SIONISMO Y ANTISEMITISMO: DOS CORRIENTES QUE SE ALIMENTAN MUTUAMENTE
PIERRE STAMBUL
Vivimos en plena confusión. Judío es una palabra que designa a pueblos
que tienen una comunidad de destino ligada a la religión. Sionista es
una ideología. Israelí, es una nacionalidad. E israelita, es el nombre
(napoleónico) dado a la religión judía. A causa de estas confusiones,
el pueblo palestino paga desde hace decenios por un crimen que no ha
cometido: el antisemitismo y el genocidio nazi. A causa de esas
confusiones, el estado de Israel goza de una impunidad total a pesar
de las incesantes violaciones del derecho internacional. A causa de
esas confusiones, toda crítica de la política israelí es
inmediatamente calificada como antisemita. Si proviene de ciudadanos
judíos, éstos son calificados inmediatamente de traidores que se odian
a sí mismos. En fin, a causa de estas confusiones, (re)aparece una
nueva forma de antisemitismo que atribuye a todos los judíos los
crímenes cometidos por el estado de Israel. Por supuesto, no es fácil
distinguir judío, sionista e israelí: el estado de Israel se define
como “judío”. Se habla de colonias judías, no de colonias israelíes.
La distinción, sin embargo, es indispensable.
Una historia fabulada
Para los sionistas, los judíos tienen derechos imprescriptibles sobre
la “tierra de sus antepasados”. Fueron expulsados de ella, hace dos
mil años, han conocido el “exilio”, y gracias al sionismo, han hecho
su “ascensión” (Alya) a Israel y han podido reconstruir finalmente el
reino unificado de David y Salomon. Para los sionistas, incluso los no
creyentes, la oración “el año que viene en Jerusalén” justifica la
necesidad de un estado judío en Palestina. Los sionistas han ido a
buscar en la Biblia todos los episodios que puedan justificar las
conquistas y la limpieza étnica hoy en marcha. Para los sionistas, la
“centralidad” de Israel no es discutible y la Diáspora (dispersión) no
es más que un desafortunado paréntesis. Se ha hecho todo lo posible
para borrar su huella. Las lenguas de la Diáspora (judeo-árabe,
ladino, yiddish) han desaparecido en beneficio de una “resurrección”
del hebreo. Los valores y la cultura de las diásporas han sido
borradas en beneficio de un “homo judaicus” nuevo, militarista,
chauvinista y “que cultiva su tierra” para “transformar el desierto en
jardín”. Para los sionistas, la Diáspora ha sido una secuencia
ininterrumpida de persecuciones y de catástrofes según la imagen del
libro de André Schwartz-Bart (El último de los justos) que comienza en
la Edad Media con el pogromo de York y acaba en Auschwitz. Para los
sionistas, el antisemitismo es ineluctable, es omnipresente y es
inútil intentar combatirlo. Dicho de otra forma, los judíos no pueden
vivir más que entre ellos y no pueden contar más que con ellos mismos,
de donde proviene el proyecto loco (y criminal) de hacer venir a todos
los judíos del mundo entero a Israel. Por consiguiente, para los
sionistas, el fin justifica los medios y esto explica su estrategia
permanente: el hecho consumado y la huida hacia adelante. Los
sionistas han mitificado el episodio de Massada en el que los Zelotes
rebelados contra el imperio romano prefirieron el suicidio colectivo a
la sumisión. El complejo de Massada se basa en el miedo permanente a
la aniquilación. Los israelíes tienen miedo. Para ellos, todo
retroceso significa “los judíos al mar”. Tienen miedo de no tener
miedo, lo que les obligaría a reflexionar sobre el sentido y el futuro
del proyecto colonial que han puesto en pie desde hace más de un
siglo. De forma simbólica, a la salida del museo de Yad Vashem en
Jerusalén, consagrado al genocidio nazi, hay un monumento celebrando
la fundación de Israel. Ya está: Israel sería LA respuesta al
