En favor de la Paz y la Concordia entre todos los pueblos de la Tierra (1)
En la Isla de El Hierro, Isla chica, serena, infinita, Septiembre, 2013
24/10/2014 - Autor: Esteban Díaz - Fuente: www.estebandiaz.es
“Cambiar el mundo, amigo Sancho,
que no es locura ni utopía, sino justicia”.
Miguel de Cervantes
1. Que el Siglo XXI se nos presentó inesperadamente con una idea inequívoca : “cambiar el mundo”, que nos exigía el compromiso de todo el colectivo humano en su puesta en marcha, apremiándonos en la búsqueda de una solución urgente ante nuestra torpeza –de todos- por encontrar una vía saludable a la crisis global que nos inquieta y atemoriza, que de ninguna manera podemos hoy excusar, es una afirmación que difícilmente puede ser hoy discutida en ningún foro, cualquiera que sea su postulado filosófico o credo. Incluso cuando utilizamos la expresión “salir de la crisis”, estamos pensando en la necesidad de cambiar el mundo, el nuestro y el de los otros, porque estamos hablando del mundo de todos, global, planetario, hábitat de la humanidad.
Y aunque los seres humanos pertenezcamos a posiciones ideológicas y credos diferentes, no creo que haya nadie en desacuerdo con las palabras con las que Don Quijote ilustraba a su escudero Sancho, que hacemos nuestras dando contenido a cuantas ideas exponemos en esta ventana virtual con la que queremos dirigirnos (y sumarnos en su esfuerzo) a quienes en verdad anhelan una transformación radical del ser humano y del mundo que hemos construido hasta la fecha: “Cambiar el mundo, amigo Sancho, que nos es locura ni utopía, sino justicia”. Y aunque entonces, en el Siglo XVII, en el que vivió y escribió Don Miguel de Cervantes, la justicia era locura y utopía (del mismo modo que aún hoy algunos la consideran improcedente y exclusiva para sus intereses personales y de grupo -siempre de poder) la mayoría de los seres humanos comenzamos a pensar cuánta razón tenía el caballero de la triste figura cuando comunicaba tan sabias palabras (por ello hacen justicia) a su escudero amigo. Porque es la justicia la que nos convoca hoy para cambiar el mundo. No la justicia que se discute y se reparte en los juzgados, que esa sí es locura, sino la que reclama la fraterna igualdad -que es humanidad sin diferencias y sin fronteras y humanamente digna-; la justa distribución de la riqueza -que es justicia social, además de honesta y equitativa-; la paz y la concordia; la cooperación sin exclusión… Justicia que antaño reclamaban las utopías, como la que Cervantes nos presentó en su innovadora y sabia novela. Y otras utopías que están en la mente de los lectores con memoria agradecida e integradora.
Sin duda que la idea de “cambiar el mundo” es la buena nueva que nos trae el nuevo siglo XXI. Sí o sí. Porque no hay otra elección. Pero “cambiar el mundo” exige pensar en unas premisas o principios o valores que piloten el cambio de rumbo de la humanidad.
2. Isla de El Hierro (Reserva Mundial de la Biosfera). Mirador de La Peña. César Manrique. Integración Naturaleza/Cultura.
Dos tramos de escalera de madera permiten el acceso al salón del Restaurante del Mirador de La Peña, que pende sobre el cerro en el que se asienta El Golfo (Frontera), un espacio de fértil tierra roja volcánica en donde se cultiva una variada diversidad de frutos tropicales. Y gentes serenas, apacibles e integradoras. En el muro que centra un tercer tramo de escalera, sobre el que confluyen los dos anteriores, cuelga una escultura de madera policromada de César Manrique: un Dragón, cuyas fauces muestran la ferocidad de sus dientes y una lengua del color de la tierra de la Isla. Pero su boca no expele fuego. Sin embargo el color rojo de las garras y dientes revelan su naturaleza ígnea. El Dragón nos sugiere, sin duda, la actividad volcánica de la Isla, al tiempo que su cuerpo enroscado, semejando una onda marina, azul y verde, parece expresar la idea del artista canario de vincular la Isla y el Mar a la actividad volcánica.
El Dragón marino nos comunica, además, que su naturaleza es la misma que la de la Isla, pues el interior de ambos guarda el fuego que los mitologiza. También ambos tienen un origen marino. Pero la idea que nos ofrece César Manrique va más allá de vincular los elementos Isla-Mar-actividad volcánica, pues el diseño arquitectónico y paisajístico que lo contiene implicita otra idea de mayor trascendencia para el artista: la integración en equilibrio y armonía de Naturaleza y Cultura (todo aquello que el hombre añade a la Naturaleza, transformándola, se decía ya en los comienzos de la Edad Moderna) que define a toda su obra desarrollada en suelo canario.
