantas de filosofía, como Del Silogismo, de Al-Fa­rabi.
Más tarde, otro visitante, Mi­guel Escoto, que debía su ape­llido a su Escocia nativa, estará en Toledo en 1217. Su primera traducción importante fue la Esférica de al-Bitruji (siglo XII), el Apetragius de los lati­nos, que era una crítica de To­lomeo. Fascinado al descubrir el alcance y libertad del pen­samiento de Aristóteles, co­mentado por al-Farabi y Ave­rroes, Escoto tradujo al latín, de versiones arábigas, la Histo­ria de los animales, la Meta­física, Del Alma, Del cielo, y la Ética. Las versiones de Aris­tóteles hechas por Miguel lle­garon a Alberto Magno (1200-1280) y Roger Bacon (1214-1292) e impulsaron el desarro­llo de la ciencia en la Europa cristiana del siglo XIII.
El contacto con el Islam me­diante las cruzadas y las tra­ducciones de los eruditos ya nombrados acercaron a Europa y el mundo Islámico. El descu­brimiento de que otra religión existía y había producido hom­bres excelentes y caballerescos como los sultanes Saladino y al-Kamil, filósofos como Avi­cena y Averroes, y científicos como al-Haitham y al-Razi, era algo que turbaba y conmocio­naba. Hacia 1240 el averroísmo llegó a estar casi de moda entre los seglares instruidos en Italia. No fue ninguna casualidad la influencia islámica que em­bargó el pensamiento y la obra del famoso teólogo Tomas de Aquino (1224-1274), muy vi­sible en su Suma Teológica (1267).
Hacia fin del siglo XIII, y durante el XIV y el XV, la Universidad de París fue un turbulento centro de ave­rroísmo. Pedro de Abano (1250-1316), el profesor de medicina en París y luego de filosofía en Padua, escribió en 1303 un libro, Conciliator Controversiarum, destinado a armonizar las teorías médicas y filosóficas de musulmanes y cristianos. Los inquisidores lo acusaron de herejía, pero el marqués Azzo d’Este y el Papa Honorio IV, que figuraban en­tre sus pacientes, lo protegie­ron. Fue acusado de nuevo en 1315, y esta vez escapó al pro­ceso muriendo naturalmente. Los inquisidores condenaron su cadáver a la hoguera, pero sus amigos escondieron tan bien sus restos que la sentencia tuvo que ser ejecutada en efi­gie.
Siger (1235-1281), un sacer­dote secular, fue un hombre muy docto que estudió a al-Kindi, al-Farabi, al-Gazali, Avicena, Avempace, Avice­brón, Averroes y Maimónides. Que Siger tenía muchos segui­dores en la Universidad de Pa­rís se deduce de la presentación de su candidatura al rectorado en 1271, aunque no prosperó. En octubre de 1277 Siger fue condenado por la inquisición bajo el cargo de herejía, y “de estar poseído por los paganos musulmanes”. Pasó sus últimos años en Italia como preso de la curia romana y lo mató en Or­vieto un asesino medio loco.
El más famoso de los hombres de ciencia medievales fue Ro­ber Bacon (1214-1292). Estu­dió en Oxford bajo Robert Grosseteste o Grosthead o Ro­bert de Lincoln (1175-1253), quien fue un ardiente partidario del conocimiento griego, he­breo y árabe. Hacia 1240 fue a París y más tarde a Italia, donde estudió el griego y co­noció numerosas obras de me­dicina islámica. En 1251 re­gresó a Oxford y entró a for­mar parte de la universidad. Hacia 1253 ingresó en la orden franciscana. Por entonces era un gran admirador del Islam y sus sabios. Su pensamiento, considerado “muy sospechoso y peligroso” por sus contem­poráneos, fue protegido en su primer momento por el liberal Clemente IV (Papa entre 1265-68). Al fallecer el pontífice, se inició la persecución en su contra. Fue encarcelado en 1278 hasta su muerte, acusado de hereje y de enseñar “nove­dades sospechosas”, como la filosofía averroísta.
