La Psicología Espiritual del Islam
15/12/1995 - Autor: Shahidullah Faridi - Fuente: Verde Islam 3
En nuestros días, la palabra “psicología” designa de modo vago la ciencia
de la mente, y su significado suele variar en función de las distintas teorías
que tratan del funcionamiento de ésta. La palabra griega “psique”, de la que se
deriva el término “psicología”, quiere decir “alma” en un sentido amplio. He
usado la expresión “psicología espiritual del Islam” para distinguir a esa
psicología que sólo se cuestiona ciertas funciones de la mente de la que abarca
el vasto dominio del espíritu humano, cuyas fronteras son casi ilimitadas. La
ciencia de la mente tiene por objeto el examen de los instrumentos mentales con
los que está equipado el hombre, mientras que la ciencia del espíritu estudia y
trata de definir, fundamentalmente, las fuerzas directrices que manipulan esos
instrumentos, los encauzan en un determinado curso, y conducen al ser humano
hacia su destino final. Esta psicología espiritual ha sido estudiada con
esclarecedora visión y riguroso detalle por los grandes doctores del alma
islámicos.
Fases del alma
Dichos doctores dividen el alma en tres partes principales. Aquí, el
término “parte” no debe tomarse en el sentido de unidad que esté separada y
aislada de otras unidades, sino más bien como fase coexistente con otras fases
del alma o “centros de energía”, cada uno de los cuales se entrecruza e
interactúa con el otro en cierta medida. Estos tres centros son, en primer
lugar, el nafs, que es el yo egoísta o concupiscente, en segundo lugar, el qalb,
el corazón o yo inteligente y en tercer lugar, el ruh, el yo espiritual e
intuitivo.
Nafs
El nafs, el yo concupiscente y egoísta, es la fuerza que nos liga a la
existencia física. Es esa atracción hacia abajo que, por así decirlo, mantiene
nuestros pies en el suelo. Tiene dos campos de actividad, uno en el plano
físico, otro en el mental. Su actividad en el plano físico radica en el deseo de
satisfacer nuestras necesidades corporales, tales como alimento, bebida,
descanso y bienestar, sueño y apetito sexual. Conforma nuestro impulso de
autoconservación y el deseo de perpetuarnos, y se manifiesta en el espíritu
adquisitivo, rostro predador que expresa una celosa protección. Genera los
sentimientos de avaricia por las cosas de este mundo, la falta de piedad, la
combatividad, la crueldad, la defensa de los parientes próximos y de la tribu, y
el ansia de poder y dominio. En suma, comprende las compulsiones que tenemos en
común con los animales y por esta razón algunos lo han denominado “alma animal”.
Pero a causa del refinamiento de la mente humana frente al ciego instinto del
animal, incluso el nafs tiene su lado elevado, que se manifiesta como
evolucionado “amor” por la especie humana, y que produce en él tan
extraordinario deseo de mandar sobre otros, de adulación y de mimo, de fama y
buenas referencias, que esta motivación más sutil a menudo sobrepasa a la más
grosera. Así, vemos cómo algunas personas abandonan todas las comodidades de la
vida en su pasión por la gloria y el dominio mundanos. El yo concupiscente es la
montura que estamos obligados a conducir para completar la travesía vital en la
tierra. La comparación con un caballo es pertinente. Un animal sin domar es una
fuerza salvaje e incontrolada: queda a su arbitrio dirigirse a donde le plazca y
hacer lo que quiera, causando desorden y destrucción; si el jinete no puede
controlarlo se precipita con él lejos de su meta y tal vez ambos se vean
abocados a la ruina final. Pero si el animal está domado y cuidadosamente
entrenado para obedecer las órdenes de su dueño, se convierte en el vehículo
gracias al cual, éste llega a su verdadero destino. Del mismo modo el nafs o yo
concupiscente, si está sin domar y sin riendas, conduce al hombre a la selva de
la codicia grosera, donde no encuentra descanso, terminando en el abandono y la
destrucción; mientras que si se somete a un paciente ejercicio de disciplina y
entrenamiento se convierte en el más fiel compañero del hombre, siendo su
ayudante en el cumplimiento de su más noble destino, que es el de conocer a Dios
y servir a Sus propósitos.
El nafs radica en un punto intermedio entre la mente inteligente
propiamente dicha y el cuerpo, estableciendo un vínculo entre ellos y
participando en cierta medida de la naturaleza de ambos. En el fuego del deseo
se centran las exigencias del cuerpo y es allí donde prende la más sutil de las
llamas del egoísmo. Su semejanza con el fuego no es simplemente una forma
atractiva de hablar, sino que se asienta en una verdad; incluso en el habla
corriente decimos “el fuego de la pasión”, “el fuego de los celos”, “el fuego de
la ira”, porque instintivamente sentimos la naturaleza ígnea de estas típicas
manifestaciones del yo más bajo. Aquí prende el fuego de la vida, y cuando aquel
se consume es el fin de ésta, quedando entonces el cuerpo frío y yerto.