El Dragón de César Manrique expresa la idea cabal de integración que el artista desea transmitirnos. Y es en sí misma una representación cultural que enuncia la síntesis resultante del armónico e integrador convivium de Naturaleza y Cultura. Una síntesis que supera la expresada por el racionalismo neoliberal y marxista, que sacraliza la tríada tesis-antítesis-síntesis. La integración propuesta por el artista canario en el entorno en el que se muestra el Dragón marino, como en otras de sus obras arquitectónicas y paisajísticas, se corresponde con una idea que se recoge en las nuevas propuestas paradigmáticas que emergieron con la contracultura de los años cincuenta del siglo pasado, con el propósito de desvincularse de los postulados del paradigma mecanicista o de simplicidad (E. Morin). Integración es la palabra que queremos destacar para articular nuestra propuesta inicial, con la que declaramos la necesidad y urgencia de todos, a quienes el Siglo XXI nos convoca para “cambiar el mundo”, sin dilación, sin reservas. Y qué mejor para articularla que la imagen del Dragón emergido de las profundidades marinas para que incinere y liquide el viejo mundo, lo purifique y lo transforme, a modo de un crisol que transmute lo viejo y obsoleto en nuevo, para así generar un pensamiento fuerte con el que levantar una nueva humanidad que construya una nueva civilización, un mundo nuevo.
3. La idea de integración de César Manrique no es nueva. Y no es única. Porque desde los primeros años del Siglo XX se viene desarrollando con fuerza, impulsada por los avances de la física moderna, macro-atómica (einsteniana) y micro-atómica (cuántica). Sin olvidarnos del acercamiento de éste y de otros ámbitos de la ciencia racionalista y de las humanidades al plural y fascinante pensamiento oriental. Occidente y Oriente iniciarán desde entonces una aproximación que, con el tiempo, se revelará extraordinariamente productiva y eficaz para el conocimiento humano. Especialmente para la vertiente de la ciencia occidental que desde mediados del Siglo XX comienza a distanciarse de la ciencia racionalista, dependiente del academicismo universitario y vinculada indisolublemente al racionalismo mecanicista, asistido éste filosóficamente por los postulados del mecanicismo cartesiano-newtoniano. La divergencia se denominó “nuevos paradigmas” y se desarrolló en todos los ámbitos cognitivos de las ciencias duras y blandas. Pero no todos los “nuevos paradigmas” lograron “cortar” su cordón umbilical (su origen, dependencia y vinculación) que les unía al viejo paradigma mecanicista, a pesar de sus esfuerzos, especialmente en lo programático, pues aquél y la mayor parte de los paradigmas emergentes se alimentaban de la vieja visión del mundo dual, en tanto que la idea de dualidad se exponía/expresaba mediante el juego de los contrarios, de las oposiciones, de las antagonías, de luchas, de conquistas, de exclusión o asimilación o aniquilación de unos por otros… Lo nuevo que emergía carecía de unos postulados filosóficos radicalmente diferentes del mecanicismo. Poco se habla hoy de la emergencia de un nuevo pensamiento divergente, de ruptura, respecto del viejo pensamiento del mecanicismo. Pocas son las excepciones que incluso hoy proclaman claramente una absoluta desvinculación del viejo paradigma mecanicista por la superación de los viejos valores (principios) del mecanicismo y de la visión dual en la que ambos se inscriben.
El nuevo pensamiento no “entiende” de luchas entre opuestos, porque sabe que éstos sólo existen en la mente del ser humano, no en la Naturaleza. Sin duda encontramos diversidad y dualidades en nuestro entorno, pero no la oposición y el enfrentamiento entre sus elementos. Las cosas sólo existen, suceden, más allá de la conceptualización con la que los seres humanos las representamos y las relacionamos para conocerlas y traerlas ante nuestra presencia. Las oposiciones, como actividad competitiva y enfrentada, sólo existen en la mente del ser humano beligerante. Las dualidades de Heráclito (devenidas del continuo movimiento del flujo de la vida -panta réi-) por qué entenderlas como enfrentadas, beligerantes, compitiendo, y no integradas allí donde confluyen/conviven como elementos complementarios y cooperativos, que mutuamente se necesitan para ser completos en el espacio común en el que se “encuentran” y se reconocen. Complementar es comple-(men)-tar, pues es en el encuentro de las dualidades (y multiplicidades) en donde se neutralizan sus fuerzas, integrándose una(s) en la(s) otra(s) para comple(men)tarse y expresarse/significarse en unidad de destino, confiriéndoles esta unidad su plenitud, la de ambos (o de todos, en el caso de la multiplicidad, en el caso de un conjunto de individuaciones), completos ahora. No es preciso entender las dualidades, o las diversidades, como fuerzas antagónicas en competición por resolver la fuerza, el poder o la supervivencia de una(s) de ellas sobre la(s) otra.
