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viernes, 18 de diciembre de 2015

La vida discurre muy deprisa

¿Qué podemos hacer sino aquello que estamos haciendo? ¿Qué más podemos hacer, qué esfuerzo?

09/04/2004 - Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam
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Bastón del jatib.
Alhamdulilahi rabbil’alamin, ar Rahmani ar Rahim, Al Hayy, Al Qayyum. La illaha illa Allah.
La vida discurre muy aprisa. Los días se solapan unos con otros en un tiempo continuo. La pregunta debe ser respondida urgentemente. No hay tiempo que perder, el tiempo apremia. Los rostros muestran su última expresión: unos nos ofrecen una mueca, otros regalan una sonrisa.
Apuramos la copa de la existencia y cuando paladeamos su sabor ya se nos ha ido. Miramos la cara del sufrimiento y tampoco perdura. Sólo imágenes son, sólo momentos que desaparecen en el tiempo.
Olvidamos el regalo que Allah nos hace, el favor divino que nos crea, para volver a recordar, ese es nuestro decreto como banu Adam. El tiempo no desaparece, astagfirulah: nosotros desaparecemos en él.
La conciencia se torna un mar de asociaciones mentales, de mares inconexos… En la mente las aguas se reparten los colores: mar blanco, mar negro, mar rojo, fragmentos de un yo que no existe, Bellos Nombres de Allah, Al Hayy, al Qayyum… La illaha illa Allah ¿Quién puede amarte y quién puede recordarte? ¿Quién puede preguntar? ¿Quién Te responde?
Un cántico de belleza desgrana la tarde, alhamdulilah, los pájaros y el son de la cultura. El rugido de un motor se cruza con el canto de la naturaleza y unos oídos oyen la música del cielo, y un alma herida se sustrae a la belleza… Desviamos los ojos del templo de las imágenes y vemos, una vez más, que la belleza sigue ahí y aquí, manifestándose en la creación, en las formas que construyen los mundos.
¿Dónde Te escondes? ¿Dónde vives ahora? ¿En el templo de las imágenes? ¿En el templo de la creación?
Los velos de las imágenes se superponen a velos de luz y de sonido, vibraciones que se cruzan formando un nosotros, un ámbito, un espacio, y luego se vuelven a su matriz y nos dejan desnudos.
Esta adoración nos alegra y nos cura de aquel olvido imperdonable, de aquella inconsciencia que mantiene vivas las imágenes. Solos entre otros seres solitarios que cruzan la existencia, regalados con el encuentro de las miradas, de las caricias y los abrazos, colmados de palabras de amor y de amor mismo, justo cuando sentimos Su respuesta, cuando nos hace ser conscientes de Él, o simplemente conscientes. La illaha illa Allah, al Haqq, al Qayyum.
Pues aunque sea sólo un momento, es un instante de realidad. Y un instante de realidad es toda la realidad, nos sirve para conocer lo real, para paladearlo y reconocerlo como nuestro, como lo más nuestro.
Ya podemos morir, ya hemos cumplido el mandato de conocer, de nacer a la vida, alhamdulilah. La illaha illa Allah. Ya podemos callarnos para siempre y escuchar el regreso. Ya podemos vivir, ya sabemos que el sacrificio no es la condición de nuestra creación y de nuestra existencia.
Descubrimos, como Ibrahim, aleihi salem, que nuestro din es un camino de belleza y de plenitud, alhamdulilah, que nuestro din se hace andando por el sometimiento a lo real, dia a dia, momento a momento, entre la duda y la certeza, entre la pregunta y la respuesta, entre la vigilia y el sueño y lo que hay entre ellos y no conocemos. Que no tenemos más sostén que el Aliento de nuestro Dios, de nuestro rabb, que nos acompaña siempre, alhamdulilah, que nos reúne siempre, que nos ayuda purificar nuestra intención con Su revelación, con esa donación de sentido que siembra la conciencia en nuestros corazones perplejos.