antisemitismo y su salida natural. En esta óptica, es lógico que los
sionistas no hayan admitido verdaderamente la existencia el pueblo
palestino. Para uno de los primeros sionistas, Israel Zangwill, había
que encontrar una “tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” y los
sionistas decidieron que sería Palestina. La historia enseñada en
Israel habla de una presencia judía masiva ininterrumpida en
Palestina. Habla de un pogromo a propósito de la revuelta palestina de
1936 contra el colonialismo sionista. Más cerca de nosotros, los
dirigentes israelíes han calificado a Arafat de un “nuevo Hitler” y
Ariel Sharon, en el 60 aniversario de la liberación de Auschwitz,
justificó el bloqueo de Palestina y los asesinatos selectivos en
nombre del exterminio. En definitiva, el fantasma del genocidio sirve
de escudo y de pretexto para asociar a los palestinos con los nazis y
justificar así la destrucción de la sociedad palestina. Para los
sionistas, los judíos del mundo árabe han sido perseguidos y los
askenazis les han salvado haciéndoles “ascender” a Israel. Los
sionistas han borrado las diferencias ideológicas. Tanto los de
izquierda como los de derecha propagan la misma fábula sobre la
historia del judaísmo, olvidando incluso decir que una buena parte de
las víctimas del genocidio no tenían nada que ver con su ideología y
eran a menudo no creyentes. Para los sionistas, los judíos han sido,
son y serán víctimas. Como resultado, son totalmente insensibles al
dolor del otro o a la situación en la que se encuentra.
Desmitificar
Muchos crímenes son regularmente cometidos utilizando una manipulación
de la historia, de la memoria y de la identidad. La guerra del Próximo
Oriente no constituye una excepción. Quienes han hecho del trabajo de
desmitificación del sionismo son, pincipalmente, israelíes. Comencemos
por la arqueología /1. Desmiente totalmente la lectura literal de la
Biblia sobre la que se habían apoyado incluso ateos como Ben Gurion.
Muestra que en la antigüedad (la Biblia también lo evoca), Palestina
estuvo siempre habitada por pueblos distintos: hebreos por supuesto,
pero también idumeos, moabitas, filisteos, cananeos... Los hebreos son
un pueblo autóctono y los episodios de la llegada de Mesopotamia
(Abraham) o del exilio de Egipto (Moisés) son legendarios. No se
encuentra ninguna huella de la conquista sangrienta de Canaan por
Josué e incluso el reino unificado de David y Salomón no existió tal
como lo cuenta el relato bíblico: en aquella época Jerusalén no era
más que una aldea. Por tanto la reconstitución de una patria antigua
anterior al exilio es algo en gran medida fabulado: los reinos de
Israel y de Judá probablemente siempre fueron entidades distintas.
Las consignas regularmente repetidas por los colonos religiosos del
Gush Emonim (el Bloque de la Fe) afirmando que Dios dio Judea-Samaria
al pueblo judío no se basan en nada y son, por otra parte, totalmente
refutadas por otras corrientes religiosas. ¿Hubo exilio? Si se cree a
numerosos historiadores, entre ellos Shlomo Sand que lo dice
claramente, en el momento de la destrucción del segundo templo por las
tropas de Tito (70 d JC), solo una minoría de los habitantes se fue,
en particular los rabinos. En aquel momento, la dispersión ya había
comenzado y había ya judíos en Babilonia, Alejandría o en África del
Norte. Los palestinos de hoy, que son un pueblo autóctono, serían pues
esencialmente los descendientes de los que permanecieron (entre ellos
muchos judíos romanizados). Entonces, ¿de dónde vienen los judíos?
Durante los primeros siglos de la era cristiana, la religión judía es
proselitista. Fue la religión la que se dispersó, no las personas.
