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martes, 1 de diciembre de 2015

El Rambo iraquí contra el 'bulldozer' del Estado Islámico

Ayub Saleh (37 años), el 'Rambo de Bagdad', es un fenómeno entre los milicianos chiíes. 
El soldado de Bagdad presume de cortar a sus rivales como a pedazos de un 'kebab'
Su enemigo se jacta de amputar extremidades con un cuchillo de carnicero... Los dos villanos encarnan el descenso a los infiernos de Irak
Una bestia corpulenta, armada hasta las trancas y de poblada barba negra. Despiadado en el campo de batalla y motivo de orgullo para sus maltratados compatriotas, necesitados de grandes dosis de autoestima. Así es el Rambo de Bagdad, una mole que la propaganda manufacturada en el Irak chií ha transfigurado en superhéroe de la azarosa lucha contra las huestes del autodenominado Estado Islámico. "No sé por qué me llaman así. El nombre por el que se me conoce aquí es Abu Ezrael, el ángel de la muerte. En realidad, me llamo Ayub Saleh", cuenta a Crónica el hombre más admirado de la porción de tierra libre del yugo yihadista. Al otro lado del hilo telefónico su voz suena firme, tan implacable como su puño. "Vivo en Bagdad. He participado", explica, "en las escaramuzas contra el Daesh [acrónimo del IS en árabe] en las provincias de Al Anbar y Saladino".
De sus hazañas en el frente ofrecen detallada información los medios de comunicación locales y las cuentas de Facebook, Twitter e Instagram que ha abierto su legión de seguidores. Su figura musculosa y gigantesca suscita una extraña alegría en un país abierto en canal. "Lo cierto es que no entiendo por qué tengo tanta fama. Alá debe de estar conmigo", murmura Ayub mientras recuerda el anonimato de su vida pretérita. "Era el almuédano [el muecín que convoca a los fieles] de una mezquita de Bagdad. Estudié tecnología y era un funcionario normal y corriente".

Batallas filmadas

Una existencia tranquila que sacrificó en junio de 2014, apenas unos días después de que los adláteres del caudillo del IS, Abu Bakr al-Bagdadi, se hicieran con el control de Mosul, la segunda ciudad de Irak, ante la desbandada nerviosa de policía y ejército. "Escuché la fatua [edicto religioso] del gran ayatolá Ali al-Sistani y me registré para participar en la contienda. Desde entonces he participado en muchas batallas, que he filmado para que queden registradas para la posteridad", narra Ayub Saleh.
El rostro que atemoriza a los yihadistas milita desde aquel verano en las brigadas Imam Ali, una milicia chií integrada en los batallones Hashid Shaabi (movilización popular, en árabe), afines a Irán y claves en los progresos cosechados por el Gobierno iraquí en los últimos meses.
Los soldados de la brigada presumen de ser tan salvajes y crueles como el enemigo que combaten, y las organizaciones internacionales de derechos humanos suelen hallar su firma en los crímenes de guerra perpetrados a modo de revancha sectaria en las poblaciones que recuperan. "Los hombres del IS merecen la máxima del Corán que dice: 'Para todo lo inviolable deberá aplicarse el talión. Y quien se exceda con vosotros, obrad con él en la misma medida'", resuelve Ayub. Él ha aplicado la cita al pie de la letra.
El pasado agosto divulgó un vídeo en el que aparece junto al cadáver de un presunto yihadista colgado boca abajo, en los alrededores de la refinería de Biyi, la mayor instalación petrolífera del país emplazada a unos 200 kilómetros al norte de Bagdad. En los fotogramas siguientes, alza su espada y corta el cadáver, completamente carbonizado, como si se tratara de porciones de kebab.
"Fueron enviados a la batalla por élites que presumen de su fuerza pero, como ven, han terminado como un shawarma [un tipo de kebab] Éste será el final de todos ellos", proclama Ayub en el vídeo mientras saja la pierna del caído.
"Todo lo que hicimos aquel día fue, después de matarlos, colgar sus cuerpos por las calles para que sirviera de lección. Lo que dicen de nosotros los medios de comunicación es mentira. Aseguran que hacemos eso con todos los suníes que encontramos en nuestro camino, pero no es cierto. Es sólo el castigo al que sometemos a los combatientes del IS", replica ahora el púgil. "No nos gustaba la idea de quemar los cadáveres de nuestros rivales", agrega a continuación, "pero después de ver lo que hacían con nuestros amigos, cómo les prendían fuego, decidimos cobrarnos la vendetta con la misma moneda. ¿Qué otra alternativa teníamos? No íbamos a quedarnos de brazos cruzados después de lo que le hicieron a nuestros camaradas".
No hay en sus palabras la más leve señal de remordimiento. "De momento", advierte, "no decapitamos como ellos hacen. Cuando la gente me pregunta por nuestros métodos, les digo: 'Id al frente y observad las ciudades que han caído bajo el yugo del IS. En su callejero las casas han quedado reducidas a escombros y los negocios han ardido. Ésa es la ley del IS. Arrasar con todo aquello que encuentran a su paso'". Tanto tiempo guerreando contra el adversario le ha permitido a Ayub conocer a quienes se mueven sigilosos en las trincheras ajenas. "Se sorprendería con el arsenal que manejan. Es armamento llegado de Arabia Saudí, Turquía y Estados Unidos. Cuando recuperamos territorios, nos llevamos alguna que otra sorpresa.
La mayoría de los combatientes del Estado Islámico consume drogas. Los cadáveres que hemos localizado no están circundados. Es decir, no son musulmanes y apenas hay árabes entre ellos. Son casi todos extranjeros", cuenta el villano más célebre de las milicias chiíes. Y apostilla: "Hemos hallado heroína entre sus restos. Se colocan antes de ir a la guerra para participar en la batalla privados de toda consciencia".
El gladiador también dispara contra la propaganda del califato, que en no pocas ocasiones ha logrado sembrar el pánico entre sus contrincantes. "Suelen decir con júbilo que han tomado este o aquel pueblo, pero lo cierto es que sólo está en su imaginación. Yo converso con ellos a través de Facebook y soy capaz de detectar sus continuos embustes".