Hasta aquí he bosquejado a grandes rasgos el yo concupiscente; sin embargo,
considero interesante completar este cuadro con más detalle. Ya hemos dicho que
las dos motivaciones principales del nafs son, por una parte, el deseo de
satisfacer las exigencias del cuerpo físico y acumular posesiones materiales y,
por otra, el deseo de autoengrandecimiento. En relación con el primero, los
requerimientos primarios del cuerpo son: hambre y sed, descanso y bienestar,
sueño y apetito sexual. Entre las compulsiones básicas del ser humano, así como
de los animales, están las de apacigüar estas ansias primarias. Sin embargo,
debido al alcance inmensamente amplio de la actividad humana, el hombre extiende
estas primarias exigencias a otras derivadas que proporcionan los medios para
satisfacer a aquellas, y que terminan siendo deseadas por sí mismas. Estos son
los deseos de riqueza, posesiones, lujo y disfrute del sexo. Es significativo
señalar que el animal, al satisfacer sus necesidades primarias, se limita a lo
que su cuerpo requiere realmente y ahí se detiene; pero el humano, a causa del
regalo que Allah le ha hecho, en forma de libre albedrío y responsabilidad,
tiene que elegir lo que es beneficioso para él. Si falla, su nafs le llevará al
exceso bajo la forma de glotonería, pereza, somnolencia o lujuria. Esto se
define en el Corán como asfala safilin (lo más bajo de lo bajo) y en la
expresión kal amin bal hum adall (como ganado, pero más desviado).
Con vistas a capacitarle para satisfacer sus requerimientos primarios y
secundarios, Allah ha situado en el yo concupiscente del hombre ciertas
cualidades básicas, que podemos resumir de este modo:
Codicia o avaricia: impulso fundamental para obtener lo que le
satisface.
Agresividad: disposición a atacar e incluso destruir para conseguir su fin.
Incluye la crueldad y falta de remordimiento al herir o matar a otros.
Astucia: uso de trampas y engaños.
Defensa: determinación de preservar a cualquier precio lo que se considera
propio; esto puede manifestarse en forma de agresión, resistencia o
precaución.
Pertenencia al clan: lo que en su forma más elemental consiste en incluir
en el propio deseo el de la pareja y los de la descendencia, unidad fundamental
del grupo, pudiéndose extender al clan, a la tribu o al pueblo. Es de naturaleza
esencialmente limitada y excluyente.
Las cualidades generales que he enumerado existen de forma implícita en los
animales, de modo que dejan poco espacio para las diferencias individuales; por
ejemplo, encontramos que todos los leones son bravos porque la bravura es un
corolario de la “agresión” y de la “defensa” que el animal emplea para conseguir
lo que necesita o para defenderse. Rara vez se oye hablar de un león cobarde. De
la misma manera, los zorros son astutos sin excepción; existiendo sólo
distinciones de grado entre ellos. Pero el hombre, aunque también posee estas
cualidades, muestra un espectro casi infinito de diferencias que van desde el
exceso hasta una ausencia casi completa. Puede ser bravo hasta la temeridad o
tan tímido como para merecer el nombre de cobarde. Puede ser astuto hasta el
punto de ser falaz y mentiroso, o puede carecer de esta cualidad llegando a ser
estúpido y crédulo. Puede sentir su pertenencia al grupo como prejuicio fanático
o estar desposeído de estos sentimientos mostrándose desconfiado y desleal. Por
doquier encontramos que al ser humano se le ha otorgado una vasta escala de
potencialidad, tanto positiva como negativa.
La interacción del nafs y el cuerpo produce los requerimientos físicos
básicos, pero cuando la llama del nafs actúa sobre el qalb, el yo inteligente,
aparece la necesidad más mental del amor propio. Así como los deseos del nafs
tienen la función de velar por las necesidades del cuerpo, del mismo modo, a
través de la exigencia fundamental de amor propio que impulsa a sobresalir y
superarse, el yo egoísta proporciona la motivación básica para el desarrollo de
la mente y del conjunto de la personalidad. La avaricia del cuerpo consiste en
querer reunir el mayor número de objetos susceptibles de satisfacer a los
sentidos, mientras que la avaricia de la mente consiste en el deseo de alcanzar
superioridad por cualquier medio. Esta cualidad del yo concupiscente toma
diversas formas que podemos resumir así:
Amor propio y arrogancia que se acompañan de desdén hacia los demás.
Deseo de dominar e imponer la propia voluntad sobre los compañeros.
Deseo de alabanza y adulación.
Deseo de fama, de ser reconocido por alguna particularidad por el mayor
número de personas y por el mayor tiempo posible. Conduce a intentos de
autoperpetuación.
Celos, deseos de destruir la superioridad de los demás sobre uno.
Odio a quienes se interponen a su voluntad de cualquier modo.
Estas demandas primarias originan los sentimientos derivados, que tratan de
proporcionar los medios para su satisfacción:
La alabanza propia y la exaltación de uno mismo y de la tribu como una
clase superior de seres.
La búsqueda de puestos de poder y dignidad.
La reunión de un círculo de gente aduladora y servil.
La ostentación y autopropaganda, la pompa, la ceremonia y la erección de
monumentos a uno mismo.
La calumnia y la difamación.
La búsqueda de venganza contra los oponentes por pura malicia, no por deseo
de justicia o por autopreservación.
Si el fuego del nafs es fuerte, estas características serán más poderosas,
pero si quema débilmente, su carencia constituirá un defecto similar a su
exceso. En lugar de manifestar amor propio, será ignominiosamente humilde, el
lugar del deseo de tiranía lo ocupará la esclavitud, la aquiescencia dejará paso
al servilismo, el ansia de fama se cambiará por insensibilidad a las opiniones y
el gusto por la alabanza se tornará en vergüenza.