¿Qué podemos hacer sino aquello que estamos haciendo? ¿Qué más podemos hacer, qué esfuerzo? ¿Cómo podríamos alterar el más mínimo instante de nuestras vidas, de la vida del mundo? Sólo somos testigos de una creación vasta e inconmensurable, imprevisible y generosa, de una creación de conciencia que sentimos nuestra, que nos hace ser y existir, que nos hace hablar y conocernos unos a otros, con el solo propósito de conocerse a Sí misma a través de un nosotros. Subhana Allah.
Sufrimos y gozamos porque compartimos los signos, porque nos abrimos a ellos. Nos empeñamos en sentirnos como seres creados, acabados y cerrados pero la realidad nos dice que somos creación, expansión y apertura… Porque necesitamos de una materia para expresar la creación, nuestra propia creación, no somos creadores.
Lo que nos está ocurriendo es bastante claro y alentador. El islam es una forma de vida que asume y resuelve la pugna secular entre la ocultación y el desvelamiento, entre la idolatría y el reconocimiento de la realidad. Por mucho que los seres humanos nos empeñemos en velar los hechos que ocurren incesantemente, dentro y fuera de nosotros, por mucho que nos empeñemos en otorgar realidad a las imágenes, sabemos que son sólo imágenes que a la hora de la verdad no pueden respondernos.
Allah nos da la conciencia de todo ello en nuestra vida cotidiana. Nos regala criterios válidos para poder comprender lo que nos ocurre, Allah nos salva de la locura, de la tiranía de la historia y de las culturas mediante una revelación que nos llega mediante Su Voluntad y Su Poder, una revelación clara que nos hace felices, que nos libra de cargas innecesarias, incluso que equilibra nuestra carga, la pondera, la sitúa en la dimensión de lo real, alhamdulilah.
La revelación nos llega mientras escuchamos el Qur’an, cuando un hermano nos cita esta aya, o cuando la vemos inscrita en las montañas, cuando Allah nos hace oír la recitación de Muhámmad, sala Allahu aleihi wa salem. La revelación nos alcanza cuando Allah quiere. Y Allah está queriendo, está disolviendo el jardín y el fuego en el Océano de Su Realidad, y está disolviéndonos a nosotros en Él, haciéndonos conscientes de Él.
Allahumma: Tú eres inabarcable, incomprensible y más grande que cualquier visión o idea que yo pueda sentir o imaginar. No puedo verte más que en Tu creación, en esos rincones de Tu creación donde resuenan los ecos de tus Nombres. Estoy perdido y estoy solo. Atiéndeme, cúrame de mí mismo como Tú quieras porque tu Amor es Sabiduría y tu Sabiduría es la savia de Tu creación.
2.
La sociedad de las imágenes no nos sirve para realizarnos como seres humanos, para llevar a cabo la verdadera globalización, para difundir valores universales, establecer justicia y promover equidad, para repartir la riqueza de una manera más justa, para evitar el derramamiento de la sangre.
Esa cultura y ese culto de las imágenes y de las ideas se vuelve en contra de sus cultivadores, mostrando el rostro más desastroso de la violencia, las expresiones de esos niños y mujeres asesinados en las mezquitas, mientras hacen la oración, o en los trenes mientras caminan a su trabajo, ajenos a cualquier sacrificio. O los millones de seres humanos que engrosan las cifras del genocidio de manera lenta y callada, en esas guerras de las que casi nadie habla, en los lugares más lejanos y escondidos del planeta. Denunciamos el mal, combatimos el terror con nuestros corazones, con la palabra, con el diálogo, con nuestras miradas, con nuestras acciones.
Llamamos a la cordura, a la razón, decimos con nuestras lenguas y tratamos de decir con nuestras vidas que no es necesario el sacrificio, que no hemos sido creados para el dolor o para la tristeza, alhamdulillah. Y eso que parece lo más sencillo de ver y comprender, lo más obvio, humanamente hablando, se convierte en un duro yihad en un gran esfuerzo por mantenernos en un camino correcto, con sentido, completa y constantemente significativo. Un yihad que reside sobre todo en la atención a la realidad, en el esfuerzo por mantenernos conscientes aún cuando no sabemos nada de nosotros mismos, en una entrega voluntaria y gozosa a la realidad que nos habla al corazón.