Es muy interesante el movi­miento pro-islámico que se dio entre los monjes franciscanos, que empezó con el propio Francisco de Asís (1182-1226), cuando éste se entrevistó amistosamente con el sultán Malik al-Kamil cerca de Da­mietta, en Egipto, en 1219. Ya vimos el ejemplo de Bacon. Otro fue el de Ramón Llull o Raimundo Lilio (1232-1315). Mallorquino, que estudió la lengua arábiga, fundó un cole­gio de estudios árabes en Ma­llorca y mandó una petición al concilio de Viena (1311) para que estableciera escuelas de idiomas y literaturas orientales para preparar misioneros que actuasen entre los musulmanes y judíos. Así vemos que, con Raimundo Lulio y muchos otros, la espiritualidad europea cambia de táctica y política luego de la derrota militar de las cruzadas, y se lanza enton­ces al nuevo intento de con­quistar el Islam a base de co­nocerlos. Por esta inteligente labor evangelizadora, que im­pulsa en buena medida las tra­ducciones en masa de libros de religión y sabiduría musulmana y la fundación de enclaves en tierras islámicas para aprender mejor el árabe, tiene un resul­tado secundario probablemente inesperado: la islamización de Europa. La intelligentsia cris­tiana europea –aún la más mi­litante- no se puede sustraer a la poderosa influencia intelec­tual del Islam, que admira en más de un sentido. Y así apare­cen Alfonso el Sabio, Bacon y el propio Lulio. Lulio se ins­pira principalmente en un mís­tico hispano-musulmán como Ibn Arabi de Murcia (1164-1240). Al igual que su paradigma islámico, Lulio piensa que las ciencias se logran por fe y en­tendimiento, aunque la primera es la reina, que domina sobre todo discurso, y la iluminación divina hace sabios a los hom­bres con la más sublime sabi­duría.
Este camino será recorrido por otro célebre franciscano Fray Anselmo de Turmeda (1352-1432), nacido también en Ma­llorca. Hizo estudios en Lérida y Bolonia. Luego fue enviado a Tunicia, donde se convirtió al Islam con el nombre de ‘Ab­dal·lah, lo que le valió el nom­bramiento de intérprete de len­gua y jefe de aduanas por parte del sultán ‘Abdul ‘Abbas Ah­mad, y luego la confirmación en el cargo por su hijo Abu Fa­rid ‘Abd al-‘Aziz, ganando así su sobrenombre de al-Ta­ryumán (el traductor). Hacia 1402 escribió Turmeda una apología del Islam llamada Tuhfa (regalo u obsequio). Mu­rió entre los musulmanes con fama de piadoso, siendo se­pultado honoríficamente, y conservando todavía hoy su sepulcro un prestigio de santi­dad que le hace meta de visitas y peregrinaciones.
Durante el siglo XVI se incre­mentará la influencia del Islam en toda Europa, particular­mente sobre la espiritualidad española del llamado siglo de oro. El caso de Miguel Servet (1511-1553) es muy destacado. Nacido en Tudela, fue médico y teólogo. Estudió en Tou­louse, Lyon y París. Al expo­ner su teología antitrinitaria Tritinatis erroribus, en 1531, revolucionó a su tiempo. La fama de islamizante de Miguel de Servet hubo de hallarse muy extendida, como se deduce del hecho de que en el juicio que se le siguió en Ginebra, con­cretamente en la sesión del 23 de agosto de 1553, el procura­dor general le preguntara entre otras cosas: “¿Por qué había leído el Corán?” Acusado por Calvino (1509-1564), Miguel Servet fue quemado vivo en Champel, cerca de Ginebra. “El unitarismo antitrinitario de Servet –dice el estudioso es­pañol Cristóbal Cuevas-, vuelve a coincidir con el pen­samiento musulmán en la idea de que la doctrina trinitaria no es sino una burda manifesta­ción del politeísmo. Por eso piensa que las personas de la Trinidad son solamente modos o dispensaciones de la esencia divina… por eso llama a los católicos triteístas, acusándolos de tener ‘un Dios tripartito’ y de adorar falsas y múltiples efigies de lo divino”.
El historiador español Américo Castro (1885-1972) fue uno de los primeros en señalar la in­fluencia del misticismo is­lámico en la escuela carmeli­tana, y en especial de Santa Teresa de Jesús (1515-1582) y su obra Las moradas o Castillo interior (1578), que luego fuera tan brillantemente expuesta y analizada por la islamóloga portorriqueña Luce López-Ba­ralt en Huellas del Islam en la literatura española.
San Juan de la Cruz (1542-1591) conoció a los 25 años a Santa Teresa, y en Duruelo de­cidieron iniciar la reforma de sus respectivas órdenes de carmelitas (1568). A consecuencia de sus ideas islami­zantes (explicadas con gran detalle por Luce López-Baralt en San Juan de la Cruz y el Islam, y por Juan Goytisolo en Las virtudes del pájaro solita­rio), en 1577 fue conducido preso a Toledo, donde perma­neció recluso en un convento durante ocho meses, hasta que logró escapar refugiándose en Almodóvar. Desde entonces residió hasta su muerte en An­dalucía.

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