Se desprende de este examen del yo concupiscente y egoísta, el nafs, que
éste no es algo totalmente malo y que deba ser destruido, sino que es el
necesario vehículo de nuestra existencia corpórea. Sin los deseos carnales que
llevan al hombre a satisfacer las necesidades del cuerpo, su supervivencia en
este mundo sería imposible. Sin amor propio y deseo de superioridad, no tendría
lugar el desarrollo de múltiples potencialidades que están dentro de él. El nafs
es el enlace invisible que le une a la tierra o, para usar otra metáfora, el
lastre que mantiene en el suelo la pelota llena de un gas más ligero que el
aire. Sin el peso de alguna sustancia sólida la pelota desaparecería en los
cielos a causa de la fuerza ascendente del gas de su interior; del mismo modo,
sin el ancla a tierra del nafs, el alma volaría a los cielos dejando atrás su
habitáculo corporal. Pero esta metáfora es incompleta porque el yo egoísta no es
un simple cuerpo muerto sino una violenta energía que, sin control, puede
arrasar y destrozar el mundo. Convenientemente dirigida puede ser el ligero y
obediente corcel que nos lleve a la Morada de la Paz. Si no se lo domina puede
ser una bestia salvaje que ataca y destroza todo cuanto es bueno y noble. Acerca
de esto, Allah ha dicho:
"El ánimo es propenso a la codicia..."
(4:128)
"Quienes están a salvo de la codicia de su nafs serán los que tendrán
éxito."
(39:9)
A esto se refiere el famoso versículo:
"El alma exige el mal... (ammaratum bis-su)."
(12:53)
Esta incitación al mal ha de corregirse con el yo inteligente y el yo
intuitivo, el qalb y el ruh.
Ruh
De estos dos centros internos del ser humano tomaré primero el ruh, puesto
que es en todos los aspectos exactamente lo opuesto al nafs. Si el yo egoísta
del hombre le atrae siempre hacia la tierra, el yo espiritual, el ruh,
continuamente intenta elevarlo a los cielos. Es característico del ruh que,
estando cerca de Dios, siempre busca mayor cercanía y mayor intimidad con Él. La
base de esta aspiración es su intenso amor por Él, lo que no es una adquisición
del ruh sino su verdadera esencia; deriva de esa afinidad con lo Divino a la que
alude el Corán con estas palabras:
"...formado armoniosamente e infundido en él de mi Espíritu."
(15:29)
Este amor del yo espiritual por Allah tiene tres aspectos. Uno es el
sentimiento de su absoluta dependencia de Él, lo que da origen a una extrema
humildad respecto a Él y a la aceptación de Su voluntad, inclinándole a cantar
Sus alabanzas y a adorarle solicitando Su favor y bondad. El segundo es el deseo
de agradarle, entregarse a Sus propósitos y sacrificarlo todo por Él en
cumplimiento de Su voluntad. El tercero, que es la aspiración más alta del
espíritu, es alcanzar la unión con Él, ser el espejo de Su Luz abandonando la
propia imperfección y convirtiéndose en reflejo de Su Perfección.
A causa del amor intrínseco del yo espiritual por Allah, éste ama también
todos los atributos divinos. Por consiguiente el ruh guía al hombre hacia la
pureza, hacia el refinamiento, hacia la belleza, la luz y la armonía y es
totalmente contrario a la corrupción, la grosería y la obscenidad, a la fealdad,
la oscuridad y la discordia. Siente una fuerte aversión e ira por estos
atributos que son contrarios a su propia naturaleza y desea apartarlos de su
camino y destruirlos. Sin embargo, este yo espiritual no está vuelto por entero
a Allah sino también a los espíritus semejantes de otros hombres. Puesto que el
ruh es por naturaleza un reflector de las cualidades Divinas y sede del
takhalluq-bi-akhlaq (asimilación de los modales de Dios), su actitud básica
hacia las otras almas es la de simpatía y bondad, en consonancia con la proclama
Divina: "Mi misericordia sobrepasa Mi ira". De aquí brotan las cualidades de
desprendimiento, sinceridad y generosidad que, en su sentido espiritual, son
consecuencia del amor y, cuando el ruh está iluminado, de la luz espiritual. El
ruh da a otras almas y también absorbe de ellas luz y fuerza, de modo que cada
una contribuye al desarrollo y florecimiento de las otras. Al mismo tiempo, el
espíritu humano siente aversión hacia aquellos semejantes que se han cubierto de
obscuridad y de mal, estableciéndose como enemigos de Allah, y dicha aversión
puede derivar en rabia violenta. Pero incluso disgustada y encolerizada, hay una
misericordia oculta que desea la transformación de sus malas cualidades en
buenas, esperando su eventual salvación, ya que la naturaleza del espíritu está
hecha a semejanza del mayor de los espíritus y que es "Misericordia para todos
los mundos".
El conocimiento del ruh es puramente intuitivo y por consiguiente cierto.
