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miércoles, 28 de marzo de 2012

Reflexiones sobre el terrorismo

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Reflexiones sobre el terrorismo
No en nuestro nombre


No al terrorismo en nuestro nombre

De nuevo somos testigos de un terrible atentado; en este caso contra niños en una escuela judía, y de nuevo los musulmanes estamos bajo sospecha.

Los musulmanes vivimos este tipo de acontecimientos con doble angustia, la angustia de presenciar un acto de violencia cruel e injustificado, más la angustia del temor a que dicho acto sea obra de algún musulmán. Pues en este caso, dicho individuo es erigido automáticamente como representante de toda la comunidad musulmana allá donde se encuentre, y se considera que este acto se lleva a cabo con el consenso y la anuencia de todos los musulmanes sean de la condición que sean.

Es realmente terrible cómo occidente con sus medios de comunicación sensacionalistas, preocupados más por las listas de ventas que por acercar la realidad a los ciudadanos, así como sus políticos, convertidos en mercaderes de la demagogia y el populismo y sus instituciones del estado arrastradas por la ola de islamofobia que azota a Europa, han conseguido convertir el hecho de ser musulmán en una marca registrada de violencia, terrorismo y barbarie, de forma que al oír la palabra musulmán a la gente de inmediato se le encienden los pilotos de alarma y se le disparan los niveles de adrenalina; es el monstruo a abatir, el enemigo con el que, en el mejor de los casos, estamos obligados a coexistir, pero estando siempre alerta y despierto por si decide llevar a la práctica su siempre inconfesable intención de destruir cualquier atisbo de civilización.

Desde aquí 1 quiero enviar mi más sincero pésame y apoyo a los familiares de esos niños arrancados de las vidas de sus padres y seres queridos con el zarpazo de la bestia. La bestia del terrorismo, terrorismo a secas, porque el terrorismo no puede ser islámico, ni cristiano, ni judío, sólo puede ser violencia, barbarie y sinrazón estéril. El dolor de perder un hijo, sobre todo cuando se produce de forma violenta debe ser indescriptible y demasiado grande para que quepa en alma alguna, no tengo palabras para consolar a estos padres pues el amor a los hijos es un don divino sembrado en los corazones de los seres humanos y sólo Él puede curar tamaño desgarro.

Por otra parte también quiero mostrar mi apoyo y solidaridad hacia aquellos musulmanes que viven en occidente y que en estos momentos estarán agazapados, compungidos y temerosos de lo que les depara el futuro. Aquellos que no sabrán como podrán mirar a los ojos a la vecina de en frente, al compañero de trabajo o simplemente al tendero de la esquina. Mi solidaridad para esos musulmanes que sentirán vergüenza y miedo a la reacción de todos aquellos que estaban esperando una ocasión como esta para poder exteriorizar su odio y su desdén, sobre todo mi solidaridad para todas aquellas musulmanas que por llevar el “hiyab” no podrán esconder su identidad, esas valientes mujeres que por su condición de musulmanas han sido estigmatizadas por la sociedad y que hoy más que nunca serán señaladas y agredidas de una forma o de otra por los “guardianes de la civilización y de la identidad europea”.

Cuando Baruch Goldstein, ultraortodoxo judío, mató a 29 palestinos mientras rezaban en la mezquita de Hebrón en 1994, nadie habló de terrorismo judío.

Cuando Timothy McVeigh en 1995 hizo volar por los aires un centro comercial en Oklahoma con el resultado de 168 muertos y 500 heridos nadie habló de terrorismo cristiano.

Pero cuando un musulmán comete un acto terrorista, inmediatamente se le pone el apellido islámico a dicha acción. Parece como si los actos de los musulmanes estuvieran vehiculados siempre por su religión o por su pertenencia a una comunidad religiosa, como si se tratara de una personalidad monolítica y previamente consensuada, mientras los demás seres humanos gozan de una personalidad individual, irrepetible y totalmente articulada entre sus diferentes aspectos y componentes.

Volviendo a la tragedia de la escuela judía de Toulouse querría matizar una cuestión que nos vuelve a demostrar el doble rasero utilizado en occidente para tratar los asuntos relacionados con los musulmanes.

Todos recordamos que la semana anterior a dicho atentado tres soldados franceses de origen magrebí y otro original de las Antillas fueron tiroteados por el mismo individuo, resultando muertos tres de ellos. Todo hacía presagiar un móvil de carácter racista o xenófobo, pero no sólo no se le concedió la importancia que tenía sino que muchos medios de comunicación de gran tirada como El País ni siquiera recogieron la noticia, y sólo cuando se produjo el atentado de la escuela judía hemos visto como el presidente Sarkozy y otras personalidades políticas se han visto obligados a interesarse por dicho atentado homenajeando a sus víctimas en actos oficiales para no dar la impresión de actuar con doble rasero. Parece ser que los musulmanes no encajan en el papel de víctimas.