Ese es el mensaje contenido en la revelación, el mensaje de Ibrahim, de Isa y de Muhámmad, la paz sea con ellos, un mensaje que choca frontalmente con todas las religiones históricas, con todas las iglesias instituidas en sus nombres. Esas religiones históricas han servido para la dominación de las comunidades, como las culturas sacrificiales han servido para mantener unas identidades ficticias: no es necesario el sacrificio para obtener el bien, lo bueno. No es necesario el sufrimiento, el dolor, para alcanzar nuestros objetivos. Esta misma conciencia anima ahora a millones de seres humanos que resistimos frente al terrorismo global, una conciencia incomprensible para quienes adoran a las imágenes y las ideas y son capaces de inmolarse por ellas.
Esa es la enseñanza contenida en el pasaje coránico del sacrificio de Ismail, la paz sea con él, donde encontramos lo siguiente:
"Pero cuando ambos se hubieron sometido a lo que consideraban la voluntad de Allah, e Ibrahim le hubo tendido sobre el rostro, le llamamos: ‘¡Oh Ibrahim, has cumplido ya el propósito de la visión!’."
(Corán, Sura 37. As Shaffat. Los puestos en fila. Aya 105)
Propósito que no es otro que liberarnos de un sacrificio innecesario, de un sufrimiento inútil. La conciencia del hanif, el maqam de Ibrahim, la paz sea con él, representa el fin de la mentalidad sacrificial, la sustitución de la religión de los antepasados (todas las formas históricas de la religión, basadas en la ofrenda y en el sacrificio) por la sumisión a la realidad. Para nosotros, Dios no es un concepto abstracto sino que es la realidad, la única realidad. Ser musulmán, por tanto, no es otra cosa que someternos a lo real y ese sometimiento implica un desvelamiento del miedo, una apertura, un desenmascaramiento del terror. Allahu Akbar.
El terror cava su propia tumba porque el terror no existe más que en las mentes de los terroristas, unas mentes enfermas hasta el punto de la inconsciencia premeditada y del suicidio. Los musulmanes, aún sufriendo con especial virulencia la persecución y el exterminio, nos mantenemos masivamente ajenos a la mentalidad sacrificial, alhamdulilah, y, como nosotros, millones de seres humanos que no quieren renunciar a una identidad positiva. Por eso los efectos no son los que esperaban los terroristas. Por eso sunníes y chiitas se unen frente al terrorismo. Por eso mismo vemos hoy prevalecer el din sobre la cultura, la revelación sobre las doctrinas, alhamdulilah.
Y es este el único establecimiento del islam, en las maqamat de los profetas, la paz sea con ellos, y en el aquí y ahora: Un desenmascaramiento de la mentira, de los velos, y una exhortación hacia el bien, hacia lo bueno sin duda. Un regalo en forma de certeza, de presencia, de realidad, una condición que nos devuelve a nuestra más elemental y sana humanidad.
El musulmán es humilde, nunca es arrogante, porque la humildad es el soporte de su grandeza, la expresión de su sometimiento a lo real. La arrogancia no nos corresponde a nosotros. El ridículo que Allah les hará vivir a los arrogantes sólo es comparable a la vergüenza ajena que muchos llegarán a sentir, subhana Allah, en este tiempo que Allah está creando para mostrar Sus signos a la humanidad, para llevar a cabo la divina globalización, la reunificación de todas las conciencias dispersas y el establecimiento de un criterio eficaz.
Cada ser humano es un jalifa y cada jalifa es soberano, libre, dotado de comprensión según la sabiduría divina. Establecer el islam es vivir con naturalidad los hechos que forman nuestro mundo, aplicar nuestra inteligencia en la consecución de un mundo más consciente, más en armonía con la realidad única, un mundo más libre de imágenes inútiles, de experiencias sin significado.
Allahumma: ayúdanos a vivir nuestro tiempo, a paladear Tus signos, Tus silencios, Tus latidos.
Allahumma: No nos dejes como a Musa, aleihi salem, a las puertas de Tu Medina. Haznos entrar en ella y que nuestros ojos vean sus plazas, sus calles y sus mercados. Muéstranos las miradas de sus habitantes.
Amin.


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