Es de la misma naturaleza que la visión, la cual se presenta de modo inmediato
como experiencia directa. Las reacciones que mueven al ruh tienen la misma
cualidad intuitiva y son como afectos espirituales que le penetran uno tras
otro. Un ejemplo de este afecto espiritual es cuando, a veces, conocemos a una
persona por primera vez y nos inspira un gran respeto, aunque su apariencia no
sea de las que infunden respeto e incluso aunque no sepamos nada de ella que nos
permita tener ideas preconcebidas. Lo que ocurre es que el yo intuitivo percibe
cierta cualidad espiritual en ella; no podemos explicar tal percepción
racionalmente o adscribirla a cierta causa física pero, por otro lado, no
podemos evitar que se nos imponga. La percepción del ruh es cualitativa y
sintética, en contraste con los procesos analíticos y racionales de la mente. El
ruh o yo espiritual alumbra continuamente al qalb con su luz, tratando de atraer
su atención hacia arriba.
Qalb
Tras delinear los dos polos opuestos de la psique humana, el yo
concupiscente en el que habita el impulso hacia la autopreservación en esta
existencia terrena, y el yo espiritual en el que mora su aspiración a los
atributos divinos, ahora me dirijo a su centro, el yo inteligente y discernidor,
que se sitúa entre ellos. El qalb o corazón, por supuesto, no se refiere al
órgano físico del mismo nombre sino al núcleo del alma cuya posición central
corresponde a la del corazón en el cuerpo humano. Los principales instrumentos
del qalb son las facultades mentales, las que habitualmente analizan los
psicólogos, tales como la razón, la imaginación, la memoria y todo cuanto se
incluye en el dominio del pensamiento. Pero el qalb no se identifica con ellos,
sino que es su dueño y director. De hecho es el amo de todo el ser con sus
diversas facetas, cualidades y energías, el líder al que han de seguir, tanto si
les guía por el camino hacia el cielo como al precipicio del infierno. Las dos
fuerzas opuestas del nafs y del ruh le atraen ora hacia arriba ora hacia abajo,
teniendo que sopesar y fijar sus sugerencias, distinguir entre ellas, decidir y
reforzar su decisión con la voluntad. Así pues, el qalb es la sede de la
responsabilidad humana porque a este yo inteligente se le ha dado la libertad de
elección y tendrá que responder en presencia del Supremo Juez el Día de la
Decisión Final. A la luz de lo descrito del nafs y del ruh, al qalb podemos
compararlo con el dirigente de una nación que tiene dos consejeros: El que está
a su derecha es un hombre santo y ascético que le exhorta siempre a recordar a
Dios e intentar aproximarse a Él, a mantener la religión y la moralidad y a ser
piadoso y justo con sus criaturas. El que está a su izquierda es el ministro al
que se le ha encargado mantener el país bien abastecido, ampliando su territorio
y su honor y defendiéndolo contra sus vecinos. Por naturaleza es egoísta,
orgulloso y astuto, dedicado por entero a la consecución de sus fines.
Si el gobernante se abandona permanentemente al santo, terminará tan
absorto en la contemplación de Dios que carecerá del deseo de mantener en orden
los asuntos de su reino; pero si quiere estar bien guiado en el cumplimiento de
su gran función, debe estar recibiendo continuamente conocimiento y luz de su
mentor e inspirarse en él cuando trate de las complejas tareas de gobierno.
Puede incluso confiarse enteramente al santo durante cierto tiempo para después
volver a ocupar sus purificados talentos en su hereditaria obligación. Su
relación con el santo le proporcionará los principios universales de verdad,
bondad y servicio a Dios que habrá de aplicar a las variadas situaciones a las
que se enfrente durante la administración de sus asuntos. Por otro lado, no
puede ignorar al artero y voraz ministro a través del cual se ejecutan las
órdenes en el reino. Pero si el egoísmo, la combatividad y la falta de
escrúpulos de su naturaleza se desvían de los preceptos de justicia y
benevolencia que el rey ha recibido del santo, el ministro le llevará a ser un
cruel tirano, llenando los reinos vecinos de terror y aversión, violando la
santidad de sus posesiones y de su honor. Sin embargo, cuando está bien
disciplinado y controlado, la energía, capacidad y sabiduría mundana del
ministro son valiosos instrumentos para la aplicación de medidas justas y
beneficiosas. El gobernante, que es el qalb, el yo discernidor situado entre el
yo concupiscente y el yo espiritual, es árbitro y moderador de conflictos y
armonizador de sus discordias. Una de sus cualidades más importantes es la
justicia y el equilibrio, dando a cada cual lo suyo, pesando los opuestos en la
balanza y tomando la decisión correcta. El qalb tiene que elegir y sobre él
recae la responsabilidad de la elección, donde se desencadena todo el drama de
la responsabilidad humana por sus acciones. El qalb es receptivo a la influencia
del ruh y del nafs y tiene la libertad de aceptar la influencia que quiera en
cualquier proporción, conformando su propósito y poniéndolo en acción.
