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martes, 27 de enero de 2015

El fomento del racismo y la islamofobia en política y prensa

El fomento del racismo y la islamofobia en política y prensa

27/01/2015 - Autor: Antonio Maestre - Fuente: La Marea
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En una semana en la que 17 personas han muerto por la intolerancia de quien no soporta que nadie piense diferente, es importante recordar el papel que juegan los discursos políticos y mediáticos en la opinión pública. Provocar con una caricatura es un ejercicio extremo de libertad de expresión, no para el que la dibuja, sino para el que se siente ofendido. Es en esos momentos cuando se demuestra que la libertad de expresión es un bien a defender, cuando te molesta lo que otros dicen, cuando te afecta en lo más profundo. Es por eso que los medios de comunicación y los políticos, cuando tienen que demostrar que están a favor de la libertad de expresión, no es cuando se produce un ataque tan dramático contra un medio como Charlie Hebdo, que también, sino cuando se confrontan las bases mismas de su pensamiento e ideario político. Es en esos momentos de ofensa cuando el discurso que trasladan tiene que ser respetuoso con esos valores que dicen defender. Es entonces cuando la responsabilidad y la prudencia aconsejan trasladar un mensaje de tolerancia que no promueva el odio y la fobia al diferente, al que no comparte nuestros razonamientos.
El pasado 2 de enero, un ciudadano español llamado Jamal Herrad amenazó con suicidarse en un tren de cercanías cerca de Atocha. El suceso provocó que la policía -en previsión- activara el protocolo 50, creado para actuar ante casos de terrorismo. La reacción política y periodística ante el suceso provocó un relato de los hechos xenófobo e inmigracionalista que esconde una deriva preocupante propiciada por el interés en criminalizar a los inmigrantes y trasladar una versión política e interesada de la realidad, más ahora que entramos en año electoral. SOS Racismo Madrid emitió un comunicado al respecto denunciando esta actitud en la prensa española.
El código deontológico de la FAPE dice en su punto 7: “El periodista extremará su celo profesional en el respeto a los derechos de los mas débiles y los discriminados. Por ello, debe mantener una especial sensibilidad en los casos de informaciones u opiniones de contenido eventualmente discriminatorio o susceptibles de incitar a la violencia o a prácticas humanas degradantes. A) Debe, por ello, abstenerse de aludir, de modo despectivo o con prejuicios a la raza, color, religión, origen social o sexo de una persona o cualquier enfermedad o minusvalía física o mental que padezca. b) Debe también abstenerse de publicar tales datos, salvo que guarden relación directa con la información publicada”.
Los titulares de la mayoría de la prensa institucional no dudaron en usar conceptos y términos que incidían en el origen del protagonista del suceso. Los términos magrebí o árabe comenzaron a asomar en todas las cabeceras para unir el suceso a los atentados yihadistas del 11 de marzo de 2004. No había bomba, el individuo no tenía ningún vínculo con redes islamistas, ni siquiera se sabía si era musulmán, pero aun así la mayoría de medios no dudó en considerar que el suceso tenía relación con el yihadismo y el terrorismo. Para escorar más aún los titulares en esa dirección se usaron palabras como inmolarse, que la FUNDEU reconoce que se usa incorrectamente, para intentar transmitir las motivaciones religiosas del acto.
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El ciudadano era español, no llevaba ninguna bomba y no tenía ningún tipo de relación con redes islamistas. ¿Cuál era el único motivo que sirvió a la prensa para unir este acto al terrorismo islamista? Su color de piel. Jamal es español y tiene un color de piel que hace que su acto sea considerado terrorista. Algo, además, que sirve para incidir en los prejuicios de la prensa española contra los musulmanes.
El discurso racista de las élites
La prensa “blanca”, según la define el catedrático de comunicación Teun Van Dijk, se ha convertido en una promotora del discurso racista más que en parte de la solución ya que “todas las investigaciones empíricas indican, entre otras cosas, que, si bien de forma más directa y agresiva en el caso de la derecha y de manera algo más sutil en la izquierda, las minorías y los inmigrantes no europeos son representados como un problema, apoyando tal representación además en la atribución de características negativas, entre las que destacan la violencia, el crimen y la perversión o la desviación cultural (religiosa, lingüística, etc.)”. Además, el catedrático incide en que este modo de actuar racista en la prensa española viene influenciado por los políticos y sus discursos, que son una de las fuentes principales de racismo social, y el poder de permeabilidad de este discurso en la ciudadanía.
Según Van Dijk, el discurso racista de las élites tiene una serie de características:
-La generalización: Los actos terroristas de unos pocos se acaban asociando con el grupo entero.
-La confusión: Se tiende a equiparar a árabes con musulmanes, musulmanes con islamistas, e islamistas con terroristas.
-Enfatización de lo negativo y ocultación de lo positivo.
-Enfoque generalizado en la información sobre los radicales de los colectivos.
-La falta de enfoque sobre la historia, la tradición y las formas actuales del Islam moderno, democrático, humanista y su influencia histórica sobre la civilización (ciencia, literatura, cultura) occidental.
-La falta de conocimiento o de enfoque sobre la diversidad religiosa, política y cultural tremenda en el mundo del Islam.
-La cobertura de la diversidad religiosa se limita a la exageración y problematización de situaciones estereotipadas como el uso del hiyab por algunas mujeres musulmanas en Europa.
-El uso de viejos temas y estereotipos de la cobertura del Islam y de los árabes, como violentos, agresivos, primitivos, atrasados, etc.
-La falta de cobertura del racismo antiárabe y antimusulmán.
