Olor a santidad
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El presidente López Obrador tiene una lógica muy extraña. Un programa como el del BID Invest, que otorga créditos a miles de empresas mexicanas y cuyos términos son públicos y transparentes, tiene necesariamente un tufo de corrupción. En cambio, las asignaciones directas de su Gobierno o la concentración en la Secretaría de Hacienda de las decisiones sobre el presupuesto demuestran que ya no hay corrupción.
Sobre el proyecto del BID Invest, el Presidente ha comentado: “De acuerdo a la experiencia, aunque se ha utilizado que es para apoyar a la pequeña empresa, aunque se ha utilizado que es para que haya crecimiento económico, aunque se ha utilizado para crear empleos, lo que está demostrado es que esos rescates arriba son equivalentes a corrupción, son sinónimo de corrupción”.
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No se ve, sin embargo, de dónde pueda provenir la corrupción en el caso del BID Invest. El Consejo Mexicano de Negocios ha gestionado una línea de 12 mil millones de dólares en créditos que podrán ser solicitados por 30 mil pequeñas y medianas empresas mexicanas que el Gobierno decidió no apoyar. Los criterios de adjudicación son justos y transparentes. El BID Invest tiene obligación legal de recuperar los créditos y los intereses. El único problema aparente es que el Gobierno no está concediendo los créditos y, por lo tanto, no puede adjudicarse el reconocimiento político.
En contraste, muchas de las decisiones del Presidente se prestan a cuestionamientos. Ahí está la compra sin licitación de pipas para el transporte de gasolina que se justificó por la grave escasez de combustible a principios de 2019. No tenemos información que nos permita saber si las adquisiciones fueron honestas o qué se está haciendo ahora con los vehículos ante el desplome del consumo de gasolina. Por otra parte, buena parte de los contratos para los proyectos favoritos del Presidente, como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía, se están haciendo con poca o nula información pública. El Presidente, además, está promoviendo una iniciativa para que Hacienda reoriente el presupuesto a los propósitos que su Gobierno considere prioritarios. Si bien es cierto que los anteriores mandatarios siempre hicieron lo que quisieron con el gasto público, esto despojaría formalmente a la Cámara de Diputados de la facultad que le da la Constitución de definir y aprobar el presupuesto.
Ayer el Presidente afirmó, como ha dicho tantas veces, que las críticas a su Gobierno son producto de que “ya no hay corrupción”. Sacó una vez más un “pañuelito blanco” para pedir una tregua a sus críticos.
Es verdad que la corrupción ha sido una lacra permanente en los gobiernos mexicanos, pero la mejor forma de resolver el problema es establecer prácticas que obliguen a la transparencia del gasto y a la realización de licitaciones públicas. Quizá el Presidente sea personalmente honesto, pero aumentar las asignaciones directas, reducir la transparencia y fomentar la discrecionalidad del gasto no son las medidas que ayudarán a disminuir la corrupción.
López Obrador está convencido de que su honestidad personal es garantía de que su Gobierno no es corrupto, pero muchas de las medidas que está reintroduciendo son precisamente las que hicieron de México un país de extraordinaria corrupción. Para él, sin embargo, es un dogma que todo lo que hicieron sus predecesores fue corrupto, pero todo lo que él hace tiene olor a santidad.
Sin cadenas
Definieron la producción de alimentos como esencial, pero no la de envases, empaques y embalajes, por lo que cada vez es más difícil mandar productos alimenticios al mercado. Eso es no entender cómo funcionan las cadenas de producción y distribución.
El presidente López Obrador tiene una lógica muy extraña. Un programa como el del BID Invest, que otorga créditos a miles de empresas mexicanas y cuyos términos son públicos y transparentes, tiene necesariamente un tufo de corrupción. En cambio, las asignaciones directas de su Gobierno o la concentración en la Secretaría de Hacienda de las decisiones sobre el presupuesto demuestran que ya no hay corrupción.
Sobre el proyecto del BID Invest, el Presidente ha comentado: “De acuerdo a la experiencia, aunque se ha utilizado que es para apoyar a la pequeña empresa, aunque se ha utilizado que es para que haya crecimiento económico, aunque se ha utilizado para crear empleos, lo que está demostrado es que esos rescates arriba son equivalentes a corrupción, son sinónimo de corrupción”.
No se ve, sin embargo, de dónde pueda provenir la corrupción en el caso del BID Invest. El Consejo Mexicano de Negocios ha gestionado una línea de 12 mil millones de dólares en créditos que podrán ser solicitados por 30 mil pequeñas y medianas empresas mexicanas que el Gobierno decidió no apoyar. Los criterios de adjudicación son justos y transparentes. El BID Invest tiene obligación legal de recuperar los créditos y los intereses. El único problema aparente es que el Gobierno no está concediendo los créditos y, por lo tanto, no puede adjudicarse el reconocimiento político.
En contraste, muchas de las decisiones del Presidente se prestan a cuestionamientos. Ahí está la compra sin licitación de pipas para el transporte de gasolina que se justificó por la grave escasez de combustible a principios de 2019. No tenemos información que nos permita saber si las adquisiciones fueron honestas o qué se está haciendo ahora con los vehículos ante el desplome del consumo de gasolina. Por otra parte, buena parte de los contratos para los proyectos favoritos del Presidente, como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía, se están haciendo con poca o nula información pública. El Presidente, además, está promoviendo una iniciativa para que Hacienda reoriente el presupuesto a los propósitos que su Gobierno considere prioritarios. Si bien es cierto que los anteriores mandatarios siempre hicieron lo que quisieron con el gasto público, esto despojaría formalmente a la Cámara de Diputados de la facultad que le da la Constitución de definir y aprobar el presupuesto.
Ayer el Presidente afirmó, como ha dicho tantas veces, que las críticas a su Gobierno son producto de que “ya no hay corrupción”. Sacó una vez más un “pañuelito blanco” para pedir una tregua a sus críticos.
Es verdad que la corrupción ha sido una lacra permanente en los gobiernos mexicanos, pero la mejor forma de resolver el problema es establecer prácticas que obliguen a la transparencia del gasto y a la realización de licitaciones públicas. Quizá el Presidente sea personalmente honesto, pero aumentar las asignaciones directas, reducir la transparencia y fomentar la discrecionalidad del gasto no son las medidas que ayudarán a disminuir la corrupción.
López Obrador está convencido de que su honestidad personal es garantía de que su Gobierno no es corrupto, pero muchas de las medidas que está reintroduciendo son precisamente las que hicieron de México un país de extraordinaria corrupción. Para él, sin embargo, es un dogma que todo lo que hicieron sus predecesores fue corrupto, pero todo lo que él hace tiene olor a santidad.
Sin cadenas
Definieron la producción de alimentos como esencial, pero no la de envases, empaques y embalajes, por lo que cada vez es más difícil mandar productos alimenticios al mercado. Eso es no entender cómo funcionan las cadenas de producción y distribución.
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