En este punto tal vez se os venga a la mente una cuestión vital; ¿es
posible que el yo inteligente esté rectamente guiado, bajo la influencia del yo
intuitivo con su naturaleza divina, sin una guía especial exterior? Para poder
contestar a esto, en primer lugar hay que comprender que inicialmente la
influencia del nafs es fuerte e inmediata como puede apreciarse en los niños,
mientras que la influencia del ruh es de entrada débil y distante. Si sus rayos
inciden sobre el qalb en ocasiones producen tan sólo un vago y obscuro anhelo
por lo sublime y último; el qalb no puede captar su propósito y no encuentra a
dónde volverse para saciar su misteriosa sed. En este estadio todavía es uno de
los vagabundos, que ha de recibir la guía de Allah:
"Recordadle...cómo os ha dirigido... cuando erais de los
extraviados"
(2:198)
Solamente cuando Allah le revela los fundamentos de la existencia, a través
de Su Mensaje iluminador, conoce su origen y su originador, los medios para
desarrollar las virtudes latentes en él que le llevarán al puerto final del
Placer Divino e interminable felicidad. Todo esto lo escucha el yo inteligente,
pero también lo percibe el ruh intuitivamente; el ruh entonces tiembla con la
música de la verdad tan próxima a su esencia y habla al oído del qalb, al que
convence la sensatez de lo que ha escuchado, pero todavía vacila: “¡Es verdad,
es verdad, acéptalo!" En este clímax, el corazón acepta dentro de sí la luz de
la fe que brilla sobre él desde su yo espiritual, que se ha avivado en el yo
espiritual gracias a los ecos de la Palabra Divina. Lo que era potencialidad se
ha actualizado, la semilla oculta ha germinado en un brote visible, el débil
movimiento sentimental se ha convertido en convicción consciente. Entonces el
qalb, sujeto a dos influencias opuestas, habitualmente anda extraviado hasta que
se sitúa firmemente en su camino por la dirección de Allah. Y dado que el yo
inteligente es el centro de la conciencia humana, la Advertencia Divina se
dirige a él primariamente:
"Hay en ello, sí, una amonestación para quien tiene entendimiento, para
quien aguza el oído y es testigo."
(50:37)
En cuanto al ruh, aunque es el mentor natural del qalb y su iluminador con
la luz del conocimiento y la pureza, no está sometido al proceso de crecimiento;
sólo alcanza su completo desenvolvimiento cuando el qalb le presta su propia
fuerza para empeñarse en los logros, después de escucharle y seguirle. Entonces
empiezan a interactuar, uno proporcionando guía, el otro fuerza y resolución,
caminando mano a mano hacia su destino. Pero si después de haber oído el Mensaje
de Allah y Su Profeta, el qalb está obscurecido por la influencia del nafs y con
convicciones pervertidas de tal modo que ni siquiera siente la llamada del
espíritu o, si lo percibe vagamente, lo aparta y rechaza, se convierte en uno de
los "desagradecidos" (Kuffar) que se desvían de las exigencias de su propia
naturaleza y se colocan en el camino de la ruina.
"Dios abre al islam el pecho de aquél a quien Él quiere dirigir. Y
estrecha y oprime el pecho de aquél a quien Él quiere extraviar, como si se
elevara en el aire."
(6:125)
El hombre ideal es aquel cuyo yo concupiscente está al servicio del yo
inteligente del mismo modo que un fuerte y confiado corcel lo está al de su amo,
y cuyo yo inteligente está inspirado y dirigido por el yo intuitivo al igual que
un dirigente piadoso por su guía espiritual. Pero, ¿qué forma adopta este
dominio de la inteligencia sobre la concupiscencia y cómo se doma la energía
bruta del más bajo yo para orientarlo hacia buenos propósitos? La primera verdad
que hay que comprender bien es que, a pesar de la pura fuerza animal del nafs, a
la fuerza de voluntad y al empeño del qalb se le han dado poder sobre ella,
porque si no ¿dónde radicaría la responsabilidad del hombre si su poder de
elección fuera más débil que las atracciones que siente?
"Dios no es injusto, en absoluto, con Sus siervos."
(3:182)
El hombre posee la habilidad de reinar sobre sus deseos egoístas o prestar
toda su energía para satisfacerlos, así como es capaz de convertirse en
receptáculo de las emanaciones del espíritu o estorbar su camino y ser
impenetrable a ellas. Por supuesto hay una diferencia en el uso de este poder en
relación al nafs y al ruh; con el nafs, ha de ejercitarse para convertirse en su
comandante, mientras que con el ruh tiene que hacerse su discípulo, pero en
cualquier caso el poder está allí. La noción de que el hombre es una víctima
indefensa del yo concupiscente sin fuerzas para resistirse, postulado por
algunas escuelas de psicología moderna, es una falacia satánica en conflicto
directo con las enseñanzas del Corán.
"Dios no es nada injusto con los hombres, sino que son los hombres los
injustos consigo mismos."
(10:44)
El Bien Supremo para el hombre es acceder a la perfección de su naturaleza,
a la que ha aludido Allah con estas palabras:
"Hemos creado al hombre dándole la mejor complexión."
(95:5)
Su verdadera naturaleza es alcanzar la más estrecha relación con Allah y a
través de ella irradiar paz, armonía, justicia y felicidad en el mundo. Cuando
el qalb se ilumina con la Palabra Divina ayudado por el ruh, se dispone a
disciplinar al nafs para su propósito superior. He enumerado los requerimientos
primarios del yo concupiscente: hambre y sed, descanso y bienestar, sueño y
deseo sexual, con los secundarios de deseos de riqueza, posesiones, lujo y
diversidad de mujeres y concubinas. Ahora el yo inteligente limita y reorienta
tales requerimientos. Permite al yo inferior apaciguar su hambre y su sed, pero
a la luz del excelente ejemplo del Noble Profeta, no se permite comer en
demasía, para poder mantenerse saludable y alerta para la adoración y las buenas
obras. Recuerda a Allah, que le proporciona sustento, al comenzar y terminar su
comida, santificando de este modo el acto, sin reducirlo simplemente a ser un
modo de satisfacer una necesidad corporal, sino convirtiéndolo en una manera de
alabar al Sustentador. La enseñanza divina le impulsa a la cualidad de la
benevolencia universal, que está incluida dentro de la naturaleza esencial de su
yo espiritual, sacrificando así su propia necesidad por el beneficio de otros:
"Por mucho amor que tuvieran al alimento, se lo daban al pobre, al
huérfano, al cautivo: ‘Os damos de comer sólo por agradar a Dios, no porque
queramos de vosotros recompensa ni gratitud’."