Bereberes, españoles, griegos, romanos, germanos se convirtieron al
judaísmo. Más tarde los Kazakos, pueblo de origen turco entre el
Caspio y Mar Negro hicieron igual. La religión judía dejó de ser
proselitista en el imperio romano, cuando el emperador Constantino
impuso el cristianismo como religión oficial. Shlomo Sand pone en
cuestión la existencia de un pueblo judío. ¿Qué hay de común entre
judíos yemenitas, judíos españoles y los del yiddishland? Hay una
religión y un libro, pero hablar de pueblo exiliado, es algo que no
corresponde a la realidad. Los sionistas han surfeado sobre la
persecución de los judíos europeos para inventar esa noción de pueblo
exiliado que está en proceso de retorno. La diáspora no es un
paréntesis de la historia del judaísmo. Es su centro. Fue en la
diáspora donde se estableció lo esencial de los ritos y de las creencias.
Las referencias a Jerusalén, al muro de las lamentaciones y a las
escenas contadas en la Biblia son simbólicas. No han significado jamás
una “aspiración” a recrear un estado judío en “tierra prometida”.
Tienen un poco la misma significación que el rezo de los musulmanes en
dirección a La Meca. La noción de “pueblo elegido” no ha conferido
jamás a los judíos derechos superiores a los de los demás (los “goys”,
los “gentiles”). Expresa sencillamente una relación particular con
Dios. De la revuelta de Bar Kojba en el siglo II a la llegada de los
primeros colonos sionistas a finales del siglo XIX, los judíos no han
representado jamás más del 5% de la población de Palestina. Es menos
que en los países vecinos (Egipto, Mesopotamia, Persia, Yemen). Es
mucho menos que en la España del siglo XIV o en la “zona de
residencia” del imperio ruso del siglo XIX (Vilnius, Varsovia, Minsk,
Odessa....).
Del antijudaísmo cristiano al antisemitismo racial
La mayor parte de los reinos o de los imperios han tolerado muy mal el
pluralismo religioso. Los romanos exigían a los pueblos sometidos que
añadieran las divinidades romanas a sus propias divinidades. Lo que
funcionó con los griegos y los galos no funcionó con los judíos,
monoteísmo obliga. Una parte de los judíos adoptó la lengua griega y
aceptó la “romanidad”. Pero no todos y la revuelta contra Tito comenzó
en Jerusalén por una guerra civil entre judíos, muy bien descrita por
Pierre Vidal-Naquet. Ese conflicto entre quienes aceptan el mundo de
los “gentiles” y quienes lo rechazan en nombre de una concepción
exclusiva del judaísmo prosigue 2000 años más tarde. El cristianismo
no ha sido jamás pluralista y en cuanto llega al poder, ataca
ferozmente a las demás religiones. El culto de Mithra o el arrianismo
no han sobrevivido. El judaísmo ha sobrevivido, pero, ¡a qué precio!
Los cristianos encerraron a los judíos (juderías, ghettos, etc.), les
prohibieron la posesión de la tierra y les empujaron a ejercer los
oficios que les valieron el odio de los pueblos (la venta ambulante,
la usura, la banca). Desde la Alta Edad Media se sucedieron las
expulsiones con su cortejo de dramas. Uno de los primeros pogromos
(masacres masivas) fue cometido por la primera cruzada que, antes de
“matar al infiel” y de “liberar” el Santo Sepulcro, se entrenó con las
comunidades judías del valle del Rhin, provocando el comienzo del
desplazamiento hacia el Este de los Askenazis. El mundo musulmán no
produjo el mismo fenómeno: el estatuto de dhimmi que es reservado a
los “Pueblos del Libro” (cristianos, judíos, zoroastrianos...)
permitió a los judíos del mundo musulmán conocer una paz relativa y
una cierta estabilidad. Los momentos de tensión fueron raros (la
llegada de los almohades a Andalucía, la masacre del oasis de Tuat en
el Sahara...) y correspondían sobre todo a períodos de crisis. Antes
del sionismo no hubo ni expulsión ni pogromos contra los judíos en el
mundo musulmán.