213.000 seguidores

Bajo su temida fachada, Ayub esconde otra cara más tierna, tamizada también por los estertores de un país abonado a las refriegas. "Estoy casado y tengo cinco niños, cuatro hijas y un varón. Al terminar las escaramuzas vuelvo al hogar. Trato de enseñarles a mis pequeños a tener paciencia a pesar de la situación que atravesamos. Mi esposa sabe que estamos en la yihad [guerra santa] y se lo explica a los hijos". Sobre los escasos instantes familiares de los que goza últimamente también levanta acta en su página de Facebook, con más de 213.000 seguidores. En una de sus últimas entradas, el grandullón aparece sentado sobre una alfombra y rodeado de sus retoños. "Con mis niños durante la cena. Algunos huevos, pan y té. Gracias a Alá", escribe Ayub.
El hombre más admirado y odiado de un Irak roto en mil pedazos se guarda de revelar la cifra de yihadistas a los que les han arrancado la vida. "No puedo decirle un número exacto porque no todos han muerto ante mis ojos", lamenta. "Buena parte de la guerra se libra a golpe de misiles". Aficionado al boxeo, el yudo y la halterofilia, al ángel de la muerte -su nombre de guerra- se lo rifan los políticos y los ministros chiíes, siempre en busca de su fugaz minuto de fama.
Él, sin embargo, rehúsa las repetidas ofertas de casarse con un partido o hacer carrera en los despachos. De momento, prefiere la admiración que despierta entre los más pequeños, seducidos por el eslogan de Ayub que anima a "hacer polvo" al rival. "No me gustan que me llamen el ángel de la muerte fuera de mi pelotón. Me alivia pensar que cuando voy por la calle y los niños me reconocen, me piden que me tome fotografías con ellos. No tienen miedo de mí", dice. "Incluso hay mochilas escolares con mi nombre y mi retrato".

El 'Bulldozer' del IS

Sostiene el Rambo de Bagdad que ni siquiera ha escuchado mencionar su nombre pero en los cuarteles del autoproclamado califato actúa como su "alter ego". El apodado Bulldozer de Faluya (la apisonadora, en inglés) es una mole de 200 kilos que se arrastra por las calles que conquista el llamado Estado Islámico (IS) alimentando su historial de decapitaciones, amputaciones y despiadados crímenes. Pocos datos han trascendido de su biografía.
Nació en Faluya, una ciudad iraquí a 50 kilómetros al oeste de Bagdad y uno de los principales enclaves de la vasta provincia de Al Anbar, un histórico refugio de los yihadistas. En sus confines el frágil Ejército iraquí libra batalla con escaso éxito desde principios de 2014. Un granero perfecto en el que el Bulldozer aprendió el arte de la guerra más feroz. Desde que entrara en escena hace unos meses, el nuevo villano del IS ha propagado el terror entre los habitantes del territorio que la organización yihadista controla a caballo de Siria e Irak.
En la primera imagen difundida de sus fechorías, el gigante aparece asido a un arma de fuego antiaéreo de 52 kilos. Ajeno al peso, el combatiente la empuña sin dificultad. En los siguientes fotogramas, levanta la espada instantes antes de dejarla caer sobre el cuello de un hombre que -arrodillado, en camiseta interior blanca y con los ojos vendados- espera la muerte en una plaza abarrotada de curiosos. En uno de los vídeos que ensalza sus acciones, el matón se retrata entre cadáveres decapitados.
Su creciente fama entre los muyahidines (guerreros santos, en árabe) le ha convertido incluso en personaje de videojuego. En una pieza divulgada por la maquinaria mediática del Estado Islámico, el Bulldozer encarna a un combatiente que -armado hasta los dientes- se abre paso por las calles de una ciudad occidental liquidando a sangre fría a todo aquel "infiel" con el que se encuentra en su macabra ruta por centros comerciales y edificios públicos.