Vemos a diario que la fuerza/inteligencia de la Naturaleza no precisa de nuestros conceptos para expresar su dinamismo, que ahora comenzamos a vislumbrar, gracias al progreso de la ciencia, en un sentido que antes desconocíamos. Tesis-antítesis-síntesis fue la triada que consagró el racionalismo sin racionalidad dialogante e integradora, porque nació en el seno de la visión dual del mundo o de juego de contrarios y de oposiciones. Conocemos cuándo dolor ha generado esta visión del mundo con sus principios derivados de ella: competitividad, exclusión, diferencia, enfrentamiento, oposición, lucha, sometimiento, esclavitud, dependencia…, vida en constante tensión beligerante. Los nuevos paradigmas, que surgen como nuevo pensamiento emergente, difieren sustancialmente del viejo paradigma mecanicista, de él se alejan y lo superan (trascendiéndolo), porque tienen un origen bien distinto: la visión del mundo basada en el concepto de unidad, eje axial del nuevo pensamiento de unidad. Sólo en el seno de esta nueva visión de unidad, de integración y comprehensiva, pueden germinar los frutos de la paz y de la concordia, la cooperación desinteresada y fraterna, la inclusión/integración de todos los seres en el espacio que la vida nos ofrece para una equilibrada, sostenida, auto-organizada y armónica convivencia. Es el encuentro armónico de la vida con la vida lo que estamos descubriendo los seres humanos en este comienzo del Siglo XXI, no sin esfuerzo y sufrimiento. Integrar es, pues, conocer la unidad de la vida expresándose en una diversidad extraordinaria y fascinante. Hasta la fecha, debido a la naturaleza de la visión del mundo dual y separadora, sólo hemos percibido la diversidad que encierra la unidad. Es como si merásemos el bosque y sólo percibiéramos los árboles, sin percatarnos de que éstos son parte de un ecosistema que los inscribe, conteniendo una extraordinaria diversidad de vida. Y aunque los árboles son la “base visible” del bosque, no son el “sustrato” que hace posible la vida del mismo. Es tiempo de cambiar de percepción y conocer -con todas las fértiles y saludables consecuencias que encierra la nueva visión del mundo- la unidad que se manifiesta en la plural diversidad que la existencia nos ofrece. Dicho de un modo más gráfico: hasta la fecha hemos percibido del mundo sólo la pluralidad de elementos que configura su diversidad, pero nos hemos olvidado del sustrato, de la base, de la unidad que lo fundamenta y le da sentido, cohesionándolo mediante un sinfín de relaciones complejas e interdependientes, sin las cuales ningún elemento podría sobrevivir.
No podemos obviar que la diversidad es la expresión “natural” de la vida, por lo que debemos, no sólo respetarla, sino comprender la singularidad de cada una de las expresiones individuales que la diversidad encierra. Si la unidad debe resplandecer en la diversidad, las singularidades deben encontrar el espacio, los medios y modos naturales (sui generis) para que puedan desarrollarse, expresarse y mantenerse. Cuando hablamos de unidad no sólo nos referimos a la arquitectura y arborescencia que se percibe en un organismo vivo, individual o colectivo (tal es el caso de una comunidad como la humana), debido al juego de relaciones en las que entran las partes o elementos que lo constituyen. También nos referimos al “sustrato sutil” que posibilita que esas relaciones sean posibles: la vida que fluye por el hilvanado que garantiza las conexiones que relacionan unos elementos con otros y los hacen interdependientes.
Este hilvanado o hilo que une y posibilita que cada ser individual viva conectado a otros, y en esa interconexión tenga su sentido y existencia, todo ello es lo que llamamos vida. Y esa vida es única, la misma en cada uno y en todos los individuos/seres que pueblan la vida terrestre, en el caso de nuestro entorno planetario. Hablemos de la vida humana, mineral, vegetal o animal, todos somos vida fundamentada evolutiva y existencialmente en el mundo terrestre. La misma vida corre por el interior de cada uno de cuantos seres tomamos existencia en el planeta Tierra. Todos somos la diversidad en la que la vida se manifiesta. Si esta diversidad es un epifenómeno de la materia o la expresión de algo más sutil, como exponen las doctrinas religiosas, no es relevante en este punto de nuestra reflexión. Lo relevante es comprender la verdad de la unidad de la vida.