El antijudaísmo cristiano ha fabricado la mayor parte de los
estereotipos antijudíos: el pueblo deicida, los crímenes rituales, la
voluntad de dirigir el mundo. El episodio español del siglo XV es
anunciador del antisemitismo racial. En el momento en que España se
reunifica, el estado moderno que se crea no puede ya tolerar a sus
minorías (judíos y musulmanes). Ese sueño loco de pureza llegará
incluso buscar la “limpieza de sangre”, inventando ahí una pseudo raza
judía. Sin embargo la historia de los judíos en el mundo cristiano no
debe ser reducida a la persecución. Hubo algunos períodos de gran
bonanza. La emancipación de los judíos comienza en Europa en el siglo
XVIII en Alemania y luego en Francia donde los judíos obtienen la ciudadanía.
Paradójicamente, es esta emancipación la que va a transformar el
antijudaísmo cristiano en antisemitismo racial. El siglo XIX ve el
nacimiento de numerosos nacionalismos. Estos vehiculizan la idea
simplista de un pueblo = un estado y la mayor parte de ellos son
particularmente intolerantes respecto a las minorías. El judío es
percibido como cosmopolita, hostil a toda idea de nación. Es a menudo
un paria, incluso cuando triunfa socialmente. Representa un obstáculo
natural al sueño criminal de pureza racial. Es también en esa época
cuando pseudocientíficos inventan las nociones de “razas” arias o
semita que no se basan en nada. La violencia de este antisemitismo
conducirá en Europa a una especie de consenso contra los judíos,
consenso que facilitará la empresa de exterminio nazi.
¿Es el sionismo una respuesta al antisemitismo?
Curiosamente, el sionista ha abrevado en la misma fuente nacionalista
europea que diversas ideologías que llevaron a la carnicería de 1914 y
en algunos casos al nazismo. En lo que se refiere a la derecha
sionista, en Jabotinsky (que vivió varios años en Italia) se
encuentran incluso parecidos con el fascismo de Mussolini. En
cualquier caso, Jabotinsky es el primero en haber teorizado el
“transfert”, término de novlengua que significa la expulsión de todos
los palestinos más allá del Jordán. En Europa oriental, el sionismo
fue siempre minoritario entre los judíos frente a las diferentes
corrientes socialistas y frente el Bund. Para los judíos de los
diferentes partidos socialistas, la Revolución debía emancipar al
proletariado y, como consecuencia, arreglaría la cuestión de la
persecución de los judíos, que no era para ellos un problema
específico. La historia ha mostrado que la cosa no era tan sencilla.
Para el Bund, partido revolucionario judío, existía en Europa oriental
un pueblo yiddish (el Bund no se dirigía a los judíos sefarditas o a
los del mundo árabe) y, en el marco de la revolución, éste debía
obtener “la autonomía cultural” allí donde se encontraban, sin
territorio específico. Socialistas y bundistas estaban totalmente
opuestos al sionismo. Mientras que Herzl se reunía con uno de los
peores ministros antisemitas del zar para decirle que podían tener
intereses comunes, como hacer partir a los judíos rusos a Palestina,
el Bund organizaba (tras el pogromo de Kichinev) milicias de
autodefensa contra los pogromistas. Al comienzo del siglo XX, los
sionistas están ausentes de la lucha contra el antisemitismo. Tomemos
el caso Dreyfus. Para Herzl, fue un elemento completamente
determinante que probaba la justeza del proyecto sionista. Hay sin
embargo una lectura diametralmente opuesta del “caso”. En primer
lugar, no fue solo el problema de los judíos. Se convirtió en el
problema central de la mitad de la sociedad francesa, la que defendía
la república y la ciudadanía. Y luego el desenlace no es algo que haya
que minusvalorar. La rehabilitación final de Dreyfus mostró que ese
combate tenía un sentido y podía ser ganado.
En 1917 se produjo la declaración Balfour. Hay que saber que ese
británico, como la gran mayoría de los políticos de su época, tenía
sólidos prejuicios contra los judíos. Para él, un hogar judío
significaba para el imperio británico matar dos pájaros de un tiro:
una presencia europea en Próximo Oriente al mismo tiempo que Europa se
libraba de sus judíos.