(76:8-9)
Se permite descansar y estar cómodo, lo que incluye distracción y juego,
pero limitándolo para que no obstaculice el cumplimiento de sus obligaciones más
serias, no permitiéndose la indolencia, la frivolidad ni la jocosidad. Duerme,
pero observa las horas de la oración:
"Se alzan del lecho para invocar a Su Señor con temor y vivo
deseo."
(32:16)
Permite el desahogo de la exigencias sexuales del cuerpo, pero sólo dentro
de los límites establecidos por Allah. Su deseo de riqueza y posesiones está
restringido por la advertencia:
"¡Sabed que la vida de acá es juego, distracción y ornato vano,
rivalidad en jactancia, afán de más hacienda, de más hijos!"
(57:20)
La sencillez de la vida que llevó el Profeta de Allah y la prohibición de
usar seda y oro refrena su propensión al lujo. Sobre todo, la orientación de
todos sus pensamientos y actividades para conseguir la satisfacción divina
aparta su atención y no se detiene en esas satisfacciones físicas por su propio
beneficio, sino que las embrida y las pone al servicio de Allah, pasando
entonces de ser bestias salvajes que le atacan a convertirse en útil y robusta
compañía en el camino de la vida. Purifica y canaliza en dirección al Éxito
Supremo las cualidades básicas que subyacen en el yo concupiscente. El apetito
desordenado del nafs se transforma en el deseo de poner muy alto el listón de
Allah y de adquirir materiales que pueden ayudarle en el servicio a aquellos a
los que Allah ha dado derecho sobre él, tales como parientes necesitados,
huérfanos y enfermos, lo que puede facilitarle el participar en los asuntos
públicos de la Umma. Su agresividad se desvía para extender el bien y suprimir
el mal y se hace uno de esos que:
"...son severos con los infieles y cariñosos entre sí."
(48:29)
La falta de escrúpulos de su yo inferior ahora está cualificada con
contrición y cuando necesita severidad la atempera con humanidad. Las
estratagemas y trampas de la guerra se condonan, pero no la violación de los
acuerdos solemnes, a cuyo cumplimiento se obliga en el Corán en palabras
terminantes. La lucha, aunque sea en la vía de Allah -no se permite otro tipo de
lucha en Islam- se pone en la cima del sacrificio en jihad. El elemento brutal
de la guerra absorbe necesariamente la característica de la astucia que hay en
el nafs, pero es de destacar que si el engaño es un ingrediente inevitable de la
guerra, diseñado para destruir el poder de las fuerzas del mal en el mundo, está
absolutamente prohibido en el comercio y en otra clase de contratos, porque
éstos son medios de conseguir paz y bienestar entre todos los hombres sin
distinción y un reflejo de la Misericordia Divina más que de la Justicia Divina.
Si la defensa de los legítimos derechos es recomendable, no debe llevar a la
mezquindad y al egoísmo; tales vicios los ha denunciado Allah en Su palabra:
"Dios no ama al presumido, al jactancioso, a los avaros y a los que
empujan a otros a ser avaros, a los que disimulan el favor que Dios les ha
dispensado."
(4:37-38)
Si primeramente es responsable del bienestar de su propia familia y su
comunidad, los límites de su clan se han roto y sus lealtades incluyen a toda la
Hermandad Musulmana, por último a toda la humanidad, excepto a aquellos que
abiertamente desafían la supremacía de Allah y Su Mensaje.
Tras disciplinar las necesidades del cuerpo, se vuelve hacia las
manifestaciones del amor propio, que son avaricia de la mente. Mientras esté
siempre dispuesto a resistir la injusticia y el ultraje, toma como principio
general de su conducta la recomendación de Allah a Su Profeta:
"¡Sé benévolo con los creyentes!."
(15:88)
Su deseo innato de superioridad lo transmuta en competir por la excelencia
en el terreno moral y espiritual, cambiando arrogancia y desdén por benevolencia
y simpatía. Sólo desea poder para que prevalezca la palabra de Dios y quiere ser
alabado tan sólo por aquellos cuya alabanza es valiosa, por virtudes que
realmente posee y además, en este caso, no considera suyo el mérito:
"Yo no pretendo ser inocente. El alma exige el mal a menos que mi Señor
use de Su misericordia."
