El pequeño hombrecito que tenemos de presidente
Cuando México vive días difíciles esperando el golpe de contagios más alto de coronavirus, cuando vemos que el sistema de salud está desmantelado y va a ser insuficiente para atender a los enfermos de la pandemia; cuando el mundo está en recesión económica, cae el precio del petróleo, sube el dólar y la fuga de capitales se acelera. Cuando necesitamos un estadista, Andrés Manuel López Obrador se empeña en exhibir su pequeñez.
Lo normal es tener un líder que se crezca ante los retos, que sorprenda por su capacidad de lectura, adaptación y respuesta a la realidad. La historia está plagada de ejemplos. Dirigentes de ejércitos o de gobiernos que han sobrevivido a la crisis, sacado fuerza de lo que parecía inminente derrota, y han pasado a la historia como gigantes.
No va a pasar así con nuestro presidente. En vez de asumir la nueva realidad que se configura todos los días ante nuestros ojos, la niega con una obcecación que ya alcanza niveles patológicos.
El presidente que estamos viendo en estos días es el hombrecito pequeño, profesional y culturalmente limitado, que supo esconder sus limitaciones mientras construía, a lo largo de 30 años, un proyecto fincado en diagnósticos pero, ahora sabemos, sin soluciones acordes a nuestro tiempo. O con respuestas sacadas del manual del buen populista latinoamericano.
Al que vemos en estos días, es el verdadero López Obrador, el personaje obcecado y obsesionado por su paso al bronce de la historia, que en su ruta inamovible, desoye consejos y reta a la realidad con palabrería y escapularios.
Un demagogo sin capacidad de administrar o de organizar equipos, porque desprecia la inteligencia y la ciencia. Un populista dedicado a dividir a la sociedad tanto como a eludir responsabilidades, a buscar culpables de sus propios errores, de su ineptitud y de su demostrada incapacidad de gobernar.
La administración pública mexicana está desdibujada en la crisis sanitaria que vivimos a causa del coronavirus, afectada por una especie de bipolaridad. Por un lado, un “brazo científico” que nunca advirtió realmente del riesgo que ahora enfrentamos y de la noche a la mañana, nos dice que debemos quedarnos en casa porque ésta es “la última llamada”.
Por el otro, el brazo populista presidencial desdeñando el riesgo, saludando gente, viajando por todo el país a riesgo de incluso enfermarse; todo porque dice que si para, si deja de hacer giras para inaugurar mercados o supervisar la construcción de carreteras, habrá vacío de poder.
En las horas más difíciles de los últimos tiempos, el presidente dedica su esfuerzo a lo que debería estar haciendo un presidente municipal, o un inspector de la secretaría estatal de Obras Públicas.
¿Por qué no tenemos un presidente capaz de unir a la sociedad en una lucha por la vida? porque su genética política es la de resistir en el conflicto. Por eso ayer combatía a la “Mafia del Poder” y poco antes al “Innombrable”. Por eso su guerra de hoy es contra los “conservadores”.
De hecho, si revisamos su historia, Andrés Manuel siempre se ha movido como pez, o más bien como pejelagarto, en las aguas turbias. Lo suyo no es el acuerdo, ni la conciliación, ni los pactos económicos y sociales a los que apura con ingenuidad, Porfirio Muñoz Ledo.
Lo del presidente el descontón, la burla hiriente, los apodos y las etiquetas al adversario; criticar el trabajo de periodistas, doblegar a las empresas, ignorar reclamos, justificar su voluntad a través de consultas populares, bloquear pozos, cerrar avenidas y carreteras. Presumir sus prejuicios y sus traumas como virtudes. Hacerlos políticas públicas.
La presidencia ha terminado por exhibir al pequeño hombrecito que tenemos dirigiendo al país y que nos puede llevar a todos, al precipicio como ha llevado el debate y la vida pública de México al pantano de la polarización y del desencuentro. El asunto más grave ahora mismo es el de la pandemia, pero cualquiera que sea el desenlace por cuanto a contagios y víctimas mortales durante las próximas semanas, lo que viene, la crisis económica, va a ser peor.
El problema es que el presidente siente que sus adversarios y la realidad, complotean en su contra. Y por supuesto, no les va a dar el gusto. “¿De qué quieren su nieve?”, reta a quienes le piden un poco de responsabilidad ante el tamaño de la recesión económica mundial, lo que para cualquiera con sentido común significa reorientar el gasto público, cancelar proyectos que cada vez resultan más inviables como el tren maya, el aeropuerto y la refinería.
Pero el tabasqueño de ningún modo cambiará de planes. Prefiere mantenerse en la ruta aunque el encontronazo con la realidad es inminente y terminará por hundir a su gobierno. Para decirlo en sus propias palabras, Andrés Manuel López Obrador ve la tempestad que se le viene encima y no se va a hincar. Prefiere inmolarse políticamente, lanzarse a una guerra santa contra el neoliberalismo mundial que quiere “tumbarlo”. De ese tamaño es su paranoia. El futuro del país es color pantano.
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