La legión de suicidas que siembra el terror en Mosul
El pariente de un kamikaze relata a EL MUNDO el reclutamiento del joven y su uso en la batalla por la segunda ciudad de Irak
Abdelbaki Yehia apenas había cumplido los 23 años cuando, en busca del paraíso, arrojó el vehículo cargado de explosivos que conducía contra las líneas enemigas en Al Qayara, al sur de Mosul.
"Era un niño. Trabajaba desde muy pequeño y no sabía leer ni escribir", cuenta a EL MUNDO Ahmed Zakar, tío del kamikaze. El joven es uno de los cientos de terroristas suicidas que el autodenominado Estado Islámico ha manufacturado durante meses para convertir el avance hacia Mosul de las tropas iraquíes en un baño de sangre. Hasta que hace unos meses se fugó de casa, Abdelbaki vivía junto a su familia en Fadiliya, una aldea a 4 kilómetros al norte de Mosul. "Trabajaba como guarda nocturno vigilando las tiendas de los alrededores. No tenía ningún tipo de ideología ni demasiadas nociones de religión", evoca Zakar, que dirige una escuela en la villa. "Los del 'Daesh' [acrónimo del Estado Islámico en árabe] le engañaron y le lavaron el cerebro. Durante las horas de trabajo entró en contacto con ellos y le sedujeron con dinero", agrega el maestro.
Contactados por este diario, los padres del veinteañero han rehusado hacer declaraciones. Hace meses que su vástago se marchó del hogar familiar. Desde entonces les había visitado en un par de ocasiones. En uno de aquellos encuentros fugaces les informó de que se había enrolado en el IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés) y les confesó que se entrenaba en un campamento del grupo en Mosul. "Aparecía vestido con el uniforme del 'Daesh' y con barba. Estaba muy cambiado", desliza Zakar. La última vez que supieron de él fue, sin embargo, en boca del "emir" (el alcalde del pueblo) poco antes de que Fadiliya fuera arrebatada al IS por los "peshmerga" (soldados del Kurdistán iraquí). El responsable local acudió a su vivienda y les comunicó que su hijo había abrazado "el martirio". A modo de "premio" por su óbito les entregó unos 400 euros. "Murió en una operación suicida en Al Qayara. La familia no comulgaba con sus ideas. El padre trató de convencerle para que dejara la organización y terminó repudiándolo", comenta a este diario Yunes, un vecino del pueblo que conoce a unos padres que arrastran ahora la sospecha de tener vínculos con los extremistas.
"Es una familia normal como el resto de campesinos que viven en Fadiliya. Su padre trabajó con el ejército iraquí y está jubilado. Nunca aceptó la decisión de su hijo", explica su tío. A pesar del rechazo de progenitor y hermanos, Abdelbaki no cambió de parecer y consumió sus días en una brigada de kamikazes como la que hace una semana llegó a Mosul desde Raqqa, la capital "de facto" del califato, poco antes de que las milicias chiíes de "Hashid Shaabi" completaran el cerco sobre la segunda ciudad de Irak. Los acólitos de Abu Bakr al Bagdadi han convertido los coches bomba en el arma más poderosa de una batalla desigual en la que unos 6.000 militantes resisten las embestidas de una amalgama de fuerzas -entre uniformados kurdos, iraquíes y milicias chiíes con respaldo aéreo de la coalición internacional- que integran más de 100.000 hombres. "Los han usado como una demostración de poder. Al principio eran vehículos blindados y lanzaban veinte al día pero ahora el número ha disminuido. Ya no tienen ningún efecto", indica a este diario el general Najim al Yaburi, a cargo de las operaciones del ejército iraquí en la provincia de Nínive, cuya capital es Mosul.
Pese a las declaraciones de este oficial, los kamikazes a bordo de furgonetas y coches continúan causando bajas. En uno de sus últimos y cuidados vídeos, de 30 minutos de duración, el IS muestra los efectos de un puñado de acciones suicidas recurriendo a imágenes aéreas. En los fotogramas, los coches bomba avanzan por el callejero de pueblos recién liberados sorteando obstáculos hasta colisionar con tanques y vehículos del ejército y saltar por los aires. "Los infieles no sabéis que tenemos miles de mártires. Esta es la tierra del califato. La tierra del honor y la dignidad de los musulmanes", declama una voz en árabe mientras una bola de fuego engulle el mapa y los restos de los blindados caen sobre las azoteas cercanas. "Nuestros solados -agrega- no han muerto. Se les ha otorgado la vida en el paraíso. Nuestra guerra será larga y solo conocerán la victoria quienes han derramado su sangre". Según el IS, sus acciones han segado la vida de 2.200 uniformados desde el inicio de la ofensiva y han enviado al desguace equipamiento por valor de 420 millones de dólares. En los fogonazos a vista de pájaro, también queda constancia del pánico que sacude a los soldados cuando intuyen a lo lejos la presencia de un coche bomba. En varias escenas, los uniformados huyen despavoridos en los segundos previos a la explosión. "Son imágenes muy dolorosas para el ejército. Se ve que los soldados no pueden hacer nada salvo escapar", reconoce un activista que exige anonimato. La secuencia desempolva el recuerdo de la huida que los agentes protagonizaron en junio de 2014 dejando expedito el camino a las huestes del califato. "Hay muchos -apostilla- que están escapando. Los soldados están cansados y hartos. Después de semanas siguen lejos de Mosul y en el mejor de los casos quedan por delante docenas de barrios que conquistar". Un combate que a diario se alimenta de vidas como la de Abdelbaki. "Su familia está destrozada. Y lo están sufriendo en silencio", concluye Zakar.
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