(12:53)
Sólo busca la fama por la causa de Allah y, si es por él, únicamente en lo
que pueda influir para que otros sigan el camino recto. En lugar de envidia,
sustituye ese espíritu de emulación por una advertencia que no conlleva rencor,
desplaza al odio para dejar sitio a la paciencia y al perdón. No se adorna por
vanidad sino por un sentido de limpieza y armonía, por alabar al que es Belleza
Absoluta y a quien gusta lo hermoso. Si busca oficio es para tener la
oportunidad de beneficiar a la humanidad y si se permite alguna ostentación es
por la prevalencia del Islam, así como el Profeta iba a la oración del Id en
procesión llevando un manto fino. En lugar de aduladores se rodea de quienes
sienten la misma devoción por la causa de Allah y alaban lo bueno pero no
vacilan en oponerse al mal. En lugar de calumniar por el placer destructivo que
encierra, se limita a prevenir a los que puedan estar en peligro de sufrir un
daño por parte de una persona de mal carácter y si no hay tal peligro, señalará
alguna buena cualidad de un hombre del que se ha hablado mal o al menos
permanecerá callado y ocultará sus faltas. Esta transmutación del plomo del nafs
en el oro de la excelencia moral ejemplificada por el Profeta de Allah es una
ardua labor que comprende numerosos grados y fases y no se consigue sin una
constante lucha interna; es el necesario preludio a la elevación del alma a
Dios, que constituye la más alta experiencia espiritual.
Así pues el hombre, que es el regente del pequeño reino, tiene que elegir
entre las advertencias del alma espiritual supraterrena y la exigencias del yo
concupiscente, ha de encontrar el camino justo en el que se mantienen los
derechos de ambos. La elección conduce a una resolución y ésta a la acción. Cada
acción revierte como un eco en el corazón donde se ha originado y deja su señal
allí. La señal es más o menos brillante según la cualidad de la acción y ,
gradualmente, por acumulación de tales señales se va formando una imagen
cualitativa del hombre interno que será hermosa y luminosa o sombría y
repulsiva, proporcionalmente a la conformidad con su verdadera naturaleza
elevada o con su perversión. Esta imagen, el momento del juicio final, iluminada
con la antorcha de la fe u obscurecida por las sombras de la idolatría y la
incredulidad, aparecerá ante él mostrándole lo que ha conseguido:
"Ese día, ya se le informará al hombre de lo que hizo y de lo que dejó
de hacer."
(75:13)
A pesar de que depende por completo de la gracia de Allah por su guía y
únicamente el Poder de Allah puede premiarle o castigarle, no obstante el hombre
es responsable de su propio destino. Su situación se describe sucintamente en el
Corán:
"¡Por el alma y Quien le ha dado forma armoniosa, instruyéndola sobre
su propensión al pecado y su temor de Dios! ¡Bienaventurado quien la purifique!
¡Decepcionado, empero, quien la corrompa!."
(91:7-10)
Hasta aquí hemos expuesto el funcionamiento normal de las "tres fases del
alma", el nafs, el ruh y el qalb. Esto es particularmente aplicable a la vida de
los Abrar (obedientes) y de los salihin (puros o rectos), cuyo objetivo es que
en ellos prevalezca lo noble sobre lo innoble, lo lícito sobre lo ilícito, lo
puro sobre lo bajo. Con su devoción a Allah y a Su profeta (paz y bendiciones
sobre él) mezclan un apego a las cosas buenas de este mundo, que desean confinar
dentro de las distinciones establecidas por la Shariah, entre lo que se aprueba
y lo que no. Pero quienes siguen el camino espiritual (tariqat) y emprenden su
viaje hacia Allah (suluk il-Allah) ponen su meta más alta, tan alta que su
sublimidad no tiene límites porque es su reunión con Allah. Para alcanzar este
fin aparentemente inalcanzable los medios que usan no son distintos de los
usados por los puros, pero difieren mucho en intensidad, porque el salik
(viajero) tiene total devoción y un completo abandono en su propósito, y desviar
la atención incluso hacia indulgencias permitidas es para él shirk (asociar
"otro" con Allah). Aparta sin consideración cualquier cosa que pueda ser un
impedimento en su camino y se lleva como provisión sólo lo que puede ayudarle a
ganar su destino con más facilidad. Por esta razón se dice que las virtudes de
los obedientes son los vicios de los que han alcanzado la "proximidad" o aspiran
a alcanzarla, porque aquí no hay compromiso ni dos visiones.
"No se desvió la mirada. Y no erró."
(53:17)
Al principio tuvimos la precaución de indicar que estas fases del alma no
son secciones cerradas y separadas sino funciones altamente interactivas e
interpenetradas, como las funciones de un organismo que, aunque sean diferentes,
básicamente están unificadas. La energía del alma humana se derrama desde el
corazón espiritual, llamado así porque, al igual que el corazón físico, da vida
a todo el cuerpo del alma. El corazón es el núcleo de la personalidad, la sede
de sus peculiares cualidades y el centro de radiación de su fuerza. Si presta su
fuerza a las atracciones del yo inferior (nafs), éste lo absorbe hasta tal punto
que prácticamente el corazón se convierte en el yo inferior y las otras
cualidades y atracciones se anulan mientras se mantenga esta absorción. Este es
el significado del dicho del Profeta de Allah "cuando un hombre...". Del mismo
modo, un corazón fortalecido por el dikr (recuerdo) y la adherencia a Su Camino
es capaz de absorber al yo inferior y abatirlo hasta el punto de que sus
tendencias a la rebelión estén bastante controladas y reducidas a los límites
dictados por el corazón. Aquí el nafs deviene en qalb y asume las
características del qalb en lugar de las suyas.
Las prácticas distintivas de los seguidores del camino (Tariqat),
utilizadas para el fortalecimiento y desarrollo del alma espiritual, son simples
órdenes de Allah y Su Profeta que se suman a las prácticas más generales de rezo
y ayuno derivadas de su llamada:
"¡Invoca el nombre de tu Señor y conságrate totalmente a
Él!."
