Pase lo que pase EEUU apoyará a Arabia Saudita
03/06/2003 - Autor: Robert Fisk - Fuente: La Jornada - México D.F.
Pobres sauditas. Se necesita mucho para llegar a sentir compasión por esos decapitadores, cortadores de manos, antifeministas, misóginos, feudales y antidemocráticos sauditas. Son ellos, después de todo, quienes financiaron a la resistencia islámica contra el ejército soviético en Afganistán.
Esta es la nación cuyo ministro del Interior solía tener conversaciones amistosas con Osama Bin Laden en la embajada saudita en Islamabad. De hecho, se trata del país que eligió a Osama para ser su "príncipe" en una campaña contra el ateísmo soviético, debido a que sus verdaderos príncipes no tenían el valor de encabezar a la "legión" árabe contra los rusos. También se trata de la nación de la que provenían 15 de los 19 atacantes suicidas que perpetraron los atentados del 11 de septiembre de 2001. Y, por supuesto, este es el país cuyos atacantes suicidas asesinaron a más occidentales en Riad la noche del pasado lunes. Si el saldo mortal es superior a 90 víctimas, será el mayor triunfo de Al Qaeda desde 2001.
Pero después del más reciente ataque contra Irak, tras esa invasión ilegal según cualquier lineamiento internacional, y luego de los pronunciamientos ilusos y peligrosos de los nuevos amos coloniales estadunidenses -y aquí me refiero a las bravatas de su más reciente fracaso, el ex general sionista Jay Garner-, no se puede menos que sentir un viso de compasión por los sauditas. Después de todo ellos, al igual que Saddam, fueron creados por Occidente.
Los británicos aceptaron a la familia Al Saud una vez que quedó claro que los hashemitas estaban fuera de la jugada, y tan pronto como Franklin D. Roosevelt dio la bendición al reinado de la familia a bordo del barco estadunidense Quincy. Una borrachera de Winston Churchill con el monarca saudita en Egipto puso fin a la aventura imperialista británica en la tierra de los Dos Lugares Sagrados. El rey Ibn Saud no encontró graciosa la afirmación de Churchill de que "mientras la religión de Su Majestad me obliga a abstenerme de fumar y beber alcohol, por mi parte debo apuntar que en el mandato de mi vida se considera un rito absolutamente sagrado fumar puros y beber alcohol antes de las comidas, después de las comidas, durante las comidas y en todos los intervalos".
La familia real Saud es, verdaderamente, un elefante blanco. Sus miles de príncipes, todos dignos del medievo, son perfectamente indignos de gobernar. Son dueños de 60 ciento del petróleo del mundo y comparten este tesoro global con otras cuatro familias. La monarquía saudita ha tenido como resultado los jeques más codiciosos y los barrios más paupérrimos del Golfo, además de la institución wahabita feudal más ferozmente antioccidental que jamás haya existido en el mundo desde el sitio de Viena. El dinero del petróleo ha corrompido a la familia real. Sus imanes y sus "sabios" religiosos decidieron hace mucho tiempo que los Al Saud son títeres occidentales que se alimentan de la prostitución, la corrupción y los sobornos estadunidenses. Sin embargo, entre los neoconservadores que ahora dictan el rumbo del gobierno de Bush, como los Perle, los Wolfowitz y los Cohen, se dice que Arabia Saudita ha sido durante mucho tiempo el lugar del financiamiento de Saddam. Después de todo, ¿quién financió la llegada de Hussein al poder? ¿Quién pagó por la demencial guerra de ocho años contra Irán, con todo y el armamento químico del que ahora todos se sorprenden? ¿Quiénes, de hecho, enviaron a jóvenes musulmanes a combatir al ejército soviético en Afganistán? Los sauditas. Pero es mejor que olvidemos -como quieren los Perle, Wolfowitz y Cohen- que los sauditas hicieron todo eso con nuestras bendiciones y aliento.
Desde el 11 de septiembre de 2001 -escribo la fecha completa para que no se confunda con el día de septiembre de 1982 en que ocurrió la matanza de mil 700 palestinos en Sabra y Chatila, ni con el 11 de septiembre que marcó el golpe contra Salvador Allende en Chile, orquestado por Henry Kissinger- los neoconservadores del gobierno estadunidense nos han estado recordando la maldad inherente del régimen saudita.
Fue Perle quien arregló que un analista de la Rand Corporation -el muy extraño señor Laurent Maurawiec- le dijera al comité asesor del Pentágono (sólo Dios sabe sobre qué "asesora") que "los sauditas están muy activos en todos los niveles de la cadena terrorista, en la planeación, en la financiación; hay comandantes y soldados rasos, hay ideólogos y porristas". Arabia Saudita, afirmó, es "la semilla del mal". Por si el público necesitaba una traducción de estas bobadas, el Washington Post proporcionó con mucho gusto una, en agosto pasado, citando a un funcionario estadunidense anónimo. El diario conjeturó que una vez que una invasión estadunidense derrocara a Saddam Hussein, el régimen iraquí que sucedería al presidente sería amistoso hacia Estados Unidos y se convertiría en el principal exportador de petróleo para Occidente. Ese petróleo disminuiría la dependencia de Estados Unidos hacia la exportación saudita, lo que permitiría al gobierno de Bush enfrentar el "terrorismo" saudita. "El camino hacia todo Medio Oriente atraviesa Bagdad", anunció este valiente (y desde luego, anónimo) funcionario. "Una vez que tengamos un régimen democrático (sic) en Bagdad, las posibilidades son muchas." No ayudó en nada a los sauditas que durante este debate absurdo el doctor Kissinger defendiera la postura del funcionario anónimo. Desde entonces existe una campaña para denigrar a la familia real Al Saud.