Siempre enmascarado

Las alabanzas a su figura casan bien con la estrategia del IS, que, desde que recuperara el hálito al calor de la guerra civil siria, ha tratado de presentarse como una fuerza invencible, "sedienta de sangre" y bendecida por Dios para insuflar pánico entre sus rivales y expandir sus dominios a costa de sucesivas espantadas.
Unas pautas que el Bulldozer secunda sin rechistar y que esbozó en 2004 Abu Musab al-Zarqaui, el entonces líder de Al Qaeda en Irak, germen del actual IS. Uno de sus discípulos, Abu Bakr Naji, reunió ese modus operandi en una obra titulada Gestión del salvajismo, a la que recurre hoy la parroquia del IS para justificar sus crímenes.
"Difundir la brutalidad, una característica de la comunicación del IS, sirve para gratificar a los partidarios locales, atraer a nuevos seguidores en el extranjero y situar al grupo como una entidad capaz de cambiar el statu quo", reconoce el experto Charlie Winter, autor de un reciente informe que analiza el material mediático del grupo. "Documentar las ejecuciones", advierte, "busca intimidar a los adversarios, provocar reacciones irracionales de los medios de comunicación y polarizar las comunidades".
Como sucediera con uno de sus infames predecesores -John el Yihadista, de nacionalidad británica y origen kuwaití, que habría sido alcanzado por un dron estadounidense a mediados de este mes-, la apisonadora de Faluya jamás ha dado la cara. Hasta ahora ha ocultado su rostro bajo un pasamontañas negro y guardado celosamente su verdadera identidad, de la que ni siquiera da cuenta la propaganda del califato.
En realidad, los contados datos del Bulldozer y sus tropelías los conocemos a través de Omar, un chaval sirio de 14 años que cayó en las garras del Estado Islámico mientras luchaba a las órdenes de un batallón del Ejército Sirio Libre en la provincia siria de Deir Ezzor.
Fue hecho prisionero y trasladado a Mosul, bastión del califato en suelo iraquí. Durante un largo mes y medio sufrió un sinfín de torturas en las mazmorras de la organización que dirige Abu Bakr al-Bagdadi. "Me preguntaban: ¿por qué no juras lealtad al Estado Islámico?, ¿por qué no luchas contra los no musulmanes junto a nosotros? Pero son ellos quienes están asesinando a los musulmanes", ha relatado el adolescente en una entrevista emitida por el británico Canal 4.
Uno de aquellos inquisidores, quien le terminaría infligiendo las huellas que luce su cuerpo, fue precisamente el monstruo de Faluya. "Reunieron a mucha gente y me ataron manos y pies. Luego, colocaron mi mano sobre un bloque de madera y la cortaron con un cuchillo de carnicero. Poco después hicieron lo mismo con el pie y los pusieron delante de mis ojos para que pudiera verlos", evoca el chico, todavía convaleciente.

Único superviviente

Omar, que abandonó hace unas semanas su patria y reside actualmente en Turquía, no tiene dudas: fue el Bulldozer quien ejecutó la mutilación que lo mantiene desde entonces postrado en una silla de ruedas y le ha cambiado la existencia. "Cuando salgo de casa", se queja, "no regreso hasta la noche porque hay escaleras. Desde que me cortaron pie y mano, he dejado de vivir. No puedo caminar ni transportar nada".
Como los otros cientos de amputaciones que el IS ha perpetrado y propagado en sus publicaciones y vídeos, la de Omar concitó la atención de numeroso público para alegría del gigante. "Llevaron a niños y adolescentes y les dijeron: 'Este hombre es un infiel y por esa razón le cortamos las extremidades. Todos los que luchan contra nosotros sufrirán el mismo destino'", narra el muchacho, que guarda en su teléfono móvil una fotografía de su verdugo.
Aún envuelto en vendajes, Omar es el único superviviente del Bulldozer que ha escapado a su sable. La víctima que rechazó enrolarse en el IS y que podría desenmascarar a su soldado más sádico.

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