(73:8)
El objetivo del dhikr es dirigir la energía del corazón para que se sitúe
bajo la influencia del ruh, para que por fin el ruh lo absorba y oblitere de tal
modo que el qalb deje de ser él mismo para convertirse en ruh, borrando sus
cualidades y afirmando las de su superior. La cualidad especial del ruh es que
su campo no es el del pensamiento discursivo sino el de las emociones o afectos
puramente "sentidos" que, cuando se hacen dominantes, impregnan toda la
personalidad anegando todo lo demás. Esto es lo que los sufis llaman "hal" o
estado del espíritu. No hay nada que se parezca a una lista exhaustiva de tales
estados, que son tan diversos como los rostros de los hombres, ninguno de los
cuales se parece exactamente al de los demás. Para facilitar la comprensión se
pueden establecer ciertas categorías, que pueden ser válidas porque la
multiplicidad emerge de la unidad. Por citar algunos ejemplos, una clase de
"estado" es el de completo haibat, que sobreviene a la revelación de la
Magnificencia de Allah y la sensación de total debilidad e impotencia del hombre
ante Él. En esta condición siente como si estuviera en presencia de Allah,
pulverizado como la montaña.
Otra clase de "estado" o emoción espiritual es el de extrema calma y paz
ante Allah:
"Él es quien ha hecho descender la sakina en los corazones de los
creyentes para incrementar su fe."
(48:4)
La desarmonía producida por los conflictos entre opuestos se disuelve en la
armonía que emana del Ser en Quien todo contraste se unifica y toda discordancia
desaparece, y que es Paz. Pero el "hal" más importante es el del amor
(mahabbat), en su forma más intensa extremado amor (ishq), que es la fuerza
motriz que impulsa al hombre por el camino de Allah, ya que no sólo el espíritu
ama a Allah, sino que Allah ama al espíritu. Puede decirse de este amor que es
"madre" de todos los estados y fundamento de la satisfacción (rida):
"Dios está satisfecho de ellos y ellos lo están de Él"
(98:8).
En uno de estos estados el ruh domina al qalb y al nafs de tal manera que
no pueden distinguirse. Sin embargo, se dice que el hal es temporal, va y viene.
Y no siempre deja su marca en el pensamiento y en la acción de la persona que lo
ha experimentado de forma tan intensa que ahora estén influidos por él de modo
permanente haciendo que la persona piense, decida y actúe en concordancia con
él. Sólo cuando el hal se hace poderoso y persistente por la continua
experiencia, el qalb y el nafs son permeables a él. Así, aunque el ruh no esté
en un estado de sobrecogimiento y ellos estén completamente conscientes de sí
mismos ejerciendo sus funciones, siguen el dictado del hal y lo aplican en sus
respectivos campos, convirtiéndose en una de sus cualidades permanentes.
Entonces el hal se transforma en maqam (posición establecida) y lo que era
efímero se hace duradero, y lo que antes coloreaba una parte de la personalidad
ahora lo colorea todo. El hal es entonces como un rayo ininterrumpido sobre el
qalb, que incorpora su influencia a su naturaleza, transmitiéndola al nafs ya
obediente.
Cuando la vista del estado abre el ojo interno del viajero, se dice que ha
alcanzado el "mundo angélico" (alam ul-malakut). Además del aumento de intimidad
en la relación del aspirante con Allah por medio del estado y de las posiciones
establecidas, ahora también está abierto a la influencia de otros espíritus
superiores que están en ese mundo. El primer espíritu que le influye es el de su
Murshid (director) que aunque aparentemente vive en la arena física se centra en
el reino del espíritu. Desde el principio esta influencia es constante, pero
cuando el ruh se hace más fuerte y puro como resultado del constante dhikr
(recuerdo), la acción del espíritu superior se parece al del hal, de manera que
el ruh del director se sobrepone al del discípulo hasta el punto de anularlo,
dejando sólo en evidencia el ruh superior. Como en el caso del hal, inicialmente
esta condición puede ser de naturaleza temporal, pero según va madurando el qalb
y el nafs son más permeables y el resplandor se va extendiendo por la
personalidad dando lugar a sorprendentes unanimidades entre el sheij y el murid
(buscador resoluto).
Este proceso se extiende desde el maestro inmediato hasta los santos
primigenios del árbol genealógico espiritual, porque en el mundo del espíritu no
cuentan las limitaciones de tiempo y espacio. En ocasiones, cuando Allah quiere,
el viajero del camino se ennoblece con una comunión directa con el Espíritu de
los espíritus, es decir el espíritu de Muhammad, Profeta de Allah (paz y
bendiciones sobre él). Aquí también aparece el mismo proceso de predominancia,
comparable al de los brillantes rayos del sol borrando el débil brillo de las
estrellas, aunque en este caso el resultado del predominio del ruh y sus
posteriores efectos en el qalb y en el nafs son de tan alto grado y extensión,
como la inconmensurable e insuperable elevación de la mayor de todas las almas.
Todos los espíritus están hechos del mismo material del espíritu de Muhammad,
como se indica en el dicho del Profeta: "La primera cosa hecha por Allah fue la
Luz de vuestro profeta (Muhammad)". Hemos llegado ahora al punto de unión entre
unidad y multiplicidad, al gran mediador entre Allah y Su creación, uno de cuyos
rostros mira a los muchos y el otro al Único.
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