Durante los años del mandato británico los sionistas no tuvieron más
que una sola preocupación: construir su futuro estado. En 1933, cuando
los judíos americanos decretan un boicot contra la Alemania nazi, Ben
Gurion lo rompe. Durante la guerra, cuando comenzó el exterminio, hubo
una gran incomprensión o insensibilidad entre los judíos establecidos
en Palestina. Hoy, los israelíes recuerdan la visita (escandalosa) del
gran mufti de Jerusalén a Himmler. En la misma época, Isaac Shamir,
dirigente del grupo Stern y futuro primer ministro israelí hacía
asesinar soldados británicos. Peor aún, uno de sus emisarios tomaba
contacto con el consulado nazi en Estambul.
En la Europa ocupada, hubo una resistencia judía bastante importante.
Los sionistas jugaron en ella un papel más bien marginal. Esta
resistencia fue esencialmente comunista, como el MOI /2 en Francia. Es
significativo que en el museo de Yad Vashem, se encuentra el “Cartel
Rojo”, señalando que la gran mayoría de los compañeros de lucha de
Manuchian eran judíos, pero se omite precisamente decir que eran
comunistas. Los sionistas recuerdan que el comandante de la
insurrección del ghetto de Varsovia, Mordekhai Anielewicz, era miembro
del Hashomer Hatzair (por tanto sionista), pero han intentado
minimizar el papel de Marek Edelman, que sobrevivió y continuó siendo
bundista y firmemente antisionista [falleció el 2/10/2009, con
posterioridad a la elaboración de este artículo ndt]. Israel no habría
existido sin el genocidio nazi. Tras 1945, hubo un consenso de la
comunidad internacional que lavó su culpabilidad sobre el
antisemitismo y el genocidio para favorecer la creación de Israel y
ayudar militar y económicamente al nuevo estado.
En Europa del Este, el pogromo de Kielce en Polonia (1946), la
eliminación de numerosos dirigentes comunistas judíos que hicieron la
guerra de España y la resistencia (Slansky, Rajk, Pauker...) o el
“complot de las blusas blancas”, en definitiva el rebrote de un
antisemitismo de estado, provocó entre los judíos una ruptura con el
comunismo y un acercamiento progresivo al sionismo. El episodio
antisemita en Europa del Este se prolongará con la represión en
Polonia de la revuelta de 1968 que conducirá a la expulsión de varios
millares de judíos polacos. Tras 1945, el yiddishland despareció y
numerosos supervivientes vivieron en campos intentando emigrar hacia
América u otros países. La mayor parte de las puertas se cerraron.
Hubo consenso para enviarles a Israel y la mayor parte irá allí, a
menudo obligados y forzados. Sin embargo, allí serán mal acogidos. La
propaganda sionista opone el israelí nuevo, orgulloso de sí y que
lucha, a las víctimas del genocidio que habrían aceptado pasivamente
el exterminio. Hoy, cerca de la mitad de los 250.000 supervivientes
del genocidio que viven en Israel están debajo del umbral de la
pobreza, en particular los llegados de la Unión Soviética.
Algunos dignatarios religiosos israelíes son particularmente odiosos
respecto a las víctimas del genocidio. Entre dos declaraciones
racistas contra los palestinos, repiten que el genocidio fue un
castigo divino contra los judíos que se habían portado mal.
Israel ha visto, poco a poco, el partido que se podía sacar al
genocidio. Hubo la creación de Yad Vashem, luego el proceso Eichman.
Se llegó al “deber de memoria” obligatorio. Salvo que esta memoria
resulta de una cierta manipulación de la historia y de la identidad.
En lo que se refiere a los judíos del mundo árabe, este “deber de
memoria” sustituye a su verdadera historia, ciertamente dolorosa: han
debido abandonar su país con la descolonización cuando no eran
colonizadores. Fueron en Argelia las víctimas del decreto Crémieux /3.
Pero esta historia no es en ningún caso la del genocidio.
Tras la guerra, Israel demandó y obtuvo “reparaciones” económicas
enormes, públicas y privadas, de Alemania occidental. Esos millardos
de marcos aseguraron el despegue económico y militar de Israel y la
reinserción de Alemania en la diplomacia internacional. Sería más
dudoso decir que esta suma enorme ha “reparado” los sufrimientos
íntimos o los traumatismos.