Uno de los problemas que permite la difusión de este discurso en la prensa es la ausencia de colaboradores de razas diferentes a la blanca, sirva de ejemplo que en el diario El País, tan sólo aparece Sami Näir, el sociólogo de origen argelino, como representante de otras razas distinta a la blanca entre 108 colaboradores que son referenciados en su web.
La prensa institucional y la agenda política del Gobierno
Jamal Herrad fue puesto en libertad al día siguiente de su intento de suicidio en Atocha con el único cargo de desordenes públicos. Eso no impidió a un periódico como La Razón hacer un monográfico uniendo el suceso protagonizado por el ciudadano español a una alerta terrorista yihadista en España y a los lobos solitarios que han actuado asesinando en Europa y aprovechar para unirlo ISIS. La noticia principal del diario fue “Alerta yihadista en España”. En su subtítulo reconocían que no tenía nada que ver con el yihadismo pero les servía para su propósito: “La falsa amenaza de bomba hace saltar las alarmas ante un posible atentado terrorista”. En el texto de la noticia quedaba en evidencia que el único vínculo que permitió al periódico unir el suceso con el yihadismo fue su etnia: “Jamal Herradi, un trastornado con antecedentes por violencia de género, que se encuentra en tratamiento desde 2013, fue el que protagonizó la supuesta amenaza, pero mañana puede ser otro, en este caso un islamista fanatizado, el que origine hechos similares pero con consecuencias fatales”.
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La cobertura de La Razón del día posterior al intento de suicidio del joven en el tren en Atocha, que unió de forma xenófoba un acto de orden público con el yihadismo, no se entiende sin atender a una línea editorial marcada por el interés del Gobierno al que apoya continuamente en sus páginas. Justo el mismo 2 de enero, día en el que sucedió el intento de suicidio en Atocha, el diario El País publicaba una entrevista al ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, en la que alertaba de la amenaza que suponía para España el Estado Islámico.
En un año en el que hay elecciones y el Partido Popular pierde apoyos continuamente frente a las nuevas formaciones, el discurso antiinmigración y del miedo frente al yihadismo puede reportar beneficios electorales al gobierno de Mariano Rajoy. El gobierno, conocedor de ello, ha asumido durante toda la legislatura el programa de los partidos de extrema derecha en materia de inmigración, algo que le interesa mucho recuperar en estos momentos en los que no tiene muchas armas electorales a su disposición.
El discurso contra la inmigración que está amparando el crecimiento de formaciones como el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia no tiene a nadie que lo capitalice en España ya que casi toda la extrema derecha que proviene del franquismo sociológico se encuentra entre el electorado del PP. Las políticas del PP contra los inmigrantes y el tono en sus declaraciones no deja espacio a ningún partido como el Front National. Dejar sin Sanidad a los inmigrantes irregulares o las devoluciones en calientes en Melilla sin atender a la ley son medidas que firmaría sin dudarlo Jean-Marie Le Pen. Además, el discurso de los miembros del Partido Popular se ha situado en el mismo nivel de agresividad y xenofobia contra los inmigrantes que el de la líder ultraderechista francesa.
Por su parte, el ministro del Interior español, Jorge Fernández Díaz, aconsejó a los críticos con las devoluciones en caliente que acogieran a los inmigrantes en sus casas, lo mismo que dijo Marine Le Pen a Ana Pastor en una entrevista en El Objetivo. No es el único miembro del PP que ha mostrado el discurso xenófobo. Arturo Torró, alcalde de Gandía, aprovechó la muerte del policía de Embajadores a manos de un ciudadano de Costa de Marfil para difundir un mensaje contra los inmigrantes. Algo que llevan haciendo tiempos políticos del PP como Xavier García Albiol en Badalona o Javier Maroto en Vitoria.
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Las palabras de Mariano Rajoy en las que declaró que no temía un aumento de la islamofobia en España tras el atentado terrorista no se corresponden con la realidad que existe en el partido que representa. El discurso de las élites políticas y mediáticas propician que la islamofobia y la xenofobia se instauren y se consoliden poco a poco en las sociedades europeas. Es por ello que la responsabilidad de no promover este tipo de relatos y de identificar a aquellos que los realizan de forma interesada es patrimonio de la prensa crítica.
Charlie Hebdo también pecó en ocasiones de caer en todas esas generalizaciones que forman parte del discurso racista de las élites, pero con la peculiaridad de que ellos son un medio satírico. La caricaturización, con lo que eso implica, es su labor, y siempre lo han hecho sobre absolutamente todas las religiones y creencias. El debate de la libertad de expresión y sus límites es recurrente. Usar esa libertad de un modo que permita abordar la realidad de colectivos desfavorecidos y sensibles se debe solucionar en el ámbito de la deontología periodística, así como en el de la prudencia y la responsabilidad. Los límites de la libertad de expresión están fijados en el Código Penal y en la Constitución, pero sólo son los límites sancionables. Si se considera que deben ser cuestionados, no son más que un problema legal. Los verdaderos límites del periodismo, en lo que se refiere a la libertad de expresión, deben estar por encima de ese Código Penal y transgredirlos si hace falta para que artículos como el 525, que pena la blasfemia, desaparezcan. Asumiendo a la vez que el discurso que los medios transmitimos es difusor y consolidador de prejuicios que estigmatizan colectivos. Una balanza de difícil equilibrio que todos los agentes sociales con incidencia en la opinión pública debemos tener en consideración para que la defensa de la libertad de expresión, como un bien a defender sin excusas, no suponga a su vez la insistencia en comportamientos que perjudiquen a colectivos desfavorecidos.


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