Mitos y realidades sobre las mujeres musulmanas
El trato detestable hacia las mujeres en muchas sociedades musulmanas no concuerda ni con la historia del Islam ni con la palabra del Corán
30/10/2014 - Autor: Ruby Hamad - Fuente: Blog DB
Del original de Ruby Hamad en Daily
Life The most common myths about muslim women and why they are wrong,
traducido por Tina Mita y corregido por DB.
Mitos y realidades sobre las mujeres musulmanas
La percepción occidental de las mujeres musulmanas es a menudo contradictoria. A pesar de que se las compadece por considerarlas víctimas de opresión, las mujeres musulmanas también tienen que soportar el resentimiento contra lo islámico. La semana pasada, dos mujeres australianas y musulmanas, Randa Abdel-Fattah y Anne Azza-Aly, en el programa de debate Q&A del medio ABC de Australia destruyeron muy atinadamente muchos de los mitos y visiones distorsionadas que contaminan el ámbito del Islam y del terrorismo. Como respuesta a la creciente tensión tras las «redadas del terror» en el país, pedí ayuda a Randa, abogada que se encuentra actualmente trabajando en su doctorado, y de Anne, investigadora especializada en lucha antiterrorista, con el fin de desmantelar algunos de los mitos más comunes relativos a las mujeres musulmanas.
Mito: Las mujeres musulmanas están oprimidas
El supuesto que todas las mujeres musulmanas se encuentran oprimidas tiene su origen, principalmente, en los requerimientos islámicos de vestimenta (hijab). Mientras que el Corán exige tanto a hombres como a mujeres vestir «modestamente», en la práctica es principalmente la indumentaria femenina la que está sometida a escrutinio, y sus múltiples denominaciones dan lugar a interpretaciones encontradas con respecto a su propio significado. Mientras que las mujeres pertenecientes a la pequeña secta alauita abandonaron todos los tipos de hijab ya en los años sesenta, en el Islam suní (dentro del cual se encuentra el Salafismo, el más estricto en su interpretación), se inauguró una tendencia hacia una vestimenta más conservadora, por la cual cada vez más mujeres comenzaron a cubrirse la cara y el pelo.
Por supuesto, cualquier mujer que es forzada, ya sea por el Estado o por su propia familia, a llevar burqa o cualquier tipo de pañuelo en la cabeza, está siendo víctima de opresión. No obstante, muchas mujeres musulmanas eligen llevar velo por voluntad propia, y que esta elección sea solo potestad de mujeres nos lleva a cuestionar legítimamente si tal elección puede ser realmente libre. Sin embargo, Randa advierte que «todas estamos sujetas a la influencia de ciertas normas y expectativas sobre maneras de vestir, de comportamiento, de expresión… Creo que muy pocas decisiones son realmente «libres», ya sea a la hora de llevar el hijab o no, tanto si somos religiosas como si no».
En otras palabras, todas nuestras decisiones se encuentran coaccionadas por la sociedad patriarcal en la que vivimos. La impresión de que todas las mujeres musulmanas se encuentran subyugadas está vinculada a la errónea convicción de que la liberación de las mujeres en occidente ya se ha conseguido. Sin embargo, la idea de que los cuerpos femeninos existen básicamente para ser objetos sexuales está afianzada tanto en Occidente como en las sociedades musulmanas, ya que a las musulmanas se las empuja a ocultar su sexualidad mientras que a las occidentales se las anima a explotarla.
La abolición de estos sistemas de opresión no pasa por algo tan sencillo como prohibir un tipo determinado de vestuario. Así como las mujeres occidentales se hicieron ellas mismas con las riendas de su propia liberación, otro tanto deben hacer las mujeres musulmanas que se sientan constreñidas por su cultura. Anne defiende que una de las maneras por las que las musulmanas pueden ejercer su descontento puede ser «abriendo un debate sobre el niqab (burqa) al margen de cuestiones de derechos y apariencias y llevado al terreno del simbolismo político y de las interpretaciones religiosas». Irónicamente, cuanto más se obsesiona Occidente con el burqa y más intenta dictar cómo deberían vestirse las musulmanas, más musulmanas son excluidas del debate.
Mito: Las mujeres musulmanas o son analfabetas o lo parecen.
Las personas que pudieron presenciar el programa de las semana pasada habrán podido comprobar como Randa y Anne son un ejemplo de cuán erróneo es este mito, sin embargo, la propia hostilidad en algunas naciones musulmanas hacia la educación de mujeres alienta la percepción de que el propio Islam desaprueba la educación femenina.