El esfuerzo más reciente en ese sentido fue un amplio y detallado artículo del ex "oficial de campo" de la CIA en Medio Oriente, Robert Baer, en The Atlantic Monthly, sobre el inminente colapso de la casa real saudita. Describió, con devastador detallismo, el ataque cardiaco que casi le cuesta la vida al rey Fahd en 1995, motivo por el cual el anciano príncipe heredero Abdullah gobierna de hecho el país mientras Fahd sobrevive. Baer señala que "por toda Riad podía escucharse el ruido de los helicópteros" al tiempo que los príncipes se reunían en torno a la cama de hospital del rey. El año pasado, cuando el monarca estaba en Suiza, al parecer al borde de la muerte, este reportero se encontraba en el país europeo y pudo escuchar el mismo ruido de helicópteros que transportaban a todos los príncipes que exigían una tajada del pastel real. La verdad es que actualmente hay demasiados príncipes, unos 15 mil, y resultan muy difíciles de manejar. Además, las 19 mil libras esterlinas que reciben al mes parecen no bastarles para llevar un estilo de vida principesco. Muy pronto habrá 30 mil príncipes, y dentro de una generación más, 60 mil.
¿No es de esto de lo que siempre ha hablado Osama Bin Laden? Qué curioso que los odios de Osama y el cinismo de Baer se concentren por igual en la familia real saudita. Osama quisiera convertir a Arabia Saudita en una verdadera nación islámica, y algunas de sus descripciones de la corrupción saudita -durante una entrevista que yo mismo le hice- suenan exactamente iguales a la bilis que derraman los señores Perle y Baer.
De hecho, el símbolo más repugnante de esa corrupción mencionado en el artículo de Baer es la imagen del rey Fahd, que se recupera de su operación cardiaca, defecando en la piscina real delante de toda su familia. Pero yo les digo que no teman. Porque como señala perversamente Baer, el comercio estadunidense está unido sin remedio a la familia real saudita. El grupo Carlyle ha sido el principal beneficiado de la esplendidez saudita. Frank Carlucci (asesor para Seguridad Nacional y después secretario de Defensa en los gobiernos de Reagan) fue presidente de dicha compañía. Uno de los consultores de Carlyle es James Baker, el secretario de Estado de Bush padre, y también es asesor de la firma Arthur Levitt, quien encabezó al comité de Garantías y Comercio de Clinton.
El actual presidente de Carlyle es nuestro muy querido ex primer ministro británico, John Major. Halliburton, compañía presidida por Dick Cheney hasta que se convirtió en el vicepresidente estadunidense, se beneficia actualmente de la "reconstrucción" de Irak, pero también ha obtenido grandes dividendos de Arabia Saudita, donde ganó un contrato por 140 millones de dólares para desarrollar un campo petrolero. Asimismo, Chevron Texaco se unió a Saudi Aramco en nuevas operaciones de exploración. Chevron Texaco tuvo como miembro de su consejo de administración a Condoleezza Rice, la asesora de Seguridad Nacional consentida de todos los estadunidenses.
Así es por donde lo quieran ver, y si lo dudan, investiguen el papel que han desempeñado en las operaciones petroleras con Arabia Saudita Carla Hills y Nicholas Brady, respectivamente representante de comercio y secretario del Tesoro de Bush padre, quienes ahora prestan sus servicios en compañías que explotan la riqueza petrolera de Azerbaiján en colaboración con firmas sauditas.
He aquí un pronóstico. No importa lo que pase en Arabia Saudita, Estados Unidos seguirá respaldando a la casa real de los Al Saud. A menos, claro, que los monarcas sean derrocados, en cuyo caso Estados Unidos podrá tomar los campos petroleros del país desde sus bases más cercanas, ubicadas en Irak. Si en algún momento las fuerzas estadunidenses estuvieron a sólo 12 minutos de vuelo de las reservas petroleras iraquíes, lo mismo ocurrirá si despegan de Basora para "asegurar" los campos petroleros sauditas, la mayoría de los cuales se encuentran en territorios habitados por musulmanes chiítas, cuyos líderes, esperemos, se habrán ido a Irán y al sur de Irak.
Es obvio hacia dónde sopla el viento. Tenemos Irak. Olvídense de Arabia Saudita. Olvídense, por supuesto, hasta que quede claro que Osama Bin Laden bien puede estar en La Meca, en Medina o en Riad. Entonces vamos a decir: "Esperen un momento; ¿qué no lo derrotamos en Afganistán?" De cualquier forma, nos vamos a quedar con el petróleo, sin importar cuántas personas mueran a manos de Osama durante ese tiempo.
*© The Independent - Traducción: Gabriela Fonseca
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