El sentido de ver la Tierra desde fuera de la Tierra
Leonardo Boff.
Brasil.
Los últimos siglos se han caracterizado por
incontables descubrimientos: continentes, pueblos originarios, especies
de seres vivos, galaxias, estrellas, el mundo subatómico, las energías
originarias y últimamente el campo de Higgs, especie de fluido sutil que
impregna el universo; las partículas virtuales al tocarlo reciben masa y
se estabilizan. Pero todavía no habíamos descubierto la Tierra como
planeta, como nuestra Casa Común. Fue necesario que saliésemos de la
Tierra para verla desde fuera y entonces descubrirla y constatar la
unidad Tierra-humanidad.
Este es el gran legado de los astronautas que
tuvieron la posibilidad de contemplar la Tierra desde el espacio
exterior por primera vez. Produjeron en nosotros lo que se ha llamado
el Overview Effect, es decir, «el efecto de la visión desde arriba».
Frank White recogió bellísimos testimonios de los astronautas en su
libro Overview Effect (Houghton Mifflin Company, Boston 1987). Al
leerlos producen en nosotros un fuerte impacto y un gran sentimiento de
reverencia, una verdadera experiencia espiritual. Leamos alguno.
El astronauta James Irwin decía: «La Tierra parece un
árbol de navidad colgado del fondo negro del universo; cuanto más nos
alejamos de ella, tanto más va disminuyendo su tamaño, hasta quedar
reducida a una pequeña bola, la más bella que se pueda imaginar. Ese
objeto vivo tan bello y tan cálido parece frágil y delicado;
contemplarlo cambia a quien lo hace, pues empieza a apreciar la creación
de Dios y a descubrir el amor de Dios». Otro, Eugene Cernan, confesaba:
«Yo fui el último hombre que pisó la luna en diciembre de 1972.
Desde la superficie lunar miraba con temor
reverencial hacia la Tierra en un transfondo muy oscuro; lo que yo veía
era demasiado bello para ser aprehendido, demasiado ordenado y lleno de
intención para ser fruto de un mero accidente cósmico; uno se sentía,
interiormente, obligado a alabar a Dios. Dios debe existir por haber
creado aquello que yo tenía el privilegio de contemplar; espontáneamente
surge la veneración y la acción de gracias; para eso existe el
universo».
Con fina intuición observó Joseph P. Allen, otro
astronauta: «Se discutió mucho sobre los pros y los contras de los
viajes a la luna, no oí a nadie argumentar que deberíamos ir a la luna
para ver la Tierra desde allí, desde fuera de la Tierra; después de
todo, ésta debe haber sido seguramente la verdadera razón de haber ido a
la luna».
Al pasar por esta experiencia singular, el ser humano
despierta a la comprensión de que él y la Tierra forman una unidad y
que esta unidad pertenece a otra mayor, la solar, y esta a otra todavía
mayor, la galáctica; ésta nos remite a todo el universo, el universo
entero al Misterio y el Misterio al Creador.
«Desde allá arriba», observaba el astronauta Eugene
Cernan, «no son perceptibles las barreras del color de la piel, de la
religión y de la política que aquí abajo dividen al mundo». Todo está
unificado en un único planeta Tierra. Comentaba el astronauta Salman
al-Saud: «el primero y el segundo día, señalábamos hacia nuestro país,
el tercero y cuarto hacia nuestro continente, después del quinto día
solamente teníamos conciencia de la Tierra como un todo».
Estos testimonios nos convencen de que Tierra y
Humanidad forman en realidad un todo indivisible. Exactamente esto fue
lo que escribió Isaac Asimov en un artículo en The New York Times del 9
de octubre de 1982 con ocasión de los 25 años del lanzamiento del
Sputnik, que fue el primero en dar la vuelta a la Tierra. El título era:
“El legado del Sputnik: el globalismo”. Y decía Asimov: «se impone en
nuestras mentes reluctantes la visión de que Tierra y Humanidad forman
una única entidad». El ruso Anatoly Berezovoy que estuvo 211 días en el
espacio afirmó la misma cosa. Efectivamente no podemos colocar en un
lado la Tierra y en el otro la humanidad.
Formamos un todo orgánico y vivo. Nosotros los
humanos somos aquella parte de la Tierra que siente, piensa, ama, cuida y
venera.
Contemplando el globo terrestre presente en casi
todos los lugares, irrumpe espontáneamente en nosotros la percepción de
que a pesar de todas las amenazas de destrucción que montamos contra
Gaia, el futuro bueno y benéfico, de alguna forma está garantizado.
Tanta belleza y esplendor no pueden ser destruídos. Los cristianos
dirán: Esta Tierra está penetrada por el Espíritu y por el Cristo
cósmico. Parte de nuestra humanidad ya fue eternizada por Jesús y está
en el corazón de la Trinidad. No será sobre las ruinas de la Tierra
donde Dios completará su obra. El Resucitado y su Espíritu están
empujando la evolución hacia su culminación.
Una moderna leyenda da cuerpo a
esta creencia: «Había una vez un militante cristiano de Greenpeace que
fue visitado en sueños por Cristo resucitado. Jesús lo convidó a pasear
por el jardín. El militante accedió con gran entusiasmo. Después de
andar un largo rato, admirando la biodiversidad presente en aquel
rincón, preguntó el militante: “Señor, cuando andabas por los caminos de
Palestina, dijiste en una ocasión que un día volverías con toda tu
pompa y gloria. ¡Se está demorando mucho tu venida! ¿Cuando volverás por
fín de verdad, Señor? Tras unos momentos de silencio que parecían una
eternidad, el Señor respondió: “Mi querido hermano, cuando mi presencia
en el universo y en la naturaleza sea tan evidente como la luz que
ilumina este jardín; cuando mi presencia bajo tu piel y en tu corazón
sea tan real como mi presencia aquí ahora, cuando esta presencia mía se
haga cuerpo y sangre en ti hasta el punto de que no necesites pensar más
en ella, cuando estés tan imbuido de esta verdad que ya no necesites
preguntar insistentemente como estás preguntando ahora… entonces,
hermano querido, esas serán las señales de que he vuelto con toda mi
pompa y toda mi gloria.+ (PE)
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