¿Se puede asociar la preocupación por ayudar a los judíos y el apoyo a
Israel? No necesariamente. Balfour era antisemita. Muchos antisemitas
encuentran interesante la idea de un estado judío que les libraría de
su molesta minoría. Es el caso de ciertos miembros del Frente Nacional
(en Francia). Hoy, la corriente “cristiana sionista”, que representa a
millones de personas sobre todo en los Estados Unidos, aporta una
ayuda financiera y política enorme a Israel. Han financiado una parte
de la colonización (en particular la construcción de Maale Adumim).
Sin embargo, ¡son antisemitas! ¿Se puede considerar que, frente al
antisemitismo, el sionismo ha aportado un “oasis de paz” a los judíos?
Para los judíos del mundo árabe, seguro que no, puesto que no fueron
perseguidos antes de la aparición del sionismo. Los judíos europeos sí
que han podido plantearse la pregunta, aunque en cualquier caso, hoy,
si hay un país en el que los judíos no conocen la seguridad es...
Israel, y será así mientras el sionismo intente destruir Palestina.
¿Y si habláramos de racismo?
¿Es el antisemitismo un racismo como los demás? ¿Hay “unicidad” del
“judeocidio” nazi? No es fácil responder a estas preguntas. El
antisemitismo ha sido un racismo aparte, pues en la mayoría de los
casos los racistas no programan el exterminio del pueblo odiado. Se
añade a ello el hecho de que los nazis inventaron el concepto
(absurdo) de “raza judía”. Hoy las principales víctimas del racismo en
un país como Francia son indudablemente los árabes, los negros, los
gitanos, pero no los judíos, algunos de los cuales han olvidado los
sufrimientos pasados y se imaginan incluso haber pasado “al otro lado
del espejo”, al lado de quienes no tienen nada que decir contra el
racismo ordinario o la caza a los sin papeles. En su libro “Le
Mal-être Juif”, Dominique Vidal muestra cómo la mayor parte de los
prejuicios contra los judíos han retrocedido. Cuando se pregunta a los
franceses si aceptarían un o una presidenta de la república o un yerno
o una nuera judíos, solo una pequeña minoría responde que no. Hace 40
años, eran la mayoría. Afirmar como hace el CRIF (Consejo
Representativo de las Instituciones Judías en Francia) que hay una
recuperación del antisemitismo, incluso que se está en vísperas de una
“nueva noche de los cristales rtos” es muy exagerado.
Por supuesto, el antisemitismo no ha desaparecido. Permanece
esencialmente ligado a la extrema derecha, pero ni los antisemistas
más obsesivos sueñan ya con un “remake” del genocidio. Prefieren negar
o minimizar su amplitud.
¿Y “la unicidad” del genocidio? Primo Levi hablaba de lo “indecible”.
Es extremadamente raro en la historia ver al estado más poderoso del
momento implicar todos sus medios para exterminar millones de
personas, incluso cuando esto no le proporciona nada en términos
financieros o militares. Hablar de genocidio no tiene más que un único
interés: analizar las causas, describir el proceso para que no haya
“nunca jamás algo igual”, permitir revivir a los supervivientes y a
sus descendientes. Ahora bien, ha habido otros genocidios (Camboya,
Ruanda, Bosnia). Y sobre todo hay políticos sin escrúpulos que han
hecho del genocidio su “negocio” cuando no tienen ningún derecho y
ningún título para apropiarse de esta memoria. Hay intelectuales
franceses (BHL, Glucksmann, Finkelkraut, Lanzmann...) que hacen creer
que en Próximo Oriente la víctima es israelí, que hay el eterno
retorno de la persecución milenaria.
