EPN, promotor de AMLO
05:00 AM
“El principal beneficiario del cinismo que está engendrando el presidente [Peña Nieto] puede ser Andrés Manuel López Obrador”.
En una editorial que cuestiona la falta de visión del gobierno para
combatir la corrupción y aclarar los presuntos conflictos de interés, el
semanario británico The Economist dice que el presidente no se da
cuenta de la gravedad de la situación y así fomenta más impunidad.
Cuando se revisan los datos de intención de voto de Parametría que
publicó El Financiero la semana pasada, queda claro que el gobierno está
siendo un buen aliado de una nueva campaña de AMLO en 2018 que
eventualmente lo convierta –ahora sí– en presidente de México.
No es que el presidente Peña Nieto quiera que López Obrador sea su sucesor en Los Pinos, pero la falta de reacción de su gobierno frente a los problemas crecientes de ingobernabilidad –casetas de peaje asaltadas diariamente, desafío a la reforma educativa, toma del aeropuerto de Oaxaca, extorsiones– y su insensibilidad frente a las exigencias de que aclare los presuntos conflictos de interés, sólo pavimentan el atractivo de la figura y del discurso de AMLO. Y la tercera puede ser la vencida.
Durante los últimos 15 años López Obrador ha construido su atractivo a partir de denunciar el abuso del poder: la corrupción de “los de arriba” a quienes llama delincuentes de cuello blanco o la mafia del poder. Su estilo personal hace el discurso creíble: viajaba en un automóvil marca Tsuru cuando era jefe de gobierno del Distrito Federal, vivía en la zona de Copilco de la ciudad de México y sus vacaciones las pasaba en Tabasco. Hace pocos días publicó una fotografía en Facebook donde se aprecia al excandidato presidencial comiendo quesadillas de comal en una pequeña fonda en la carretera de Izúcar de Matamoros, cerca de Cuautla: cálido, desenfadado, cercano a la vida promedio de millones de mexicanos.
Su ataque a la mafia del poder incluía originalmente al PRI y al PAN, el malvado duopolio “PRIAN”. Pero ahora también incluye al PRD. Según él todos son iguales: corruptos y al servicio de los ricos y poderosos. Su discurso caricaturesco que generaliza sin matices retrata, sin embargo, tendencias ciertas de la realidad. Si López Obrador venía criticando a la dirigencia del PRD desde que salió de ese partido a fines de 2012, los hechos de Ayotzinapa y la balbuceante reacción de ese partido frente a la responsabilidad del exgobernador Ángel Aguirre, sólo dan credibilidad a los dichos de AMLO. (La postulación del hijo de Aguirre como candidato a alcalde de Acapulco es un hecho inaudito de insensibilidad, complicidad o imprudencia, una más a favor de López Obrador).
Morena es un éxito inusitado aun antes de competir: el partido se ubica ya en una intención de voto de 10% y su tendencia ascendente puede colocarlo como la tercera fuerza electoral después de las elecciones de junio, por encima del PRD. Según la encuesta de Parametría, Morena empata con el Partido Verde en una intención del voto de 10%, sólo dos puntos abajo del PRD, que tiene 12%.
El ascenso de Morena y la caída del PRD podrían cambiar la configuración del sistema de partidos. De un sistema tripartidista que ha prevalecido desde fines de la década de 1990, podríamos pasar a uno de dos arriba (PAN y PRI), tres en medio (Verde, Morena y PRD) y algunos pequeños abajo. De todos ellos, los partidos de la llamada izquierda suman 27%, sólo cuatro puntos debajo del PRI, que tiene hoy 31% de intención del voto.
Si el gobierno federal sigue pasmado, con explicaciones incompletas, erráticas y superficiales respecto a las denuncias de corrupción y tráfico de influencias; si el PAN sigue atorado en sus problemas internos sin actuar de forma concreta –y no sólo discursiva– frente a la corrupción de sus propios militantes y del gobierno; y si el PRD sigue con su alianza política con el exgobernador Aguirre y tolerando a líderes como Silvano Aureoles –quien en lugar de promover una comisión de investigación del Congreso se ha dedicado a cuestionar las filtraciones que dieron pie a los escándalos de conflicto de interés–, el éxito de Morena sólo crecerá de la mano de la tercera candidatura presidencial de López Obrador en 2018. Tiene ya el mejor lema de campaña: “Se los dije....”.
La crisis de todos los partidos y la percepción creciente de corrupción y de impunidad, que van de la mano de un mayor resentimiento social en amplias capas de la sociedad, construyen el mejor escenario para la tercera apuesta presidencial de López Obrador. Si se suma a ello que el crecimiento económico será modesto en 2015 y quizá también en 2016, que habrá menores ingresos para financiar gasto por el declive del precio del petróleo y que seguramente seguirán estallando escándalos de corrupción en los próximos años, hoy se puede afirmar que las probabilidades de éxito de AMLO para 2018 seguirán creciendo.