Estamos en plena campaña electoral francesa y los políticos durante estos días han estado azuzando y caldeando el ambiente contra los inmigrantes en general y los musulmanes en particular con el objetivo de ganar votos entre una población marcadamente escorada hacia la derecha y que percibe en aquel que es diferente una amenaza para su razón de ser y para sus intereses de sociedad, anclada en una concepción de la identidad totalmente monolítica e inamovible.

El individuo que ha cometido estos atentados les ha puesto la situación en bandeja para que sigan insistiendo en la misma teoría de la incompatibilidad del Islam con un estado de derecho y para reafirmar la idea del estereotipo del musulmán como individuo violento, incívico y tendente a la destrucción.

Sin embargo a continuación quisiera abrir las puertas a la autocrítica y la reflexión interna de las comunidades musulmanas. Los musulmanes en todo el mundo, pero sobre todo en occidente necesitamos realizar un esfuerzo de “iytihad” que nos permita contextualizar nuestro Islam en la realidad social, política y cultural que nos ha tocado vivir tanto en la dimensión histórica como geográfica.

La puerta del “iytihad” se cerró hace por lo menos cinco siglos, y ello ha creado una acumulación enorme de la tarea de renovación que constituye uno de los pilares principales de la jurisprudencia islámica. No cabe duda de que esta parálisis del dinamismo jurídico islámico se encuentra en la base de la decadencia y subdesarrollo en el que se encuentran sumidos los musulmanes desde hace siglos, y es en el mundo occidental donde se hace más patente ese desfase entre la concepción que los musulmanes tienen de su propio Islam y la realidad vivida a pie de calle. El problema de los musulmanes es que pretenden poner en practica una versión del Islam concebida por los juristas musulmanes en el siglo XIII o XIV totalmente acorde al espíritu de esa época pero adulterada con ideas, conceptos erróneos y prejuicios adquiridos por los musulmanes a través de cinco siglos de subdesarrollo y decadencia, y que ha dado como resultado una concepción del Islam arcaica, anacrónica, descontextualizada y aferrada a las formas en vez de al espíritu del mismo.

Esta situación nos pone ante una ingente tarea de renovación de nuestros textos jurídicos imprescindible para poder adaptar nuestra practica islámica a unas circunstancias que se encuentran a años luz de la realidad para la que fue concebida la jurisprudencia que sigue en vigor.

No es normal que en estos tiempos sigamos funcionando con formulas jurídicas que se estipularon antes del renacimiento, antes de los grandes descubrimientos geográficos, antes de la Revolución Francesa, antes de la revolución industrial y antes de los grandes descubrimientos tecnológicos del siglo XX. Es una verdadera locura intentar vivir una versión del Islam que ignore todos estos acontecimientos, porque el Islam no es sólo una religión sino un modus vivendi que atañe a personas de carne y hueso y que pretende organizar sus vidas en el tiempo y en el espacio. Pero evidentemente todo este esfuerzo de renovación debe realizarse sin renunciar al espíritu del Islam, sin renunciar a sus principios ni a sus valores.

Sé que es una tarea descomunal que precisa del concurso de especialistas no sólo en jurisprudencia islámica, sino en muchos otros aspectos relacionados con el día a día de la vida individual y colectiva del musulmán y su relación con el otro, pero cuanto antes empecemos antes obtendremos los frutos deseados y antes podremos evitar las nefastas consecuencias de una fraudulenta concepción de nuestro propio Islam.

Este ejercicio de contextualización no es sólo en beneficio de los musulmanes sino también de los demás, que podrán descubrir en un Islam contextualizado y adaptado a nuestro tiempo, un sistema de vida que respondería a muchas de las necesidades y preguntas de una humanidad que ha perdido el norte, que ha creído poder solucionarlo todo con el avance científico y tecnológico totalmente desligado de la dimensión trascendental del ser humano.

El Islam no es una religión hecha para el tercermundismo y el subdesarrollo, el Islam es la religión de la belleza, el conocimiento, el civismo y la fraternidad. Cuando lo aplicamos con criterios de ignorancia e incivismo es como si utilizáramos un Rolles Royce para cargar ladrillos y cemento, es en definitiva un despropósito y una aberración.
Nota
1. Así como todo el equipo Más De Una Voz: http://masdeunavoz.blogspot.com.es/2012/03/reflexiones-sobre-el-terrorismo.html

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