Callejón sin salida en Siria
Una aldea al sur de Alepo, una zona especialmente castigada por el conflicto. | Reuters
Tras dos años de guerra, en la que han muerto, según la ONU, al menos 93.000 personas, Siria se encuentra en un callejón sin salida. El régimen impuesto hace 43 años por Hafez el Asad, de la minoría alauí,
secta musulmana más próxima al chiismo que al sunismo, se considera aún
capaz de sobrevivir sin grandes concesiones, mientras la oposición, sin
capacidad militar para ganar la guerra, rechaza negociaciones que no
partan de la retirada del tirano.Ninguna gran potencia extranjera parece dispuesta a intervenir directamente con tropas y Occidente ve con enorme recelo la importante ayuda que Arabia Saudí, Qatar y otros países de la región han venido dando a los rebeldes, muchos de ellos -de manera creciente- militantes de grupos yihadistas, extremistas y antioccidentales.
Organizados en tres grandes frentes (Mando Militar Supremo de Salim Idriss, Frente Islámico Sirio de Abu A. al Hamawi y Frente de Liberación Sirio de Saqour al Sham), con nueve grupos de combate (subdidividos a su vez en múltiples brigadas y células locales), apenas un par de ellos se salvan todavía del control por islamistas.
Las decisiones de la UE, EEUU y Egipto en las últimas semanas, presentadas por muchos gobernantes y medios de comunicación como pasos decisivos a favor de la oposición, apenas son rasguños en la coraza militar, política, económica y diplomática construida por Rusia e Irán para el régimen sirio.
Dividida en dos grandes bloques -Francia y Reino Unido, a favor y Alemania y nórdicos, en contra-, sobre el levantamiento del embargo de armas a los rebeldes, la UE decidió a finales de mayo levantar las sanciones partir del 1 de junio y dejar a cada país que haga lo que considere más conveniente con el embargo de armas a los rebeldes a partir del 1 de agosto.
Con su decisión del 13 de junio de aumentar las entregas de armas a los rebeldes sin concretar qué armas, a qué rebeldes y cuándo, el presidente Obama intentó salvar la cara frente a las críticas internas y a los aliados europeos con los que se reunía pocos días después en otra cumbre del G-8 en Irlanda.
Sin armas pesadas, misiles antiaéreos, armas anti-tanque y morteros, los rebeldes tienen poco que hacer contra las fuerzas de Asad, y la Casa Blanca ha reiterado que no está dispuesta a repetir el error de Reagan regando de Stinger a los muyahidín afganos.
Sin una zona de exclusión aérea aplicada con todos los medios necesarios -algo que sólo podrían hacer hoy la OTAN o algunos de sus principales miembros-, es improbable que cambie la situación militar a corto plazo. Sólo con la aprobación y colaboración de Turquía e Israel son imaginables pasos en esa dirección, pero Turquía cada vez tiene menos margen de maniobra para ello e Israel no quiere facilitar a Asad la apertura de frentes bélicos en el Golán o el Líbano que regionalicen y transformen su guerra civil en otra guerra árabe-israelí.
Sin pruebas más contundentes, la declaración estadounidense de que los restos de gas sarín descubiertos en algunos rebeldes proceden del régimen sirio tiene poco recorrido. Aunque sea cierto, la losa de las mentiras de Irak pesa demasiado y, repito, no hay pruebas concluyentes de que sean fuerzas de Asad y no rebeldes las que las hayan utilizado en tan pequeñas cantidades.
La retirada de sus diplomáticos en Damasco y la expulsión de los diplomáticos sirios en El Cairo por el presidente egipcio, Mohamed Mursi, el 15 de junio responde más a problemas internos de Mursi, aguijoneado por los Hermanos Musulmanes para que apoye con más firmeza a los hermanos sirios, y al temor a otra victoria estratégica de Irán en la región que a una estrategia sólida de intervención en defensa de la oposición siria.
Con armas y apoyo incondicional en el Consejo de Seguridad de la ONU, Rusia, con su puerto de Latakia en la zona alauí del noroeste del país, sigue garantizando la supervivencia de Asad por razones estratégicas que poco o nada tienen que ver con el conflicto. Para Vladimir Putin, Rusia perdió prestigio e influencia con su neutralidad o apoyo a Occidente en Afganistán, Irak y Libia, y ha convertido Siria en la línea roja de su recuperación internacional como gran potencia.
Irán, aliada regional de Siria desde los años ochenta y principal beneficiaria de la invasión estadounidense de Irak en 2003, ve en el conflicto sirio el gozne que puede abrir o cerrar su expansión en Oriente Medio tras el avance de los últimos treinta años en el Líbano e Irak.
La tensión histórica entre suníes y chiíes, exacerbada en Siria por el temor de las minorías no suníes al revanchismo o a una limpieza étnica si cae el régimen de Asad, alimenta y legitima la confrontación geopolítica entre Occidente y Rusia, que a comienzos de los 90, tras la desaparición de la URSS, parecía superada, y el enfrentamiento entre las dos grandes ramas del Islam atizado por la revolución de Jomeini y por el yihadismo de Al Qaeda.
Gerhard Schindler, jefe del BND (espionaje exterior alemán), que hace un año, como tantos otros, daba por liquidado el régimen sirio a comienzos de 2013, reconocía hace unos días que en los últimos meses las fuerzas todavía leales a Asad han recuperado la iniciativa.
Con ayuda de Rusia, Irán y Hizbulá, el presidente sirio está recuperando posiciones perdidas, consolidando otras y ganando tiempo, mientras la oposición se debilita y divide, incapaz de formar un mando unificado y de acordar una posición común ante una posible conferencia de paz como la propuesta por Rusia y EEUU.
Salvo en el lugar donde celebrarla, Ginebra, no hay acuerdo en casi nada y las últimas decisiones de la UE, EEUU y Egipto, lejos de ayudar, hacen mucho más difícil ese acuerdo, como se ha encargado de advertir el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov.
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