Para el promotor (por omisión) de López Obrador, el único problema es que su promovido buscaría revertir algunas de las reformas que se han aprobado, indagaría los conflictos de interés que el gobierno se niega a hacer por iniciativa propia y cambiaría la narrativa del Pacto por México: algunas de las reformas positivas –como la energética y la educativa– serían caricaturizadas como una farsa y simulación de la mafia del poder para saquear al país.
Sería una lástima que algunos pasos positivos de los últimos años queden hechos añicos en la narrativa nacional por la incapacidad de reacción del gobierno y de los principales partidos políticos para dar al país una nueva narrativa de integridad, honestidad y legalidad.
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Durante los últimos 15 años López Obrador ha construido su atractivo a partir de denunciar el abuso del poder: la corrupción de “los de arriba” a quienes llama delincuentes de cuello blanco o la mafia del poder. Su estilo personal hace el discurso creíble: viajaba en un automóvil marca Tsuru cuando era jefe de gobierno del Distrito Federal, vivía en la zona de Copilco de la ciudad de México y sus vacaciones las pasaba en Tabasco. Hace pocos días publicó una fotografía en Facebook donde se aprecia al excandidato presidencial comiendo quesadillas de comal en una pequeña fonda en la carretera de Izúcar de Matamoros, cerca de Cuautla: cálido, desenfadado, cercano a la vida promedio de millones de mexicanos.
Su ataque a la mafia del poder incluía originalmente al PRI y al PAN, el malvado duopolio “PRIAN”. Pero ahora también incluye al PRD. Según él todos son iguales: corruptos y al servicio de los ricos y poderosos. Su discurso caricaturesco que generaliza sin matices retrata, sin embargo, tendencias ciertas de la realidad. Si López Obrador venía criticando a la dirigencia del PRD desde que salió de ese partido a fines de 2012, los hechos de Ayotzinapa y la balbuceante reacción de ese partido frente a la responsabilidad del exgobernador Ángel Aguirre, sólo dan credibilidad a los dichos de AMLO. (La postulación del hijo de Aguirre como candidato a alcalde de Acapulco es un hecho inaudito de insensibilidad, complicidad o imprudencia, una más a favor de López Obrador).
Morena es un éxito inusitado aun antes de competir: el partido se ubica ya en una intención de voto de 10% y su tendencia ascendente puede colocarlo como la tercera fuerza electoral después de las elecciones de junio, por encima del PRD. Según la encuesta de Parametría, Morena empata con el Partido Verde en una intención del voto de 10%, sólo dos puntos abajo del PRD, que tiene 12%.
El ascenso de Morena y la caída del PRD podrían cambiar la configuración del sistema de partidos. De un sistema tripartidista que ha prevalecido desde fines de la década de 1990, podríamos pasar a uno de dos arriba (PAN y PRI), tres en medio (Verde, Morena y PRD) y algunos pequeños abajo. De todos ellos, los partidos de la llamada izquierda suman 27%, sólo cuatro puntos debajo del PRI, que tiene hoy 31% de intención del voto.
Si el gobierno federal sigue pasmado, con explicaciones incompletas, erráticas y superficiales respecto a las denuncias de corrupción y tráfico de influencias; si el PAN sigue atorado en sus problemas internos sin actuar de forma concreta –y no sólo discursiva– frente a la corrupción de sus propios militantes y del gobierno; y si el PRD sigue con su alianza política con el exgobernador Aguirre y tolerando a líderes como Silvano Aureoles –quien en lugar de promover una comisión de investigación del Congreso se ha dedicado a cuestionar las filtraciones que dieron pie a los escándalos de conflicto de interés–, el éxito de Morena sólo crecerá de la mano de la tercera candidatura presidencial de López Obrador en 2018. Tiene ya el mejor lema de campaña: “Se los dije....”.
La crisis de todos los partidos y la percepción creciente de corrupción y de impunidad, que van de la mano de un mayor resentimiento social en amplias capas de la sociedad, construyen el mejor escenario para la tercera apuesta presidencial de López Obrador. Si se suma a ello que el crecimiento económico será modesto en 2015 y quizá también en 2016, que habrá menores ingresos para financiar gasto por el declive del precio del petróleo y que seguramente seguirán estallando escándalos de corrupción en los próximos años, hoy se puede afirmar que las probabilidades de éxito de AMLO para 2018 seguirán creciendo.
Para el promotor (por omisión) de López Obrador, el único problema es que su promovido buscaría revertir algunas de las reformas que se han aprobado, indagaría los conflictos de interés que el gobierno se niega a hacer por iniciativa propia y cambiaría la narrativa del Pacto por México: algunas de las reformas positivas –como la energética y la educativa– serían caricaturizadas como una farsa y simulación de la mafia del poder para saquear al país.
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