Algunos que ven el antisemitismo en todas partes son extrañamente
discretos a la hora de condenar el racismo antiárabe en un estado que
se dice judío. ¿Qué decir del rabino Ovadia Yossef, dirigente del
Shass, para quien los palestinos son serpientes; o de las
declaraciones del ministro Vilnai prometiendo una “Shoah” a los
habitantes de Gaza encerrados en un laboratorio a cielo abierto? ¿De
los transferistas Avigdor Liberman o Raffi Eitam que defienden a
diario la deportación de los palestinos? Del rabino Rose,
representante de los colonos, que declara tranquilamente que “los
palestinos son amalecitas y que la Torah autoriza que se les mate a
todos, a sus mujeres, a sus hijos, a su ganado”? En cualquier país
democrático, tales declaraciones llevarían a sus autores ante los
tribunales. Pero Israel es una democracia para los judíos. Para los
demás, es el Apartheid, es una forma de subciudadanía incompatible con
el derecho internacional. Sería preciso también hablar del racismo de
los apoyos incondicionales a Israel, por ejemplo cuando Roger
Cukierman se atrevió a decir que Le Pen en la segunda vuelta
significaba una advertencia para los musulmanes [El ultraderechista Le
Pen, en las elecciones presidenciales francesas de 2002, pasó a la 2ª
vuelta con el 16,8% de los votos gracias a un mal resultado del PS
ndt]. En Israel hay una obsesión por la demografía (que los judíos
sean más numerosos que los palestinos). Por ello, son consideradas
como “judías” decenas de miles de personas que no tienen nada que ver
con el judaísmo: etíopes cristianos que se dicen “primos” de los
Falachas, amerindios de Perú convertidos al judaismo e instalados en
colonias, pero sobre todo exsoviéticos que han abandonado un país en
quiebra. De ahí la existencia de focos antisemitas en Israel.
Cuando sionismo y antisemitismo se alimentan uno a otro
El sionismo tiene necesidad del miedo. Tiene necesidad de una fuga
hacia adelante que le daría tiempo para consolidar sus conquistas.
Tiene necesidad de eslóganes simplistas, del tipo “no tenemos socio
para la paz” o “Hamas, Hezbolá e Irán quieren destruir Israel”, para
obtener un consenso para la prosecución de su proyecto colonial y su
rechazo a reconocer los derechos de los palestinos. Inversamente,
quienes apoyan a los palestinos (y aún más los judíos que en nombre de
su J se han comprometido en este combate) deben tener por preocupación
y por objetivo la “ruptura del frente interno”, tanto en Israel como
en las “comunidades judías organizadas”, es decir el fin del apoyo
incondicional a una política criminal contra los palestinos (y suicida
a medio plazo para los israelíes). Sin duda un amplio programa cuya
salida, desgraciadamente, está lejana.
No importa: toda manifestación de antisemitismo no es solo inmoral,
sino también un severo golpe a la causa palestina. No es nuevo. El
antisemitismo de los países del este ha reforzado a Israel en términos
políticos (el sionismo ha reemplazado al comunismo como ideología de
los judíos de Europa oriental) y en términos humanos con la llegada
masiva de los judíos soviéticos. Igualmente, no solo los principales
dirigentes de los países árabes se han mostrado bastante poco
solidarios con los palestinos durante la guerra del 48 o las que
siguieron, sino que su complicidad con los sionistas en la emigración
de un millón de judíos del mundo árabe ha sido una puñalada en la
espalda de la causa palestina.
La guerra del Próximo Oriente no es ni racial, ni religiosa, ni
comunitaria. Trata sobre principios universales: la igualdad de
derechos, el rechazo al colonialismo. Quienes (igual que los
sionistas) mezclan a sabiendas judío, sionista e israelí para atribuir
a los judíos las taras del sionismo no son nuestros amigos. Los
palestinos lo han comprendido perfectamente, por ejemplo cuando
Mahmoud Darwish, Edward Said y Elías Sanbar se opusieron a un coloquio
negacionista organizado en Beirut por Roger Garaudy. Por supuesto, en
nombre del “antiisraelismo”, por retomar un término de Edgar Morin, se
encuentra en el mundo árabe o en Irán gente que difunde el “Protocolo
de los sabios de Sión” o que organiza coloquios revisionistas como el
de Teherán. En Francia hay algunas pocas personas salidas de la
inmigración que imitan a la extrema derecha retomando los estereotipos
antijudíos. Esos judeofobos confunden también judío y sionista. Por
supuesto, no se puede negar que el sonismo tenga “una parte de la
herencia judía”. Pero solo una parte. Recordemos una anécdota: en
1948, Menachem Begin quiso visitar los Estados Unidos. Los mayores
intelectuales judíos americanos con Hannah Arendt y Albert Einstein a
la cabeza escribieron a Truman diciéndole que Begin es un terrorista y
que había que detenerle o expulsarle. Entonces el judaísmo estaba
representado mayoritariamente por Arendt o Einstein, no por Begin. Los
asesinos nazis atacaron a los parias de los shtetls /4 o a gente como
a Arendt o Einstein, insoportables por su universalismo. El
antisemitismo no ha golpeado a los tanquistas israelíes.