«Es ridículo que en la mayoría de países musulmanes hayan olvidado u optado por ignorar la rica historia de jurisprudencia islámica, que han protagonizado un montón de maravillosas mujeres musulmanas», dice Randa, «Existe una enorme brecha entre la doctrina Islámica, nuestra historia y lo que actualmente percibimos».
Un hecho verídico es que la primera universidad del mundo la fundó una mujer musulmana en el siglo IX, y hoy en día las mujeres musulmanas trabajan sin descanso para asegurarse acceso a la educación. Una de ellas es Malala Yousafzai, pero también hay otras, como Sakeena Yacoobi, fundadora del Instituto Afgano de Enseñanza, que empezó educando a niñas en la clandestinidad durante el gobierno talibán en ese país en los años noventa.
La triste verdad es que existen fundamentalistas misóginos que niegan la educación tanto a mujeres como a algunos hombres simplemente porque eso facilita su opresión. Sin embargo, la doctrina islámica no solo condena este hecho, sino que se opone sistemáticamente al mismo: las primeras palabras del Corán rezan «Lee. Lee en el nombre del Señor.»
Mito: Las mujeres musulmanas constituyen un riesgo para la seguridad nacional.
En Australia, cuando el senador del Partido Liberal Australiano, de centro derecha, Cory Bernardi se apoyó en los recientes «terror raids» (redadas del terror) para, de nuevo, pedir la prohibición del burqa, la senadora Jacqui Lambie, del partido PUP (Palmer United Party, denominado así por su fundador, el magnate de la minería Clive Palmer), conservador, no dudó en unirse rápidamente a la propuesta, coincidiendo ambos en que el velo representa un riesgo para la seguridad del país.
Anne nos dice que mientras en algunos países árabes se ha prohibido el burqa por razones de seguridad, en Australia «no se han registrado incidencias que justifiquen ese nivel de preocupación». Es más, «existen fatwas (decretos religiosos) que dictaminan que el niqab (burqa) debe ser eliminado en circunstancias que requieran identificación con fines médicos o de seguridad. Así que ya existe una manera de mitigar los riesgos que puede provocar el uso de indumentaria que cubre el rostro respetando a la vez sentimientos religiosos».
El punto al que quiero llegar es que no hay razón para responsabilizar a mujeres de actos terroristas perpetrados principalmente por hombres. «No hay pruebas de la relación entre el terrorismo y el niqab,» dice Anne, «realmente no existe ese problema.»
Mito: Las mujeres musulmanas se encuentran un escalón por debajo de los hombres
Crecí en una casa donde de costumbres alauitas, donde mis hermanos recibían un trato preferente. Sin embargo, también recuerdo las razones (o excusas) dadas por mis padres tenían más relación con el estatus o la reputación que con la religión, y ahí surgía la clásica comidilla: «¡Pero no podemos dejarte salir! ¿Qué dirá la gente?!»
La línea que separa cultura y religión es muy estrecha. Mi amiga Sofía, profesora universitaria, dice que la religión es cultura, y que analizar ambas como fenómenos separados no esclarece nada. Las sociedades humanas moldean y modifican la religión según sus peculiaridades y prácticas (lo cual es, efectivamente, lo que observamos en grupos terroristas modernos).
Esto no modifica el hecho de que el trato detestable hacia las mujeres en muchas sociedades musulmanas no concuerda ni con la historia del Islam ni con la palabra del Corán. Mientras que mi visión del Islam parte desde una visión más secular que espiritual, para Randa cada día representa «una constante lucha para conciliar mi profunda convicción y devoción por la fe Islámica y las enfermizas noticias de abusos a mujeres en nombre de mi fe».
No obstante, añade, «no creo ni por un momento que la opresión y brutalidad dirigida contra mujeres parta de sinceras creencias religiosas. La opresión de la mujer es esencialmente una cuestión de ansia de poder y dominación sobre las mujeres, y puede manifestarse desde un ataque a niñas que buscan educación en Afganistán o el trato de segunda a las mujeres en Arabia Saudí».
A pesar de todas sus diferencias, las bases de las sociedades musulmanas y las sociedades occidentales son fundamentalmente las mismas, ya que las dos se han construido bajo el precario pilar patriarcal. Por mucho que nos guste culpar a la religión de todos los males del mundo, la verdad es que mucho de lo que consideramos represión religiosa es en realidad misoginia cultural.
Con respecto a esto último, os dejo con la palabra de Randa, quien hace un llamamiento por «una especie de cirugía radical en los países musulmanes con el fin de eliminar la fístula putrefacta y enfermiza del patriarcado, que amenaza con definir a la mitad de la población como órganos sexuales andantes… Esto conllevaría la promoción de argumentos teológicos fundamentados que empoderasen a las mujeres para así conseguir tomar decisiones dignas basándose en su propia tradición religiosa.»
Amén.
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