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sábado, 5 de septiembre de 2015

La sombra del califato

La sombra del califato


Jesús M. Pérez 

Analista de seguridad y defensa especializado en la transformación de los conflictos armados.

Escrito el 4 de julio de 2014 a las 11:09 | Clasificado en Oriente Medio

El ISIL declara su intención de instaurar un califato, una figura desaparecida desde la caída del Imperio Otomano. En el otro bando los movimientos carecen de coordinación.
Bandera del califato del ISIL (Fuente: Wikipedia)
Bandera del califato del ISIL (Fuente: Wikipedia)

El pasado domingo día 29 de junio el portavoz del grupo yihadista Emirato Islámico de Irak y el Levante anunció la “restauración del Califato” con el líder del grupo, Abu Bakr al-Baghdadi, como “comendador de los creyentes” (‘amīr al-mu’minīn’). El grupo cambió por enésima vez su nombre para convertirse esta vez en simplemente Emirato Islámico.
El califato fue la forma de gobierno inicial de los dominios del Islam tras la muerte de Mahoma y supone la combinación del poder religioso y político en una sola figura. Precisamente la disparidad de criterios sobre quién debía ocupar el cargo fue motivo del cisma religioso que dividió el Islam en dos ramas: Sunní y chiita.
La última entidad política en el mundo musulmán cuya cabeza de estado fue reconocido como califa fue el Imperio Otomano, que llegó a extender sus dominios desde Bosnia a Yemen y desde Libia a Irak. En las últimas décadas, diferentes grupos yihadistas han defendido la reimplantación del califato entendido como una forma de gobierno que transcienda las actuales fronteras nacionales de los países musulmanes, que en el caso del mundo musulmán para dividir el Imperio Otomano con tiralíneas en naciones artificiales tras el fin de la Primera Guerra Mundial.
Pero, a pesar de las ambiciones y el ego de Osama Bin Laden, Al Qaeda jamás mantuvo un dominio efectivo sobre grandes territorios en Oriente Medio y jamás se atrevió a proclamar algo así. Según Jordi Pérez Colomé, “el califato es la mayor novedad yihadista desde el 11-S”.
El hasta hace poco conocido como Emirato Islámico de Irak y el Levante declaró en su momento su intención de abolir la división territorial de Oriente Medio nacida con el acuerdo Sykes–Picot, realizando la demolición pública de un puesto fronterizo entre Irak y Siria. Ya han circulado por internet varios mapas con las supuestas ambiciones del ahora llamado Emirato Islámico deextender sus dominios por todos los países musulmanes, incluyendo la antigua Al Andalus, aunque se trata de algo habitual en esta clase de grupos.
Actualmente controla territorio entre Siria e Irak gracias a la debilidad del régimen alawita de Assad en Siria oriental y del gobierno del chiita Al Maliki en el centro-oeste sunní de Irak. En un principio los yihadistas del Emirato Islámico fueron bienvenidos por la población local del norte de Irak por los agravios percibidos frente al gobierno de Bagdad.
En Siria, el nuevo Emirato Islámico es famoso por su brutalidad con los cristianos y los musulmanes moderados, pero la experiencia histórica nos enseña que en países devastados por la guerra y el desgobierno la población llega a aceptar gobiernos despiadados si logran un cierto tipo de orden. Fue el caso del ascenso de los talibán en Afganistán tras el caos que se apoderó del país tras la retirada soviética o  la aparición de la Unión de Tribunales Islámicos en  Somalia tras una década de guerra civil.
En sus dominios de Siria, el Emirato Islámico ha tratado de crear una apariencia de normalidad, con órganos de gobierno y servicios públicos. El Emirato Islámico es conocido por cultivar las relaciones con los medios occidentales, manejar con destreza la propaganda en las redes sociales y producir vídeos bastante profesionales. Si ha logrado ir consolidando su poder es porque dedicó pocas energías y recursos en Siria a luchar contra el régimen de Assad para concentrarse en ganar territorio a costa de kurdos y grupos rebeldes moderados.
Los dilemas de los implicados
La nueva situación en Irak plantea varios dilemas a los actores implicados. En primer lugar, el Emirato Islámico es un monstruo que ha escapado el control de sus protectores en las monarquías petroleras de la Península Arábiga.  Como ya se vio hace tiempo tras la caída de los regímenes de Túnez y Egipto, los gobiernos de los países del Consejo de Cooperación del Golfo pusieron en práctica la máxima de que la mejor forma de predecir el futuro es creándolo: en vez de esperar el desarrollo de las acontecimientos en Libia y Siria, decidieron intervenir en apoyo de los rebeldes. Pero si en Libia hubo una cierta coordinación, en Siria hubo una franca competición geoestratégica que llevó a cada país a apoyar a un grupo diferente de rebeldes que terminaron enfrentándose entre ellos.
Arabia Saudita aprendió las lecciones de la yihad afgana y decidió no apoyar a grupos islamistas radicales que a la larga pudieran volverse en su contra. El pasado mes de marzo el gobierno de Riyad incluyó en su lista de organizaciones terroristas al Emirato Islámico de Irak y el Levante junto con el Frente Al-Nusra, un grupo sirio asociado a Al Qaeda. Qatar, por su parte, ha jugado a  ser un aprendiz de brujo apoyando a grupos radicales. El primer ministro iraquí acusó a Arabia Saudita y Qatar de estar detrás de la violencia que asola el país. Aunque no hay que despreciarel importante papel de los donantes privados.
Un bloqueo del flujo de fondos que desde organizaciones privadas y los bolsillos de fieles ultraconservadores que termina en manos del Emirato Islámico podría hacer daño al grupo, pero en su conquista de Mosul se hicieron con 450 millones de dólares. El grupo también se ha estado beneficiando, según la oposición turca, del contrabando del petróleo hacia Turquía tras apoderarse de infraestructuras claves de la industria petrolera siria. Además, antes de que estallara la actual crisis, el Emirato Islámico de Irak y el Levante habría estado recaudando dinero en Irak mediante contrabando y extorsión, con funcionarios iraquíes en su nómina que facilitaron la rápida caída de Mosul.
El otro actor de este conflicto al que se le plantea un enorme dilema es Estados Unidos. El gobierno de Obama puso gran empeño en acabar con la presencia de tropas estadounidenses en los conflictos iniciados en el post-11S por el gobierno Bush, principalmente Afganistán e Irak.La moderada implicación en el conflicto de Libia y la tibieza ante Siria reflejaron el deseo de no verse arrastrados por la vorágine de otro estado musulmán en colapso. La doctrina Obama podría resumirse en tratar las crisis con la menor huella sobre el terreno posible. Pero Obama no puede ignorar el desafío lanzado por el Emirato Islámico en Irak.
Como en el caso de Ucrania, no parece que las intervenciones rápidas y ligeras puedan resolver una crisis así. El problema es que las fuerzas estadounidenses desplegadas en Irak no se van a ver acompañadas como en 2003 por las de otros países aliados, sino que el único país dispuesto a poner recursos y hombres sobre el terreno para sostener el gobierno de Al Maliki es Irán. La actual crisis ha generado un entramado complejo de alianzas, que coloca a Estados Unidos e Irán en el mismo bando del conflicto en Irak siendo rivales en Siria. Mientras, Rusia pesca en río revuelto ofreciendo ayuda militar a Irak. Al igual en Irak que en el caso de Egipto, el vacío dejado por Estados Unidos es rápidamente ocupado por otros actores internacionales.

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