Existe una pequeña minoría de personas entre quienes apoyan a
Palestina que imagina que, dado que el estado de Israel se justifica
en nombre del genocidio, éste no ha existido o se exagera mucho a
propósito de los seis millones de muertos, (de hecho las últimas
investigaciones históricas sobre la “Shoah por balas” tienden a decir
lo contrario, el número de muertos puede resultar superior). Hay
militantes que repiten las elucubraciones de Israel Shammir, soviético
emigrado a Israel que ha recuperado los delirios antisemitas sobre los
crímenes rituales cometidos por los judíos, pero que es totalmente
desconocido en las filas de los anticolonialistas israelíes o de los
militantes palestinos. Para Shamir, el problema no es el sionismo, es
el judaísmo.
Algunos militantes completamente honestos piensan que deben dejarse
expresar libremente todas las críticas contra Israel, incluso las
críticas antisemitas. Pienso que esos militantes se equivocan y que
los antisemitas no son solo odiosos racistas, sino que refuerzan
también el sionismo que se imaginan combatir. Alimentan el reflejo del
miedo que es un carburante indispensable para el sionismo. Luchar
contra la impunidad de Israel es una prioridad que va exactamente en
sentido contrario a un planteamiento así: los sionistas quieren cerrar
la historia judía. Pretenden que no existe más que una sola vía, la
suya. Pretenden representar al conjunto de los judíos, hablan en su
nombre, tienen el sueño loco de hacerles “subir” a todos a Israel.
Pretenden que toda crítica a Israel es forzosamente antisemita cuando,
al contrario, su política provoca un nuevo antisemitismo. Esta
política pone en cuestión varios siglos de lucha de los judíos por la
igualdad de derechos y la ciudadanía. Los antisemitas que mezclan a
sabiendas judío y sionista van exactamente en el mismo sentido. Estas
dos corrientes se alimentan una a la otra.
Apoyar concretamente a los palestinos y denunciar incansablemente la
impunidad de Israel, que permite la criminal huida hacia adelante,
debe por tanto acompañarse de una denuncia del sionismo, que es un
obstáculo a la paz, y de una denuncia del antisemitismo, que no es
solo un racismo odioso (como todos los racismos) sino que refuerza
también lo que pretende combatir.
Los y las militantes tienen también una tarea más difícil que cumplir:
“deconstruir” todas las manipulaciones de la memoria y de la identidad
que prolongan esta guerra.
23/11/2012
Este texto fue publicado inicialmente en l´Emancipation syndicale et
pédagogique, nº 1, en septiembre de 2008. Nosotros lo hemos traducido
del sitio www.protection-palestine.org:
http://www.protection-palestine.org/spip.php?article12151
Pierre Stambul es copresidente de la Unión Judía Francesa por la Paz (UJFP)
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
Notas
1/ I.Finkelstein y N.A.Silberman (2005) La Biblia desenterrada.
Madrid: Siglo XXI)
2/ MOI: Mano de Obra Inmigrante, que organizaba los comunistas extranjeros.
3/ En 1870, el decreto Crémieux concedió a los judíos argelinos la
nacionalidad francesa pero no a los musulmanes.
4/ Aldeas judías de Europa oriental sistemáticamente destruidas
durante la guerra.
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