La sociedad global que inaugura el Siglo XXI nos exige un cuidado extremado y consciente en este asunto, de excepcional importancia para dar vida/adecuar los valores/principios de tolerancia y de respeto entre la diversidad de pueblos y culturas que pueblan el mundo global terrestre, porque en esos valores residen la base de una civilización que quiere cimentar la convivencia de sus pueblos en la concordia y la cohesión social y planetaria.
4. Entre la emergencia discrepante con el mecanicismo se encontraba el pensamiento sistémico (iniciado con la obra Teoría general de los sistemas, de L. von Bertanlaffy), desde donde se comenzaron a postular, ya desde mediados del Siglo XX, diversas propuestas paradigmáticas, entre las que destacamos el paradigma de “Ecología profunda” (Deep Ecology) de Fritjof Capra, que desde sus inicios se desvinculó de la idea de “ecología” que proponían los grupos de acción y las ONGs beligerantes con el capitalismo mecanicista. Fritjof Capra propuso unos valores consustanciales a (derivados de) una visión del mundo no dual; una nueva visión del mundo asentada en el principio de unidad, tal lo hacen las tradiciones de sabiduría orientales, y como lo hizo la ya desaparecida tradición occidental, que Leibnitz denominó “Philosophia perennis”.
La idea de integración del ser humano en el ámbito del ecosistema que lo alberga y lo nutre –la Tierra- como parte consustancial del mismo y sin que se establezca un rango de dominio sobre la vida que se desarrolla en-y-más-allá-de su entorno, es una de las ideas que nutren el paradigma de ”Ecología profunda” de Fritjof Capra. Cuando contemplo los trabajos artísticos de César Manrique me recuerdan ésta y otras ideas desarrolladas por el físico y pensador Fritjof Capra, quien ideó una nueva palabra muy sugerente para hablar de la cultura ecológica: ecoltura.
El ser humano y la naturaleza percibidos al mismo nivel, sin que aquél se superponga sobre el espacio natural y sin que lo perciba como un útil exclusivo para su dominio y uso (antropocentrismo). En esto consiste la idea de integración natural del ser humano en el espacio que habita, que hoy es observado como global, al igual que su Cultura. Pero aún no nos percibimos los seres humanos como parte integrante en el medio de la vida terrestre al mismo nivel de “participación” en el desarrollo y auto-conservación del macro-ecosistema, auto-sostenido en sí y por sí mismo, que es nuestro Planeta Tierra. La profundidad de la crisis que vivimos no nos permite aún hoy comprender la importancia de pensar una Cultura de integración “en la vida” que vaya más allá de unos diseños que no perjudiquen nuestra mirada al contemplar la Naturaleza, o que procure -por todos los medios posibles, tal hace la política y la industria impulsada por el capitalismo mecanicista- ocultar nuestra mala conciencia con “gestos o ideas ecologistas”. Estamos hoy aún muy distantes de comprender la dimensión que Fritjof Capra, por ejemplo, o César Manrique, entre otros, nos han querido comunicar con sus trabajos artísticos o filosóficos.
En el ámbito de lo estrictamente humano qué enriquecedora resultaría esta propuesta integradora que nos llega de la teoría y de la praxis en el dominio del nuevo pensamiento emergente no mecanicista1 en el que podemos percibir la vida en su unidad de “naturaleza” y de destino, si somos inteligentes, cabalmente racionales, fraternamente generosos e integradores y dignamente humanos, y asumimos que ninguna idea o credo o posición social nos da poder para ejercer el dominio sobre otro ser humano o sobre cualquier manifestación de vida terrestre o allende la Tierra.
NOTAS:
1 Ver: Esteban Díaz, En los Albores del Siglo XXI. Reflexiones
sobre el nuevo paradigma social no mecanicista: el Humanismo Global. Tiger Moon
Productions, 2009, Bangalore, India.
Fritjof Capra,_El punto Crucial. Ciencia, Sociedad y Cultura
Nacientes, Integral, Barcelona 1986 (1980).
_The Web of Life. A new synthesis of mind and matter,
Harper Collins, London, 1996.
(En la Isla de El Hierro, Isla chica, serena, infinita,
Septiembre, 2013)
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